No
te dije adiós
Por
Sandra Russo
La
situación en este país se hace más grave y más siniestra –por los usos
políticos de los efectos del virus--, y el descontrol asoma por la posición
bolsonarista que, incluso frente al abismo al que llevó a Brasil el
desquiciado, prende. Eso habilita algunas preguntas. ¿Cómo ha sido contada esta
pandemia? ¿Cómo nos sigue siendo relatada? ¿Qué duda cabe de que los fenómenos
sociales que se elaboran como respuesta a esta catástrofe tiene directa
relación con aquello a lo que cada sector cree que le contesta?
Vi
un video que deben haber visto muchos: muchos corredores trotando a paso lento
frente al Hospital Zubizarreta, donde estaban estacionadas las ambulancias de
las que bajaban camillas con personas con mascarillas puestas. Si correr está
permitido y si tanta gente está segura de que las posibilidades de contagio
disminuyen al aire libre, bueno, que corran. Pero, ¿por qué pasar haciéndolo
frente a la puerta de un hospital en el que otra gente, creyera lo que creyera,
ha caído gravemente frente al virus devaluado por la ultraderecha?
¿Qué
desconexión hay ahí? ¿Qué lazo es el que se ha roto para que lo que se
reivindica como un acto libre, correr, se lleve a cabo en la vereda de enfrente
a quienes han perdido su derecho a la salud y quizá pierdan la libertad de
estar vivos? ¿Qué expresa esa carencia de la mínima delicadeza, que era
desviarse una cuadra? ¿Qué exhibía esa escena que en su capa más exterior
provocaba repulsión?
Los
de las camillas no eran robots. Eran personas. Los casi 5000 argentinos que han
muerto no eran diferentes a nadie. No eran K. Eran hombres y mujeres y no todos
eran viejos, que ahora parece que es una etapa de la vida que la ultraderecha
pretende expropiarnos. Han muerto muchos miembros del personal sanitario. En
todo el país. Médicos y médicas. Enfermeros y enfermeras. Camilleros, personal
de limpieza. ¿Conocen la historia de alguno? ¿Han llorado al leer los
testimonios de sus familiares, que no pudieron despedirlos? ¿Han escuchado cómo
tiembla la voz que los recuerda, cuando recuerda que han muerto solos? ¿Cuánto
se ha reflexionado sobre la muerte en soledad? ¿Qué sabemos de esos duelos?
¿Sabemos cómo son sus entierros? ¿Cómo deciden las familias quién va? ¿Y a los
que les avisan que ya los han enterrado? ¿Cómo quedan?
¿Cómo
quedan esos seres queridos a los que nadie les informa cuándo, cómo y dónde
yace ese padre o hermano o abuelo al que tampoco acompañaron cuando la
ambulancia se los llevó de sus casas? Lo escuché esta semana, en una voz
española: “Quedamos… como si hubiera desaparecido de pronto, como si la tierra
se lo hubiese tragado”.
Hay
una película de 50 minutos, realizada por la televisión española, que se llama
No te dije adiós, y es un homenaje a las más de 27.000 víctimas de la pandemia.
Es dura, es difícil llegar hasta el final. Los separadores son figuras de
personas caminando por la calle que de pronto se vacían y quedan solo sus
siluetas. Como si hubiesen desaparecido. No es fácil ni es entretenido escuchar
esas voces, ver esas fotos. Son puro desgarro, puro dolor. Nuestras sociedades
no están preparadas para eso. Somos seres angustiados y neuróticos que hemos
sido adiestrados por la cultura de masas para inclinarnos siempre hacia lo
ligero, lo líquido, lo fantasioso. Y es entendible que uno llegue a la hora de
irse a la cama con ganas de distraerse. Pero es que esto no se trata de una
serie de Netflix que uno elige o no elige. Esto es la realidad.
Y
esto duele, esto cuesta, esto nos ha puesto frente a una disyuntiva, que es si
nos asomamos al dolor o lo evadimos. Cada uno sabrá cómo se lleva con el dolor,
pero no hay nadie que tenga seguro contra el dolor. Y si ama, menos que menos.
El límite de dolor que se escucha en ese homenaje a las víctimas españolas
quizá obligue a parar por la mitad. Pero hay una dimensión ética mínima, que es
responder a la realidad, y no a los espejismos, que obliga a participar de ese
homenaje, como muchos participaron esta semana en la despedida a una
neonatóloga del hospital Rivadavia, Laura Stanga, o del del Jefe de Enfermería
del Hospital Evita, de Lanús, Sergio Rey, o los que lloraron a Martín Arjona,
enfermero del Hospital Posadas.
Nos
ha faltado ese relato de la realidad. Vemos todos los días contagiados
saludables que a las dos semanas vuelven a escena y relatan sus jaquecas o su
falta de gusto. Eso es todo. A los miles que han muerto y a las decenas de
miles que los lloran les debemos saber esas historias. Nos lo debemos a
nosotros mismos. Duele, pero nos ha tocado algo que duele, y no podemos ser tan
pendejos como para no a acompañar en su sentimiento a tantos compatriotas.
Eso
es un pueblo. Un colectivo inmenso que conserva, más allá de variadísimas
diferencias, el respeto por la pérdida del otro. Por el dolor ajeno. En todas
las culturas, en todos los tiempos, los muertos y su destino y tratamiento han
representado la concepción de la vida. Los ritos funerarios cuentan más que lo
que se supone que les interesa a los arqueólogos o los antropólogos. También lo
que cuentan les interesa a los sociólogos. Cada pueblo, desde el principio de la
historia, elaboró su estrategia frente al dolor y la pérdida. La nuestra, la
sociedad del capitalismo extraviado, es indiferente nada menos que a la muerte,
porque es la vida lo que le es indiferente.
Hay
historias que deben ser relatadas y deben ser leídas no para entretenerse.
Tanto en la génesis de ese relato como en su visión o lectura, hay un deber. Lo
que vemos hoy es gente que no quiere ser alcanzada por ese tipo de miedo ni
rozada por ese tipo de dolor. Este sistema generador de odio y de crueldad se
sanitiza con indiferencia. No hemos sido capaces de ser quienes generaran el
corpus del dolor de esta epóca, indudable, tan hondo que casi nos cuesta hablar
de eso. Enfrente tenemos gente que dice que es todo mentira. Las voces que
deberían confrontarlos con la verdad no son las nuestras. Son la memoria de los
que se murieron, y las de los familiares dolientes a los que nadie les presta
atención.
Pagina/12 SÁBADO 15-08-2020
PELÍCULA
NO TE DIJE ADÍOS
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