Luego
del recorrido lleno de nombres e historias del Parque de la Memoria, al final
del camino cada vez más empinado, el sendero desemboca en el Río de la Plata. Y
a lo lejos está la estatua de un niño que flota en el agua. Está de espaldas, y
sube o baja de acuerdo con el antojo de la marea. La obra se llama
Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez.
Pablo,
el niño desaparecido que flota en el Río de la Plata. | CEDOC
Sabrina
Chemen 08-01-2023
BISEMANARIO PERFIL
Desaparecido
en la última dictadura militar argentina, el secuestro de Pablo fue
particular por varios motivos. Por un lado, porque fue un niño desaparecido,
pero que no entra dentro de la categoría de “nacido en cautiverio”. Además,
porque hay múltiples declaraciones de testigos que afirman que, al momento del
secuestro, si los militares notaban un niño pequeño, no se lo llevaban. Y, si
es que sí eran secuestrados, más tarde, esos menores eran liberados. Pablo de
14 años, es, por lo tanto, de los desaparecidos más pequeños, luego de los
bebés apropiados. En segundo lugar, porque la vida de Pablo en cautiverio
representó un dilema para los propios represores y el trato hacia él fue, en
ocasiones, diferente al recibido por los demás secuestrados. Finalmente, porque
no es mucha la información publicada sobre él, y tampoco se sabe a ciencia
cierta cuál fue su destino.
Pablo
Antonio Míguez nació en 1963, y desapareció en 1977.
Fue secuestrado junto a su madre, Irma Beatriz Márquez Sayago. Ese mismo día
también fue secuestrado Jorge Antonio Capello Davi, con quien Irma había
formado pareja luego de separarse del padre de Pablo. Su pareja también
continúa desaparecida. Jorge Antonio Capello es el hermano mayor de Eduardo
Capello, uno de los 16 fusilados en la Masacre de Trelew en 1972, luego
de haberse fugado del penal de Rawson, un hecho cuyos autores fueron condenados
por crímenes de lesa humanidad. Cuando asesinan a Eduardo Capello en Trelew, su
hermano, Jorge, habló con jueces, y se presentó en diarios y en la TV. “Desde
entonces lo ficharon. Después le allanaron la casa y empezaron a perseguirlo”,
declaró Soledad Davi, madre de los hermanos. La desaparición de Pablo Míguez,
de su madre, y de Jorge Antonio, está vinculada a la Masacre de Trelew.
Eduardo.
Jorge e Irma tuvieron otro hijo, Eduardo Capello. El día del secuestro él
estaba al cuidado de su abuela. Era un bebé cuando sus padres y su medio
hermano desaparecieron. Hoy, el hermano de Pablo Míguez, hijo de Jorge e Irma,
sobrino de Eduardo Adolfo y nieto de Soledad Davi, habla en esta nota. “Mi tío
fue uno de los 16 asesinados. Todas las familias de Trelew, después de 1972,
fueron perseguidas por la dictadura. Muchas de ellas se exiliaron, otras
pasaron a la clandestinidad, y en el caso de la mía, fueron desaparecidos. Mi
tío, mi mamá, papá y hermano fueron víctimas de la represión del Estado”,
cuenta Eduardo.
Pablo
Míguez era el hijo mayor; tenía una hermana, Graciela (hija de Irma y Juan Carlos,
como Pablo), dos años menor que él. Al momento del secuestro, Graciela estaba
con su papá. Pablo tenía 14 años, Graciela 12, y Eduardo dos, recién cumplidos.
“En el Partido Revolucionario de los Trabajadores, Irma, ‘Nené’, mi mamá,
conoció a Jorge, mi viejo. Surgió una historia de amor intensa. En 1975 nací
yo. Y el 12 de mayo de 1977 una patota entró en la casa de Avellaneda y se
llevó a Irma, Jorge y Pablo”, cuenta Eduardo. Continúa: “Pablo era un chico
introvertido, alegre, inteligente. Había sufrido mucho. Cuando los
secuestraron, lo llevaron al centro clandestino El Vesubio. Lo usaron para
que mis padres hablaran. Lo hacían presenciar las torturas, las violaciones
a mamá. Y ahí apareció un dilema en los militares. Pablo era demasiado chico
para matarlo, pero demasiado grande para soltarlo, ya había visto mucho”.
Luego
trasladaron a Pablo al Centro Clandestino de Detención que funcionaba en la hoy
ex ESMA. Ahí es cuando se cruza con la periodista y sobreviviente Lila
Pastoriza. Ella estuvo secuestrada entre 1977 y 1978, y mientras estuvieron
juntos, Pablo le contó parte de su historia y Pastoriza se encargó de
difundirla. Los demás detenidos lo llamaban “Pablito”. Pastoriza y Míguez
compartieron un mes en el más alto de los altillos de la ESMA. En un
testimonio, nombrado “Un pibe con cara de travieso”, Lila escribió: “Pablo me
contó del Vesubio, de los presos trasladados desde allí que luego un comunicado
oficial los diera como ‘abatidos en combate’. De su mamá, de quien no se
despidió, ‘ella estaba en la cocina’, de la esperanza de que lo llevaran con su
padre, de su vida en el mundo de afuera, el colegio, la natación, los hermanos,
la abuela, los primos y el turf, de sus amores y sus miedos. Habíamos
encontrado una forma para hablar sin que se notara y con los ojos cubiertos,
cada uno tirado boca abajo en la cucheta o arrodillándonos contra el tabique de
madera que nos separaba. Lo doblaba en años, pero nos cuidábamos mutuamente. Yo
intentaba protegerlo, sobre todo alguna noche que despertaba lloroso, ‘soñé con
mi mamá’. Él también: cuando me contó que lo habían picaneado y me descontrolé,
se desesperó por tranquilizarme, ‘tanto no me dolió’, decía”.
En
la sentencia del Poder Judicial a los represores de El Vesubio (2011), se puede
leer en el relato de los testigos, sobrevivientes del centro de detención:
“Recordó que Violeta (así apodaban a la mamá de Pablo) les llevaba cigarrillos
y dulce de batata y que les dijo que sabía que la iban a matar, pero que lo
único que le importaba era que se salvara su hijo. Dijo que a ella la
torturaron delante del niño y la amenazaban con torturar al nene si ella no
hablaba. (...) Escuchó una voz que gritaba ‘mamá, mamá’ y que después supo que
era Pablo Míguez. (...) Dijo que era insoportable ver y escuchar a ese chico
quien, con el correr de los días se calmó y luego desapareció”.
En
1977 el padre de Pablo, Juan Carlos, realizó un pedido de hábeas corpus que fue
rechazado por la Justicia. La pose del niño en la estatua fue tomada como
referencia de una fotografía del padre de Pablo, a la misma edad del secuestro
del niño. Eduardo revela que su familia no conservó muchas fotos; fueron
quemadas durante la dictadura como una forma de protección.
Dilema.
El dilema sobre qué hacer con Pablo estuvo presente desde el primer momento del
secuestro. Pastoriza cuenta que cuando lo trasladan a “Pablito’’ a la ESMA,
escuchó como un oficial le dijo a otro: “Mirá a lo que nos dedicamos ahora...
14 años tiene”.
“Era
tan chico, tan vivaz, aparecía tan indefenso en ese mundo alucinante, que no
pocos guardias se conmovían por su presencia. (...) Quise creer entonces que lo
liberarían. ¿Quién podía enviar a la muerte a un chico de 14 años? El día antes
del Juicio a las Juntas, en Tribunales, alguien me dio un volante con su foto.
‘Pablo Míguez, desaparecido’ decía”, relata Pastoriza. “Cuando estaba en la
ESMA estaba muy flaco, con pelo largo, cara muy triste. Para mediados de 1978
ya no hay más registros de él”, dice su hermano Eduardo. “Pero no los
doblegaron. A mis viejos los mataron a finales del 77. Fueron parte de los
vuelos de la muerte”. No se sabe el destino de Pablo, se cree que fue igual al
de su madre. El lugar de emplazamiento de la obra del Parque de la Memoria
cobra sentido: es en el Río de la Plata, donde fueron arrojadas muchas de las
víctimas de la última dictadura, y donde fue arrojada la madre de Pablo, y, tal
vez, él mismo también.
“La
edad que tenía Pablo no es un tema menor. En agosto de 1975, cuando los
militares ingresaron en la casa de los Pujadas, en Córdoba, y se llevaron a
gran parte de la familia, en un dormitorio estaba el hermano menor de Mariano,
José. Los militares lo despertaron y le preguntaron: ‘¿Qué edad tenés, pibe?’.
‘Once’, dijo él. ‘Zafaste, no matamos menores de 15’, dijo el milico, y
se fue. Lo dejaron encerrado en un baño junto a una sobrina de once meses”,
relata Eduardo Capello. Todos los integrantes de la familia Pujadas, menos
José, fueron secuestrados y asesinados. Mariano Pujadas fue también víctima de
la Masacre de Trelew. “Dos años después, el criterio ya había cambiado. A un
chico de 14 se lo llevaron y lo usaron en sus planes de tortura”, afirma
Eduardo.
Un
extracto de la sentencia del juicio de El Vesubio: “La ‘M’ correspondía a
Montoneros (...) y la “V” a “Varios”, (...) cuyos miembros, en principio,
tenían posibilidades de ser liberados. (...) No siempre se respetaba el destino
que en principio suponía la letra ya que, por ejemplo, Pablo Míguez tenía la
letra ‘V’ y no se salvó”. Pablo estuvo también secuestrado en el centro de
detención Mansión Seré, fue visto en la Unidad Carcelaria N° 9 de La Plata y en
la Comisaría 2° de Valentín Alsina. En la sentencia a los represores de Mansión
Seré un testigo declara que a aquel chico “muy alegre, lúcido, inteligente y
vital”, no tenía ningún oficial a cargo que se encargara de su caso, a
diferencia del resto de los detenidos. Otras víctimas declararon también que
vieron a “Pablito” jugando al ajedrez con varios uniformados, y que el niño
“estaba suelto y andaba por todos lados”. Cuando se lo llevaron le dijeron a su
madre que lo trasladaron a un reformatorio.
Historia.
La primera en enterarse de que algo le había sucedido a su familia fue la
abuela que estaba cuidando a Eduardo, ya que Irma no había vuelto por su hijo.
En su testimonio, la abuela cuenta que cuando llegó a la casa las puertas y las
ventanas estaban abiertas. Que los vecinos le contaron que el secuestro fue a
las tres de la mañana, y que ingresaron al domicilio “un grupo de personas
fuertemente armadas, ametrallando la puerta”. Cinco meses después, cuando
volvió a visitar la casa, todos los muebles, hasta las canillas, habían sido
robados. “Una vecina le dijo que se había hecho presente un grupo armado, de
unas ocho o diez personas, que sustrajeron todas las cosas de la casa”, dice un
testigo.
“Crecí
en un hogar muy marcado por la tragedia de la dictadura militar. Quedé al
cuidado de mis abuelos paternos. Cuando desaparecen mis padres, yo era un bebé.
Actualmente estoy muy vinculado a la Masacre de Trelew y al Juicio a los
represores del Vesubio, que fue el lugar en el que estuvieron mi mamá, mi papá
y mi hermano. Toda mi vida ha estado signada por la cuestión de Memoria,
Verdad y Justicia”, sostiene Eduardo. Su abuela, Soledad Davi fue una de
las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. En el año 2011 dio su
testimonio en el juicio “Causa El Vesubio”. “Me quedé sin hijos”, les dijo a
los jueces.
En
1979, Soledad envió una carta al representante del gobierno de Cuba ante la ONU
solicitando que interceda la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas
por el caso del secuestro de su hijo, Jorge Antonio Capello. La carta finaliza
así: “De ellos nos ha quedado un hijito que actualmente tiene tres años
(Eduardo), que de alguna manera nos ayuda a vivir. Él y nosotros necesitamos
saber qué ha sido de ellos. Le ruego nuevamente, a usted que puede poner su
granito de arena, no se olvide de nuestro dolor”. El caso de Pablo Míguez
aparece en el archivo de Abuelas de Plaza de Mayo en la sección “Niños
desaparecidos junto a sus padres”.
Pablo
Míguez hoy tendría 59 años. Dicen que cuando los pilotos
despegan de Aeroparque, al pasar por la escultura, se persignan.
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