07 agosto 2014

UNA HISTORIA DE VIDA

UNA ABUELA ADMIRABLE


La primera parte de este trabajo lo escribí hace 13 años y participó en un concurso sobre derechos humanos en Francia.            
Hace frío en este invierno que recién comienza. Una mujer de porte elegante y cuya presencia impone respeto se sumerge en sus dolores. El almanaque señala que es el 26 de Junio de 1996. Busca un papel y birome. Un nieto que busca desde hace 18 años cumplirá esa edad. Le escribirá una carta. El titulo? Carta a mi nieto desaparecido. “ Hoy cumples 18 años .....y quiero contarte cosas que no sabes y expresarte sentimientos que no conoces “. Los recuerdos se entremezclan en la memoria. Se ve a sí misma cuando era directora de una escuela primaria, y su hija Laura, estudiante de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata. Entonces era solo Estela Barnes de Carlotto, preocupada por los riesgos de la militancia de su hija, integrante de una generación dispuesta a poner su vida al servicio de un cambio por una sociedad más justa. En esos años oscuros, la muerte circulaba libremente. En palabras de Mario Benedetti “ la vida era nada más que un blanco móvil, cada noche siempre era una ausencia y cada despertar un desencuentro “. En Noviembre de 1977, Laura desaparece. Estela aun no sabía que su hija estaba embarazada. La familia se moviliza en su búsqueda. Habeas Corpus y contactos políticos. A través de una compañera, hermana de Benito Reynaldo Bignone, consigue una entrevista con este, en el Comando en Jefe del Ejército. Los ojos se humedecen. Las imágenes conservan la crueldad de los años de plomo. El general la recibe con su arma sobre el escritorio. En una perorata inconexa no vacila en afirmarle que para él había que matarlos a todos y que mataban a todos. Lo único que le prometió era la entrega del cadáver de Laura. La esperanza volvió a renacer el 31 de diciembre de 1977. Estela y su marido recibieron una carta que decía que Laura estaba viva, bajo las fuerzas de seguridad. La ilusión de encontrarla amanecía con el inicio de 1978. Nunca olvidará la tarde del 17 de abril, cuando una mujer apareció en el negocio de su marido y les comentó que había compartido el lugar de detención con Laura. Estaba viva, embarazada de seis meses, el niño nacería en junio y alentó la posibilidad que al bebe lo dejaran en la Casa Cuna de La Plata. En mayo del 78 ya tenía conciencia que su drama individual formaba parte de una tragedia colectiva. Pero aun no tenía dimensión de la perversión y crueldad de la dictadura criminal. Por eso, con las demás Abuelas de Plaza de Mayo, Estela tejía, con las hebras de la angustia y la esperanza, el ajuar para el nieto esperado. ¿Cómo expresar en la carta esta búsqueda colectiva de tantos años? “Tus abuelos formamos parte de esa generación que asigna a cada fecha un valor especial y singular. El nacimiento de un nieto es una de esas fechas. El bautismo ( o no ), los primeros pasos, la comunión ( o no ), la caída del primer diente, el jardín de infantes, el delantal blanco y el pedido de: abuelita enséñame las tablas. Son momentos que trascienden. Por eso esta fecha, en que cumples 18 años pasará a ser especial y singular como todas las otras que no pudimos vivirlas contigo. Porque te robaron de los brazos de tu mamá Laura a las pocas horas de nacer, en un hospital militar, esposada, custodiada, para luego furtiva y arteramente robarte para un destino incierto “. Ahora la memoria se detiene en una Argentina ausente y enfervorizada que realizaba un Mundial de  fútbol a veinte cuadras del principal Campo de Concentración: la Escuela de Mecánica de la Armada. Laura comenzaba con su trabajo de parto en el Hospital Militar, en el momento que Kempes convertía su primer gol en la final con Holanda. Había llegado desde el campo de detención de La Cacha. El 26 de Junio nació Guido. A Laura la dejaron con su bebe apenas cinco horas. Después la durmieron y volvió al centro clandestino de detención. Tal vez en esas escasas cinco horas, le pudo decir a su hijo fragmentos del poema que otra madre desaparecida, María del Carmen Gualdero de García, le escribió a su futro hijo: “ Porque no duerma mi hijo / en una cama de helio / Recogeré el aire de donde queda / Cosecharé el amor de donde pueda...../ Porque no enturbien el agua que beba / Porque no ensucien el mar ni la hoguera / Reuniré el sudor de las luciérnagas / El llanto rebelde de su padre y beberá / de las cuencas de miel de las abejas / De las vacas no contaminadas / De las napas profundas de la tierra... Andaremos los caminos / yo, con los ojos asombrados / Tu con los ojos limpios, nuevos / Andaremos los caminos palmo a palmo, tierra a tierra / Si es que para ese día tu y yo quedamos / Si es  que nos dejan si es que nos dejan...Hijo mío “. Dos meses más tarde, el 25 de agosto de 1978 asesina a Laura. Cuenta Estela “Cuando me dieron el cadáver en Isidro Casanova, hubo que reconocerlo, yo no pude porque la cara estaba destrozada, pero mi marido y mi hermano lo reconocieron, yo le pregunte al comisario por él bebe, y él me contestó: “A mí el ejercito me entregó esto solo. Si lo quiere llevar, firme “. Saco un revolver y lo puso sobre el escritorio. Creo que le dio miedo la actitud de una madre desesperada que le gritaba asesinos, ladrones, corruptos. Ahí empezó otra lucha, la lucha por Laura muerta y mi nieto vivo “Y por todos los chicos apropiados como botín de  guerra. La vida no le ha devuelto el suyo, pero en cambio formo parte en forma activa de esta gesta notable de devolverles su identidad y su historia a los chicos que les desaparecieron a sus padres. El papel espera. ¿Cómo expresar en pocas líneas la lucha y la esperanza? Estela de Carlotto, Presidenta de Abuelas, figura pública reconocida, continua con esas lágrimas que nunca aparecen cuando desempeña su cargo. “Estarás creciendo en tus soñadores y bellos 18 años con otro nombre, Guido. No es tu papá y tu mamá los que festejen contigo el ingreso a la adultez, sino tus ladrones. Lo que no se imaginan es que en tu corazón y tu mente llevas, sin saberlo, todos los arrullos y canciones que Laura, en la soledad del cautiverio susurró para ti, cuando te movías en su vientre. Y despertaras un día sabiendo cuanto te quiso y te queremos todos. Y preguntaras un día donde puedo hallarlos. Y buscaras en el rostro de tu madre el parecido y descubrirás que te gusta la ópera, la música clásica o el jazz ( ¡que antigüedad ¡ ) como a tus abuelos. Escucharas Sui Generis o a Almendra, o  Papo, sintiéndolos en lo profundo de tu ser porque así lo sentía Laura. Despertaras, querido nieto, algún día de esa pesadilla, y nacerás para tu liberación. Te estoy buscando. Te espero. Con mucho amor. Tu abuela Estela “. Han pasado más de cinco años de esta carta. Estela busca, lucha y espera, mientras las abuelas siguen tejiendo con paciencia, tenacidad y convicción, una historia admirable que merece sea conocida por sus nietos. 
Hasta aquí lo que escribí hace 13 años, el 7 de agosto del 2001. Hay una segunda carta de Estela a su nieto de fecha el 26 de junio del 2011: "Hoy cumples 33 años. La edad de Cristo como decían, "decimos", las viejas. Con esta inspiración pienso en los Herodes que "te mataron" en el momento de nacer al borrar tu nombre, tu historia, tus padres. Laura (María), tu madre, estará llorando en este día tu crucifixión y desde una estrella esperará tu resurrección a la verdadera vida, con tu real identidad, recuperando tu libertad, rompiendo las rejas que te oprimen.
Querido nieto, qué no daría para que te materialices en las mismas calles en las que te busco desde siempre. Qué no daría por darte este amor que me ahoga por tantos años de guardártelo. Espero ese día con la certeza de mis convicciones sabiendo que además de mi felicidad por el encuentro tus padres, Laura y Chiquito y tu abuelo Guido desde el cielo, nos apretarán en el abrazo que no nos separará jamás. Tu abuela, Estela.".



 Hoy 5 de agosto del 2014, la vida le devolvió a Estela lo que tanto buscó: a su nieto en la denodada marcha de encontrar a todos. Es Ignacio Hurban, un talentoso pianista. Como Ignacio, y seguramente más adelante Guido, escribió un poema titulado “Para la memoria” cuya primera estrofa dice: “Con la carroña apiñada, los nudos de otra madera/Apuran chispas hirientes y encienden lumbres de ojeras/Cargando en ancas los hombros se van quedando los años/no se han cerrado las puertas ni las heridas de antaño”
Ningún autor de ficción puede superar la notable imaginación de esa libretista inspirada que es la vida. El nieto soñado, buscado y encontrado es músico como lo imaginó Estela, preocupado por los derechos humanos, participó en música por la inclusión y cuando se le restituyó la identidad al nieto número 106 escribió en twiter: “Las mejores cosas de la vida no son cosas”. En otros expresó: “Se puede enseñar lo que no se sabe, pero no transmitir lo que no se es” ;  “No sé qué sería de mi vida si la música no hubiera entrado en ella….sólo me queda agradecerle y reverenciarla como si mi Dios fuera”; “Murió Jorge Rafael, y en una cárcel, por lo menos para festejar en silencio”          
Un círculo cinematográfico de una vida que nace cuando la selección argentina se corona campeón del mundo en el estadio de River a 20 cuadras del campo de concentración donde su madre encapuchada y esposada lo tiene a Guido, ( que luego será un ferviente hincha de River) y  que 36 años más tarde, después de otro campeonato del mundo donde la selección nacional se clasifica segunda decide ir en busca de su verdadera identidad.
Junto con su filiación por el lado materno, se ha descubierto quien es su padre, la pareja de Laura, un amor desarrollado en la clandestinidad. Se trata de Walmir Oscar Montoya, militante montonero, cuya madre, la otra abuela de Guido, Hortensia Ardura  con sus lúcidos 91 años lo espera, en Caleta Olivia.      
POSDATA  
Estela es la abuela admirable que muchos, tal vez millones, la sentimos como propia. De ahí esa explosión de alegría que inundó al país. Es la máxima referente de una asociación de mujeres notables que si en el mundo hubiera un mínimo de justicia y del equilibrio que despliegan, deberían acceder al Premio Nobel de la Paz. 
Son las que recorrieron el planeta buscando a sus nietos y propogandizando su causa. Las que desde el Estado sólo fueron apoyadas indirectamente por el histórico Juicio a las tres primeras juntas, basamento imprescindible para el juzgamiento de casi un millar de acusados como ejecutores del terrorismo de estado durante el kirchnerismo. Las que como cuenta Marcela Bublik en su biografía de Rosa Roisinblit, se convirtieron en detectives: “Una abuela se hizo contratar como asistente hogareña en una familia para poder estar cerca de una niña. Otra se empleó como enfermera para asegurarse de que la criatura a la que harían estudios genéticos era la que correspondía. Siguiendo una pista, una  se hizo internar en una institución neuropsiquiátrica. Otras se hicieron pasar por miembros de una cooperadora escolar para entrar en la casa donde vivía  un niño sobre el que habían recibido una denuncia anónima”



Tal vez, sin advertirlo, Estela  había legado a su hija desaparecida y asesinada, su espíritu de lucha y su constancia, y a su vez su hija, que parió encapuchada y esposada,  hizo nacer una nueva Estela. En la biografía “Laura. Vida y militancia de Laura Carlotto” de María Eugenia Ludueña se cuenta: ”Había sido un varón ( en la ESMA). Le había susurrado al oído el nombre, “Guido como tu abuelo”. Lo había acunado en sus brazos, entre tres y cinco horas, calculó. Se había guardado su olorcito a recién nacido. Más tarde le pidieron que entregara a su bebé, Rita( su apodo guerrillero) se resistió, abrazó al hijo sobre su pecho. Llamaron a un médico, le pusieron una inyección. Al despertar de ese sueño químico no recordaba cómo había salido de de la habitación ni como había llegado de nuevo a La Cacha. Preguntó por el bebé. Le dijeron que lo habían entregado a su mamá. Que la señora de Carlotto había aceptado, pero les había dicho que no quería saber más nada acerca de su hija……”  Otra infamia más, otro tormento adicional. 
La vida que sometió a Estela a dolores impiadosos, la gratificó cuando supera las ocho décadas que no son para nada perceptibles, en ese encuentro postergado durante 36 años, reflejado en una canción de Ignacio Copani, escrita hace un tiempo: “ Abuela… ¿qué hora son? Serán las horas de tejer los lazos,/  que el odio separó en tantos pedazos,/ que sólo puede remendar tu amor./ Serán las horas nuevas del abrazo/ que el tiempo te negó./ Tanto tiempo buscando/ el máximo regalo/ que tu hija te dejó.”  





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