Bajo el enorme impacto
que me produce la muerte de un gran tipo y notable periodista como Mario
Wainfeld, me aprestaba a escribir unas líneas, cuando recibí estas dos notas de
dos periodistas que aprecio y valoro. Ellos dicen lo que me hubiera gustado
decir. Sólo agrego que era una delicia las conversaciones telefónicas con
Mario, las veces que se subió a El tren, y además la misma banda roja en la que
nos reconocíamos. Junto a la dureza de la realidad y la incertidumbre por el
futuro de nuestra Patria, la muerte está activa y sumamente injusta. A fines de
agosto se lo llevó a un gran fiscal como Federico Delgado y ahora nos castiga
con esta ausencia enorme de un periodista inmenso
EDUARDO ALIVERTI DESPIDE A MARIO WAINFELD
POR LA EXCELENCIA, MARIO
La
muerte de Mario es un golpe terrible para este diario. Terrible. Pero también
lo es para el mejor periodismo y para la etapa dificilísima de Argentina. Todas
obviedades que nadie debe guardarse desde el lugar que fuere.
Lectores.
Compañeros de trabajo. Consumidores de una muy buena información que siempre
quedó a salvo de retractaciones. Apreciadores de una fina prosa, en la que
sutilezas y entrelíneas brillan también para siempre. Colegas, militantes,
intelectuales, dirigencia política, de todas las ideologías y posicionamientos
que quieran buscarse, estiman a Mario en forma virtualmente unánime.
En
este ambiente, al menos respecto de figuras con renombre, es bastante jodido
encontrar gente querida, respetada y admirada. No sé cuánta bola le daba Mario
a lo casi inusual de alcanzar esas tres condiciones. Nos considerábamos amigos
pero de eso nunca hablamos, tal vez porque no hacía falta. Lo único importante
era, es, que simplemente hacía lo necesario para que juntar esos sentimientos
saliera espontáneo.
Aun
en los momentos más complicados de nuestra vida política, esquivó con enorme
lucidez las trampas ideologistas y de compromisos forzados. Conocía al
peronismo bien de adentro y, a la par de ratificar su pertenencia a ese
espacio, jamás se vio impedido para señalarle sus deméritos. Otra rara avis en
esta profesión, plagada de chantas que nunca se cansan de jugar al periodismo
independiente.
Su
formación como profesional de la vieja guardia era gráfica, desde ya. Pero
sería muy injusto no reparar en que sus intervenciones en radio y tevé fueron
también una delicia.
En
la tele, cada vez que lo convocaron como invitado, tenía una capacidad de
síntesis fenomenal.
Y
en la radio, a la que amaba, supo construir una química entrañable. Sus
aperturas editoriales en Nacional, diariamente hasta la semana pasada, eran un
ejemplo supremo de cómo expresarse en la sintaxis oral con la misma excelencia
que en la escrita. Todo estudiante de periodismo, y todo amante de la belleza
narrativa, tendría que aprender y gozar con esa propiedad exquisita de saber
hablar como se escribe y escribir como debe hablarse. Uno toma los editoriales
radiofónicos de Wainfeld, que estaban “improvisados”, sin papel a la vista, y
tiene la certeza absoluta de que puede desgrabarlos sin correcciones de estilo.
Se transcriben así, como vienen. No hay muletillas, ni cacofonía, ni
reiteraciones terminológicas, ni frases largas que no terminan de redondear el
concepto, ni ausencia de impacto en el comienzo, ni sensación de vacío en el
cierre. Chapeau, Mario. Te merecés muy largamente que te lo diga un hombre de
radio: también estás entre los mejores columnistas que haya tenido el medio, a
la altura o, te juro, por encima de los más renombrados.
Voy
a personalizar una melancolía que ya me asalta, en segura o presumida
representación de la gente que vale la pena, la significativa, la que comparte
el gusto por la honestidad y el destaque expositivo.
Ya
mismo estoy extrañando que este domingo, en Página, no habrá su nota quirúrgica
sobre el debate vicepresidencial, ni sus perlas acerca de coyunturas y
estructuras de internas y externas, ni su “esta historia continuará”, ni
aguardar la madrugada para ver qué dice de las elecciones en Mendoza.
Nos
llevará tiempo -creo que mucho tiempo- acostumbrarnos a esta ausencia.
Pero
tengamos la plena convicción de que esta clase de gente sobrevive en forma
concreta.
Wainfeld
es una vara a la que convendrá recurrir, cada vez que en este oficio se
requiera un ejemplo por la positiva intachable.
Página/12, jueves
21 de septiembre.
Escriba, maestro
Sebastián Lacunza
Mario Wainfeld (1948-2023)
Actualizado el 21/09/2023
Años atrás, me escribió en
un mail. “Tengo un Mr Hyde adentro, que sale a pasear cada lustro o
algo así, en situaciones extremas”.
La frase concluía un
relato sobre su reacción ante una mala pasada que le habían jugado en un
trabajo, en el marco de una profesión en la que las malas pasadas no son la
excepción.
Mario Wainfeld
cuidaba su Jekyll. Lo trabajaba, contenía a Hyde. Tengo la sensación, porque en
cierta medida lo dejaba saber, de que nunca se perdonaba del todo esas
apariciones “cada lustro o algo así”, aunque escuchadas parecieran
comprensibles.
Esa pelea interior, tan
humana, tan propia de un tipo que no anda liviano por la vida, de algún modo
definía a este peronista de izquierda, compañero de Cecilia, padre, abuelo,
abogado laboralista, porteñazo, fana de River. Tremendo periodista.
Al perfil de Mario lo
dibujaban sus columnas escritas con sensibilidad, con preocupación de
orfebre por el buen decir, convicciones en alto, miradas y lecturas laterales.
Tómense el trabajo. Gugleen y descubran un error de escritura en sus textos. ¿Y
el clickbait?
¿Mario era periodista
profesional o militante? ¿La militancia lo llevó a malversar hechos y aplicar
una indigna doble vara? ¿El profesionalismo fue un camuflaje para ocultar
intenciones espurias?
Nada de las preocupaciones
por las formas y de su vocación por mantener abierto el diálogo conducía al
legendario columnista de Página 12 a un lugar acomodaticio, de
equidistancia impostada, tan redituable a veces como la polarización.
El autor de Kirchner, el
tipo que supo (Siglo XXI Editores, 2016) resolvía en su práctica una
dicotomía que está en boga hace dos décadas en Argentina, entre las
concepciones de periodismo profesional y militante.
Mario había militado en
el peronismo durante décadas, primero en la juventud universitaria y luego en
el Partido Justicialista. Conocía a muchos en ese movimiento y tenía un mapa
trazado de memoria sobre el lugar que había ocupado cada dirigente durante la
dictadura y los primeros años de la democracia.
En los ochenta acompañó
el derrotero de Carlos “Chacho” Álvarez. La revista Unidos, que contó
con las firmas de Horacio González, Vicente Palermo, Alcira
Argumedo, José Pablo Feinmann y Oscar Landi, fue el
territorio en el que Mario comenzó a transitar algo parecido al periodismo, aunque
seguía siendo, ante todo, un abogado peronista. Wainfeld y
menemismo eran la antítesis. “Mario de Palermo” pasaría por el Frente
Grande y llegaría a la edición periodística en Página 12 recién a fines de la
década de 1990, con una vida hecha.
El periodista
Y allí fue, cuentan
quienes trabajaron con él, que se transformó en un jefe ejemplar de la sección
política. Desarrolló fuentes —con muchas de las cuales se había vinculado como
compañero o adversario—, armó agenda, modeló títulos, constató hechos con las
normas propias de la profesión, midió a la competencia, formó cronistas.
Condujo una sección esencial de un Página 12 ya definidamente post-Lanata, en
un período en el que la realidad interpeló al diario, primero por el ascenso de
la Alianza, y luego, por el de los Kirchner.
Tanto la coalición entre
la UCR y el Frente Grande como el periódico se inscribían en el antimenemismo,
pero los caminos se bifurcarían más temprano que tarde. Desde otra galaxia,
tras la crisis de 2001, llegaría el kirchnersimo, cuya relación con el diario
daría para más de un libro.
Wainfeld plasmó su
lectura sobre Néstor Kirchner en El tipo que supo. El libro se
transformó en un bestseller. Asomó la ironía propia del autor en el
brindis de fin de año de una editorial a la que quería mucho: “Esto lo pagan
con la mía”, dijo mientras se servía una copa vino.
¿Mario era periodista
profesional o militante? ¿La militancia lo llevó a malversar hechos y aplicar
una indigna doble vara? ¿El profesionalismo fue un camuflaje para ocultar
intenciones espurias? Preguntas que se desvanecen ante los textos de este
—hay que insistir, porque le interesaba que se supiera— hincha de River.
Lo que no desvanecería
nunca sería aquel encuentro de 1997 entre Mario Wainfeld y el periodismo de
redacción. Sus columnas en Página y su programa “Gente de a pie” en
Radio Nacional acercaron su voz hasta pocos días atrás. Hace tiempo se había
transformado en un conductor radial también excepcional.
¡Colega!
Conocí personalmente a
Mario hace unos veinte años. Yo participaba de una ONG de periodistas con
pretensión de pluralidad y trataba de acercar al columnista para poner a prueba
esa presunta paleta de colores. Mario desconfiaba, se resistía. Polemizaba,
argumentaba, se calentaba. Nunca hostil, siempre con argumentos expuestos con
tiempo, razonados, desafiantes. Para él, la disidencia no era un ornamento ni
un paredón. En tiempos de gritos y neofascismo, se habla de diálogo.
¿Dialogaron con Mario?
Su desconfianza se probó
justificada. Cuando poco después la ONG quedó expuesta como un mascarón de proa
de intereses oscuros, allí cesó el polemista y entró a jugar el tipo con
experiencia, el que comprende e invita a mirar hacia adelante.
A partir de allí,
estuvimos en contacto con frecuencia, no tanto en plan de debatir sino de
comentarnos cosas, pedirnos datos y aportar miradas. Nunca sería aburrido,
porque la condescendencia no parecía habitarlo.
Así fue cómo conocí a un
periodista al que que admiraba desde que yo era estudiante y atendía llamados
en call centers. Ocurrió algo no tan habitual. El admirado y el real eran la
misma persona.
El año pasado trabajamos
juntos un cuatrimestre en el programa “Desiguales”, de la TV Pública. Nos
acercamos, supe más de su vida. De buenas a primeras, los dos escribíamos
columnas dominicales, y el tipo al que leía entre llamado y llamado en el
fatídico call center me transmitía comentarios generosos.
Mario Wainfeld escribía
con gracia, pero difícilmente podría ser calificado como un optimista. Su
preocupación por lo que puede venir se leía en sus textos y en su rostro.
Cuánto extrañaremos a Mario en los próximos años.
Gracias por Jekyll y también
por el Hyde que muchos no conocimos, pero intuimos.
Escriba desde el cielo,
Maestro.
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