Carta sencilla para
autores de cartas complejas
Por Hugo Presman*
(para La Tecl@ Eñe)
Las derrotas del 2015
y 2017 han abierto afortunadamente un creciente campo al debate. Creo que llega
con retraso, pues el camino inclinado del gobierno nacional y popular era fácil
de percibir en los últimos cuatro años del gobierno de Cristina Fernández. Un
menú conformado por una complicada situación internacional, dispersión de la
base de sustentación propia, la reiteración del límite habitual del modelo de
sustitución de importaciones que se expresa bajo la denominación de restricción
externa, y una sucesión de errores propios. Enfrente, la oposición despiadada
del poder económico con creciente apoyo social y la labor diaria y persistente
de los medios hegemónicos.
A lo que hay que
sumarle los aciertos de lo que ha conformado el macrismo. Es cierto que
se ha pasado de una equivocada subestimación a una llamativa sobreestimación.
Pero si la subestimación no percibió las particularidades propias y su
potencialidad, la sobreestimación produce un efecto desmovilizador y
paralizante.
Jorge Alemán ha
escrito en su nota “La supuesta inteligencia del
macrismo: Neoliberalismo”: “De un tiempo a
esta parte una misma frase se repite entre distintos analistas de la situación
política: "hemos subestimado a Macri", "era más inteligente de
lo que suponíamos", "hay que leer a Duran Barba", "hay que
estudiar a todos estos tipos”, "etc.”. Como si la coyuntural derrota
política incluyera en sus efectos logrados la atribución de un plus de saber en
política al macrísmo. No es mi lectura…” La síntesis
de esa interpretación está en el final de la nota: “En suma, la
inteligencia de Macri y su equipo sólo consiste en ser el representante
"evanescente" de la otra escena Neoliberal.”
El reducir un
fenómeno más complejo a algo meramente “evanescente” me parece una
simplificación o tal vez la prolongación de la subestimación. La
expresión “escena neoliberal” es correcta pero absolutamente insuficiente.
Es como si un zoólogo definiera a los
mamíferos como aquellos que en su gran mayoría los fetos se desarrollan en el
vientre materno y, una vez que son alumbrados, se alimentan con la leche que su
madre produce para ellos y almacena en sus mamas”. El psicoanalista y escritor
Jorge Alemán procede como el zoólogo mencionado: hace una definición general
que perfectamente se puede compartir pero sin entrar
luego a diferenciar que un león y un gato, un perro y una rata, todos son
mamíferos pero en la relación con ellos no es conveniente adoptar un
tratamiento único. Comprenderá que acercar una mano a un gato no representa el
mismo peligro que hacerlo con un león.
La base de
sustentación del macrismo siempre estuvo en la composición social de la
sociedad argentina. Así puede recordarse en la oposición a Perón exteriorizada
en la Marcha por la Constitución y la Libertad del 19 de septiembre de 1945; en
la Plaza de Mayo repleta del 23 de septiembre de 1955 con la asunción de
Eduardo Lonardi; en los intentos en los sesenta de la UDELPA de Pedro Eugenio
Aramburu o del Partido Federal de Francisco Manrique, ambas alternativas
electorales de la Revolución Fusiladora. Continuó con
el espacio abierto por la caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión
Soviética, lo que potenció a la UCEDE de Álvaro y Julia Alsogaray que llenó el
estadio de River, hasta que en su alianza en el
ejercicio de gobierno con Carlos Menem terminó prácticamente disuelta. El giro
ideológico de Carlos Menem hacia el neoliberalismo fue revalidado en las urnas
el 14 de mayo de 1995 y luego de la peor crisis de la historia argentina del
2001 -con la bisagra que constituyó el 19/ 20 de diciembre del cual surgieron
los embriones de lo que después fueron el kirchnerismo y el macrismo-, el
neoliberalismo de Menem y López Murphy obtuvieron el 41% de los votos.
No resulta ocioso
recordar que si no fuera por la maniobra de Eduardo
Duhalde de hacer unas pseudos internas abiertas, el
presidente por tercera vez posiblemente hubiera sido Carlos Menem. Una serie de
azarosas circunstancias históricas permitieron la llegada de Néstor Kirchner a
la Casa Rosada y el ingreso a una primavera de doce años.
Ya durante el
kirchnerismo, otros intentos como el Francisco de Narváez, vencedor en el 2009
en la Provincia de Buenos Aires contra un seleccionado kirchnerista;
y el de Sergio Massa en el mismo territorio en el 2013, se disolvieron como
helado al sol en el primer caso, y fue disminuyendo su incidencia hasta tener
horizonte muy oscuro el segundo.
El mérito del
macrismo es haber convertido a la Capital Federal en un territorio inexpugnable
y el haber trascendido su insignificancia territorial al concretar su alianza
con el radicalismo al que va deglutiendo lentamente. Un partido que fue
fabricado para ganar (según el mejor libro escrito al respecto “Mundo PRO” de Vommaro, Morresi y Bellotti), que en doce años llegó a la Presidencia de la
Nación, el mismo que en 2013 no tenía siquiera personería jurídica en la
Provincia de Buenos Aires y que dos años después no sólo triunfa y gana la
gobernación, sino que a dos años vista se presenta en las elecciones del 2017
con el sello CAMBIEMOS, bajo un misma denominación prácticamente en los
24 distritos. Este fenómeno merece un análisis que supere la caracterización de
una etiqueta.
El macrismo ha tenido
entonces la virtud de darle soporte partidario a una base social, con fuertes
rasgos antiperonistas, que nunca concurrió unida a las urnas enarbolando además
premisas pro-mercado, enmascaradas en los tramos finales como continuación
positiva de los 12 años anteriores.
Brutales en la
superficie, despiadados hasta la crueldad, capaces de suprimir subsidios a
miles de personas con discapacidad, saben hacer política mucho mejor de lo
imaginado. Partiendo de apenas un tercio de los diputados y un quinto de los
senadores, han conseguido con la complicidad de una oposición complaciente,
aprobar la mayoría de los proyectos de ley.
Cumpliendo los pasos
de un plan medulosamente preparado de restauración conservadora, que tiene el
objetivo último de desempatar la paridad histórica entre dos modelos, hicieron
en los dos primeros años un fortísimo ajuste de tarifas, pero en esta etapa lo
que lo caracterizó fundamentalmente es una gigantesca transferencia de
ingresos. No tienen prejuicio de aumentar el déficit fiscal, contra su bandera
de equilibrio fiscal, uno de sus habituales
caballitos de batalla, y dar más de dos millones de préstamos a jubilados y
beneficiarios de la asignación universal por hijo, entre agosto y octubre con
el claro objetivo de ganar las elecciones para luego ir por las
transformaciones estructurales.
No tuvieron empacho
de extender la AUH a los monotributistas y aligerar
un blanqueo bochornoso con el envoltorio de la denominada reparación histórica
a los jubilados.
Son de la misma
madera de los Alsogaray, Cavallo y López Murphy, pero como por primera vez en
democracia el poder económico llega por elecciones y sin intermediarios
seleccionados entre los políticos, el envoltorio de su discurso tiende a
sintonizar con una batalla cultural que van torciendo a su favor y con un
manejo por fuera de las luces del escenario tan sofisticado como inescrupuloso.
Volviendo al ejemplo:
si son mamíferos, no son precisamente los domésticos sino los más depredadores
y salvajes. Pretender extirpar hasta el último atisbo de populismo y para
lograrlo pueden adoptar recursos
populistas.
Su debilidad actual
está en que empiezan a verse como Gardel, y posiblemente pierdan el termostato
de cuánto puede soportar una sociedad en donde el optimismo sobre un futuro
mejor supera a las tribulaciones del presente. Su plan económico es una bomba
de tiempo, pero precisamente en economía se puede señalar la bomba
pero no el momento del estallido. Como el endeudamiento es el sostén del plan
restaurador, el momento de la detonación en un plazo imprevisible, sumirá al
país en una crisis que posiblemente empalidezca a la del 2001. A eso se sumarán
las transformaciones regresivas que el gobierno concrete y cuya amortiguación
sólo estará representada por la resistencia social.
Jorge Alemán
escribió: “No es que se haya subestimado la inteligencia de Macri, en
todo caso se ha subestimado el odio a "Ella”, la mujer que siempre, por
estructura, es susceptible de una difamación ilimitada”. Creo que hay una
confluencia de ambas cosas. El odio a Cristina tiene fundamentos en los
indudables méritos de la ex presidenta, pero en los que no hay que subestimar
algunos excesos oratorios y actitudes que alejaron inconvenientemente a
sectores que seguramente la votaron en el 2007 y 2011.
“No hay entonces
"posverdad", hay mucha gente dispuesta,
para sostenerse subjetivamente a sí misma, a creer en cualquier cosa”, afirma Alemán.
Prefiero en estos
casos antes que a Foucault, recurrir a Baruj Spinoza, que sabiamente aconsejaba: “En
política, antes que reír o llorar, es necesario comprender.”
Más que denostar al
que ha cambiado de vereda, conviene adoptar un discurso que lo incluya. Me
refiero al 30% fluctuante en cada elección que ha votado antes por Cristina
Fernández y ahora lo hace por Mauricio Macri.
Coincido con la carta de Alemán a Forster cuando dice: “En
cierta ocasión en una mesa redonda que compartí con Álvaro Linera y Pablo
Iglesias, escuché hablar de sociedades "postneoliberales".
Esto nunca fue así, jugamos siempre el partido en el interior del
Neoliberalismo y así fueron nuestros distintos impases, sin desmerecer
ninguno de los logros históricos en los 12 años de kirchnerismo. Esto es
importante remarcarlo por lo que dices de la "autoflagelación y
depresión", dos afectos que están en las antípodas del pesimismo crítico,
que como insistes, se impone en nuestra disciplina de análisis.”
Efectivamente, los movimientos
nacionales y populares no proponen una revolución socialista, más allá que
alguno lo invoque verbalmente, sino intentos de pasar de la condición de semicolonias a países que deciden en buena parte
soberanamente su destino.
POSICIONAMIENTO DE
RICARDO FORSTER
Escribió Forster
en su primera carta a Jorge Alemán: “Me parece lúcida
tu crítica de la “supuesta inteligencia del macrismo”, como si fuera, para algunos
desprevenidos, portadora de una originalidad incuestionable que no es sino la
expresión local del neoliberalismo en su manifestación depredadora y
entreguista. ¿Acaso imaginábamos que un triunfo de la derecha iba a tener otras
características que este arrasamiento macrista? ¿Nos encegueció aquella
consigna lanzada en los últimos meses del gobierno de Cristina de “lo
irreversible” de las conquistas alcanzadas como si estuvieran por fuera de la
historia y sus giros? ¿Hubo quienes creyeron, entre ingenua y peligrosamente,
que un triunfo de la derecha no conllevaría una brutal restauración
conservadora con su revanchismo y su violencia y su capacidad para rediseñar
tanto la escena económica-social como la dimensión cultural-simbólica? ¿No
reconocimos los límites de la “batalla cultural” pensando más allá de las
determinaciones históricas y de las contradicciones abiertas por un proyecto de
sustitución de importaciones, de ampliación de derechos, de distribución más
equitativa y de apuesta por el consumo popular? ¿Olvidamos que la “movilidad
social ascendente” transforma de cuajo al sujeto popular atravesado por esa
movilidad hasta llevarlo material y simbólicamente al universo de la clase
media con todo lo que ello conlleva de nuevas formas de identificación, de
expectativas y de prejuicios hacia los que quedaron más sumergidos? ¿No
subestimamos al propio neoliberalismo al anunciar, una y otra vez, que había
fracasado desconociendo su capacidad para seguir generando sentido común y
lógica aspiracional?”
Justamente los que
entendimos la peligrosidad del arribo del Macrismo al gobierno echamos el resto
por Daniel Scioli, un candidato a contramano de lo realizado en los últimos 12
años y al que critiqué duramente hasta que fue candidato. La falta de un candidato
adecuado a lo realizado no es una de las críticas menores a Cristina Fernández.
Es casi una tara de origen de los gobiernos nacionales y populares. A esto debe
sumarse el postular un candidato a regañadientes y luego el no haber echado el
resto para que gane.
Aprendí en los
setenta, desde mi ubicación en la izquierda nacional, fundamentalmente
reflexionando en los errores incurridos, que no hay situaciones irreversibles.
Sí que hoy la sociedad ha manifestado con paros, piquetes y movilizaciones una
reacción ante el intento de arrasamiento mucho más intensa que la exteriorizada
en los noventa, y eso es consecuencia de lo mucho que se avanzó en los doce
años anteriores.
Recuerdo que en los setenta, la incorporación de centenares de miles
de jóvenes al peronismo, se conoció como la nacionalización de las clases
medias. Se discutía entonces si era un proceso irreversible o no. Mi posición
fue que no lo era y eso quedó demostrado posteriormente.
Sostiene Ricardo Forster: “El fatalismo se expande como la peste en
consonancia con el “descubrimiento” de la fortaleza inconmovible de la nueva
derecha. Sin garantías amparadas por el “movimiento necesario de la historia
hacia el horizonte de la igualdad y la emancipación”, eso lo aprendimos del
largo, duro y trágico siglo XX, debemos seguir insistiendo contra la tendencia,
muy de época, a eternizar al capitalismo sacándolo de todo registro histórico.
Una cosa es el pesimismo crítico y otra, muy distinta, es el nihilismo pasivo
de quienes están convencidos de la infinitud del Sistema que vuelve
insustancial cualquier acción política.”
Más allá de ciertos
desiertos conformados en medio de los retrocesos, la sociedad argentina ha
demostrado históricamente que cuando la decepción reemplaza a la ilusión, como
decía Perón, “hace tronar el escarmiento”. Claro que eso hay que acompañarlo
con organización y militancia, como decía Henri
Bergson, el filósofo francés ganador del Premio Nobel de Literatura en 1927:
“El futuro no es lo que va a venir, sino lo que nosotros vamos a hacer.”
En la segunda carta de Forster
a Alemán se puede leer:
“En todo caso, y en eso estaríamos de acuerdo, el proceso boliviano no se ha
planteado, independientemente de su retórica “revolucionaria”, ir más allá del
capitalismo… El problema, querido Jorge, es el “no hay afuera” del
capitalismo en las actuales circunstancias históricas o, al menos, ese “afuera”
no tiene el carácter ontológico del anticapitalismo revolucionario. Y si
esto es así, y vos has hecho un gran esfuerzo para analizarlo y destacarlo, la
valoración de los procesos democrático-populares sudamericanos no
debería hacerse utilizando la categoría de “revolución anticapitalista” sino,
por el contrario, señalando sus componentes disruptivos e inasimilables para el
dispositivo de dominación neoliberal. Algo en el populismo provoca esos
desmanes de odio y resentimiento de parte de un poder que nunca ceja en su
intento de eliminarlo. Sigo creyendo que hay una relación directa entre esa
violencia destructiva que moviliza la reacción neoliberal y aquello que guarda
de imposible y provocador el populismo.”
Desde la izquierda
nacional, apoyamos al peronismo no por ser socialista o anticapitalista, sino
porque era una revolución capitalista en términos burgueses y esa era su enorme
potencialidad. Lo mismo puede decirse, con las
particularidades de cada caso, de todos los movimientos nacionales y populares
de América Latina. El doble error que se cometió con Perón fue que los jóvenes
que ingresaron al peronismo en la década de setenta, lo hacían, por
considerarlo socialista y cometían el error simétrico de sus padres gorilas que
se oponían por considerarlo fascista. Perón no fue ni fascista ni socialista,
sino un revolucionario burgués que venía a desarrollar el capitalismo nacional,
realizando las tareas burguesas que una burguesía débil y mezquina no podía
realizar.
Para ello fomentaba
el fortalecimiento de la industria nacional, mejoraba significativamente la distribución
del ingreso, recuperaba el control de los resortes básicos de la economía,
creaba un poderoso mercado interno, promovía una legislación laboral notable y
realizaba una política exterior soberana en los términos de un país periférico.
Lo realizado de 1945 a 1955 en materia de salud, en la etapa Ramón Carrillo,
nada tiene que envidiarle al prestigio actual de la medicina
cubana
CARTA SENCILLA PARA
AUTORES DE CARTAS COMPLEJAS
Me meto sin que se me
haya invitado en un intercambio epistolar necesario y ojalá se extienda a
muchos participantes. Demás está decir el respeto que me merecen tanto Jorge
Alemán, con quien nunca tuve oportunidad de conversar, sólo leer, como Ricardo Forster al cual entrevisté, con quien conversé y a quien
leí en sus notas y libros.
Cada uno tiene el
estilo que mejor se adecua a sus pensamientos. Sin embargo
sería oportuno, aunque parezca insolente, sugerir que dos pensadores como Uds.
aligeren la sobrecarga expresiva, para alcanzar lectores que puedan alejarse
cuando el lenguaje se vuelve excesivamente críptico. Podría dar algunos
ejemplos propios y ajenos al respecto, pero prefiero reservarlos para una
situación más propicia.
Agradeciendo que no
tomen desfavorablemente esta participación en un intercambio de a dos para
pasar provisoriamente a transformarlo en un triángulo, los saluda con la mayor
consideración.
Hugo
Presman
Buenos Aires, 5 de
diciembre de 2017
*LA TECL@ EÑE:
Intercambio de cartas entre Jorge Alemán y Ricardo Forster
No hay comentarios:
Publicar un comentario