Fue más que un grito. Fue un alarido.
Que ni siquiera el famoso cuadro “El Grito” del noruego Edvard Munch, realizado
cuando finalizaba el siglo XIX, puede servir de ilustración. Nació en las vísceras,
las procesó el cerebro y surgió de la boca de las urnas. Fue un alarido que se
escuchó de Jujuy a Tierra del Fuego. Fue la queja sonora puesta en millones de
sobres, de los que surgió ese alarido de un pueblo al que se lo degradó, se lo
basureó; se le dijo que sus derechos eran privilegios; que vivir dignamente
debe ser selectivo; que el salario que intenta recompensar un trabajo es apenas
un costo entre otros ítems de una planilla Excel. Sí, de esos miles de urnas
salió un alarido, que dejó a un gobierno insensible de empresarios y Ceos en
estado cataléptico. Ese que gobierna para los mercados; que desconoce que el
mostrador tiene dos lados, porque suelen estar acostumbrados a estar en ambos
al mismo tiempo. Y cuando encuentran que del otro lado hay intereses opuestos,
generalmente poderosos y extranjeros, se arrodillan y caminan así, con esa
genuflexión que esperan de los empleados que contratan en sus empresas. Para
ellos, “abrirse al (primer) mundo”, es entregar todo a cambio de un lugar en una
pieza de servicio del mismo.
Suelen tener la sensibilidad de una
caja fuerte y aman a la patria a la que sólo la identifican donde tienen sus
cuentas off-shore.
Si, hubo un grito que fue un alarido
nacido en miles de urnas. Un estentóreo ¡basta!
En ese alarido han estado juntos los
empleados desocupados; los precarizados tales como los monotributistas y los
esclavizados por el sistema de las plataformas (que en el lenguaje oficial se los
denomina hipócritamente como “micro emprendedores”). Estaban los científicos
repatriados o no, sin insumos para investigar y con los sueldos congelados.
Estaban los despedidos del Inta, del Inti y de la Comisión Nacional de Energía
Atómica; los obreros desesperados despedidos y sin trabajo; los que aún lo
conservan pero que llegar a fin de mes es un recurrente cruce por el desierto.
Estaban los que ya no tenían ni gas ni luz, porque no pudieron abonar facturas
impagables mientras el gobierno les informaba que estaban construyendo
cimientos sólidos y un futuro promisorio. Estaban los empresarios que
sobreviven dificultosamente y aquellos que cerraron sus pymes. El alarido salía
de esas urnas donde confluían los discapacitados a los que le quitaron las
pensiones; los chicos a los que se les privó de sus computadoras; los jubilados
a los que se les perforó su asignación mensual y a los que se les racionan los
medicamentos; los becarios excluidos del Conicet; las universidades
desfinanciadas y los satélites desactivados.
En ese grito, un alarido, estaban los
que duermen en las calles, los que cayeron en la indigencia, los que son
acusados de ser sobrantes de un modelo meritocrático.
Estaba el alarido contra un
endeudamiento alarmante y la sujeción a las políticas criminales del FMI.
Estaban entre los millones de
heridos, los despedidos del Hospital Posadas; los docentes maltratados por
Maria Eugenia Vidal y los obreros expulsados de las empresas autogestionadas.
Estaban los familiares de los muertos
del gatillo fácil, víctimas de una política de seguridad que lo promueve.
Estaba el grito contra aquellos que
hablan de transparencia y todas sus vidas transitan por la oscuridad, la
evasión, los negociados, el contrabando y la fuga de capitales.
Estaba la protesta contra un poder
judicial al que se lo controla para mantenerlo alineado y sometido a los
intereses del ejecutivo; y en caso de resistencia o señales de independencia, denunciando
a los díscolos ante el Consejo de la Magistratura.
Sí, estaba un pueblo que en muchas
franjas fue engañado o se dejó engañar por un discurso falso, hipócrita,
cínico. Que hace dos años aún conservaba expectativas y que en una generosidad
no correspondida, le dieron al gobierno dos años más de plazo. En esa segunda
parte de su mandato incrementaron el número de víctimas, con un plan colonial
refundacional que encuentra el futuro en la Argentina del Centenario, más de un
siglo atrás. Un proyecto que violenta la lógica económica más elemental, con un
fundamentalismo que transita el camino de la idiotez.
El alarido es contra una política que
cree que el gobierno debe favorecer y obedecer a los mercados y no al pueblo.
Fue más que un grito. Fue un alarido.
De un pueblo, que más allá de claudicaciones y retrocesos, tiene una historia
de luchas forjadas en hitos históricos como el 17 de octubre, el Cordobazo, el
19 y 20 de diciembre del 2001. Un pueblo con miles de movilizaciones, con
cortes de calles, con concentraciones multitudinarias, con planes de lucha
sindicales, con la resistencia peronista de los años de la proscripción. Con la
lucha épica de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Con una estructura social que aún muy
deteriorada es diferente por sabiduría histórica a cualquier otra de América
Latina.
Un pueblo que tiene paciencia, tal
vez demasiada, pero que superado ciertos límites, porque tiene un ADN de lucha
y resistencia, hace tronar el escarmiento.
En ese ADN está la dignificación que
significó el peronismo con principios sencillos de la profundidad de varias
bibliotecas de sociología: “Donde hay una necesidad hay un derecho”. El mismo peronismo
que le permitió al obrero mirar al empleador o a un policía sin bajar los ojos.
Aquí se desconoce la expresión “a sus órdenes”.
El grito, el alarido, encontró su instrumento
para castigar tanto dolor, tanto sufrimiento en el Frente de Todos, premiando
la gran jugada estratégica de Cristina Fernández, la capacidad articuladora de
Alberto Fernández, la reivindicación de la política de Axel Kicillof,
recorriendo en un modesto automóvil, pueblo por pueblo de la provincia de
Buenos Aires, haciendo la vieja política de la conversación cara a cara, del
abrazo compartido. Lejos de los focos group, de la política como marketing.
El alarido del pueblo es interpretado
por el presidente Mauricio Macri como que su política no fue comprendida. Es al
revés, presidente: el grito es porque comprendió la estafa y la crueldad que su
proyecto encarna.
El alarido fue un grito de
resistencia, que rasgó la fortaleza de una pesadilla. Hay un horizonte de esperanza
poblada de obstáculos. Shakespeare, con la sabiduría de un clásico, lo expresó
en boca de uno de sus personajes: “La oscuridad más profunda es la que precede
al amanecer”. El alarido fue una frontera entre la oscuridad que aún permanece
y el amanecer que aún no ha llegado.
13-08-2019
- Publicado en la Tecla Ñ
-
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