Un texto del escritor uruguayo Eduardo Galeano que
recoge un relato de director de cine argentino Fernando Birri cuenta que:“La
utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el
horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía?
Para eso, sirve para caminar.” Sin
embargo hubo un día, el 25 de mayo de
1973 que pareció que la utopía dejaba de
alojarse en el horizonte y se la pudo encontrar caminando junto a una multitud,
en la histórica Plaza de Mayo. En un día primaveral de otoño la columna del Frente
de Izquierda Popular entraba al centro de los acontecimientos entre cálidos
aplausos. Se había llegado a ese día histórico después de una larga marcha de
luchas e injusticias, proscripciones y pérdidas de derechos enarbolando la
consigna indestructible y esperanzadora del “Perón vuelve.”
La alegría era desbordante y la emoción humedecía
los ojos. La revolución parecía tocarse con las manos y los sueños de largas
noches insomnes se cristalizaban en ese mañana imborrable.
Los jóvenes marinos impedidos de desfilar eran
salivados por la concurrencia. Más tarde, aquel cantito de “Se van, se van, y
nunca volverán”, apenas tres años
después se demostraría erróneo y sería
cobrada en forma de vidas, torturas, horror, seres vivos arrojados al río o al
mar. La ingenuidad sobre la marcha lineal de la historia, la subestimación del
poderío del establishment, serían facturas que el futuro pasaría a cobrar. Pero
ese día todo parecía posible. Si hasta
lo imposible se había hecho presente en las figuras de los presidentes de Cuba
y Chile, Osvaldo Dorticós y Salvador
Allende. Este último, apenas unos meses después sería derrocado y su suicidio
marcaría la historia latinoamericana. Pero ese día no había lugar para las
dudas. La historia nos sonreía, la vida nos recompensaba, la alegría nos
desbordaba y pensábamos que golpeábamos las puertas de una revolución.
Esperanzados nos sentíamos émulos de los protagonistas de la Revolución
Francesa y actores de la toma del Palacio de Invierno. O en la versión patria como Mariano Moreno,
Juan José Castelli, Domingo French o Antonio Luis Beruti. Antes de terminar la
noche una multitud se congregaba y rodeaba la cárcel de Villa Devoto, conseguía
la liberación de los presos, hecho que
sería recordado como el Devotazo. Como clara demostración del clima de época,
el sábado 26, ambas Cámaras del Congreso Nacional aprobaron por
unanimidad, sobre tablas, el proyecto de Ley de Amnistía enviado por el Poder
Ejecutivo que además derogó la legislación represiva y los tribunales
especiales. La Bastilla había sido tomada y pasó casi desapercibido que una
represión posterior a la liberación de los presos dejó dos muertos.
Si había ganado Héctor Cámpora, si Perón volvería definitivamente
después de ganarle una pulseada maravillosa al general Alejandro Lanusse, si la
junta militar se iba con el rabo entre las piernas, todo era posible. Y así
fue, pero no en el sentido que le dábamos en ese día cuando la utopía caminó
por Plaza de Mayo. La historia es una casquivana veleidosa y pronto la utopía volvió con cierta o mucha decepción
a habitar en el horizonte. Durante los años de plomo, la utopía ni siquiera se
podía avizorar en el horizonte. Fue la venganza del poder por aquél maravilloso 25 de mayo de 1973. Pocas veces, o nunca, la historia hace descender la utopía al lado de la
pirámide de Mayo. Lo ha hecho alguna otra vez
más adelante con un sol más pálido pero sin dejar de ser muy
satisfactorio. Es posible que el tiempo haya mejorado la percepción sobre aquél
día, pero los hechos históricos no son estrictamente como sucedieron sino
también como uno los recuerda.
Y a pesar del tiempo transcurrido, de las
derrotas mucho más prolongadas que las efímeras victorias, cada vez que busco a
la utopía en el horizonte, creo divisarla en la memoria de esa mañana
primaveral de un día de otoño.
25-05-2016
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