Para
abordar la banalidad de la política no es necesario ir tan lejos. Alcanza con
leer la prédica de los principales columnistas políticos de los medios
dominantes cuando se encuentran con gobiernos populistas según su
descalificación, y que son precisamente aquellos que pertenecen al campo
nacional y popular. Son estos gobiernos los que con contradicciones y
limitaciones, intentan poner al Estado al servicio de los sectores populares y
en lugar de distribuir sólo hacia arriba, reparten parte de la renta nacional
hacia abajo. Los que proponen ser soberanos y romper el andamiaje cultural de
la dependencia cultural y económica. Esto es para esos escribas un crimen
inadmisible.
Su prédica
se centra entonces en el Estado como un mal en sí mismo, donde sólo puede
encontrarse corrupción e ineficiencia. Y la política no es un instrumento para
transformar la sociedad, sino la expresión más palpable de las miserias y
bajezas humanas. Todo lo mirarán a través de una segunda intención deleznable,
que convertirá la decisión más loable en la satisfacción de los intereses
individuales de quienes toman la medida.
Si se
recuperan los fondos previsionales de la rapiña de las AFJP, eso se traducirá
como un manotazo a los fondos de los jubilados. Si se aprueba una ley de medios
audiovisuales para acotar monopolios y ampliar las voces, eso no es más que un
atentado a la libre expresión y un camino indefectible a la censura. Si se
considera de interés público el papel para diario cuya fabricación está en
manos de una empresa hegemónica propiedad mayoritaria de los dos diarios
dominantes, eso es ir contra el libre mercado. Si se paga deuda externa con
reservas, eso es una apropiación indebida e irresponsable de los ahorros
acumulados, la mayor parte de ellos obtenidos durante el gobierno popular que adopta
la medida. Si se estatiza el 51% de las acciones de YPF, es con la evidente
intención de apoderarse de una nueva caja. Si se reforma la Carta Orgánica del
Banco Central, rémora del neoliberalismo salvaje, es para disponer
irresponsablemente de los fondos.
Son análisis realizados a través de las
anteojeras de un tesorero. No hay nada que se pueda
realizar en función de una idea o de un proyecto político. Y cuando hasta
sus aliados políticos lo abandonan- vaya a saber si transitoria o
definitivamente- como en el caso de los radicales con la estatización de la
mayoría de las acciones de YPF, Joaquín Morales Solá desde las páginas
ensangrentadas de La Nación ,
subido a la Tribuna
de Doctrina empecinadamente antinacional y antipopular los acusa: “¿Qué les pasó
a los radicales? ¿Fueron víctimas de un “chantaje emocional”, como lo calificó
el diputado Oscar Aguad, el líder de media docena de diputados radicales que se
sublevaron entre 40 obedientes? Había mucho más diputados radicales dispuestos
a desobedecer la increíble orden partidaria. Uno a uno fueron cayendo seducidos
por promesas de que podrán nombrar en la Cámara de Diputados a más empleados que los que
ya tienen.” Increpa a los diputados de un partido que fundó YPF y que anuló los
contratos petroleros que había suscripto Arturo Frondizi, en el gobierno de
Arturo Illía. ¿Quienes respetaron más la historia? ¿los que votaron a favor o
los genuflexos a los medios dominantes que ni siquiera fueron capaces de decir
no y se retiraron? Como en el barro todos quedan embarrados, la decisión
correcta y conforme a la mejor tradición yrigoyenista de los radicales, es
colocada no como coherencia ideológica, sino como una compensación ridícula a
través de poder designar un mayor número de empleados.
Cuando los
que se autotitulaban republicanos y demócratas (como hoy los Morales Solá y
cía.) bombardearon Plaza de Mayo,
fusilaron en los basurales de José León Suarez y prohibieron y proscribieron a
las mayorías populares, consideraron que eso era una cruzada purificadora
indispensable y patriótica y que la política sólo estaba conformada con
ideales.
Cuando los
que se autotitulaban republicanos y demócratas (como hoy los Morales Solá y
cía.) exaltaban los móviles impolutos de los promotores y ejecutores de la
desnacionalización de la economía, la destrucción de los avances científicos
conseguidos, del arrasamiento de las universidades, de la devastación de
Tucumán y del avance de la proscripción contra las mayorías populares encarnada
en la dictadura cívico-militar de Onganía, -pomposamente autodenominada
Revolución Nacional-;
Cuando
nada de esto alcanzó, los que se
autotitulaban republicanos y demócratas como hoy los Morales Solá y cía,
propulsaron y promovieron la dictadura establishment-militar de 1976, alentaron
el terrorismo de estado, cantaron loas a los militares y sus patrióticas
intenciones.
En
ningunos de estos casos se preocuparon por la seguridad jurídica, el rol del
estado, la pobreza, la indigencia o la caja.
Cuando
durante el menemismo se aprobaban privatizaciones con diputados truchos y se
enajenaba lo que quedaba del patrimonio nacional, cuando se desguazaba el
Estado a favor de los que lo que lo convirtieron en un anémico crónico, los que
se autotitulaban republicanos y demócratas como hoy los Morales Solá y cía,
propagandizaban que marchábamos a paso firme hacia el primer mundo y tenían
orgasmos con las relaciones carnales.
Imaginemos a Joaquín Morales Solá, Mariano Grondona, Jorge Lanata, Ricardo Kirschbaum, Carlos Pagni, a mero título enumerativo de una larga lista, que se presentan como independientes y profesionales, siendo funcionales a los medios hegemónicos que lo contratan, hubiesen sido contemporáneos de Mariano Moreno, de San Martín y de Belgrano, a los que hoy reverencian pero cuyas políticas hubieran demonizado por nacionales y populares, haciendo eje en las impurezas de la realidad. Podrían haber dicho: “ Es evidente el doble discurso de Moreno que hace un año escribió
Estos
banalizadores de la política y de la historia, intentan describirla al tamaño
de sus insignificancias. Vano intento. Pueden tener éxitos temporales, pero el
tiempo pone a cada uno en su lugar. Creen escribir la primera versión de la
historia y apenas llegan a incorporarse, con suerte, a un pie de página. Y es posible que su
destino sea apenas una fe de erratas.
6-05-2012
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Excelente.
ResponderEliminarEn el caso de esos tipejos más que algo banal hay algo venal, y vano es pretender que no sean así.
Saludos
Ladislao
Hay algo que no entiendo ¿el estado es un buen tipo?
ResponderEliminarY esto se lo digo porque poner a Arendt no es un ornato, hay en ella una prédica contra ese reduccionismo que usted opera desde el pensamiento causal. A menos que usted vea/crea que hay un posible estado que se preocupe "por la seguridad jurídica, la pobreza, la indigencia o la caja".