“Ser
pobre es acostarte mal comida y soñar que comés”: Mayra Arena
POR CARLOS ULANOVSKY ABR 14, 2019 Publicado en Cohete
a la Luna
El 15 de marzo del año pasado
escribió en Facebook (la única red social que usa) el texto titulado Los
beneficios de ser pobre, una reflexión personal que fue compartida más de
70 mil veces. “Una locura”, dice ahora Mayra Arena, nacida en Bahía Blanca hace
27 años y criada en la precaria Villa Caracol y en la calle. El 30 de octubre,
invitada por el autor, integró el panel de presentación del libro Peronismo,
pampa y peligro de Felipe Solá y puso en apuros al anfitrión porque el
libro no le había gustado, pero en especial “porque soy militante, porque pido
explicaciones y porque no se me cae la baba cuando estoy frente a un
dirigente».
Cómo no callarse ante un dirigente y
pedirle explicaciones.
Y antes, el 22 de agosto dio una
charla TED (Tecnología, Entretenimiento, Diseño) de 13 minutos de
duración en el auditorio de la Cooperativa Obrera de su ciudad natal. Ante algo
más de cien personas respondió a la pregunta: ¿Qué tienen los pobres en
la cabeza? En una tarde de la primera semana de abril, en un bar
cercano a la estación Federico Lacroze, la primera pregunta de esta
charla-Cohete es: ¿qué tienen los pobres en la cartera, o en la heladera?
Mayra, vestimenta informal y sin
maquillaje, responde: “Cartera no uso. Siempre voy con lo puesto: la SUBE, el
celular y, cuando hay, también unos mangos. Respecto a lo otro –pregunta—
¿estamos hablando del pobre odiado?” Para Mayra, esa caracterización encaja en
“la figura del villero, el negro de mierda. Y no es una cuestión de plata,
porque aún cuando tenga será un negro… con plata. Al negro las clases
dominantes siempre le están controlando el gasto: ‘Mirá, se compró un estéreo
para escuchar cumbia en el auto y tiene la casa sin revocar ‘. Pueda o no
llenar su heladera el negro sufre un rechazo cultural. En otras clases
sociales no existe esa exigencia. En cambio, pareciera que los pobres solo pueden
gastar lo que les corresponde. ¿Y quién dice que es lo que corresponde?
¡Ellos!»
Mayra viene de su trabajo en la
Fiscalía Nacional Electoral. Veinticuatro horas antes de este encuentro,
fuentes oficiales y privadas informaron acerca de un fuerte aumento en los
índices de pobreza. “Sí, son brutales —admite—, pero a mí la pobreza me
obsesiona los 365 días del año. Cada tanto en el país pasa algo que nos
recuerda que la pobreza existe. Puede ser una estadística o… no sé si te
acordás de una foto viralizada hace unos años de un chico de un pueblo de
Misiones profundo, abanderado de su escuela, llevando la bandera, pero
descalzo. Enseguida una Cámara del calzado mandó para allá 300 pares de zapatos
y zapatillas. Ojo, buen gesto, sin dudas, pero esa ayuda no disimuló que viven
en casas muy precarias, sin agua potable, sin electricidad y que van al colegio
para poder recibir dos comidas al día”. Para la estudiante avanzada de Ciencias
Políticas, el tema de la pobreza tendría que ser abordado de otros modos “porque,
aunque en otras épocas también se necesitaron de ayudas oficiales, nunca, como
ahora, un Estado odió tanto a los pobres”.
Puede dar clases sobre el tema porque
lo sufrió desde que era muy chica. “El pobre –describe– es alguien que no
conoce otra economía que la del trabajo, pero que no conoció el delito. Ese es
el marginal, el que no encaja, el que no tiene modo de dejar los márgenes. La
pobreza es jodida, pero la marginalidad te mata. Cada tanto, las reiteradas
crisis argentinas se llevan puesta a mucha gente y esos son los empobrecidos.
Esos sufren más que el pobre porque no saben serlo. Y también está el
indigente, que viene a ser una forma educada de definir a los que se quedaron
afuera, y probablemente para siempre, a consecuencia de una pobreza extrema”.
Una postal de su ser pobre está sintetizada en un recuerdo infantil. Su hermana
Gisela cumple años a mitad de diciembre. Evoca: “Cada diciembre, del 1 al 14 en
lugar de un kilo de pan comprábamos medio. Con lo que ahorrábamos juntábamos un
dinero que nos alcanzaba para festejarle ese día con sandwichitos de miga. Cada
cumpleaños de Gisela era también nuestra fiesta de navidad”.
Los providenciales
En sus primeros años Mayra vivió
alternadamente en su casa, pero con ausencias que prefiere definir como
“huidas”. Hasta que a los 12 años inició una convivencia con un hombre treinta
años mayor que ella. A los 13 quedó embarazada y a los 14 se convirtió en la
mamá de Joaquín, que hoy tiene 12 años. Ya desde esa edad adolescente quería
estudiar o trabajar, pero no había instituciones o personas que le dieran un
lugar. Hasta que, muy lentamente, algo empezó a modificarse. Tenía poquitos
años cuando, en una vereda cercana al barrio Villa Caracol, otra nena llamada
Lucía las invitó a pasar a su casa a ella y a su hermana. Cuando pisaron por
primera vez la casa de Claudia y Marcelo (de apellido General) lo que
encontraron las conmocionó. “Ahí no hacía frío; las puertas se cerraban con
llave; la chocolatada era de verdad; en la mesa se comía con cuchillo y tenedor
y yo por primera vez usé un bidet, aunque durante bastante tiempo creí que era
un inodoro. Para nosotras, los General eran millonarios y su casa, otro mundo
“, cuenta. El dueño de esa casa trabajaba en la empresa eléctrica de la ciudad
y entonces Mayra infirió que, si alguien se empeñaba y sacrificaba, como
percibía que hacía Marcelo, podía llegar a tener las cosas que ellos tenían.
Estaba lejos. A Mayra no le costaba el estudio, pero podía ir al colegio
salteado porque con su hermana compartían un único abrigo. Dice que sigue
viendo a los General: “Vinieron a mi casamiento; él es re compañero».
Más adelante la quinceañera y madre
de un niño de un año conoció a Marta y Víctor, un hombre hemipléjico. Para
asumir el trabajo, todavía menor de edad, se valió de un catálogo de grandes,
medianas y pequeñas mentiras: que tenía 19 años, que había completado la
escuela primaria, que le faltaban dos materias para terminar la secundaria y
otras más. “Eso fue una bendición. Marta cocinaba muy bien, le compraba ropa a
mi hijo, yo tenía un sueldo todos los meses. Víctor no podía moverse, pero era
una persona culta y de la cabeza estaba perfecto. Con él tuve las primeras
charlas sobre política y también de su mano recibí los primeros libros que leí
completos: Papillón, de Henri Carriere y El hombre mediocre,
de José Ingenieros. Luego vendrían lecturas de autores como Sábato, Martínez
Estrada, Cortázar, Lanata y “uno de Borges que no entendí nada”. Los ojos de
Mayra brillan porque Marta y Víctor murieron, pero su recuerdo está vivo.
Otra providencial fue Gisela, su
hermana, menor que ella, que todavía vive en Bahía Blanca. «Mi mejor amiga, mi
compañera eterna. De chica salíamos juntas a la calle a ver qué conseguíamos y
ella era muy bicha, una artista para pedir. Ahora trabaja y estudia para
maestra. La quiero porque ella creyó en mí, hasta cuando estábamos pasadas de
hambre. Es raro porque cuando nos juntamos a hablar de los tiempos infantiles
ella no se acuerda de nada, es como si hubiera nacido a los nueve años. Y tal
vez algo de razón tenga porque a esa edad se fue de la casa a vivir con mi
abuela materna”. El siguiente providencial es Matías, su marido desde hace seis
años y a quien ella llama ‘El flaco’. Lo sitúa en el mundo: “Fue pobre, pero
nunca pasó hambre y pudo estudiar. Es informático de profesión”. Reconoce que
antes de conocerlo estaba muy enojada con la vida y que él la ayudó a ser menos
resentida. “Igual, un poco resentida sigo siendo, por ejemplo, cuando escucho
que alguien me quiere dar consejos, gente que, a lo sumo, lo más serio que tuvo
que pensar es qué regalo iba a recibir para su cumpleaños”. Mayra fue madre
adolescente. Eso, razona, para una chica de clase media o alta es “un problema
a resolver. Para un pobre, es una opción de vida. Joaquín es lo mejor que me
pasó en mi vida. Ya está en primer año de una secundaria pública. Es un
fenómeno: activo, deportista, alegre”.
Pero, sin dudas, la providencial de
cabecera es ella misma que supo conseguir las herramientas para sacar lo que
tenía dentro. Hay un clic extraordinario y revelador. Antes de
conocer a Marta y Víctor había conseguido una changa para dejar en condiciones
de limpieza óptima departamentos antes de entregarlos a sus propietarios.
“Limpiaba pésimo, y era lógico. ¿Cómo lo iba a hacer mejor si siempre había
vivido sobre piso de tierra? Un día me llaman y me informan que van a
prescindir de mis servicios. A mí la palabra prescindir me sonó a
imprescindible y estimulada, al día siguiente, me presenté a trabajar más
temprano. Tardé en entender que me estaban echando. Fue muy humillante y ahí
dije: ‘Si estudio, esto no me va a volver a pasar’».
Estudia en modalidad a distancia la
carrera de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Tres de Febrero.
Prepara y rinde cinco materias por cuatrimestre. Materias como Macroeconomía y
Política Comparada y lectura de autores como Zygmunt Bauman y Naomi Klein le
abrieron mundos nuevos en su cabeza, pero hay una, Teoría Política, a la que
considera un karma. Más temprano que tarde celebrará su título de politóloga.
En Bahía Blanca sobrevivía trabajando de depiladora y cobrando una Asignación
Universal por 7.500 pesos.” Ya hace dos años que dejé de cobrarla, pero tal vez
deba volver a tramitarla”, dice, y escribe sobre una servilleta MMLPQTP.
Bonita, pequeña de estatura, directa
en su modo de expresarse, con una vivacidad que coincide con sus rulos al aire,
Mayra vive (con su hijo Joaquín, su marido Matías y Alelí, su hermana menor, de
13 años) en un departamento en Villa Bosch, en el partido de Tres de Febrero.
En Bahía Blanca están su mamá, una mujer de 41 años, con problemas cognitivos,
a la que las severas condiciones de vida le dieron una apariencia de persona
mucho mayor y dos de sus hermanos, Gisela, de 24 años e Iván, de 18.
Por los medios
Le asombra todavía con cuánta
rapidez, como quien dice de un día para el otro, se volvió conocida, muy
requerida por los medios y habitante frecuente de las redes sociales. “Mi vida
sigue igual. Estar con mi familia, escribir, militar, eso siempre. Sigo
diciendo lo mismo, sólo que hay gente que me lee, que me escucha, que me
menciona. Sigo luchando contra la idea nefasta, cómoda de los que piensan que
el pobre es así porque quiere”. No se libró de los odiadores que infectan las
redes. Le dicen: «‘No entiendo por qué te invitan tanto’ o ‘¿Quién te crees que
sos?’ y yo respondo: ‘¿Quién hay que ser para hablar de pobreza?» La enorme
repercusión mediática que obtuvo le acercó propuestas que la siguen
sorprendiendo. Después de contar que había confundido un bidet con un inodoro,
una empresa de sanitarios de primera línea le ofreció convertirse en promotora
de sus productos. Y un senador del PRO le propuso una asesoría que ella
agradeció y rechazó.
Gustos y definiciones
Reconoce que es de la generación de jóvenes
criada con figuras como Tinelli y compañía, pero en su casa actual no tiene
televisor. Le gusta leer diarios y revistas en papel. “Le presto mucha atención
a ese periodismo pretendidamente neutral, garante de la derecha y básicamente
antiperonista». Admiradora de Andrés Calamaro y de la Bersuit, la banda de
sonido que más la representa es la de la cumbia, la tradicional, como Los
Wawancó, pero especialmente la de Dalila.
Militante del PJ de Bahía Blanca
desde sus 17 años, en las presidenciales del 2015 votó a Scioli, «después de
putearlo en todos los colores porque fue uno de los peores gobernadores, pero,
no me importó, lo milité con bombos y platillos. Y es lo que voy a volver a
hacer este año, sea quien sea, con tal de que Macri no vuelva a ganar. Gracias
al peronismo y a Evita (de quien mi bisabuela me habló desde que tenía seis
años) entendí muchas cosas. Cuando los pobres votamos por interés económico es
que el voto es comprado. Pero si la clase media o alta vota a quien le promete
que no pagará ganancias, a eso lo llaman elección ideológica”.
Figuras
Gobernadora María
Eugenia Vidal: “Ella es más peligrosa que el
Presidente, porque tiene modales encantadores y en especial porque es
trabajadora, cosa que Macri no es. Los dos proponen un sistema letal para los
pobres. Y aquellos que los votan piensan igual, por ejemplo, que quien nace en
la pobreza no puede llegar a la universidad».
Margarita
Barrientos: “Es la pobre hegemónica, la pobre
que gusta, es la pobre que piensa que todo pobre debe aceptar las condiciones
de trabajo que el sistema propone, aunque sean pésimas”.
Milagro Sala: “Es lo opuesto a Barrientos. Fue la que dijo: ‘La negrada merece tener
lo mismo que cualquier rico’. Y por eso construyó casas de material con todo lo
necesario y una piscina mejor que la de los poderosos. Que un pobre quiera
tener lo mismo que los demás es algo que las clases hegemónicas no toleran”.
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