El hecho ocurrió el 22 de febrero de 1943, hace 80
años. Sophie Scholl tenía 21 años e integraba junto a uno de sus hermanos
mayores La Rosa Blanca, un grupo disidente al nazismo que intentaba hacer
escuchar su voz y oponerse a las atrocidades que sucedían en Alemania. Cómo fue
el juicio parcial en su contra
Por Matías Bauso
INFOBAE
22 de Febrero de 2023
Hans Scholl, Sophie Scholl y Christoph Probst, líderes
del movimiento La Rosa Blanca, en Munich. 80 años atrás fueron ejecutados
(1942)
Todavía resuenan las palabras finales de Sophie
Scholl ante el tribunal, el 22 de febrero de 1943, el día que iba a morir
ejecutada: “Un día tan lindo y soleado, y yo me tengo que ir. Alguien
tenía que empezar. Lo que nosotros dijimos y escribimos, lo creen muchos otros.
¿Qué importa mi vida, si a través nuestro, gracias a nuestras acciones, otros
muchos se despiertan y entran en acción?”.
Junto a uno de sus hermanos mayores había sido
detenida poco antes como una de las integrantes de La Rosa Blanca, el
grupo disidente al nazismo.
Tenía 21
años y un enorme coraje.
A la primera que hicieron pasar fue a
ella. A la única mujer del terceto de condenados. Y la más joven. El pelo
tocándole los hombros, tapando una de sus orejas. Los ojos vidriosos, sin
mirada. No había tensión en sus gestos. Tampoco desesperación.
No les iba a dar el gusto.
El juicio había empezado unas horas antes. Todo fue
muy rápido. Todo había terminado demasiado pronto para Sophie Scholl.
La joven levantó la cara hacia sus verdugos, los
enfrentó con serenidad. Contuvo las lágrimas. También los insultos. Se
arrodilló sin que se lo indicaran; no hizo falta. Nadie la tocaba. Nadie se
animaba a hablar. Sólo se escuchaban las respiraciones pesadas, alteradas de
los hombres, y el crujir de los zapatos sobre la enclenque plataforma de
madera. El oficial a cargo, trabajosamente, algo ahogado, casi tropezando con
la única palabra que debía pronunciar, dijo: Proceda. Más
resoplidos. Sophie cerró los ojos.
Y no sabemos cuál fue su último pensamiento.
Después, el clank del mecanismo que puso en acción,
que destrabó la guillotina. El zumbido de la cuchilla afilada cayendo, el
golpe de la cabeza suelta contra las tablas del piso. Se formó un pequeño lago
sanguinolento. Unos minutos, que parecen horas de inmovilidad. Todos sabían que
tenían que limpiar la escena. Era una mañana ajetreada y faltan otras dos
ejecuciones: la de Hans, el hermano de Sophie y la de Chistoph Probst, otro de
los integrantes de La Rosa Blanca. Pero los hombres entendieron que acababan de
hacer algo muy malo. Que esa chica que yacía ahí con la cabeza a unos dos
metros del resto del cuerpo era demasiado joven para haber muerto de esa
manera.
Algo no funcionaba bien.
Sophie fue juzgado y condenada a muerte en un juicio
fugaz y arbitrario. Su crimen fue oponerse al nazismo
Sophie Scholl nació hace más de un siglo,
el 8 de mayo de 1921. Fue la cuarta de seis hijos que tuvo el
matrimonio de Magdalena y Robert Scholl. Robert era el alcalde de una pequeña
ciudad alemana, Forchtenberg. Scholl padre era liberal y se opuso al nazismo,
desde que apareció en la vida pública alemana. La política era un tema de
conversación constante en su casa. Hans, uno de los hermanos de Sophie, 3 años
mayor que ella, en un gesto de desafío a la autoridad paterna, se afilió a la
juventud nazi. Pasado el deslumbramiento inicial, llegó la desilusión; se dio
cuenta de que no había posibilidad para el diálogo y que la devoción hacia el
líder era ciega. Hans abandonó la política y se marchó a Múnich para estudiar
medicina.
A Sophie le gustaba dibujar y escribir.
Al terminar el secundario se convirtió en maestra jardinera e ingresó en el
Servicio Público Nacional, una instancia obligatoria en la que los ciudadanos
debían prestar algún servicio en pos de la causa nacional en medio de la
guerra. A ella le tocó ser enfermera en uno de los frentes de batalla. Ese
contacto súbito y descarnado con la realidad la transformó. Aquellas ideas y
pensamientos tenues, casi intuiciones que tenía sobre la realidad alemana, se
convirtieron en certezas cuando presenció las batallas, escuchó hablar a los
soldados y a la gente de los pueblos. Pocos meses después se unió a su hermano
Hans en Múnich. Allí, Sophie empezó a estudiar filosofía y biología.
Además de presenciar espectáculos
artísticos como nunca había hecho antes, disfrutar de la vida
nocturna, conoció a otros jóvenes que pensaban como ella, que veían la realidad
alemana de la misma manera, que no se habían dejado seducir por el nazismo.
Con el ímpetu de la juventud se impusieron hacer
escuchar su voz. Alguien les recordó del accionar de la Gestapo. Cada actividad
opositora, cada movimiento disidente y hasta cada crítica formulada en un
ámbito privado constituían un grave riesgo para su vida. Debían tener cuidado.
La Gestapo
se convirtió en la principal institución estatal para controlar, callar,
perseguir y matar disidentes. La Gestapo fue un Golem que creció
desmesuradamente, que logró expandir el terror y disciplinar. La policía
secreta diseñó un sistema macabro y efectivo de terror que se hizo carne en la
población. Se generó una trama de miedo y persecución, un estado de delación
masiva y permanente. La organización consiguió que cada ciudadano alemán
estuviera convencido de que el estado los observaba y escuchaba. En parte era
cierto.
Los jóvenes hermanos Scholl y varios de sus amigos
creyeron que era el momento de ponerse en acción. Veían a la sociedad
hipnotizada por un asesino, por un desaforado que lograba imponer siempre su
parecer, que estaba llevando adelante un desastre. Los Scholl creían que la
sociedad debía escuchar otras voces, que alguien debía intentar abrirles los
ojos.
En el medio de esas discusiones y en su primer año
como universitaria, Sophie fue nuevamente convocada al trabajo bélico.
Debió desempeñarse como operaria en una empresa metalúrgica que fue
reconvertida en una fábrica de armas y municiones. Fue una nueva ocasión para
charlar con trabajadores y conocer sus puntos de vista. Al mismo tiempo, su
padre fue puesto en prisión porque uno de sus empleados lo denunció ante la
Gestapo por haber criticado, en una charla privada, a Hitler.
Uno de los panfletos de La Rosa Blanca que Sophie y
sus compañeros distribuían clandestinamente
Sophie se preguntaba cómo debían actuar ante un estado
totalitario (para colmo de males en tiempo de guerra). Las acciones que se les
ocurrían, al principio, les parecían pueriles, inocuas, que nunca servirían
para alcanzar su fin primordial: crear conciencia en el resto de la población
que cada vez se fanatizaba más.
Al retomar sus estudios, tras el paso por la fábrica,
descubrió que su hermano y algunos amigos habían tomado cartas en el asunto. Un
día, en uno de los pasillos de la universidad, Sophie percibió un ambiente
extraño. Sus compañeros parecían paralizados. En el piso había unos panfletos
que alguien había mecanografiado trabajosamente. Ella, con discreción, levantó
uno. Se encerró en el baño y lo leyó con avidez. La emoción de lo prohibido y
el deslumbramiento ante la evidencia que alguien había escrito lo que pasaba de
verdad en su país, lo mismo que ella pensaba. Y, principalmente, que se había
animado a decirlo. De pronto, el paisaje parecía menos desértico. Dobló el
folleto en 8 y lo escondió entre sus ropas. Cuando llegó a su casa, le contó a
Hans, su hermano. Él la miró con extrañeza. No entendía si su hermana estaba
siendo sincera o lo estaba midiendo. Cuando notó que ella no sabía nada, le
confesó que él había escrito ese folleto crítico del nazismo. Junto a otros
tres amigos (Willi Graf, Christoph Probst, Alexander Schmorell) Hans había
formado un grupo llamado La Rosa Blanca. Eran opositores. Querían ejercer una
resistencia pasiva e imaginativa contra el Führer y su gente. Lograr que
otros, de a poco, tomaran conciencia de lo que sucedía.
Sophie, que recién había cumplido los 21 años, se unió
al grupo tras esa conversación.
Los jóvenes escribían estos panfletos, los
mimeografiaban a escondidas y después los soltaban en pasillos, aulas y calles
cercanas a la facultad, o los enviaban por correo a distintas direcciones. En
pocas semanas eran muchos los que habían leído sus proclamas. También eran
muchos los que se preguntaban quiénes eran los que se animaban a tanto. Las
autoridades estaban desconcertadas. No podían encontrar a quienes hacían
circular esos textos. La Gestapo puso a todos sus hombres e informantes a
rastrear a los subversivos que sembraban mensajes opositores y que osaban
criticar al Führer.
Un homenaje a la acción de la Rosa Blanca en la
universidad en la que ellos soltaban los panfletos y donde fueron apresados
Al principio, los otros cuatro no querían que Sophie
fuera parte. Veían la tarea como algo demasiado riesgoso, como algo exclusivo
de hombres. Sin embargo, Sophie con su determinación les demostró su error. Además
había algo a favor en lo que nadie había pensado: la misma subestimación de sus
compañeros, la ejercían las autoridades. En los retenes callejeros no solían
revisarla. ¿Cómo una chica joven y hermosa podía estar en un grupo de
resistencia? Ni siquiera se les pasaba por la cabeza.
Las primeras acciones fueron un éxito.
La gente ya hablaba del contenido de los textos y las conjeturas sobre los
posibles autores cada vez eran más disparatadas. Esa confusión podía ayudarlos.
Pero también, ponía más fuerzas de seguridad en la búsqueda.
El 18 de febrero de 1943 los hermanos
Scholl llegaron a la Universidad de Múnich con una valija repleta de folletos.
Mientras todos estaban en clase, los diseminaron con discreción por los
pasillos. Cuando los alumnos salieran se encontrarían con el mensaje crítico
firmado por La Rosa Blanca. Un último remanente fue lanzado desde el último
piso por Sophie. Esa tenue lluvia de papeles parecía un diluvio radiactivo para
la mayoría de los estudiantes que se corrían para evitar siquiera el contacto
con esas hojitas peligrosas. Muchos no las habían leído pero sabían, en líneas
generales, qué decían. El título sólo ya provocaba pavor: “De la boca de Hitler
sólo salen mentiras”. Pero ese lanzamiento fue fatal. Jakob Schmid, un hombre de
mantenimiento de la casa de estudios, vio el brazo de Sophie esconderse con
velocidad luego de tirar los panfletos. El hombre corrió y encontró a los dos
hermanos en fuga. Los detuvo cómo pudo y pidió ayuda. Los estudiantes formaron
una cadena de gritos hasta alertar a las autoridades más cercanas. Todos unidos
para acusar a sus dos compañeros, para favorecer su detención. Nadie salió en
defensa de ellos.
Hans en un rápido movimiento se llevó algo a la boca y
empezó a masticar frenéticamente. Uno de sus guardias forcejeó con él y logró
sacar un amasijo de papel húmedo de saliva. Luego de un intento de restauración
se dieron cuenta de que era el borrador del siguiente panfleto que preparaba La
Rosa Blanca. En el departamento de los hermanos Scholl encontraron a Christoph
Probst, otro de sus compañeros, y los originales de los textos que volaron por
la universidad.
El interrogatorio de la Gestapo fue
brutal. Sin embargo, estaban dispuestos a liberar a Sophie. Ella era mujer, les
resultaba inconcebible su participación en una acción de este tipo. Pero ella
reconoció que era una de las integrantes de la Rosa Blanca. No cedieron a las
torturas. No brindaron los nombres de los otros integrantes de la organización.
Tres días después de la detención fueron
llevados a juicio. La madre de los Scholl quiso entrar a la sala pero unos
guardias se lo impidieron. Gritó que dos de sus hijos estaban siendo juzgados.
“Se hubiera preocupado antes”, le respondió un guardia mientras la empujaba
hacia la calle. El padre logró traspasar el cerco e increpó al juez: “Alguna
vez habrá otro tipo de justicia en este país. Alguna vez
se arrepentirán de esto”. Después de esas palabras fue arrastrado fuera del
juzgado.
Una de las esculturas que recuerdan a Sophie, que
reconocen la resistencia al nazismo dentro de Alemania
El proceso fue veloz. Y parcial.
Al juez no le importaba mantener el misterio ni la ecuanimidad. Desde un
principio criticó y retó a los imputados, les enrostraba sus acciones dando por
probadas cada una de las acusaciones que pesaban sobre ellos. El abogado
defensor casi no abrió la boca. El fiscal sólo para formalidades ya que el juez
hizo la tarea que le correspondía a él. No hubo pruebas presentadas ni
testigos. Al magistrado le pareció un dispendio jurisdiccional. En tiempo
récord alcanzó una sentencia. Traición a la patria. Un delito que sólo admitía
un castigo: la pena de muerte.
Los tres jóvenes fueron llevados a la prisión de
Stadelheim. Allí los dejaron, por unos breves minutos, despedirse de sus
desesperados padres. Luego pudieron conversar entre ellos. Hasta que la voz del
verdugo resonó en el pasillo de la prisión. Pocos minutos después, las cabezas
de los tres rodaban arrancadas del cuerpo por la guillotina.
Sophie Scholl,
su hermano Hans y los otros miembros de la Rosa Blanca demuestran que siempre
existe la posibilidad de hablar, de decir lo que se piensa, de despertar a los
ciudadanos ante un estado totalitario. Que aún en los tiempos más oscuros
existen quienes con coraje hacen oír su voz contra los tiranos.
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