Camino por última vez Tecnópolis, ese gigante parque que me vio entrar cada mañana y me abrazó con sus enormes árboles y su sol radiante de verano. Dejo atrás el crudo viento de cada domingo que empujó consigo a miles de autos que hicieron fila para jugar con las matemáticas en vacaciones de invierno. Saludo al guardián Coloso que todavía me guiña un ojo cada vez que la noche lo enciende.
Lloré el 29 de noviembre de 2015 cuando cerramos la quinta edición de "Ciencia, arte y tecnología" rompiendo un nuevo récord de espectadores: 22 millones de personas respiraron Tecnópolis de manera totalmente gratuita.
Prometimos "Futuro para siempre". Nos prometimos un sueño eterno. Lo hicimos cartel, slogan y consigna. Lo hicimos palabras porque supimos que algunas de las cosas que locamente soñamos, las hicimos realidad. La mágica e increíble "Unidad Ejecutora del Bicentenario", nacida para los multitudinarios festejos del 2010, murió el 9 de diciembre del año pasado. El proyecto cultural más importante e imponente de los últimos años, el que tomó la calle y llamó al pueblo a celebrar para vivir experiencias increíbles, encontró la oscuridad en un cajón de la nueva gestión de gobierno. Se acomodó en un pilón junto con otros proyectos sociales de los que el Estado era motor y responsable.
Como verán mi relato no es individual, hay pluralidades en estos verbos porque nada de esa maravilla hubiera ocurrido en soledad. Guiados por un versado líder, un grupo de profesionales, en su mayoría jóvenes, inquietos con ganas de romper estructuras y salir de los márgenes pensó en crear algo singular para el pueblo. Pensó en generar contenido de alta calidad y gratuito. Pensó en "fiesta, patria, popular" y en "ciencia, arte y tecnología" para todos. Dejó de pensar y trabajó. Trabajamos. Madrugadas, días eternos. Me recomendaron: "comprate un buen calzado" y entendí por qué. No se paraba. Tecnópolis y 56 hectáreas repartieron handys y una red de laburantes se dispuso a edificar las utopías. Y vimos a los pibes jugar con las leyes de la física, a rapear en escenarios y a leer en voz alta. Y tuvimos dos "Encuentros de la palabra" que se encontraron con todas las expresiones que las usaran: teatro, música, stand up, hip-hop, literatura y más. Siempre hubo más. Llegaron los festivales, la percusión y Comicópolis. Raíz trajo la comida de todo el país. Las provincias bailaron cada noche. Aprendimos filosofía y hubo shows de ciencia.
Maravilloso. Igualitario. La justicia social hecha espacio. Miles de "cabecitas negras" colmaban los colectivos y nos llamaron "negrópolis" pensando que lastimaban el orgullo que nos daba servir, desde el Estado, a los que menos pueden. Nos parábamos felices para verlos entrar. Como trabajadores nos escondimos entre el público y buscamos las sonrisas y el asombro. Ese era nuestro pago final. Eso pagaba las horas extras. Las computadoras, las hojas impresas con un sin fin de ideas reescritas, cada web programada, las redes sociales. Las lluvias, el frío, la falta de sueño, los fines de semana, los armados de escenarios y las pruebas de sonido. La radio. La magia.
Ayer, junto a otros compañeros, me echaron de Tecnópolis y hoy caminé el parque por última vez. Me acompañaron los abrazos y el cielo se puso a llover. A cada paso una promesa de volvernos a encontrar. Obvio que lloré de vuelta. Sí, claro que me da miedo no llegar a fin de mes y poder pagar todos los nuevos y abultados aumentos. Pero también lloré por lo colectivo. Porque no sólo no soy la única excluida del Estado, ni despedida del sistema laboral (los sangrientos números siguen creciendo día a día), sino porque cada vez que un pedazo del Estado es destruido los más perjudicados son los otros. Son los que necesitan de lo público, de lo gratuito. Son los que necesitan del Estado. Y lloro también porque este nuevo y desalmado gobierno no sólo no piensa en ellos, en nosotros, sino que empobrece la calidad de los contenidos que puede acercarles.
Quise este sueño y viví despierta y enteramente ese proceso. Me voy con lo mejor: con las caras de asombro ante lo nuevo, con la felicidad de lo aprendido, con el amor de las buenas almas.
Y allí todavía queda gente, esa gente que hoy me abrazó. Y por ellos lo digo. Hay mucha comprensión de lo que lastimosamente le sucede a la Argentina. Fue un hermoso espacio por un montón de cosas, pero entre ellas porque su base fue la conciencia social. La gente que trabaja/ó en la Unidad Ejecutora del Bicentenario sufre junto al pueblo. Y hoy, más que nunca, creo que hay que DECIR PRESENTE MIRANDO EL FUTURO
Prometimos "Futuro para siempre". Nos prometimos un sueño eterno. Lo hicimos cartel, slogan y consigna. Lo hicimos palabras porque supimos que algunas de las cosas que locamente soñamos, las hicimos realidad. La mágica e increíble "Unidad Ejecutora del Bicentenario", nacida para los multitudinarios festejos del 2010, murió el 9 de diciembre del año pasado. El proyecto cultural más importante e imponente de los últimos años, el que tomó la calle y llamó al pueblo a celebrar para vivir experiencias increíbles, encontró la oscuridad en un cajón de la nueva gestión de gobierno. Se acomodó en un pilón junto con otros proyectos sociales de los que el Estado era motor y responsable.
Como verán mi relato no es individual, hay pluralidades en estos verbos porque nada de esa maravilla hubiera ocurrido en soledad. Guiados por un versado líder, un grupo de profesionales, en su mayoría jóvenes, inquietos con ganas de romper estructuras y salir de los márgenes pensó en crear algo singular para el pueblo. Pensó en generar contenido de alta calidad y gratuito. Pensó en "fiesta, patria, popular" y en "ciencia, arte y tecnología" para todos. Dejó de pensar y trabajó. Trabajamos. Madrugadas, días eternos. Me recomendaron: "comprate un buen calzado" y entendí por qué. No se paraba. Tecnópolis y 56 hectáreas repartieron handys y una red de laburantes se dispuso a edificar las utopías. Y vimos a los pibes jugar con las leyes de la física, a rapear en escenarios y a leer en voz alta. Y tuvimos dos "Encuentros de la palabra" que se encontraron con todas las expresiones que las usaran: teatro, música, stand up, hip-hop, literatura y más. Siempre hubo más. Llegaron los festivales, la percusión y Comicópolis. Raíz trajo la comida de todo el país. Las provincias bailaron cada noche. Aprendimos filosofía y hubo shows de ciencia.
Maravilloso. Igualitario. La justicia social hecha espacio. Miles de "cabecitas negras" colmaban los colectivos y nos llamaron "negrópolis" pensando que lastimaban el orgullo que nos daba servir, desde el Estado, a los que menos pueden. Nos parábamos felices para verlos entrar. Como trabajadores nos escondimos entre el público y buscamos las sonrisas y el asombro. Ese era nuestro pago final. Eso pagaba las horas extras. Las computadoras, las hojas impresas con un sin fin de ideas reescritas, cada web programada, las redes sociales. Las lluvias, el frío, la falta de sueño, los fines de semana, los armados de escenarios y las pruebas de sonido. La radio. La magia.
Ayer, junto a otros compañeros, me echaron de Tecnópolis y hoy caminé el parque por última vez. Me acompañaron los abrazos y el cielo se puso a llover. A cada paso una promesa de volvernos a encontrar. Obvio que lloré de vuelta. Sí, claro que me da miedo no llegar a fin de mes y poder pagar todos los nuevos y abultados aumentos. Pero también lloré por lo colectivo. Porque no sólo no soy la única excluida del Estado, ni despedida del sistema laboral (los sangrientos números siguen creciendo día a día), sino porque cada vez que un pedazo del Estado es destruido los más perjudicados son los otros. Son los que necesitan de lo público, de lo gratuito. Son los que necesitan del Estado. Y lloro también porque este nuevo y desalmado gobierno no sólo no piensa en ellos, en nosotros, sino que empobrece la calidad de los contenidos que puede acercarles.
Quise este sueño y viví despierta y enteramente ese proceso. Me voy con lo mejor: con las caras de asombro ante lo nuevo, con la felicidad de lo aprendido, con el amor de las buenas almas.
Y allí todavía queda gente, esa gente que hoy me abrazó. Y por ellos lo digo. Hay mucha comprensión de lo que lastimosamente le sucede a la Argentina. Fue un hermoso espacio por un montón de cosas, pero entre ellas porque su base fue la conciencia social. La gente que trabaja/ó en la Unidad Ejecutora del Bicentenario sufre junto al pueblo. Y hoy, más que nunca, creo que hay que DECIR PRESENTE MIRANDO EL FUTURO
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