Imagen: Leandro Teysseire
Lo inseguro pero más
probable es que el Gobierno termine arreglándoselas para imponer eso que, en
rigor, mal se denomina “reforma” previsional. Es lisa y llanamente un saqueo.
Se rasca en el fondo de la olla jubilatoria y asistencial lo que le fue restado
al fisco para compensar baja de retenciones, de impuestos a los ricos y una
economía atada al alambre de endeudarse sin parar. La reacción cegetista,
convocando al paro, agrega alguna cuota de suspenso o excitabilidad por la
presión extra que significa. Dudoso que alcance, según los números
parlamentarios que todos reconocen. Sin embargo, hay algunas preguntas y
certezas que ya no tendrían retorno al cabo de esta última y triste semana
argentina. Triste, repulsiva y muy desafiante a la vez.
Las imágenes de los
alrededores militarizados del Congreso fueron de una potencia estremecedora que
no se veía desde hace 16 años, cuando las jornadas del 19 y 20 de 2001. Pero ni
siquiera admiten comparación con eso, porque entonces se trataba de un Gobierno
al borde de su trágico final mientras hoy hablamos de uno que ganó cómodamente
las elecciones menos de dos meses atrás. La revista digital PPV, Periodismo Por
Venir, trasmitió por Facebook Live, en la mañana del jueves, uno de los
recorridos más y mejor detallados por las calles adyacentes al Parlamento. Es
complicado adjetivar la sensación provocada por decenas de carros policiales y
de Gendarmería, apilados uno detrás de otro, a lo largo de varias cuadras. El
miércoles, en actitud anticipatoria, ya se había desatado una represión que
incluyó diputados heridos. No había por qué llamarse a sorpresa, entonces,
cuando al día siguiente escalaron las balas de goma, los gases y los palazos,
pero ya bastaba con esa imagen de las vecindades del Congreso tomadas por un
despliegue inédito de fieras cebadas, gracias al discurso oficial que las
habilita. Era suficiente con lo visto. Fotógrafos atravesados por perdigonazos
(de Páginai12 y Perfil, por si alguien quisiera hallar preferencias ideológicas
en las patrullas de Macri); legisladores atacados por perros; gente en el piso
a la que continuaron apaleando. Son secuencia natural de antecedentes múltiples
y de un objetivo prioritario. Los unos van desde el asesinato de mapuches hasta
el clima de razzia por portación de cara que se advierte a diario, pasando por
lo ocurrido también frente al Congreso cuando se quiso montar una instalación
docente y la salvajada de detenciones arbitrarias tras la marcha por Santiago
Maldonado a un mes de su desaparición, arreglada bajo el simple expediente de su
ahogamiento sin importar como consecuencia de qué y quiénes. Está
inmejorablemente dicho en una composición circulante por las redes: “Ahora que
viste cómo acciona Gendarmería, en pleno centro de CABA frente a todos los
medios, ¿podés imaginar cómo ‘se ahogó solo’ Santiago Maldonado?” La otra, la
estrategia, a cada paso de las tácticas, es advertir lo que les espera a
quienes se animen siquiera a atisbos de protestas importantes. Y menores
también. Se conoce como disciplinamiento social a partir de alguna retórica de
pensamiento crítico académico. Al igual que la posverdad. Pero es más o menos
más lo mismo desde que el mundo es mundo.
¿Por qué se apuró el
Gobierno a lanzar esta provocación que podía tener el destino de efervescencia
finalmente producido? Lo dijo Carlos Melconian con todas las letras: sólo
importa la reforma previsional y en forma urgente. El resto es casi para la
gilada. Pero la lógica sugería que pudieron esperar a febrero o marzo,
vacaciones o el retorno; clima político, gremial y social quizá más adormilado.
¿Cómo sucedió acabar en una Carrió que, presa de su propia caricatura, debió
saltar de “cuidado los diputados, no atropellen a las fuerzas de seguridad” a
“Bullrich, pará con los gendarmes”; a ordenarle a Emilio Monzó que levantara la
sesión, para que el presidente de la Cámara Baja obedeciera de inmediato; y a
twittear que si querían arreglar el asunto por decreto se violaría “gravemente”
la Constitución, para que Macri retrancara cuando varios de sus ministros,
hacia la noche del jueves, ya habían firmado el decreto invitando a un posible
incendio institucional y callejero? Las respuestas no son terminantes, tal vez
complementarias, pero sí podría serlo cierta pregunta subyacente. Primero, que
avanzaron de puro bruto en la confianza del “refundarse”, del “ahora o nunca”,
tras el resultado de las elecciones. Segundo, que la transa consolidada en el
Senado con el amigazo Pichetto y, en Diputados, con la influencia de los
gobernadores sobre varios de sus sensibles coprovincianos tras el pacto fiscal
firmado en Casa Rosada a mediados de noviembre, garantizaría el quórum y la
aprobación del hachazo. Tercero (en las horas previas a calcular la cantidad
necesaria), que provocaría su efecto carpetear a alguno de los legisladores
banelquizados –sólo una figura, por favor– pero conmovidos por un Congreso
rodeado de gendarmes y represión. Cuarto, que en el cómputo oficial no estuvo
la acción, persistente, de la bancada K, conducida sin desmayos por Agustín
Rossi y capaz de sumar –entre otras– voluntades del Frente Renovador ya
eximidas del casi retirado Sergio Massa. Quinto, que el Gobierno perdió
percepción de la tan mentada producción de subjetividad. Si echan empleados del
Estado, así sea a mansalva, no le importa mayormente a nadie o, mejor todavía,
son grasa ñoqui que debe sacarse de encima para ahorrar plata. Si el manejo
informativo sobre la tragedia del submarino fue de terror, ya pasará (aunque
pasaran a tener algunos problemas con el voto de su clientela militar). Si la
reunión en Buenos Aires de la OMC concluyó en cuasi-papelón para el gobierno
argentino, con una postura en defensa del libre e integrador comercio mundial
para que el delegado de Trump les escupiera el asado, tampoco interesa porque
tampoco casi nadie tiene la menor idea de qué vendría a ser la OMC. Pero si se
meten con los fondos de los jubilados, y ni hablar de que lo hacen por urgencia
de fondos que en contrapartida les proveyeron a sojeros, mineras y
establishment generalizado, el capital simbólico del discurso de los globos se
les complica. Ya circulan informes de consultoras que indican una impopularidad
del proyecto análoga a cuando intentaron el 2x1 para los genocidas. Es decir,
un eventual punto de quiebre.
Como fuere que esto
vaya a resolverse en la coyuntura, lo que no tendría retorno es que la
impericia y premuras del macrismo llevaron a un impensado reabroquelamiento de
la oposición. Quedaron puentes tendidos entre lo que no pudo articularse antes
de las elecciones, para evitar el triunfo de Macri. En sus alcances eso no es
más que especulativo, desde ya. Lo es asimismo que frente a la persecución
judicial de dirigencia opositora hubo inclusive la renuencia y denuncia de los
grupos de izquierda, no sospechables de simpatías kirchneristas. Quedó, más
allá del resultado parlamentario de este lunes, un espíritu de juntarse para
enfrentar a la derecha gobernante. Así sea nada más que ante algunas de sus
provocaciones, es merecedor de ser tenido en cuenta.
Y después, aquella
pregunta subyacente. ¿Qué tan de grave es el escenario económico de mediano
plazo, como para que el Gobierno se haya animado a jugarse de esta manera en
lugar de administrar los tiempos? Salvo que el oficialismo crea de veras en que
todo es producto de una mala comunicación, según se lee y escucha a través de
sus voceros periodísticos. ¿Qué están especulando, ya, sobre el destino
inevitable de la bomba del endeudamiento, como para haber querido aprovechar de
esta forma, a lo bruto, el triunfo electoral? ¿Cuánto de amenazante es lo que
ven como para arriesgarse a ser corridos a la izquierda por Carrió?
El periodista Hugo
Presman, en su sitio www.presmanhugo.blogspot.com, ubicó la ¿avanzada? del
macrismo bajo el retrato de unos tripulantes que se bajaron de una nave
precaria para, estimulados por las urnas, subirse al Titanic. “Mientras el
Gobierno siga teniendo la posibilidad de endeudarse, y no ocurra alguna crisis
internacional que suspenda el flujo de dólares especulativos, el iceberg sólo
estará en el horizonte como potente amenaza. Y mientras ello ocurra en un
tiempo impredecible, se va forjando una pesada herencia (esa sí: probablemente
la más de pesada de todas cuantas hayamos conocido, quizá peor aún que la del
menemato si más luego no hay viento internacional a favor y una anomalía
política que lo aproveche en beneficio de las mayorías) que costará levantarla
a varias generaciones”.
Pero el iceberg no se
mueve de ahí y el barco va en su dirección exacta.
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