Hace 14 años atrás empezaba a trabajar
como docente. Mi primera escuela fue la ocho, una escuela rural isleña del
delta del Paraná. No tenía idea de cómo era, de cómo podía ser, ni siquiera de
cómo ir... me acuerdo que eran dos días a la semana para cubrir una suplencia.
Me dijeron que la lancha salía desde la estación fluvial de Tigre. Allá fui.
Ese primer día de mi primer día de escuela como profesora era un día horrible.
Llovía y el viento volaba todo. El río estaba muy por encima de lo normal.
Desde la ventana del aula veía cómo el agua subía cada vez más y se iba
metiendo en el muelle y después en el patio de la escuela. Nos fuimos 20
minutos después de que llegamos. Al día siguiente no hubo clases porque el agua
tapaba todo. Así fue mi primer día como profesora. Un tiempo después salieron
horas para cubrir en la escuela 12. No dudé un segundo en tomarlas. "La
isla" como le decimos todos, me había atrapado. En el año 2005, se abría
un cargo de creación en una escuela lejos, la 9, de arroyo Toro y Torito. La
lancha salía mucho más temprano que las otras. Y a diferencia de las otras
escuelas, esta lancha era solo de la 9, era la única lancha fiscal. Por lo
tanto, nos llevaba a nosotros los docentes pero también íbamos buscando por el
trayecto a nuestros alumnos, desde jardín hasta los de secundaria. Era profe de
un plurigrado, o sea, un curso con chicos desde 12 a 16 años. Cuando llegué a
la escuela después de un largo recorrido (empezaba en Tigre, recorríamos el río
Sarmiento, parte del Capitán, el Antequera hasta llegar al Paraná de las
Palmas, hacíamos un trecho y luego nos adentrábamos nuevamente hasta llegar a
la confluencia del Toro y el Torito) me encontré en un lugar silencioso, frente
a una construcción de madera muy vieja, una escuela fundada por Sarmiento en el
delta, sobre pilotes en medio de los sauces. Era como un sueño. El director
apareció en un momento con las manos con barro porque había estado laburando
haciendo no se qué. Hacía mucho frío, era mayo, y en la isla el frío cala los
huesos posta. La humedad... Me quedé cinco años en esa escuela, yendo incluso
días que no me correspondían para estar por ejemplo en un acto, o en una
actividad propuesta por otros profes. Fueron años de mucho aprendizaje y de
mucho compromiso. La escuela de isla no es cualquier escuela, los alumnos no
son alumnos cualquiera. La escuela es un punto de encuentro, un lugar de
reunión donde confluimos todos, padres, profes y alumnos. Donde se trabaja
desde otra perspectiva, donde si el río sube por la sudestada, la clase sigue
en la lancha, mirando carpetas entre mates con el ruido del motor talandro la
cabeza ¿Saben qué fue lo que más me impactó el primer fin de ciclo lectivo? Que
los chicos lloraban ¿Y saben por qué lloraban? Porque era probable que no se
volvieran a ver hasta el año siguiente. Esa es la razón principal de una
escuela rural en medio del río. La escuela une, abraza, encuentra... pasé
muchas cosas durante esos cinco años en la escuela en la isla, lindas y feas,
algunas dramáticas. La más terrible de todas fue cuando un pibe que se llamaba
Ezequiel de 12 años, descargó la furia que la realidad de mierda le cargó,
contra los vidrios repartidos de la entrada del aula. Se cortó las venas y no
paraba de sangrar. Dejando a los otros alumnos a cargo de la portera, me fui
con el lanchero a la salita del río que quedaba a 15 minutos lo más rápido que
la colectiva podía dar levantando los brazos de Ezequiel y manteniéndolo
despierto para que no muriera desangrado. Sola con ese pibe en la salita
mientras lo cosían... ese día cuando llegué a mi casa me desmayé...
Se enseñan y aprenden muchas cosas en
las escuelas del delta. Se enseña matemática, lengua e historia pero sobre todo
se enseña a entender lo que significa enseñar y aprender. Yo aprendí más allí
que en todos los años que siguieron. Aprendí que la docencia se ama o se deja
(la docencia posta, lo otro es mercantilismo barato), que por más frío o calor
o lluvia o crecida o lo que sea que pase los pibes van a la escuela porque se
encuentran, nos encuentran, encuentran la leche a la mañana y el almuerzo que
quizá no tienen en su casa. Encuentran risas y amigos, juegos y pertenencia.
Encuentran identidad...
Hoy nos enteramos que la gobernadora de
Bs.As. Mariu Vidal esa de sonrisita fácil, quiere dar cierre a un tanto de
escuelas isleñas en San Fernando. Parece que no son rentables porque la
rentabilidad (que es lo único que les interesa a esta manga de crápulas que hoy
nos gobiernan) no es alta con los pibes de la isla ni con los maestros que van
a dar todo allá. Porque claro ¿a quién carajo le importa si un par de pibes y
pibas perdidos entre los ríos no van a la escuela? ¿Para qué quieren estudiar
si pueden ir a cortar caña o juncos como hicieron sus papás y sus abuelos?
Se está viniendo una sudestada muy
fuerte que de no hacer algo nos tapa a todos, a TODOS... tendremos que hacer
como las casuarinas que crecen a orillas del río, aferrarnos con nuestras
raíces entrelazadas para afrontar la crecida, mantenernos firmes a pesar de que
el agua socave la tierra... y así con esa firmeza defender nuestro suelo, ese
que nos permite crecer y florecer y dar nuevos frutos, ese que hoy quieren
arrebatarnos.
La
foto la sacó Mario Sadras, otrora director de la escuela, mientras la profe no
se daba cuenta y se dormía sin terminar de corregir, abrazada a ese alumno de
3° grado que estaba fundido luego de un arduo día de escuela...
¡Qué extraños son estos poderosos que quieren destruir todo o, al menos, eso que no les da ganancias! En el acto de borrar imprimen valor a lo que no se veía. Lo llevan a la luz en su afán destructivo. Acabo de leer el texto de una docente de las islas. Es conmovedor. Nos cuenta lo que significa trabajar en las islas, lo que supone para los chicos, para los isleños y para todos los que se encuentran en el acto de amor de enseñar. Una de las escuelas que quieren destruir la fundó Sarmiento. Una de las miles que fundaron la escuela pública allá por 1870. Una herencia de educación pública que tiene entonces cerca de 150 años y que nos hace ser lo que somos. Estos rapaces quieren destruirla así nomás, por razones de negocios. Pero hoy, Nadia Minghetti nos llevó a los ríos del Tigre, navegamos en las lanchas que llevan a las escuelas, visitamos sus aulas. No las tenía presente hasta que estos malechores las quieren borrar del mapa. Revivieron para todos los que pensamos que no se debe permitir esta vasta destrucción de nuestras raíces. Por eso, como dice Nadia, ante la sudestada seamos casuarinas.
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