Por Eduardo Aliverti
11 de diciembre de 2022 Página 12
Empecemos
por un aspecto de lo ocurrido en estos días que debería llamar la atención casi
en primer término porque, precisamente, es lo único que no explotó.
Podrá
considerarse exagerado detenerse en el tema cuando hay una vicepresidenta
condenada y en ejercicio.
Más,
su decisión de bajarse de toda candidatura, que revoluciona o trastoca el
escenario político hasta límites hoy impredecibles.
Una
decisión que debe tomarse bien en serio, al pie de la letra, como corresponde a
la coherencia histórica de CFK entre sus anuncios y determinaciones. Es
increíble que haya gente capaz de elucubrar sobre sus intenciones de
victimizarse, para que algún Operativo Clamor le corrija su resolución. Hay
adherentes a ella que confunden deseos y realidad. Y entre quienes la repudian
quedan descolocados, porque nuevamente movió de manera sorpresiva.
Más,
el escándalo nunca visto -con semejante grado de precisión- en torno a los
jueces, fiscales, servicios, funcionarios y empresarios del principal grupo
mediático del país, involucrados directamente en una maniobra de corrupción
espeluznante (es uno de los adjetivos que corresponde, salvo que se haya
cruzado el límite de perder toda capacidad de asombro).
El
tema ése, el de lo único que no explotó, es la indescriptible tranquilidad
pública de una parte de los escrachados con pelos y señales.
¿Por
qué “una parte”?
Porque
nadie esperaría excusas, réplicas o acciones firmes, por vergüenza propia, de
los enchastradísimos "directivos de Clarín".
Como
era obvio, ellos y sus socios de establishment se ampararon en la procedencia
ilegal del espionaje y en la deontología de la profesión periodística. Insólito,
si no fueran quienes son.
Hay
pródigos antecedentes jurídicos internacionales, que protegen este tipo de
divulgación: interpretan que el bien a custodiar -derecho popular a estar
informados en asuntos de sensible interés público/institucional- es superior a
la preservación de intimidad. Además de eso, se cansaron (es un decir) de
amplificar “información” y grabaciones con idéntico origen “espurio”, en nombre
de la libertad de prensa que emplean como partido del Poder.
Pero,
en el caso de Marcelo D’Alessandro, ministro de Justicia y Seguridad de la
Ciudad, y de los magistrados que viajaron a la “magnánima” mansión de Joe Lewis
en Lago Escondido (¿a qué, ya que estamos, como pregunta que de tan natural
nadie se formula?), la displicencia en su impunidad es inenarrable. Y si
sucediera que alguno de ellos tiene por fin la ¿dignidad, a esta altura? de dar
algún paso al costado, nada variaría la obscenidad del tiempo que se tomaron
tras el espectáculo difundido.
Una
nota de la colega Luciana Bertoia, en Página/12, el jueves, es muy
didáctica sobre la incidencia de los chats del lawfare. “Mucho corrillo y poco
repudio público para los jueces viajeros”.
A
nivel institucional, sólo silencio. La Asociación de Magistrados no se
pronunció. La Corte Suprema tampoco. El Consejo de la Magistratura, que debería
tramitar las denuncias, está paralizado. En Comodoro o Inodoro Py, “todos
hablan del escándalo de los chats, (pero) nadie cuenta haber tenido contacto
con el juez federal Julián Ercolini”.
Y
la Unión de Empleados Judiciales de la Nación, que lidera Julio Piumato, emitió
un comunicado que repudia a los magistrados viajeros, pero remite a “cuatro
jueces que con su accionar ponen en jaque a todo el sistema”, tras haber
calificado de “ilegal” a la filtración y de salir al cruce de que hay una
mafia.
Como
señala Bertoia, ante la inacción de los espacios institucionales, crecen
reclamos para que los magistrados que viajaron a lo Escondido del Lago dejen,
al menos, de dar clases en la universidad pública… Ercolini es el director de
la especialización en Administración de Justicia de la Facultad de Derecho de
la UBA… (disculpas, si cabe, por lo continuo de los puntos suspensivos, pero es
complicado hallar una fórmula de indignación más efectiva).
Entonces:
¿cómo no empezar por esta multitud paradigmática de empleados mediáticos, que
ya se dieron el lujo de no emprender otro vuelo, pero a Alaska, cuando se
corroboró lo incontrastable?
Luego
y sólo luego, sí. Vamos a preguntas más o menos elementales que carecen de
respuestas seguras.
¿Por
qué fue la propia Cristina quien desalentó movilizaciones callejeras en su
defensa?
¿Tomó
nota de que la correlación de fuerzas le es desfavorable?
El/su
gobierno, la “militancia”, ¿acaso vienen desvencijados y la dejaron sola?
¿Es
ella misma quien advierte que primero se trata de bancar a como sea los
alfileres con que está agarrada la gestión económica, porque no existe
alternativa y porque eso le condicionaría el tono de una campaña?
¿Es
tan difícil comprender, como se insistió hace poco desde aquí, que CFK es tanto
una líder indiscutible e inigualable como alguien que ya lo dio todo, y que
porta todo el derecho del mundo a esperar que se recojan sus esfuerzos, y sus
señalamientos estratégicos, por más yerros que haya tenido?
Se
equivocan, en nuestra opinión, quienes crean que, al apartarse del barro
electoral del año que viene, Cristina deja huérfano al campo popular.
Simple
y abrumadoramente, a riesgo de ir presa, exige que tomen el bastón, o algunos
bastones, ciertos mariscales piripipí. Porque, otra vez, ella sola no alcanza.
¿Qué
pretenden los dirigentes del campo popular ése, y viudos de tiempos
revolucionarios a los que imaginan retornables así como así? ¿Seguir “viviendo”
de lo que se trazan de la combatividad de la líder, quien ya (les) dijo
chiquicientas veces, a ellos y a la oposición, que es hora de acordar grandes
líneas rectoras, incluso tapándose la nariz?
Cuando
apenas había trascurrido un par de horas desde que Cristina respondió a la
sentencia, quien firma escribió que no recordaba un discurso de esa índole por
más esfuerzos que hiciera.
Que
la recorrida por los chats de la mafia y el modo en que articuló a
improvisación pura sus nombres y mecanismos son, ni dudarlo, uno de los
momentos retóricos más impresionantes de nuestra historia.
Que
con eso ya era suficiente para entender el meollo completo del veredicto que la
condenó. Sin embargo, faltaba el epílogo que agita el corazón cuantas veces se
lo vea.
"Mascota
nunca, Magnetto".
"No
seré candidata a nada, en ninguna boleta".
"Animate
a meterme presa, vos y tus esbirros".
"Acá
tenés mis fueros renunciados".
Y
ahí tienen, los ansiosos eternos, una muestra suprema de valentía individual.
Todo
el mundo político, de propios y ajenos, quedó con la boca abierta y, ni
siquiera, con espacio para tímidas especulaciones.
Todavía
es demasiado lo que debe procesarse tras el renunciamiento y, como también lo
dijimos, sería una irresponsabilidad profesional lanzarse a especulaciones y
juicios apresurados.
Salvo
una cosa, por mucho que ciertos odiadores seriales se muestren exultantes: quisieron
cargarse a Cristina y acaso lograron exactamente lo contrario, en términos de
imaginar que resulta borrada del mapa.
Se
especule e infiera lo que se quisiese, sólo por razones emotivas o con alto
grado de frialdad analítica; apichonados en el palo y estimulados en el
opuesto, porque la reacción popular y dirigencial del Frente de Todos es, hasta
aquí, de una enorme tibieza; siendo muy incierto, para ser módicos, cómo se
las arreglará el peronismo y el progresismo en general porque su figura clave
se bajó definitivamente de competir en las elecciones, en nada cambia que
Cristina permanece como la potencia capaz de alterar una mediocridad
conservadora que tiene todas las de ganar.
Será
en rol de árbitro, de contestataria, de reguladora de ínfulas trasnochadas o de
posibilismos resignados. De lo que fuese.
Nunca
será la salvadora épica que se construyen quienes depositan exclusivamente en
ella todas sus esperanzas, su símbolo, sus expectativas.
Pero,
siempre, será la amenaza que sus enemigos no pueden predecir ni controlar.
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