2 de Febrero de 2020
Regordete, jugaba
de arquero o de volante. A mediados de los '20 su familia se afincó en
Belgrano. A los 8, lo llevaron a la inauguración del Monumental, un partido
ante Peñarol: deslumbrado se hizo hincha de River. Estudió en el Nacional
Buenos Aires. Al ingresar a Marina, un test resaltó su dificultad para
relacionarse. Completó Ingeniería Naval en Comunicaciones, fijó su base en la
Dirección de Electrónica Naval, en un enorme galpón azul ubicado en Lafinur y
Cabello. Allí recibió algunos años después a Ubaldo Fillol, ya campeón mundial,
en conflicto con River: lo apretó con su arma reglamentaria sobre el
escritorio. Con la que apuntó a empleados de la Secretaría de Vivienda que
osaron oponerse a sus directivas. O como lo hizo con Benedetto Mosca, director
de la editorial que publicaba la revista Goles. No la usó cuando
obligó a que River echara a Ángel Labruna para contratar a Alfredo Di Stéfano,
o que repatriara a Marito Kempes para contrarrestar el efecto del pase de un
tal Diego Maradona a Boca.
Sus compañeros de
arma lo llamaban Gordo. En el mundo del fútbol le decían Capitán
Piluso.
Conoció a Carlos
Alberto Massera como teniente de navío. A su hermano, Emilio Eduardo, cuando
era teniente de corbeta. Los tres participaron de la Libertadora que derrocó en
1955 a Juan Domingo Perón, junto a Rubén Jacinto Chamorro, otro marino, célebre
tras dirigir uno de los más siniestros chupaderos, la Escuela de Mecánica de la
Armada. A principios de los '60, Arturo Frondizi lo envió a EE UU para realizar
cursos de administración y de armamentos. A su regreso, conoció a Hebe Angélica
Aprile, prima de Leopoldo Galtieri. Él, a su vez, era primo de Raquel
Hartridge, la mujer de Jorge Rafael Videla. Dos de los presidentes de la
dictadura. El propio Gordo lo sería durante once días, en
1981, cuando, en la intimidad, esbozó una idea para combatir el creciente
deterioro post Mundial del gobierno de facto: "Se arregla muy fácil:
invadiendo las Malvinas". Regresó al Ministerio de Acción Social.
Fanático
gardeliano. Solía vestir un impecable uniforme blanco. Altivo, dominante.
Un outsider hosco, nada diplomático, insolente, absolutamente
despiadado. En octubre de 1974, Isabelita no había completado el duelo personal
por la muerte de su esposo y López Rega conducía el gobierno desde Bienestar
Social. Pedro Eladio Vázquez, en Deporte y Turismo, armó la inerte Comisión
Mundial 78. El Gordo empezó a merodear esa oficina. Se ponía en movimiento.
Consumado el golpe
del '76, en la repartija del botín, la Marina se quedó con el deporte. Massera
conducía, el Gordo era el brazo ejecutor. La noche del viernes 26 de marzo,
arribó a Buenos Aires una comisión de FIFA para inspeccionar las obras del
Mundial, liderada por Hermann Neuberger, exoficial SS de Hitler, titular de la
Federación Alemana. Sumó un gesto: "El cambio de gobierno no tiene nada
que ver con el Mundial. Somos gente de fútbol y no políticos". El
presidente de FIFA, Joao Havelange, que no tenía un currículum mejor, aseguraba
desde Europa: "La Argentina está ahora más apta que nunca para organizar
el Mundial". Meses antes, el Gordo, Massera y los dos señores mantuvieron
una cena íntima en un hotel de Retiro, que se prolongó con nutrida presencia
femenina. En menos de 50 días se apropiaron de la AFA, en alianza con otro
represor, Carlos Guillermo Suárez Mason. Alfredo Cantilo quedó al frente.
Faltaba el bocado mayor.
Videla convocó al
general Carlos Omar Actis para manejar el Ente Autárquico Mundial 78, con un
fabuloso presupuesto, pero con la orden de evitar el despilfarro. Actis fue
asesinado a los dos meses. Culparon a los montoneros. Hasta hubo una confesión
de un líder de la orga. Pero una investigación, creíble a pesar de su polémico
autor, detalló minuciosamente cómo lo había ejecutado un comando enviado por el
Gordo.
Retuvo su cargo de
vice en el EAM, y tuvo en su puño al general Antonio Merlo, que suplió a Actis.
Hizo buenos negocios: Ciccone Calcográfica, con su complicidad, ganó la
adjudicación para imprimir las entradas del Mundial 78. Contrató a
Burson-Masteller para mejorar la imagen del gobierno por una cifra millonaria.
Apretó a cientos de periodistas: con el único que no pudo fue con Dante
Panzeri, ya enfermo, quien murió meses antes de la Copa.
Acuñó la frase:
"Hemos derrotado a la derrota". Acordó la paz con las incipientes
barrabravas. ¿Fue quien mandó la DGI, y algo más, a Carlos Monzón-Cacho Steimberg,
quienes pugnaban con Editorial Atlántida y Recova, por la organización de
torneos veraniegos en Mar del Plata? ¿Fue quien mandó a ponerle una bomba a
Juan Aleman, en mensaje mafioso, porque el funcionario de Economía frenaba los
fondos del Mundial?
Se acercaron a
César Menotti. Hubo fotos y reuniones íntimas. Llegaban en helicóptero a la
concentración de la Selección en el predio militar de Villa Martelli. Le
impusieron la convocatoria de Norberto Alonso. La tarde fría del 1 de junio de
1978, Havelange antes de inaugurar el Mundial buscó a los milicos argentinos. A
quien primero le estrechó su diestra y susurró "felicitaciones" fue
al Gordo. En persona llamó al presidente peruano Francisco Morales Bermúdez,
antes del 6-0 a Perú y fue al vestuario incaico con Videla y Kissinger antes
del partido. Salió en la foto en los festejos del 3-1 a Holanda.
Jamás presentó un
balance certero sobre los gastos del EAM. Tampoco dejó de pertenecer al
proyecto personal de Massera, por fortuna inconcluso, de ser el presidente
"democrático" tras la dictadura. Pero el Gordo debió reacomodarse,
primero en la CSF (luego lo reemplazó Eduardo Deluca) y el 7 de julio de 1980
ocupó el lugar de Santiago Leyden en una vicepresidencia de FIFA. Incluso, en
1983 se apropió de la comisión de finanzas, cuando el italiano Artemio Franchi
falleció en un accidente automovilístico. Hasta que dos diputados peronistas
fogonearon una investigación en el Parlamento argentino y renunció. Su sitio
fue ocupado por Julio Grondona.
Debió sortear un
episodio enojoso en México 86. Huésped de honor de Guillermo Cañedo, una noche
visitó el centro de prensa instalado en el DF: un grupo de periodistas
argentinos (Ezequiel Fernández Moores, Juan José Panno y Carlos Bonelli, entre
ellos), al reconocerlo levantó sus puestos de trabajo y lo reflejó en sus
medios: "El dictador argentino en centro de prensa". Murió en 2004,
un aviso fúnebre (en nombre de la Armada Argentina) llevaba la firma de
Federico Barttfeld, exmiembro de Propaganda Due.
Carlos Alberto Lacoste
se había refugiado en esa FIFA: aún hoy es el destino alternativo elegido por
otros que ven menguado su poder fáctico. Como espacio de continuidad laboral,
como ardid para seguir haciendo caja, o como mero aguantadero. «
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