Hace dos meses conté esta historia en nuestro
programa radial EL TREN, con aportes de mi compañero Gerardo Yomal. Hoy, domingo 10 de noviembre, Ariel Dorfman
la relata con su notable calidad literaria en Página 12. Es probable que el más
imaginativo escritor, no hubiera podido
concebir una historia semejante. La realidad es una autora insuperable.
Y la justicia histórica tarda pero generalmente pone las cosas en su lugar
Una historia de padres y fantasmas
Por Ariel Dorfman
El general Fernando Matthei, otrora comandante en jefe de la fuerza aérea chilena,
habrá de despertarse el domingo 17 de noviembre anticipando un día excepcional,
donde tendrá la oportunidad única de votar por su propia hija Evelyn como
candidata a la presidencia, un día en que espera que no le ronden resquemores y
fantasmas.
Falta
que le hace a Evelyn Matthei, que representa la alianza derechista que actualmente
gobierna Chile, el sufragio de su padre, ya que no sólo parece asegurada su
contundente derrota a manos de la ex presidenta Michelle Bachelet, un resultado
desdoroso que puede suscitar una crisis letal en la derecha chilena.
Me
pregunto qué va a sentir el general Matthei cuando vea en la papeleta electoral
el apellido Bachelet junto al suyo. ¿Recordará que hay un chileno, un íntimo
amigo suyo, camarada de toda la vida, un general de Aviación que no podrá
emitir su voto en estas elecciones? ¿Pensará Fernando Matthei en Alberto
Bachelet, padre de Michelle, que no tendrá jamás la posibilidad de votar por su
hija, puesto que en marzo de 1974 el general Bachelet murió de un paro cardíaco
inducido por las torturas a las que fue sometido durante seis meses por sus
propios colegas militares?
Unicamente
por haber sido colaborador del presidente Salvador Allende y mantenerse leal a
su causa y su palabra.
Fernando
Matthei era agregado aéreo en Londres para el golpe del 11 de septiembre de
1973 y nada pudo hacer para ayudar a su compadre del alma. Su inacción ya es
injustificable cuando vuelve a Santiago en enero de 1974 y es nombrado director
de la Academia de Guerra de la Aviación, el lugar donde precisamente estaba
detenido y fallecería dos meses más tarde el hombre al que su hija Evelyn
conocía como el Tío Beto. Aunque en varios procesos posteriores la Justicia
chilena determinó que al entonces coronel Ma-tthei no le cabía culpa penal en
la muerte del general Alberto Bachelet –debido a que los subterráneos donde
apremiaban a su compañero de armas estaban fuera de límites para todo personal
que no perteneciera a la fiscalía militar–, otra cosa es la responsabilidad
moral. La que, según el mismo Fernando Matthei, todavía le pesa y avergüenza,
según confiesa en un libro del 2003: “Primó la prudencia”, dice, “por sobre el
coraje”.
Ni
el más delirante novelista –y me cuento con orgullo como uno de ellos– podría
haber imaginado una historia más inusitada, de dos amigos con destinos tan
contrarios. Uno que muere por haber tenido el coraje, pero tal vez no la
prudencia, de aceptar, con rango ministerial, un puesto en el gobierno de
Salvador Allende. Y el otro que vive con excesiva prudencia y sin coraje para
convertirse por dos años en el ministro de Salud de Pinochet y enseguida,
durante trece años, integrante de la Junta. La hija de Alberto que llegaría a
ser ministro de Salud y después de Defensa en el gobierno de centro-izquierda
de Ricardo Lagos y la hija de Fernando que fue senadora y después ministro del
Trabajo en el gobierno conservador de Sebastián Piñera. La socialista que fue
presidenta de Chile y la derechista que aspira a serlo.
Aunque
a estas alturas a lo que de veras aspira es obtener una votación que le permita
ocupar por lo menos un honroso segundo lugar en las urnas.
Y
es aquí donde la historia de Chile nos ofrece otra sorpresa. Puesto que el
general Matthei reconocerá en la papeleta con los aspirantes a la presidencia
el apellido de otro candidato cuyo padre tampoco podrá votar en estas
elecciones porque fue ultimado por la dictadura.
Se
trata de Marco Enríquez, hijo de Miguel Enríquez, líder del MIR (Movimiento de
Izquierda Revolucionaria), abatido por la policía secreta en una calle de
Santiago el 5 de octubre de 1974. Dejando tras sí a un hijo de un año y medio
de edad, que ahora, casi cuarenta años más tarde, le está pisando los talones a
Evelyn Matthei. Si Marco puede, en efecto, repetir el 20 por ciento de los
votos que consiguió con su candidatura a la presidencia en las elecciones del
2009, logrará desplazar a la hija del general Matthei, para enfrentar a
Michelle Bachelet en una posible segunda vuelta, permitiendo que el pueblo de
Chile eligiera entre dos candidatos progresistas.
De
todos los protagonistas de esta historia, ha sido Miguel al que más conocí. Mi
mujer Angélica y yo fuimos amigos suyos, hasta el punto de que, pese a que no
estábamos de acuerdo con la vía armada que proponía el MIR, arriesgamos todo
para darle amparo en nuestra pequeña casa a él y a otros dirigentes de su
partido en 1970, cuando entraron a la clandestinidad durante el gobierno de
Frei padre para provocar en Chile una rebelión al estilo de Cuba, una tesis que
nunca dejaron de esgrimir, aun durante los tres años del gobierno Allendista.
¿Qué
diría Miguel si viera hoy a su hijo defendiendo la necesidad de transformar a
Chile por medios pacíficos, si contemplara a su hijo desechando la violencia en
que creía con fervor?
Tantos
otros revolucionarios latinoamericanos sobrevivieron la represión de las
dictaduras y llegaron a entender que la democracia, lejos de ser la camisa de
fuerza de los pueblos, es condición esencial de todo cambio profundo, toda
justicia duradera. Espero que así hubiera también evolucionado Miguel, que fue
tan imprudente en sus ideas y acciones y a la vez tan pleno de coraje en su
vida, tan animado por una sed de liberación humana que todavía me emociona.
Me
hubiera gustado abrir esa discusión con Miguel. Me hubiera gustado preguntarle
si se arrepiente de los errores que cometió durante los años en que Allende fue
presidente, cuando el MIR (junto a elementos extremos y díscolos dentro de la
Unidad Popular) desestabilizaron al gobierno popular con sus tomas
irresponsables de fábricas y terrenos y predios agrícolas, y aceleraron el
golpe con su retórica de una revolución armada inminente que nunca se
materializó.
Pero,
claro, es una conversación que nunca tendremos.
Si
hay una insinuación de justicia divina en la derrota que Evelyn va a sufrir
incontestablemente a manos de Michelle, un hecho maravillosamente simbólico que
la hija de Alberto triunfe sobre la hija del hombre que abandonó a su padre,
¿no sería más que divino y justo que el hijo del guerrillero e insurrecto
Miguel Enríquez dejara fuera de juego a la candidata del Pinochetismo? Que el
hijo de una de las víctimas le ganara a la hija de uno de los cómplices de esa
política de exterminio sería una muestra definitiva de que Chile le ha dado
para siempre la espalda al legado de Pinochet.
Pero
queda en este cuento inverosímil de fantasmas y padres y linajes, todavía una
vuelta más de la tuerca histórica.
Puesto
que fue el mismo aborrecible general Matthei el que facilitó que hubieran hoy
en Chile elecciones libres, que su propia hija y la hija de su compañero
Alberto y el hijo de su enemigo Miguel, pudieran disputar la presidencia, y que
fuera el pueblo de Chile, y no sus fuerzas armadas, el que decidiera el
porvenir.
Fue
para el plebiscito de 1988. Cuando Pinochet quiso desconocer su derrota y
fomentar un auto-golpe que lo mantuviera indefinidamente en el poder, fue el
general Matthei quien impidió tal maniobra, concediendo públicamente la
victoria del “No”, abriendo paso al retorno de la democracia.
Yo
quisiera creer que Fernando Ma-tthei, esa noche de octubre de 1988, estaba
pagando una deuda con su viejo amigo Alberto, mostrando ante Pinochet la
valentía que no mostró catorce años antes cuando ni siquiera fue a visitar ni
menos a consolar a un camarada al que estaban torturando a escasos metros de su
propia oficina en la Academia de Guerra.
Es
una deuda, sin embargo, que no está enteramente saldada. Le queda al general
Matthei, a los 88 años de edad, todavía otro gesto de redención con que pudiera
señalar silenciosamente su verdadero arrepentimiento, conseguir que los
fantasmas finalmente lo dejen en paz.
Sería
un gesto simple, aunque arriesgado.
Sólo
bastaría que el general, cuando entre al recinto electoral este próximo 17 de
noviembre y recorra la lista de los candidatos, sólo bastaría que el general
Fernando Matthei decida en forma clara y tajante y deliberada hacer una pequeña
marca al lado del nombre de Michelle Bachelet, bastaría solamente entonces que
él, su Tío Fernando, vote por ella, puesto que es desafortunadamente imposible
que lo haga ahora y siempre su papá.
¿Podrá entonces Bachelet impulsar una reforma constitucional? un reforma que libere a Chile de esa constitución legada por Pinochet, el asesino del pueblo, que murió libre e impune gozando de su senaduría vitalicia?
ResponderEliminarO quizás todo quede como un enfrentamiento dentro de la clase a la que ambas familias pertenecieron, pertenecen y en la que se reconocen.