La salud pública*
Desde Nueva York, la
cantante y compositora Isabel de Sebastián posteaba esta semana: “Estoy en el
país económicamente más poderoso del mundo, pero gran parte de la población no
va al médico porque el seguro es carísimo e igualmente pagas una fortuna deducible
antes de que el sistema comience a pagar algo. No hay salud pública salvo para
gente indigente y jubilados. Trump le sacó los fondos a las organizaciones
encargadas de este tipo de catástrofes hace meses, están desfinanciadas y hacen
lo que pueden. A cargo de la crisis está Pence, culpable de muertes en los
tiempos de la epidemia del VIH por haber votado contra la financiación del
test. El gobierno dice que hay kits de análisis, pero las noticias muestran a
médicos de hospital diciendo que no los tienen. Los médicos a domicilio aquí no
existen, y desde hace unos días los hospitales te piden que no vayas si tenés
fiebre o tos”.
Ayer el New
York Times reafirmó la falta generalizada de kits de prueba de
coronavirus en Estados Unidos. El día anterior el New Yorker publicó
en su tapa una caricatura de Trump con el barbijo puesto pero en los ojos.
Ahora Trump deberá conseguirse un kit, ya que un funcionario de Bolsonaro con
el que se reunió hace poco dio positivo.
La distopía nos venía
corriendo. Mordiéndonos los talones. Los medios opinan y opinan y opinan.
Opinan los entrevistados y los entrevistadores. Hay que llenar el tiempo al
aire y hay conteos de infectados, indicaciones contradictorias (¿Es obligatorio
u opcional hacer cuarentena después de un viaje? ¿El barbijo protege o
fragiliza?), alertas cada cinco minutos y noticias de todo el mundo. La más
estremecedora llega de Italia, donde también la salud pública sufrió en los
últimos años uno de esos recortes que tanto le gustan al FMI. Fueron una de sus
pruebas de “confianza”. No alcanzan los respiradores, y los paramédicos deben
elegir a quién salvar, y optan por los jóvenes. La distopía ya nos alcanzó.
El Italia no se
tomaron las medidas a tiempo, no existió ni por asomo la decisión china de
aislar una ciudad entera cuando hubo quinientos casos, sin perder ni un día
desde que sospecharon, pese a desconocer todavía el origen del virus, que se
trataba de un fenómeno de alto poder de contagio. Corea del Norte al día
siguiente también cerró su frontera con China. Todavía no reporta ni un caso.
La inexistencia de medidas masivas y de reflejos rápidos que mostró China se
hizo esperar en Europa. Quizá se les haya ocurrido. Pero no tienen con qué. La
peste nos está mostrando que los Estados fuertes y la salud pública tienen
poderosas razones para existir en beneficio de toda la población, porque este
virus tiene dos tipos de seres más vulnerables que otros: los ancianos con
enfermedades preexistentes a veces sencillamente por la edad, y los viajeros.
¿A qué guionista se le hubiera ocurrido?
Probablemente gracias
a la fuerte decisión de un Estado como el chino, allí la infección se amesetó y
comenzó a bajar rápidamente, mientras su traslado a países de Estados
debilitados por el neoliberalismo encontró escenarios fértiles para la
propagación. Occidente tiene además sus medios, que hacen difícil discernir
hasta dónde llega la pandemia y hasta dónde el pánico y la especulación. De
este modo, observamos cómo el sistema cuya degradación siempre hemos denunciado
por su elitismo y su crueldad, se adapta perfectamente a la muerte en todas sus
formas. Las muertes por desnutrición, por falta de atención médica, por
depresión y ahora por su fragilidad financiera cuando el que debe actuar es el
Estado, incapaz de gestos drásticos después de décadas de recortes. Hace tres
meses en este país no había ni ministerio de Salud. No hay que olvidarlo ni un
minuto cuando comience la cizaña.
Este desastre vuelve
a mostrar la mala entraña capitalista en su peor faceta. Deberían repartir por
la calle el alcohol en gel que ya no se consigue en las farmacias de ninguna
parte. Nos hay aprovisionamientos de alimentos coordinados para las poblaciones
en cuarentena, no hay distribución de agua potable ni barbijos ni, como en Estados
Unidos, kits de prueba al alcance de cualquiera que tenga los síntomas. ¿Es
concebible una situación más lacerante que la de un país cuyos hospitales en
lugar de recibir a los enfermos les piden que no vayan, sabiendo que se trata
de gente que no tendrá ningún tipo de atención médica? Se llama abandono de
persona, y lo están haciendo Estados que nunca reconocieron el valor universal
de lo público y hace décadas que se dedican a alimentar la salud prepaga.
Una vez más, este
caos que nos mantiene en estado de excepción permanente --ese estado que según
Giorgio Agamben es el que buscan los Estados autoritarios de las nuevas
derechas--, nos confirma que los Estados nacionales, cuando fueron creados,
trajeron paz después de siglos de guerras ininterrumpidas porque por primera
vez el diezmo que antes se le pagaba al conde, al duque o al rey se
convirtieron en impuestos para ver nacer, poco después, la salud y la educación
públicas. Hace medio siglo que el neoliberalismo intenta desmentir esa verdad
que hoy se traduce en torpezas y vacío de protección. Hace medio siglo que
rechazamos el desmantelamiento de lo que llegado el momento, como ahora, es lo
único que nos puede dar cierta seguridad.
Esos países que
fueron desfinanciando sus sistemas sanitarios, humillando a sus médicos,
despreciando a los enfermeros, echando a sus científicos para que trabajen en
la esfera privada, hoy son los más vulnerables del mundo. Tal vez esta
pandemia, cuyas derivaciones son todavía imprevisibles, genere pérdidas
económicas tan grandes que llame a algunos a la reflexión. Quizá no desde un
punto de vista humanista y solidario, sino desde lo único que entienden, que es
cuánto ganan.
Cuando esto amaine
habrá que repensar el Estado sin los arteros mitos neoliberales que han engordado
sus discursos miles de veces. Parafraseando al cura del siglo XIX Henri De la
Cordiere, que dijo que “entre el fuerte y el débil, la ley es la que protege y
la libertad es la que oprime”, hoy podríamos decir que entre el sano y el
enfermo, el Estado es el que protege y la medicina privada es la que se
desentiende. Esta tragedia global debe dejarnos al menos una lección: la
resignificación de lo estatal.
· Página 12 14-03-2020
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