24 enero 2022

Progresismo de superficie

El filósofo Alejandro Boverio sostiene en esta nota que el nudo gordiano del progresismo actual es que procura – y lo cree posible – quedar bien con todos, algo desde ya imposible. En ello reside la superficialidad que corroe desde adentro al gobierno nacional, que encarna un progresismo twittero, anclado en la imagen, y que le da más importancia a las redes sociales que a la realidad.

 Por Alejandro Boverio*

(para La Tecl@ Eñe)

El devenir del progresismo lo ha convertido en una corriente cada vez más conservadora. Si bien es cierto que hay una fibra conservadora en todo progresismo, desde su origen, en tanto considera que los cambios pueden darse solo progresivamente y por ello las reformas siempre deben realizarse conservando las estructuras y las formas sociales dadas, esto es, desde dentro de ellas; en la actualidad el progresismo se ha vuelto un mero posibilismo. El progresismo recae en el conocido “es lo que hay” y no avanza ni propone nada que no esté en el horizonte de lo dado. En el afán de ser políticamente correcto sostiene, en tanto principio, todo lo que la hora le demanda: puede ser feminista y ecologista en tanto afirmar esos principios no vaya en contra de sus intereses más inmediatos. El progresismo actual es principista por demás, si siente que por ello “no paga costos”. Sucede que el desde dentro del progresismo actual es “la agenda”, y como sabemos, por definición “la agenda” está lejos de ser dictada por los movimientos populares. Si la tradicional crítica a la socialdemocracia desde un pensamiento verdaderamente revolucionario residía en que ella encarnaba una concepción progresista de la historia, esto es, la idea de que ésta se dirige hacia lo mejor, una concepción lineal y homogénea; la crítica al progresismo actual, que carece de cualquier tipo de concepción de la historia, es que no puede salir del presente absoluto de la gestión. Fórmulas vacías como “solucionarle los problemas a la gente” son los modos de intelección que alejan al progresismo de un proyectarse hacia atrás o hacia adelante, ahogándolo en el absoluto ahora en el que se mueve.

Nadie reniega de la gestión, el problema es que la gestión siempre tiene que estar proyectada más allá de las coyunturas, en un horizonte histórico más amplio. Si ciertas filosofías de la historia revolucionarias supieron pensar la tarea emancipatoria como un hacer saltar el continuum de la historia, en la actualidad, donde la historia aparece aplanada en relación al más chato ahora, se le suma el problema de historizar el presente.

Lo más interesante de la experiencia kirchnerista fue, sin dudas, la audacia de salir por arriba del laberinto de lo establecido. No tanto articular demandas (fue algo que hizo sin dudas en tanto razón populista), sino crear proyectándose hacia atrás o hacia adelante, según el caso, desfasado de las lógicas de las “agendas” dadas. El kirchnerismo fue, en sentido estricto, creador de demandas. Y en un punto fue víctima de no poder sostener las demandas que él mismo había creado.

El progresismo diluido actual, que es esencial a varios personajes del gobierno nacional, es lo que lo aleja de eso interesante que tuvo el kirchnerismo. Un acting de progresismo que no es creído ni por sí mismo. Una suerte de progresismo devaluado que finge preocupación por la realidad pero que está completamente por fuera de ella.

Esta semana un ministro intimidó en privado a un docente veinteañero porque éste criticó públicamente un error técnico en un programa estatal de turismo. En ese gesto se anuda el vaciamiento de todo progresismo que reina en la actualidad. Todo principio de progreso social se pone en suspenso en el momento en que, digámoslo así, se aprieta a un docente. La célebre foto de Olivos en medio del aislamiento estricto, con la que el stablishment se hizo un festín, señala la misma ambivalencia propia del progresismo actual. Públicamente se esgrimen razones que íntimamente no se creen ni se siguen: el progresismo actual es cínico. Es un progresismo de la imagen, sí, un progresismo twittero que le da más importancia a las redes sociales que a la realidad. Pero también: un progresismo que le dice públicamente a cada quien lo que éste quiere escuchar. El nudo gordiano del progresismo actual es que procura quedar bien con todos, algo desde ya imposible. El verdadero problema es que este progresismo lo cree posible. En ello reside la superficialidad que corroe desde adentro al gobierno nacional.

Buenos Aires, 22 de enero de 2022.

*Filósofo y ensayista. Co-editor de la revista El ojo mocho.

 

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