16 agosto 2021

Moral y cívica

 Escribe Martín Kohan en este artículo que las más rotundas categorías morales fracasan en los cuidados de la pandemia, no por endeblez, sino por impertinencia, ya que las reglas impartidas han de aplicarse y de ser cumplidas ante todo por quien las impartió.


Por Martín Kohan*

(para La Tecl@ Eñe)

 ¿Qué es más importante: un padre o un perro? ¿Y qué es más importante: darle un último adiós a un padre o sacar a dar una vuelta al perro? Hay algo un tanto frustrante en el planteo de una disyuntiva así, y es su marcada previsibilidad. Hasta los hermanos Karamazov (y en verdad, sobre todo ellos, que pudieron quitarle la vida al padre, pero no restarle importancia) se pronunciarían por la primera opción.

Queda claro por lo tanto cuál es la jerarquía de valores para la gente de bien. Pero el asunto es que el virus corona no responde a nuestras jerarquías de valores y por eso es que la formulación se vuelve engañosa y falsa. El virus corona se contagia como se contagia, y no según se trate de las cosas importantes de la vida o apenas de nimiedades, ejemplos de irrelevancia. Se contagia mayormente en lugares cerrados y mal ventilados en los que no se guarda distancia y casi no se contagia en espacios abiertos en los que el aire corre. A los padres moribundos (escena trascendental) se los suele despedir en cuartos estrechos y de manera apretada; a los meros perros, en cambio, triviales por comparación, se los pasea o se los entrena en plazas y parques, a cielo abierto. Así es que las más rotundas categorías morales fracasan en los cuidados de la pandemia, no por endeblez, sino por impertinencia.

Algo análogo llegó a pasar, mucho me temo, con la tan mentada cuarentena. Como medida sanitaria de repliegue y vaciamiento de espacios públicos cumplió su función en una etapa inicial bien definida; luego supimos de qué manera era perfectamente posible salir y cuidarse. Surgió en reemplazo otra cosa, distinta, por cierto: vocaciones de reclusión, a la manera de los enclaustramientos monacales, más afines a los retiros espirituales o a los encierros de penitencia.

Gestos morales: los juzga Dios. Con la prevención de los contagios en la pandemia no guardan mayor relación. Distinta es eventualmente la moral laica, una terrena, prosaica, de escala humana; esa que los argentinos, mitología mediante, insuflamos en José de San Martín. Me remito en este sentido al conocido episodio del centinela que fue ascendido porque le impidió el acceso al arsenal calzando botas con espuelas. Porque, así como discrepo con parangones inconducentes del tipo padres-o-perros, no menos que con las inmolaciones sacrificiales que no son del reino de este mundo, creo sí, muy en la línea del santo de la espada de Rojas, que las reglas impartidas han de aplicarse y de ser cumplidas ante todo por quien las impartió. En especial cuando un simple chispazo puede llegar a encender un polvorín.

Buenos Aires, 13 de agosto de 2021.

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