La
supuesta inteligencia del macrismo: Neoliberalismo
En este
artículo Jorge Alemán pone en cuestión la existencia de una inteligencia
macrista que le aporta un plus de saber político al partido gobernante
Cambiemos. La deshistorización, el presente absoluto como promesa de futuro y
la promoción del odio social hacia el gobierno anterior, son algunos de los
pilares desde los cuales Cambiemos trabaja dentro de la matriz de creación de
subjetividades del neoliberalismo.
Por Jorge Alemán*
(para La Tecl@ Eñe)
De
un tiempo a esta parte una misma frase se repite entre distintos analistas de
la situación política: "hemos subestimado a Macri", "era más
inteligente de lo que suponíamos", "hay que leer a Duran Barba",
"hay que estudiar a todos estos tipos”, "etc.”. Como si la coyuntural
derrota política incluyera en sus efectos logrados la atribución de un plus
de saber en política al macrísmo. No es mi lectura, así que precisaré
para mi argumentación, evocar una serie de puntos donde caracterizo nuestro
momento actual.
1) El
Neoliberalismo es un conjunto de dispositivos que funcionan en forma conectada
y en diversos registros, en uno de sus aspectos su función más efectiva es la
producción subjetiva. Esta producción siempre intenta constituir una
"masa" que se defina por el odio a un elemento exterior en el que no
debe ni puede reconocerse. Este odio, que varía según los países, en el caso
argentino se concentra en el gobierno anterior. El odio social siempre
responde a un mecanismo básico: hay un grupo político que acumuló de un modo
fraudulento el dinero de todos, lo malgastó, lo distribuyó en sectores
subalternos de una manera innecesaria, subsidiando el goce de una desidia y
pereza fundamental que, según este imaginario, habita siempre en los sectores
vulnerables. No es que se haya subestimado la inteligencia de Macri, en todo
caso se ha subestimado el odio a "Ella”, la mujer que siempre, por
estructura, es susceptible de una difamación ilimitada
2) El
Neoliberalismo en su despliegue de operaciones financieras a gran velocidad
debe hacer desaparecer la Historia. En este punto, los políticos que lo
representan no necesitan de ningún "relato fuerte ", les basta con
remitir todo a un presente absoluto y a una promesa de futuro. No es
necesario disponer de ningún saber maquiavélico, es suficiente con el discurso
de la autoayuda como una narrativa de autorrealización del yo, que tiene como
función esencial deshistorizar a la política e infantilizar mediáticamente a la
población. Aquí es necesario destacar distintos aspectos del discurso de
autoayuda. En primer lugar, su carácter "perfomativo", es decir, que
funciona como una orden velada que indica lo que debe "hacerse
" para cumplir con el objetivo. Si no funciona la autoayuda, que nunca funciona
del todo, va tomando su lugar el suplemento represivo e intimidante. No
olvidemos que el secreto de la narrativa de la autoayuda es que es en sí misma
una máquina disciplinaria de segregación que se esconde en sus promesas de
lograr y realizarse como un valor en permanente aumento. Su matriz simbólica
siempre está dirigida al hombre y mujer medio, blanco, perteneciente a la
cultura mediática que sólo se identifica con los suyos y que no está interesado
en la interpelación existencial que provoca una política transformadora. El
éxito que propone es ser tan fluido como la mercancía. Mientras que a los
políticos neoliberales que representan y gestionan la dinámica neoliberal
les basta con no interrumpir estas operaciones, los llamados movimientos
nacionales y populares y los de izquierda en el sur de Europa todavía necesitan
de un "relato fuerte". Este relato sí necesita de una interpretación
de la historia, de las diversas corrientes que obstaculizan la emergencia de un
Pueblo, que por definición siempre falta, y por último exigen
atravesar la "esfera de identificaciones" provocada por la
intervención mediática en los frágiles vínculos sociales que aún subsisten. El
relato épico- transformador de estos movimientos juega su partida en el
interior del neoliberalismo, y hay que admitir que dado que apuntan a una
objeción del mismo, aunque no se trate de una ruptura
"revolucionaria", sin embargo sus recursos, hay que admitirlo, son
limitados. Sin una previa "insumisión" popular o una gran crisis de
representación u orgánica, no encuentran el terreno donde puedan arraigarse. La
épica del relato transformador no se realiza en un concurso electoral, necesita
de un "acto instituyente" en su punto de partida, es más, su
verdadero sentido se encuentra en la organización posterior e institucional de
ese acto.
3) Hay
que señalar que el funcionamiento neoliberal actualmente va virando hacia un
estado de excepción con apariencias democráticas que reúne a la vez las
megaconexiones veloces del capital financiero con una paradoja añadida, el
presente absoluto que se intenta imponer va generando progresivamente islotes
cada vez más amplios de impunidad, permanentemente abastecidos por las
pulsiones más arcaicas que le atribuyen al Otro un "goce
subdesarrollado". En este aspecto el Neoliberalismo promueve un grado cero
de la ciudadanía provista de una debilidad mental peligrosa y agresiva
que desresponsabiliza a amplios sectores progresivamente, culpabilizando
a determinados actores políticos de lo que haga falta, sosteniendo un simulacro
de Justicia que sólo funciona al servicio de la satisfacción de las pulsiones
reaccionarias y arcaicas. No hay entonces "posverdad", hay mucha
gente dispuesta, para sostenerse subjetivamente a sí misma, a creer en
cualquier cosa.
Pensar las
rendijas por donde se cuele la historia y su memoria sólo será posible si
existe de nuevo la irrupción colectiva de la verdad, y no se sabe aún cuál es
la forma posible de este acto instituyente.
En suma, la
inteligencia de Macri y su equipo sólo consiste en ser el representante "evanescente"
de la otra escena Neoliberal.
Madrid, 18
de noviembre de 2017
*Psicoanalista
y escritor
Carta a Jorge
Alemán
Por Ricardo Forster*
(para La Tecl@
Eñe)
Querido Jorge, leí
con atención tú último artículo en la Tecl@Eñe[1] con el que siento
afinidades, esas que venimos discutiendo desde hace tiempo y que definen las
coincidencias ante este complejo tiempo argentino. Estoy de acuerdo con esa
extraña parábola, casi naïf, que lleva a muchos a
sobrevalorar al macrismo como el non plus ultra de una renovación por derecha
de la política de dominación hasta un punto tal que opaca cualquier visión
crítica (incluso algunos llegan a arriesgar, no sin cierta expectativa, que
estaríamos asistiendo a la aparición de una “derecha democrática” que sellaría
nuestro pasaje a una genuina vida republicana después de los vendavales
populistas de los 12 años kirchneristas). Una cierta
fascinación entremezclada con sorpresa y resignación se ha extendido como la
peste entre muchos compañeros que parecen haber descubierto a una derecha
temible capaz de proyectarse por un largo plazo ante una oposición débil y
fragmentada que no logra encontrar el rumbo ni el discurso adecuado. A esa
sobrevaloración –que es inversamente proporcional a la subestimación anterior–
se le agrega una dosis creciente de autoflagelación y depresión que poco
o nada se asemeja a una posición pesimista crítica –gramscianamente
necesaria a la hora de indagar por la potencia destructiva del capitalismo bajo
su forma neoliberal periférica pero a la que le es imprescindible una dosis de
“optimismo de la voluntad” sin la cual sólo queda la resignación y la
pasividad–, para deslizarse más bien hacia cierta inoperancia y vaciamiento del
pensamiento alternativo que se traduce, en algunos casos, en una extraña
inclinación a dejarse seducir por el experimento macrista o en angustia
depresiva que solo alcanza a ver la perpetuación de lo peor.
Algunos recién están
descubriendo, con sorpresa, qué es y qué significa el neoliberalismo (en su
versión periférica y argentina). Lejos de asumir una mirada más compleja y
crítica, prefieren quedarse prisioneros de una alquimia de derrotismo y
fascinación especular respecto a las capacidades, sobredimensionadas, del duranbarbismo macrista como novedad
que incluye, como no podía ser de otro modo, el uso "superlativo" de
las redes sociales y las nuevas formas de interpelación mediático-estéticas
(cierto deseo imitativo surge como respuesta a la habilidad del aparato
publicitario de la derecha para sintonizar a la perfección con el imaginario de
las clases medias y de amplios sectores populares dominados por la simbología
del semiocapitalismo[2]; una imitación que llevaría,
eso piensan, a un posible éxito frente al anacronismo de un nacional-populismo aferrado
a formas político comunicacionales añejas que se han vuelto un obstáculo a la
hora de recuperar el terreno perdido). El problema, me parece, es que se deja
de indagar el funcionamiento de la máquina de dominación, sus lubricaciones
actuales, su potencia al fabricar nuevas formas de subjetivación ligadas a la
“servidumbre voluntaria”, para intentar un giro mimético que acabaría por
disolver lo propio de una fuerza que se quiere antagonista del neoliberalismo.
A esa ilusión falaz, le suman también, sus propios problemas y limitaciones
para quedar, boquiabiertos, ante la fascinación de una maquinaria que se ha
vuelto mágica e incomprensible.
En tu análisis señalás que el “neoliberalismo en su despliegue de
operaciones financieras a gran velocidad debe hacer desaparecer la Historia. En
este punto, los políticos que lo representan no necesitan de ningún
"relato fuerte", les basta con remitir todo a un presente absoluto y a una promesa de futuro. No es necesario disponer de
ningún saber maquiavélico, es suficiente con el discurso de la autoayuda como
una narrativa de autorrealización del yo, que tiene como función esencial deshistorizar a la política e infantilizar mediáticamente a
la población”. Es clave desentrañar este solapamiento de la conciencia histórica
y política como una consecuencia directa de las extremas velocidades con que
circulan los activos financieros y la data informativa unidos, ambos, a una
escisión entre la representación subjetiva del espacio y la imposibilidad de
ese mismo sujeto de capturar racional y sensitivamente el flujo temporal de la
información. Creo, a su vez, que lo que se extravía es la imprescindible historización de la etapa neoliberal del capitalismo hasta
convertir nuestra resignación en una suerte de eternización del instante, una
realidad “virtual” que se devora pasado y futuro borrando del horizonte cercano
cualquier posibilidad de ruptura de un dispositivo capaz de prolongarse sine
die bajo la forma de la eternidad. Es la experiencia subjetiva la que
se debilita a dos puntas en el interior del modelo neoliberal: por un lado se vacía la percepción biográfica, el devenir de la
vida individual y colectiva como expresión de la memoria histórica y, por el
otro lado, también se desvanece la comprensión de la finitud como rasgo de toda
forma de organización de la sociedad. Una nueva pobreza de la experiencia,
parafraseando a Walter Benjamin, se derrama sobre la
vida cotidiana de individuos capturados por los engranajes entrelazados de la
velocidad informativa y la falta de referencialidad de los signos en el
interior de la tenaza financiera y semiológica de un capitalismo de lo
inmaterial capaz de transformar lo virtual y la mentira en el centro de lo
verosímil y de lo socialmente aceptado.
Me parece lúcida tu
crítica de la “supuesta inteligencia del macrismo”, como si fuera, para algunos
desprevenidos, portadora de una originalidad incuestionable que no es sino la
expresión local del neoliberalismo en su manifestación depredadora y
entreguista. ¿Acaso imaginábamos que un triunfo de la derecha iba a tener otras
características que este arrasamiento macrista? ¿Nos encegueció aquella
consigna lanzada en los últimos meses del gobierno de Cristina de “lo
irreversible” de las conquistas alcanzadas como si estuvieran por fuera de la
historia y sus giros? ¿Hubo quienes creyeron, entre ingenua y peligrosamente,
que un triunfo de la derecha no conllevaría una brutal restauración
conservadora con su revanchismo y su violencia y su capacidad para rediseñar
tanto la escena económica-social como la dimensión cultural-simbólica? ¿No
reconocimos los límites de la “batalla cultural” pensando más allá de las
determinaciones históricas y de las contradicciones abiertas por un proyecto de
sustitución de importaciones, de ampliación de derechos, de distribución más
equitativa y de apuesta por el consumo popular? ¿Olvidamos que la “movilidad
social ascendente” transforma de cuajo al sujeto popular atravesado por esa
movilidad hasta llevarlo material y simbólicamente al universo de la clase
media con todo lo que ello conlleva de nuevas formas de identificación, de
expectativas y de prejuicios hacia los que quedaron más sumergidos? ¿No
subestimamos al propio neoliberalismo al anunciar, una y otra vez, que había
fracasado desconociendo su capacidad para seguir generando sentido común y
lógica aspiracional? ¿No confundimos lo que Giovanni Arrighi
denomina una “crisis-señal” –aquella que expresa las dificultades de
legitimación de un dispositivo hegemónico– con “crisis terminal” del poderío
estadounidense y, por lo tanto, del propio neoliberalismo? Más que subestimar
al macrismo –que eso también ocurrió– se subestimó el carácter de la
crisis-señal creyendo que América Latina se había sustraído al abrazo de oso de
una época terrible del capitalismo mundial. En todo caso, la derrota nos
permite aprender de nuestros errores y de los límites de un proyecto reformista
en el contexto de una historia que, como decía Nicolás Casullo, “se ha puesto
de espaldas a la revolución”. Eso no nos impide resaltar y reivindicar “el
tiempo fuera de quicio” de los años malditos (por su carácter populista)
vividos en nuestro continente como única alternativa a la globalización
neoliberal. Creo, Jorge, que coincidimos en esta perspectiva que hace de las
experiencias vividas en Latinoamérica una lógica a contracorriente de una época
impiadosa del Sistema. Por eso compartimos el mismo entusiasmo y rechazamos,
por injustas y vanguardistas, aquellas críticas que “por izquierda” se
opusieron ferozmente a los gobiernos nacional populares y progresistas
reclamando un estado de pureza “revolucionaria” que solo podía existir en sus
fantasías.
La consigna parecería
ser “olvidar a Marx”, es decir, perder de vista la dinámica de las crisis del
capitalismo allí donde la separación cada vez más radical del valor de uso y el
valor de cambio se manifiesta en su forma más cruda a través de la financiarización generalizada y el pasaje de la realidad
material a la virtualización abstracta. Se olvida, como diría Zizek siguiendo a Marx, que “una crisis acaece cuando la
realidad se coloca al nivel del espejismo autogenerado e ilusorio del dinero
que crea más dinero –esta locura especulativa no puede continuar
indefinidamente, debe estallar en crisis incluso más serias”. Paradojas de una
época en la que el espejismo fetichista del dinero multiplicándose hasta el
hartazgo cierra cualquier interpretación capaz de reconocer en esa lógica
perversa su contradicción más profunda y destructiva. Parálisis y depresión
emergen como consecuencia directa de esta deshistorización
del capital. Cuando la materialidad social y económica queda borrada y se
sustrae su significación lo que acaba por oscurecer el horizonte es la
resignación, como si fuerzas naturales indescifrables se hubieran desatado
sobre nuestras cabezas arrojándonos a la intemperie de
una ignorancia generalizada. Entre la abstracción mayúscula y la espectralización de la economía capitalista hasta niveles
últimos lo que parece sustraerse a nuestra comprensión es, precisamente, el
carácter contingente del neoliberalismo. Fascinados y sorprendidos no atinamos
a percibir el carácter ideológico de nuestra parálisis depresiva. La sombra
horrorosa de un más allá del tiempo, de una espectralidad
perenne, se expande ante nuestros ojos impávidos. No hay mayor triunfo
cultural-simbólico del capitalismo que ofrecerse como una forma natural y
ahistórica. El macrismo, su triunfo y su avance arrollador para invertir los
términos de la Argentina de los últimos 12 años, ha impactado en lo profundo de
un kirchnerismo desorientado que pasó de “no duran tres meses” y “esto estalla
en cualquier momento”, a “no lo sacamos más”, “controlan todos los poderes de
un modo tal que no hay manera de derrotarlos ni en el corto, ni en el medio ni
en el largo plazo”. El fatalismo se expande como la peste en consonancia con el
“descubrimiento” de la fortaleza inconmovible de la nueva derecha. Sin
garantías amparadas por el “movimiento necesario de la historia hacia el
horizonte de la igualdad y la emancipación”, eso lo aprendimos del largo, duro
y trágico siglo XX, debemos seguir insistiendo contra la tendencia, muy de
época, a eternizar al capitalismo sacándolo de todo registro histórico. Una
cosa es el pesimismo crítico y otra, muy distinta, es el nihilismo pasivo de
quienes están convencidos de la infinitud del Sistema que vuelve insustancial
cualquier acción política.
La depresión surge de
esa pérdida de perspectiva temporal, del olvido del engranaje de la historia
como contrafigura a la naturalización del capital, a su dominio ideológico del
tiempo como un aquí y ahora eterno e inconmovible en un sentido material social
que sólo podrá experimentar algún cambio bajo modificaciones tecnológicas que
serían las únicas capaces de sacudir el escenario, aunque no en un sentido
precisamente liberador. Incluso hay una resignada y catastrofista visión de
esas nuevas tecnologías digitales completamente separadas de su dimensión
histórico-social-política. Nuestra derrota intelectual es el resultado de deshistorizar y despolitizar la interpretación del
capitalismo semiótico (al modo de Bifo Berardi o de Byung-Chul Han),
cerrando toda posibilidad de transformación de una sociedad definitivamente
atrapada en las redes de un sistema capaz de penetrar hasta el último de los
intersticios de la vida colectiva e individual. Esto no significa que la clave
"histórica" lo resuelve todo ni mucho menos (tú apelación al resto
último del sujeto del inconsciente constituye una necesidad del pensamiento
crítico y de la posible rebelión ante las injusticias del neoliberalismo), pero
sin ella quedamos atrapados en las telarañas de una dominación definitiva que
se vuelve patología existencial y psíquica. En fin, reflexiones rápidas y al
hilo de tu escritura que aprecio en estos tiempos difíciles pero desafiantes.
La seguimos. Abrazo,
Ricardo
Buenos Aires, 22 de
noviembre de 2017
*Filósofo y ensayista
argentino. Es doctor en filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba
A quien le hablan? Se hablan entre ellos. De tanto no entender a estos filósofos de café literario termino aplaudiendo a Moreau y Palazzo...
ResponderEliminarCoincido totalmente con el comentarista anterior. La intelectualidad nac&pop esta mas pérdida que turco en la neblina si sigue discutiendo en torno de ejes que, en contraste con la realidad de la gente de a pie, resultan casi obscenos. Respeto a Alemán mucho más que a Forster, confieso. Pero estos se suman a una lista de analistas (menos experientes que los primeros, convengamos) que ya agota.
ResponderEliminarComo yo lo veo , hasta las "marchas" son un recurso atado a un contexto progresista que partió por tiempo indeterminado. Esto me recuerda muchísimo a los meses previos a la Dictadura. Y tiene cierta lógica que de uno en uno nos preguntemos que recursos habilitaremos desde Lo individual y lo grupal extenso para sobrellevar un tiempo intermedio lleno de confusión.
Me harta escuchar y leer sobre la supuesta depresión militante. Se carga al tipo común con una responsabilidad privativa de referentes importantes que no acometieron las negociaciones y amplitudes de criterios que requeria la hora. En un intento verdaderamente ridiculo se intenta desplazar hacia el votante nac&pop conductas que, por el contrario, si estan afectando a las cupulas partidarias. No hay tal depresion en los de abajo. No nos podemos permitir esos lujos.
Me disculparan, espero, que sienta en estos tiempos un asco irrefrenable por tanto análisis banal. Es así, no puedo reprimir esta sensación de estar en presencia de dominicos discutiendo sobre el sexos de los ángeles.