27 julio 2023

Cómo fue la noche que Evita supo que se iba a morir, el pañuelo con sus lágrimas y sus últimas palabras

Después de pasar varias horas en coma, se anunció su fallecimiento a las 20.25 del sábado 26 de julio de 1952. Tenía 33 años y el cáncer había consumido su cuerpo, hasta reducir su peso a solo 37 kilos. La operación con la que quisieron salvarle la vida y su decisión de acompañar a Perón hasta el límite de sus fuerzas
 
Por Daniel Cecchini 
26 Jul, 2023 - Infobae
 

La reconstrucción de las últimas horas de la Abanderada de los humildes permite saber que entró en coma cinco horas después de que Finochietto entrara en la habitación para tomarle el pulso, alrededor de las 16.30 de la tarde, y que moriría al cabo de otras cuatro horas, a las fatídicas 20.25 de ese sábado 26 de julio

-Doctor Finochietto, venga por favor… - dijo la enfermera María Eugenia Álvarez al entrar en la habitación donde descansaba el médico. Habló en voz baja, casi en un susurro.

Eran poco más de las 11 de la mañana del 26 de julio de 1952 y en la ciudad de Buenos Aires el cielo plomizo anunciaba lluvia. El doctor Ricardo Finochietto miró a la joven enfermera con una pregunta en los ojos, pero no dijo una palabra. Se levantó presuroso, salió a uno de los pasillos del Palacio Unzué y caminó hasta la habitación contigua.

Era un vestidor de paredes color gris, con una sola ventana y muy pocos muebles: un pequeño tocador, un espejo ovalado colocado en un rincón y dos pequeñas sillas con fundas claras. Allí lo esperaba de pie la mucama Hilda Cabrera de Ferrari, que se hizo a un lado para dejarlo pasar hasta la cama.

Allí, casi perdida entre las sábanas, descansaba Eva Perón. El médico agarró su muñeca derecha y le tomó el pulso. La enferma parecía dormir, pero en realidad estaba inconsciente. Finochietto se sentó en una de las sillas y recorrió con la vista la pequeña habitación, donde la mujer del presidente Juan Domingo Perón había querido instalarse hacía unos pocos días, para estar más cerca del General, pero sin molestarlo.

La reconstrucción de las últimas horas de la Abanderada de los humildes permite saber que entró en coma cinco horas después de que Finochietto entrara en la habitación para tomarle el pulso, alrededor de las 16.30 de la tarde, y que moriría al cabo de otras cuatro horas, a las fatídicas 20.25 de ese sábado 26 de julio.
 

 
Cuando salió del vestidor para llamar al médico de cabecera de la mujer, la enfermera Álvarez, de 23 años, no sabía que, junto a la mucama Cabrera, serían las dos únicas personas en escuchar las últimas palabras de Evita

Las últimas palabras

Cuando salió del vestidor para llamar al médico de cabecera de la mujer, la enfermera Álvarez, de 23 años, no sabía que, junto a la mucama Cabrera, serían las dos únicas personas en escuchar las últimas palabras de Evita.

-Me voy, la flaca se va, Evita se va a descansar – había dicho con un hilo de voz mirando la mucama.
 
La enfermera Álvarez reconstruyó aquel momento cuando tenía 83 años, durante un homenaje que la Legislatura porteña le hizo a Eva Perón en julio de 2012.

Contó también que Eva pronunció esas palabras con lágrimas en los ojos y que ella se las secó con un pañuelo que guardó celosamente durante 60 años hasta que decidió donarlo. “Pensé: ‘serán sus últimas lágrimas, ¿hacia dónde irán?’. Recordé que debajo de la almohada estaba su pañuelo. Lo saqué y sequé sus lágrimas, pero no opté por ponerlo otra vez debajo de la almohada sino que lo guardé en mi bolsillo. Hoy he decidido dejarlo donde debe estar, en el Museo Evita”, dijo.

Después de ir a buscar a Finochietto, la enfermera no se movió más de la habitación, hasta el momento de la muerte.

“Fue un momento muy fuerte, pero muy fuerte… para mí muy fuerte… Quedó como angelada… bella… en paz. No tuvo estertor como lo tienen otros enfermos, fue como si se hubiera dormido, hasta que no hubo más pulso, ni más respiración. Se fue tranquila, en una paz absoluta”, relató seis décadas después.

Fue un final apacible después de largos meses de profundo sufrimiento.
 

Eva Perón falleció el 26 de julio de 1952 víctima de un cáncer

La operación y el secreto

Hacía apenas ocho meses que el médico estadounidense George Pack, del Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York, había operado a Evita de un cáncer de cuello de útero. Había sido el 6 de noviembre de 1951 en el Hospital “Presidente Perón” de Avellaneda, que dirigía Finochietto.

Curiosamente ese hospital había sido inaugurado unos años antes por la propia Evita con la idea de que “sus descamisados” tuvieran un centro de salud de excelencia.

Pack había viajado expresamente desde Nueva York para la operación por sugerencia del oncólogo argentino Abel Canónico. “Pack no era un desconocido para la Argentina. Si un mes antes de que me pidieran que sugiriera el nombre de un profesional para que tratara a Eva Perón, él había estado asistiendo al Congreso Mundial del Cáncer que organicé yo. Era el invitado de honor y hasta dio una conferencia. Pero no sabíamos nada, entonces, de la enfermedad de Evita, aunque ya la padecía y estaba sometida a un tratamiento de radium”, recordó el mismo Pack en una entrevista que le hizo La Nación en el año 2000.

Según Canónico, la elección de un cirujano extranjero se debió a presiones del propio Perón. “Acá había muy buenos cirujanos y oncólogos, En el país se hacía con frecuencia esa operación. Más bien creo que Perón no quería que si le pasaba algo le reprocharan no haber recurrido a los mejores especialistas. Ahí fue cuando Perón dijo: ´Si hay que hacer una cirugía grande, que sea también un gran cirujano quien la atienda´. Me consultaron y yo recomendé a Pack. La consigna era que su nombre no tendría que figurar en ninguna parte, ni frente a ella ni frente a la prensa”, contó el médico.
La visita de Pack duró apenas 48 horas, el tiempo justo para preparar la operación y realizarla. El diagnóstico, tan terminante como duro, fue cáncer. Los datos los tuvo Perón y fueron guardados celosamente en secreto.
 

El diario Democracia anuncia la muerte de Eva Perón en su tapa

 
El voto y la foto

Cinco días después de la operación, el 11 de noviembre de 1951, una foto mostró a Eva Perón, demacrada, votando en su cama de hospital, hasta adonde habían llevado la urna. Era la primera vez que votaban las mujeres en la Argentina y ella, que había impulsado la ley, no quería dejar de votar.
Ese día, Perón fue reelecto por segunda vez con el 63 % de los votos. Evita, dos días antes de aquellas elecciones del 11 de noviembre, había grabado un mensaje radial donde se la escuchó decir, con voz débil: “No votar a Perón es, para un argentino, traicionar al país”.

Uno de los que acompañaron la urna hasta el hospital fue el escritor David Viñas, por entonces de 42 años y fiscal por la Unión Cívica Radical. Lo recordaría así: “Llovía. Asqueado por la adulonería que encontré en torno de Eva Perón, me conmovió al salir la imagen de las mujeres que afuera, de rodillas, rezando en la vereda, tocaban la urna electoral y la besaban. Una escena alucinante, digna de un libro de Tolstoi”.

La potencia del gesto político de votar tuvo como contrapartida el cuadro que mostraba la imagen de Eva: flaca, demacrada.
 
Tres días después la trasladaron en ambulancia al Palacio Unzué. Se negó rotundamente a que la instalaran en el dormitorio que hasta entonces había compartido con Perón. “No quiero molestarlo a Juan”, dijo, terminante.
 

 
A través de diversos testimonios, los periodistas Vacca y Borroni pudieron reconstruir la rutina de la enferma en esos días

Eligió una amplia habitación en el primer piso de la casona, con dos ventanales que daban a los jardines sobre Avenida del Libertador. Aquella era una habitación amplia con un ambiente luminoso, con una enorme cama Luis XV y cortinados de voile y terciopelo rojo.
Estuvo allí hasta mediados de julio de 1952 cuando, quizás previendo que le quedaban pocos días de vida, pidió que la trasladaran al vestidor de paredes grises, más cerca de la habitación de su marido.

En lucha hasta el final
 
A pesar de su debilidad y su precario estado de salud, Eva Perón se negó a guardar el reposo casi absoluto que le recomendaban los médicos. Insistía en participar de todos los actos posibles para apoyar al gobierno de Perón.

Era consciente de que ese cuerpo de apenas 37 kilos que tanto la hacía sufrir tenía, paradójicamente, un enorme peso político.

El 1° de mayo de 1952 se la vio consumida en el acto central que se realizó en la Plaza de Mayo, donde habló por última vez frente al pueblo desde un balcón de la Casa Rosada.

-Otra vez estoy en la lucha, otra vez estoy con ustedes, como ayer, como hoy y como mañana – dijo a sus descamisados, pero su estado físico decía todo lo contrario.


 

El 1° de mayo de 1952 se la vio consumida en el acto central que se realizó en la Plaza de Mayo, donde habló por última vez frente al pueblo desde un balcón de la Casa Rosada

Su última aparición en un acto público fue el 4 de junio de 1952, cuando se iniciaba el segundo período presidencial de un Perón reelecto en las elecciones del 11 de noviembre anterior. No hubo manera de impedirle que fuera.
 
En una entrevista que le realizaron en 1969 los periodistas Roberto Vacca y Otelo Borroni al ex secretario de prensa de Perón, Raúl Alejandro Apold, recordó la determinación de Eva: “Ese día llegué a la residencia a las 10 de la mañana para entregarle un ejemplar de Eva Perón, un libro que la Subsecretaría acababa de editar y que reflejaba su obra. Perón conversaba animadamente con doña Juana, madre de Eva: ambos están preocupados porque no habían podido convencerla de que no debía asistir a la ceremonia. El general me sugirió que le dijera que hacía mucho frío. Cuando entré a su habitación la señora vestía un piyama celeste. Hojeó el libro con atención y al ver las fotos las lágrimas anegaron su mirada triste: ‘Lo que llegué a ser y mire cómo estoy ahora...’, me dijo. Para cambiar de tema le comenté que en la calle hacía un frío tremendo, pero me interrumpió: ‘Esa es una orden del general. Yo voy a ir igual. La única manera de que me quede en esta cama es estando muerta.’ No tuve más remedio que comunicarle a Perón que mi gestión había fracasado.”

Para que pudiera asistir tuvieron que hacerle varias aplicaciones de morfina en la nunca y el tobillo, donde le habían aparecido metástasis del tumor, y pudo mantenerse erguida durante todo el acto gracias a un sistema para apuntalarlo que había ideado un empleado de la residencia presidencial. Se la vio de pie, vestida con un tapado de piel, viajando en el coche descubierto que partió desde el Palacio Unzué por Avenida del Libertador hasta la Casa Rosada, donde tuvieron que aplicarle dos nuevos calmantes. También presenció toda la ceremonia de pie, ayudada por el dispositivo que le habían construido y apoyada disimuladamente en una silla.

La rutina de los últimos días
 
Después de ese acto, Eva no volvió a salir de la residencia. A través de diversos testimonios, Vacca y Borroni pudieron reconstruir la rutina de la enferma en esos días.
 
“El día de Eva Perón era tan agitado como se lo permitía su declinante salud. A las 7 se despertaba y era atendida por las hermanas María Eugenia y Marta Rita Álvarez, diplomadas en la Escuela de Enfermeras de la Fundación. A las 8 llegaba el peinador Julio Alcaraz, quien permanecía junto a ella mientras Irma Cabrera de Ferrari, su mucama personal, servía el frugal desayuno y preparaba la habitación para las primeras audiencias, en general dedicadas a delegaciones gremiales”.

 

Evita rodeada de niños en el momento de apogeo del peronismo en el poder
 
Perón la visitaba tres veces por día: “Antes de salir hacia la Casa Rosada, cuando regresaba y para despedirla antes de dormir. Los familiares sólo en las últimas semanas se fijaron turnos para atenderla. (Su secretario personal Atilio) Renzi pasaba prácticamente todo el día a su lado: a medianoche era reemplazado por (su amigo personal Oscar) Nicolini, Apold o algún otro funcionario cercano. Tres veces por semana un chofer de la Presidencia traía a su manicura personal. A pesar de sus insistentes pedidos le eran retaceados diarios y revistas: apenas le llegaba, puntualmente, el semanario de historietas El Tony”, escribieron en 1969.

Las horas finales
 
La noche del 25 de julio, Eva le pidió a la enfermera María Eugenia Álvarez que la acompañara hasta el baño. La joven tuvo que llevarla casi en vilo.

-Ya queda poco – le dijo Evita cuando estaban volviendo.
-Sí, señora, queda poco para ir a la cama – le respondió, confundida, la enfermera.

-No, querida – insistió Evita -. A mí me queda poco.

Sesenta años después, Ferrari recordó ese momento “Volvimos despacito caminando y la acosté. La arropé bien, puse la ropa de cama debajo del colchón. Fui volando a buscar al médico y le expliqué lo que había pasado. Le tomó el pulso, la revisó y le hicimos un inyectable”, contó.

Faltaban pocas horas para que le dijera a su mucama, Hilda, sus últimas palabras:
-Me voy, la flaca se va, Evita se va a descansar.
 

 

Cuando el doctor Finochietto confirmó la muerte, Perón dejó escapar las lágrimas que venía conteniendo durante todo el día.

La muerte a las 20.25
 
Eva Perón habló por última vez poco después de las 11 de la mañana y entró en coma a las 16.30. A su lado, además de la enfermera Álvarez, se fueron reuniendo Perón, Apold, Nicolini, Juan Duarte – hermano de Eva -, el doctor Raúl Mendé, el padre Hernán Benitez – confesor de Eva – y el doctor Finochietto, que no podía evitar las lágrimas ante una muerte que sabía inminente.

Instaladas en una habitación cercana también estaban sus hermanas Erminda, Blanca y Elisa, y su madre, Juana Ibarguren, que entraban y salían constantemente. No querían llorar frente a ella.

El pulso de Eva Perón se fue haciendo cada vez más débil hasta que pasadas las ocho de la noche – la hora oficial de su muerte quedará fijada en las 20.25 – se apagó definitivamente. Llovía sobre Buenos Aires, donde la temperatura era de 13 grados centígrados.

Cuando el doctor Finochietto confirmó la muerte, Perón dejó escapar las lágrimas que venía conteniendo durante todo el día. “Se puso a llorar como un niño y llegó a decirme: ‘¡Qué sólo me quedo, María Eugenia!’”, contaría seis décadas después la enfermera que la vio morir.

Una hora después, a las 21.36, locutor oficial Jorge Furnot, leía el escueto comunicado redactado por Apold en la misma habitación donde había visto morir a Evita:

“Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación”.



 


 

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