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Lunes 12 de octubre de 2015 | 08:52
Pedro Patzer estudió letras en la UBA. Guionista
recibido en el Iser, dicta allí clases de guión de radio.
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En el sudor del ferroviario
peruano, del cafetalero colombiano, del minero boliviano, del bananero
ecuatoriano, del jornalero argentino y de tantos obreros de esta Patria Grande,
está el hedor de un continente, la transpiración de una América descalza hecha
de antigales y catedrales, de santos paganos y vírgenes con nombres de cristianas comarcas, continente de pueblos
con diversas culturas, pero con un mismo corazón.
Una América descalza de indios
que rezan, y blancos que le entregan ofrendas a la Pachamama , de carnavales
emplumados de Río de Janeiro y carnavales enharinados de La Rioja , de diablos que se
entierran y se desentierran, de Cristos morenos y mestizos, Cristos de las
redes de los pescadores santafecinos y Cristos negros de los temblores de los
cuzqueños.
Continente de aguardiente y
chicha, de vino cuyano y mezcal mexicano, de río llamado de la Plata (Río de la Plata que en sus orillas el
hambre ha llevado al canibalismo) y un Cerro de Potosí, llamado Rico (Cerro
Rico, que los conquistadores han desarropado hasta la pobreza)
Tierra que, en nombre de la
civilización, ha visto descuartizar a José Gabriel Condorcanqui, y que en el
mismo nombre ha contemplado a Roca poblar el desierto con cadáveres de
aborígenes, aunque el Papa ya hacía años había anunciado que los indios tenían
alma
América de Pancho Villa y Felipe
Varela, de Emiliano Zapata y del Chacho Peñaloza, de Juana Azurduy y de Evita,
continente de héroes populares que incomodan a las correctas bibliotecas de la Historia oficial, tal es
así que a Pancho Villa no se le aceptó en el panteón "de los héroes
nacionales mexicanos", sino hasta veinte años después de su muerte, y los
manuales escolares argentinos siempre omitieron al Chacho Peñaloza, o si lo
mencionaban, se lo retrataba como a un salvaje, sin decir que fue decapitado y
su cabeza exhibida en la plaza de Olta, durante ocho días, cual trofeo que los
civilizados mostraban como triunfo ante los bárbaros.
Una América de un hedor que,
como decía Rodolfo Kusch, lucha contra la pulcritud, esa pulcritud tan propia
del amo que dispone brutalmente de sus esclavos; porque además de someter a la
esclavitud a millares de indígenas (los indios de las Américas sumaban no menos
de setenta millones, y quizás más, cuando los conquistadores extranjeros
aparecieron en el horizonte; un siglo y medio después se habían reducido a sólo
tres millones y medio) también trajeron a Brasil y las Antillas a millares de
africanos, que fueron arrancados de sus aldeas e insertados en campos de
concentraciones, como nos cuenta Eduardo Galeano en sus Venas Abiertas.
América descalza de mercachifles
de levita y obreros descamisados, de Paulo Freire y su alfabetización en las
favelas y el Padre Mugica y su militancia de vida en las villas miserias
Una tierra que ha sido condenada
a que los mapas del mundo empezaran por el norte, aunque los mapas de Bolivar y
San Martín, de Tupac Amaru y el gurí correntino que murió en Malvinas, siempre
comenzaron por el sur (la leyenda dice que al ser abatido Emiliano Zapata, su
caballo galopó solo hacia el sur)
América descalza del trueno y el
maíz: ¿cuántos han intentado ponerte una torre Eiffel en Jalisco o un palacete
de Versailles en Buenos Aires? Pero esta tierra se subleva, su arisca identidad surge en
ojos y en idiomas, en los hijos de arcilla, como los bautizara Neruda, hijos
que llevan cantos en la sangre, cantos que provienen del ancestral pentagrama,
de la partitura de cuando la música en esta tierra no se llamaba música, porque
esta tierra todavía se llamaba como el canto del pájaro que desconocían los
ornitólogos del viejo mundo, como el eco del cerro que ignoraban los geólogos,
como la música del agua de los saltos misioneros, que desconocían los músicos
cortesanos.
América descalza, hija de
Viracocha, artífice del mundo, ese Dios andino parecido al trueno, al río, al
cerro, al camino, un Dios que siempre estará ausente en los fastuosos templos,
porque el valle es su ermita, porque los pies del indígena son su evangelio,
porque su oro es el sol de los hijos del maíz y su altar la rebeldía cósmica y
cultural de su pueblo. Viracocha es maestro, porque su presencia enseña a
encauzar los ríos, a resistir la furia de los volcanes, a trabajar la tierra y
cuidarnos de la inclemencia del mundo; Viracocha es rico porque nos da las
aguas y los frutos ; Viracocha es varón y mujer, varón como el rayo y el sol,
mujer como la luna y el invierno (invierno que el inca consideraba mujer)
Aunque a Viracocha se lo considera: “el sol del sol” , “la flor cósmica”
América descalza, cuánto ha sufrido
la selva de Brasil por los mercaderes del caucho, cuánto ha padecido el mar
patagónico por los asesinos de ballenas, cuántas amarguras ha vivido Haití por
el cultivo del azúcar, azúcar que se utilizaba hasta en los ajuares de las
reinas. El dolor de la Cuba
transformada en el burdel de los marines norteamericanos, mientras en sus
campos sólo uno, de cada diez obreros, consumía leche; la tragedia que ha
vivido el santiagueño con La
Forestal , viendo morir a su monte, y como no mencionar la
matanza que el paraguayo padeció con la fatídica guerra de la triple
alianza. Sin embargo, el hijo de la América descalza ha aprendido a transformar su
dolor en canto, en danza, en leyenda, en arte, en copla, el dolor del Brasil
profundo retumba en tambores, y la tristeza de la ballena muerta a orillas de
Tierra del Fuego se entona en los cantos de los onas, y Haití resiste al ritmo
del ibo, heredado del latir del corazón negro de África, y Cuba con sus
trovadores y sones, y nuestro Santiago, con sus chacareras y vidalas sacheras y
Paraguay con su arpa y con los versos de Elvio Romero: “No hay camino que borre
vuestras rojas pisadas/ no hay caballos que olviden vuestra destreza antigua de
jinetes/ labios que no pronuncian el saludo caliente del regreso;/todo depende
ahora del rapto agricultor de vuestras manos,/ del avizor sentido que tienen
las simientes/ y la honradez de vuestros pasos”
Por muchos años los ponchos y
los estribos se importaron de Inglaterra y con ellos también el desprecio hacia
nuestras manos, hacia nuestros hombres de campo que preferían andar con
andrajos a vestir ponchos ingleses, porque el poncho hecho en Catamarca daría
un poco de pan a la tejedora y su familia. Si se llegaron a importar los
ponchos,¿ por qué no se importarían banderas, ídolos, héroes, hasta una manera
de vivir?
En 1815 un decreto estableció
que todo gaucho que no tuviera propiedades sería reputado sirviente, con la
obligación de llevar papeleta visada por su patrón cada tres meses. Y la
respuesta a esa medida civilizadora, fue la bala más letal de nuestra historia,
el Martín Fierro
América descalza, continente
de pie, mirate en el espejo interior (no en los espejitos de colores) y
encontrarás el camino de mañana (el sabio camino de los antiguos) la alegría y
Libertad de tu pueblo.
PUBLICADO EN DIARIO
REGISTRADO
TEXTO EXTRAÍDO DEL LIBRO
“AGUAFUERTES PROVINCIANAS” DE PEDRO PATZER- EDICIONES CORREGIDOR
Adivinen por qué no menciona al General Perón.
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