26 junio 2021

Juan Forn y Santucho: Todo o Nada

Opinión 

Por María Seoane


 

No. No. Y no ¿La repetición de un deseo puede hacer desaparecer un hecho? La negación tiene, a veces, el empecinamiento de lo vital. Como si decir no quiero que se muera nadie más de mi generación pudiera impedirlo. Juan Forn no era estrictamente de mi generación, pero su oficio de editor lo hacía un miembro destacado de esa troupe de escritores, periodistas y poetas con rumbo exilar externo o interno extraviados en la rara línea de tiempo de una patria fracturada por décadas y reiniciada, como se reinicia el fuego cuando se apaga, entre cenizas y memorias de una cadena de generaciones. No, repetí. Y recordé algunos momentos -apenas chispas que no configuran una historia completa-- en que nos cruzamos, como se enlazan, casualmente, los eslabones de dos vidas. Y se tornan inolvidables.

Ocurrió en el invierno de 1990 en las oficinas semioscuras y estrechas que la editorial Planeta tenía en la calle Lavalle, esquina Montevideo. Entré a su oficina con el manuscrito que había pactado con el anterior editor: una biografía, la primera de la serie que saldría sobre esa historia, sobre el jefe de la guerrilla guevarista del ERP, Mario Roberto Santucho. Juan tenía miedo de que ese texto fuera un panegírico tan trágico como había sido la historia y preguntaba y preguntaba sobre mi punto de vista. Indagaba con inteligencia y pasión sobre mi capacidad de distancia y critica en momentos en que la historia del setenta debía ser revisada. “Ni adjurar ni adular”, dijo. Estábamos de acuerdo: ni santos ni demonios. En lo personal, había masticado esa historia lo suficiente como para no temerle al desafío. Lo suficiente como para no traicionarme. “Ni adular ni negar”, le contesté. “Y no se trata solo de verbos, Juan”. Nos reimos. Se sabe: la risa al final de un diálogo siempre anticipa un acuerdo.

Unas semanas más tarde, exactamente el 19 de julio de 1990, volví para escuchar su devolución y llevarme el contrato de la editorial para firmar. Recuerdo con claridad - entre todo lo que hablamos- que preguntó con insistencia: ¿Foto de tapa? ¿Título? “La utopía en llamas”, dije. “No está mal, pero es muy largo”, dijo sin desecharlo. Nos quedamos un rato ensimismados, en silencio. Como intentando encontrar la piedra filosofal que identificara el corazón del libro, la palabra justa… Y cambiamos de tema. Seguimos hablando de la cantidad de páginas, de su salida, de cómo le había gustado el texto…de que sería el primer libro desde el regreso de la democracia que abordaría la historia de la lucha armada de parte de esa generación a través de una biografía para publicar en la colección que Juan dirigía, Espejo de la Argentina, y cuyo editor asistente había sido Alejandro Horowicz, con quien nos encontrábamos para seguir el curso de mi investigación y la estructura del libro.

Oscurecía. Así que pactamos vernos en unos días ¿La foto? Sara Facio había tomado una foto rara, extraordinaria, de la mirada del jefe guerrillero mientras, desde la clandestinidad, daba una conferencia de prensa en 1973 y que fue la única que se transmitió por televisión. De seguro, ésa sería la tapa. “El título, el título”, repitió Juan. Terminé el café, me levanté dándome por vencida, me dirigí a la puerta y Juan comentó: “La verdad que tu generación lo dio todo, ¿no?”, dijo intuitivo, como buscando una respuesta al enigma. Ya de salida le contesté, sin pensar, desde las tripas: “Era todo o nada…Juan”.

En una fracción de segundo, como si hubiéramos pronunciado el abracadabra que podía abrir el cofre del tesoro grité: “Lo tenemos Juan, lo tenemos: el título es Todo o Nada”. Juan saltó de su asiento: “Si, sí, es eso, es eso…” E hizo una especie de danza sobre sí mismo.

Porque Juan había dado el puntapié inicial con su reflexión para nombrar el corazón de mi libro. Porque se llamó finalmente Todo o Nada. Porque Juan ya no está pero su magia queda en cada rincón de las historias que nos contó y nos ayudó a contar. Entonces: No. 

 


 

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