10 diciembre 2017

Intercambio Epistolar

Carta II a Jorge Alemán
La correspondencia entre Jorge Alemán y Ricardo Forster avanza en la reflexión, en esta segunda Carta de Ricardo Forster, acerca de las experiencias populistas vividas en Sudamérica, sus logros y sus carencias no en términos de éxito sino en tanto capacidad para desafiar la homogénea dominación del sistema Neoliberal.

Por Ricardo Forster
(para La Tecl@ Eñe)
Querido Jorge,
en tú respuesta-comentario a la carta que te envié hay un párrafo sobre el que quisiera detenerme, porque creo que en él se expresa uno de los problemas centrales a los que se enfrenta un proyecto que se quiso y se quiere alternativo a la dominación neoliberal. Te cito: “Pero volviendo a tu carta, como bien señalas, esto que se sobrevalora ahora en los políticos neoliberales se subestimó en la etapa anterior. Doy fe de ello. En cierta ocasión en una mesa redonda que compartí con Álvaro García Linera y Pablo Iglesias, escuché hablar de sociedades "postneoliberales". Esto nunca fue así, jugamos siempre el partido en el interior del Neoliberalismo y así fueron nuestros distintos impases, sin desmerecer ningunos de los logros históricos en los 12 años de kirchnerismo. Esto es importante remarcarlo por lo que dices de la "autoflagelación y depresión" dos afectos que están en las antípodas del pesimismo crítico, que como insistís, se impone en nuestra disciplina de análisis.

Pero esto no se supera sumándose sin más a las estrategias del Otro, pretendiendo ser "modernos" asimilando sus formas, sus estilos, sus construcciones mediáticas, como si fueran meras formas que se pueden instrumentar sin estar expuestos a la performatividad que esos instrumentos contemporáneos ponen en juego. Es cierto que vale la pena aventurarse en las redes, en los audiovisuales, en la tecnología en general, pero sin olvidar el límite antagónico  que nos constituye en nuestro discurso político. En este punto habría que tener en cuenta hasta donde ya una modalidad técnica sobredetermina la significación que se desea transmitir. Es un riesgo a correr. Es a lo que haces referencia cuando hablas de "el giro mimético"”. Con los resultados a la vista –principalmente en Argentina y Brasil– se vuelve evidente que eso que algunos llamaron “proyectos postneoliberales” no pudieron romper el núcleo duro y estructural del Sistema. Eso es cierto pero, y acá señalaría un matiz respecto a tus objeciones, no creo que, en un sentido “político”, “jugamos siempre el partido en el interior del Neoliberalismo”. Digo esto porque, quizás, lo más radical en medio de un océano regresivo haya sido, precisamente, el desafío que se lanzó desde algunos países sudamericanos y haciendo pie en la lengua política como lengua del antagonismo. Haber hecho visibles algunas fisuras en el Sistema, esa, quizás, sea la riqueza del desafío populista. Desquiciarlo, incomodarlo, provocarlo… no ha sido poca cosa, por eso tampoco es legítima la depresión que nace de imaginar que nada podía sucedernos. Quienes no reconocen la fragilidad de lo que habita en el tiempo suelen desesperar ante el reconocimiento de las contramarchas, de las derrotas que, para ellos, se vuelven eternas e inconmovibles. Toda derrota es dolorosa, pero no por ello constituye el final. Historizar lo propio es proporcional a historizar el capitalismo desprendiéndolo de su aureola de inmortalidad. El tiempo que lástima también cura las heridas de la desesperación.

¿Se podía ir más lejos? ¿había sociedad dispuesta a hacerlo? ¿en los tiempos en los que “la revolución ha quedado a nuestras espaldas” es justo analizar, bajo la lógica del todo o nada, a aquellas experiencias que se atrevieron, con armas limitadas, a poner en cuestión el poderío globalizador del neoliberalismo? ¿no resulta ilusorio realizar el balance de esas experiencias sin tomar en cuenta la envergadura del adversario, su capacidad para absorber a sus críticos, incluso a los más radicales? Siguiendo el hilo de estas preguntas tiendo a valorizar esa intencionalidad, tal vez fallida, de lo “post” neoliberal como síntoma de lo vivido en nuestro continente a lo largo de años de una intensidad única. Puedo, por lo tanto, entender el sentido de la intervención de Álvaro García Linera en aquel debate televisivo que mencionás, su especulación crítica a la hora de intentar denominar el camino recorrido, por ejemplo, en su país (no lo tengo tan claro respecto a la posición de Pablo Iglesias que lidera un movimiento de oposición que todavía, salvando algunas intendencias significativas, no ha tenido la oportunidad de ser gobierno a nivel del Estado nacional). García Linera especula no sobre las ilusiones de algo aún-no-vivido, su lectura es el resultado de una experiencia que lleva más de una década y que ha redefinido las formas del poder y de la disputa hegemónica en Bolivia. La visibilidad de los subalternos, la constitución del Estado Plurinacional, la construcción de un sistema jurídico mixto y electivo popularmente, la redefinición del rol del Estado en beneficio de la ampliación de derechos e, incluso, de la consolidación de formas económicas alternativas, su peculiar modo de abordar las problemáticas ecológicas eludiendo las ingenuidades progresistas pero sin caer en el elogio del  extractivismo (sabiendo, como lo ha dicho muchas veces el propio García Linera, que la minería constituye un recurso sin el cual sería imposible mejorar las condiciones de vida de los más pobres y avanzar en un proceso de redistribución de la riqueza, ya que prácticamente no habría nada para repartir), la proliferación de la lengua política a la hora de nominar la situación y sus complejidades, son algunos de los rasgos significativos que no debemos subestimar. En todo caso, y en eso estaríamos de acuerdo, el proceso boliviano no se ha planteado, independientemente de su retórica “revolucionaria”, ir más allá del capitalismo. Si, me parece, ha intentado sortear el abrazo de oso del neoliberalismo sabiendo, sin embargo, que es complicado sustraerse a sus tentáculos, en particular a esas prácticas propias del mercado que llevan su sello y que impregnan, con sus particularidades, la vida del “emprendedorismo” boliviano (hay vasos comunicantes directos entre la lógica neoliberal que hace pie en la reivindicación del emprendedor como célula de las relaciones económicas en el interior de las prácticas mercantiles, y la larga tradición indígena del altiplano que se mueve como pez en el agua en el mundo del cuentapropismo y del mercadeo –es interesante, en este sentido, el estudio que Verónica Gago ha hecho de “La salada” en su libro La razón neoliberal, mostrando la capacidad de apropiación que los sectores populares han tenido a la hora de aprovechar en su beneficio los resquicios que abre el neoliberalismo. Con lo que no estoy de acuerdo es con la conclusión optimista que saca Gago imaginando que esa apropiación guarda motivos liberadores y resistentes que esos sectores populares movilizarían contra la dominación del capitalismo, no encuentro en ellos su carácter “político” que, en todo caso, haría posible una crítica real de las prácticas neoliberales. Tiendo a pensar que “la apropiación astuta” por parte de los sectores populares de los instrumentos propios del neoliberalismo acaba por penetrar y permear la forma de la representación de la sociedad que esos mismos actores acaban por asumir convirtiendo a esas prácticas en asimilables por el mercado capitalista del que no se proponen salir).

El problema, querido Jorge, es el “no hay afuera” del capitalismo en las actuales circunstancias históricas o, al menos, ese “afuera” no tiene el carácter ontológico del anticapitalismo revolucionario. Y si esto es así, y vos has hecho un gran esfuerzo para analizarlo y destacarlo, la valoración de los procesos democrático-populares sudamericanos no debería hacerse utilizando la categoría de “revolución anticapitalista” sino, por el contrario, señalando sus componentes disruptivos e inasimilables para el dispositivo de dominación neoliberal. Algo en el populismo provoca esos desmanes de odio y resentimiento de parte de un poder que nunca ceja en su intento de eliminarlo. Sigo creyendo que hay una relación directa entre esa violencia destructiva que moviliza la reacción neoliberal y aquello que guarda de imposible y provocador el populismo.
La violencia material y simbólica de la que echa mano el macrismo muestra, me parece, hasta qué punto el proyecto kirchnerista constituyó un “hecho maldito”, lo inaceptable en el marco de la globalización. En esa audacia que caracterizó el tiempo kirchnerista (y que se continúa, con sus propias modalidades, en las otras experiencias sudamericanas, particularmente la boliviana y, a su modo y con sus tremendos problemas, la venezolana) hay que leer el prefijo “post”, su intento de ir a contracorriente recomponiendo, con sus limitaciones, un cierto estado de bienestar que, en comparación con la violencia de la restauración neoliberal encabezada por Macri, constituyó un extraordinario logro difícil de sostener en el tiempo pero imprescindible de llevarlo a cabo más allá de sus contradicciones e imposibilidades estructurales. Un dominio de lo político por sobre lo económico, ese ha sido, quizás, el centro de las experiencias sudamericanas y, en particular, de la Argentina de los 12 años kirchneristas. De ahí también su fragilidad y sus enormes dificultades para sostenerse en el tiempo. Así como la llegada de Néstor Kirchner al gobierno en 2003 fue el producto del azar, aquello que no debía suceder y sin embargo aconteció en medio de un país a la deriva, la prolongación en el tiempo responde más a una ilusión que a la dinámica de un presente atravesado por la potencia de un Sistema que, aunque también es sacudido por sus propias contradicciones y debilidades, sigue estando en el centro del poder. En todo caso, y tal vez estarás de acuerdo conmigo, el deseo de infinitud no se corresponde con lo ineluctable de la eternidad, ni siquiera para un capitalismo que en su fase neoliberal pareciera haber encontrado los mecanismos secretos para su perpetuación. Por eso lo importante de lo vivido en Sudamérica, de sus logros y de sus carencias, no haya sido el éxito, la rentabilidad en el sentido burgués del término, ni su prolongación en el tiempo, sino, antes bien, su capacidad para desafiar, cuando menos se lo esperaba, a la homogénea dominación neoliberal. En fin, apenas algunas divagaciones suscitadas por tus valiosas reflexiones y en días difíciles en los que la violencia estatal, por vía de la gendarmería, la prefectura o la policía federal, se sigue cebando con jóvenes que ponen el cuerpo para defender causas justas mientras se profundiza la impunidad “legislada” desde el gobierno nacional. El neoliberalismo, a secas, mata.

Abrazo fraterno,
Ricardo

Buenos Aires, 3 de diciembre de 2017


Carta a Ricardo Forster
Jorge Alemán retoma la conversación y responde la carta escrita por Ricardo Forster y publicada en La Tecl@ Eñe.  El contrapunto que propone Alemán se da en torno a tres aspectos: la diferencia entre Poder y hegemonía, el populismo y el concepto de Demanda.
 Por Jorge Alemán
(para La Tecl@ Eñe)
Querido Ricardo:

De entrada debo agradecerte especialmente la atención exquisita que has puesto en la lectura de mi texto "La supuesta inteligencia de Macri: Neoliberalismo". Sentirse leído de ese modo se vuelve en estos días una experiencia singular por la que se siente un agradecimiento único. Tal vez las  procedencias, benjaminiana en tu caso y lacaniana  en el mío, nos hacen sensibles a ambos a la interrogación por los legados históricos y sus posibilidades de apertura al porvenir, y nuestra común referencia central a Marx y su problemática traducción al campo popular es lo que nos puede permitir esta correspondencia. En la misma no se trata, como ya se puede ver en los dos primeros textos, de un debate entre nosotros, sino de un trabajo entre compañeros que coinciden en cuestiones decisivas y  que intentarán dilucidar este mundo en el que vivimos y estamos concernidos de distintos modos.

Por ahora simplemente intentaré, dado lo exacto de tus observaciones, glosar algunas cuestiones que surgen de las mismas, esperando en el de transcurrir de nuestra correspondencia que se pueda llegar más lejos.

Franco Berardi, Bifo, describe pormenorizadamente el semiocapitalismo. En este mundo todo está hiperconectado a una gran velocidad: dispositivos financieros, cuerpos, neuronas, aparatos psíquicos, lenguajes, sexualidad, etc. Todo a una gran velocidad que siempre supera a los procesos de subjetivación. Esto lo señalas con total claridad en tu carta. El ingrediente mayor de su descripción de Berardi  se inspira en diversos ecos deleuzeguattarianos. El Capitalismo inmaterial ya separado de la relación Capital - Trabajo. En esto se prodiga de distintos modos, aunque  a mi juicio no afirme nada que no esté ya sugerido por Lacan en su tesis sobre el Discurso Capitalista y  en Heidegger sobre la Técnica. Homología que he planteado en distintas ocasiones. El asunto es que Berardi describe muy bien el infierno de lo que probablemente sea la última etapa de concentración del Capital antes del colapso, un colapso que puede permanecer diferido mucho tiempo. Pero como lo señalas, la velocidad de las operaciones virtuales-financieras se anticipan  en la extensión de automatismos mentales  de todo tipo, privilegiando según  Berardi,  la depresión y los ataques de pánico. Esta descripción de Berardi con la que podemos acordar, anticipada también en el Antiedipo de Deleuze, es  lo que produce en algunos esa sugestión por los políticos que representan y acompañan la marcha neoliberal, atribuyéndole a sus políticos, simples mediadores evanescentes de los dispositivos neoliberales, una astucia especial en su reproducción indefinida. Si el  Neoliberalismo pretende volver a las subjetividades idénticas al flujo de la Mercancía y el dinero, nuestros politólogos captan fascinados en los proyectos neoliberales astucias en los políticos que los implementan, sin embargo, se trata de una astucia que sólo es un reflejo del funcionamiento de los dispositivos.

Por otra parte, lo  que es increíblemente  ingenuo  en Berardi  es que después de describir el infierno de los flujos hiperconectados que ya se apropiaron de todo, quiera imaginar una  retirada a "lugares de goce, libertad, amistad" que rompan con la relación Renta-Trabajo. El famoso "Trabajo vivo ", sin plusvalía.

Para Berardi se trata de iniciar una terapia semejante al "esquizoanálisis" que nos curaría de los automatismos mentales del semiocapitalismo. Pero como este semiocapitalismo ha engullido el lenguaje, la política, los sujetos, nunca se describe cuál es el soporte suplementario y simbólico que nos posibilitará la "retirada" a ese mundo "autónomo".

Berardi vuelve, como hace Chul Han, por ejemplo, a describir el crimen perfecto, para  luego proponer una suerte de  comuna hippie que se reterritoalizará y se liberará de los automatismos del capital. Como bien sabes, en todos estos autores, lo sucedido en Latinoamérica con los movimientos nacionales y populares nunca cuenta en sus análisis, esa es inevitablemente una tarea nuestra.

Pero volviendo a tu carta, como bien señalas, esto que se sobrevalora ahora en los políticos neoliberales se subestimó en la etapa anterior. Doy fe de ello. En cierta ocasión en una mesa redonda que compartí con Álvaro Linera y Pablo Iglesias, escuché hablar de sociedades "postneoliberales". Esto nunca fue así, jugamos siempre el partido en el interior del Neoliberalismo y así fueron nuestros distintos impases, sin desmerecer ninguno de los logros históricos en los 12 años de kirchnerismo. Esto es importante remarcarlo por lo que dices de la "autoflagelación y depresión", dos afectos que están en las antípodas del pesimismo crítico, que como insistes, se impone en nuestra disciplina de análisis.

Pero esto no se supera sumándose sin más a las estrategias del Otro, pretendiendo ser "modernos" asimilando sus formas, sus estilos, sus construcciones mediáticas, como si fueran meras formas que se pueden instrumentar sin estar expuestos a la performatividad que esos instrumentos contemporáneos ponen en juego. Es cierto que vale la pena aventurarse en las redes, en los audiovisuales, en la tecnología en general, pero sin olvidar el límite antagónico que nos constituye en nuestro discurso político. En este punto habría que tener en cuenta hasta dónde ya una modalidad técnica sobredetermina la significación que se desea transmitir. Es un riesgo a correr. Es a lo que haces referencia cuando hablas del "el giro mimético".

En el transcurso del desarrollo de tu Carta, no pude evitar evocar tres diferencias que con todo respeto siempre mantuve con Ernesto Laclau, diferencias que debo decir que fue su propio trabajo teórico el que me permitió pensarlas. En primer lugar, la diferencia entre Poder y hegemonía, diferencia totalmente asimétrica por cierto. El poder es homogeneizante, ilimitado, productor de mandatos de goce imposibles de cumplir, y sea circular al modo de Lacan o rizomático al modo de Deleuze o Berardi, es siempre ilimitado y se rehace a sí mismo en cada crisis. La Hegemonía se hace con lo que "no hay", es inestable y frágil,  y se construye a partir de un antagonismo instituyente. En segundo lugar, y por la razón antes enunciada, no creo que haya populismo de derechas y populismo de izquierdas. No existe la Hegemonía neoliberal, es sólo un modo de hablar, sí existe un Poder neoliberal. La hegemonía es siempre contra-hegemónica en el interior del Neoliberalismo. Como en esta posición estoy un poco solo y he mantenido muchas polémicas, soy consciente de que estas cuestiones merecerían un desarrollo más minucioso. En Laclau, más que una ontología de lo político más bien entiendo que se despliega una ontología del antagonismo.

La tercera cuestión está relacionada con tu observación sobre una de las consecuencias del movimiento ascendente de las clases subalternas provocadas por la distribución del ingreso. En efecto, siempre he sido de los que piensan que el concepto de Demanda como unidad mínima de lo social tiene sus desventajas. En primer lugar, la demanda habla siempre el idioma del Otro. En segundo lugar, la demanda puede gozar de su propia insatisfacción, en particular por el odio que le despierta el adversario. En tercer lugar, las demandas una vez satisfechas por la labor del gobierno popular, pueden saltar de la "cadena equivalencial", no reconocerse más en el Pueblo y disolver la frontera antagónica. Esto lo intuyó Laclau cuando hablo de "fronteras flotantes”.

Otro error de perspectiva que se impuso en la izquierda española y en algunos sectores latinoamericanos, fue oponer frontalmente Populismo a República. El populismo posmarxista con vocación emancipatoria no es otra cosa que un medio para reinventar las instituciones y la Democracia en la época en que el neoliberalismo ha hecho de las mismas un puro simulacro. El neoliberalismo es tendencialmente un "estado de excepción", no en el sentido clásico, sino bajo apariencias democráticas.

Otro aspecto que señalas en tu carta es la cuestión de la oposición "débil y fragmentada". Y es cierto que la derrota dispersa y el triunfo cohesiona. Hasta que no rompamos con esa lógica nada nuevo puede volver. En la época, como decía Casullo, que la "Revolución" nos da las espalda. Tal vez la revolución se dio la espalda a sí misma cuando pasó de su acto instituyente del "todo poder a los soviets" a su centralización en un Partido provisto de una ley trascendente de la Historia que nos iba a llevar "del gobierno de los hombres a la administración de las cosas". ¿No es el Neoliberalismo el que por fin consuma esta administración de las cosas, incluyendo en las cosas a la propia subjetividad? Subjetividad, que como bien sabes, diferencio del sujeto del inconsciente, término que considero inapropiable para el circuito de la Mercancía y por tanto condición de posibilidad de un proyecto hegemónico y emancipatorio.

Por último, en este intercambio  de correspondencia me parece necesario describir un efecto que seguramente se viene dando desde siempre, pero que encuentra ahora una nueva potencia que lo reactualiza con mucha fuerza. Y que quizás tiene que ver con la velocidad que señalas con respecto a la velocidad de las operaciones del flujo de las operaciones financieras.

Parece que ya todo el mundo lee, mira, escucha, sólo aquello de lo que ya está convencido de antemano. Como si hubiera un fantasma previo, escrito en moldes de hierro, que parece haber desterrado las fuerzas reveladoras de la transmisión crítica. A esto es lo que probablemente llamas nihilismo. Una opinión inconmovible que sostiene a la subjetividad en una posición que sólo consume lo que la alimenta en su postura. Es una metafísica personal que se reparte a derecha e izquierda, pero éste me parece el punto exacto donde la izquierda no puede ni debe ceder.

Ricardo querido, como ya puedes ver el juego se abre a varias puntas, deseo que podamos continuarlo.

Un fuerte abrazo.

Madrid, 28 de noviembre de 2017

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