ANIVERSARIOS
LAS PATAS EN LA FUENTE
Los pies cansados de
miles y miles de personas buscaban refrescarse en la fuente de la histórica
Plaza de Mayo. Esos rostros morenos avanzaron sobre la orgullosa capital
cosmopolita desde todas las poblaciones del cordón industrial del Gran Buenos
Aires o desde más lejos, como Berisso o Ensenada. Llegaban a la Plaza del
Cabildo y la Pirámide trayendo sus vivencias provincianas. Los pies cansados
que se refrescaban en la fuente aquel miércoles caluroso estaban movilizados
por la esperanza. Y estaban cansados, no solamente por la caminata. Trasladaban
los padecimientos de décadas y décadas de injusticia, de explotación, de
derechos violados, de desamparo social. Llegaban a la cita con la historia un
día antes de la huelga decidida para el día 18 de Octubre, en una reñida
votación en la CGT que definió el obrero forjista Libertario Ferrari por 18 a
17. Reclamaban la presencia de un hombre que desde una ignorada Secretaría de
Trabajo convertiría, un golpe de estado en una revolución popular. Ese
miércoles agobiante, cuando el sol se alejaba en el horizonte, los trabajadores
protagonistas de una jornada histórica, se encontraban en un acto de gratitud
con el hombre que le puso una bisagra a la historia: el General Perón. El país
quedaría dividido y polarizado. Por un lado el frente de la vieja Argentina
agraria que iba desde los conservadores a los comunistas, pasando por los
radicales. Y por la otra la expresión proletaria de la nueva Argentina
industrial.
El cine, dijo alguien,
es la vida sin las partes aburridas. El cine transmite circunstancias de la
vida o de la ficción sin sus olores. Se parece en eso a la historia
falsificada. La realidad es percibida a la distancia suprimiendo las
contradicciones, las pasiones, el barro que arrastra todo proceso histórico. Por
eso en lugar de enseñar, ayuda a desaprender. En lugar de servir como elemento
de análisis para el presente sirve para denostar la actualidad, sucia, turbia,
compleja en donde el oro y el barro se mezclan, con un pasado broncíneo,
lavado, maniqueo, donde “los buenos” están definidos y reconocidos como tales y
“los malos” están delineados de tal manera que cargan con el estereotipo de
perverso.
Como en el cine, la
historia falsificada carece de olores. El “civilizado” aprendió en esa historia
en donde los sectores populares de París tomaron la Bastilla cantando la
Marsellesa, limpios y perfumados, o los
obreros soviéticos se apoderaron del Palacio de Invierno citando a Marx y
memorizando a Engels, después de haber entendido a Hegel.
En nuestra historia, Rivadavia,
Mitre, Sarmiento en nombre de la
civilización europea aplastaban a las bárbaras montoneras gauchas, esas que
Jauretche denominó como “el sindicato del gaucho”
Difícil entonces
reconocer en los obreros sudorosos que protagonizaron el 17 de octubre de 1945,
a los nuevos obreros de las migraciones internas. No estaban impecables como en
los textos históricos, transpiraban, no cantaban la Marsellesa ni La
Internacional, y algunos se sacaban sus calzados y en la Plaza de Mayo se
percibía el olor a pata. A axilas transpiradas.
Los cultos, los
civilizados no reconocieron el sujeto histórico. Sólo percibieron el olor a
pata. Y de alguna manera descalificaron el gigantesco hecho histórico por los
olores desagradables de la vida. Ese que no estaba en su historia apócrifa.
Esos que no podían encontrar en el relato erróneo aprendido. Ese que sus libros
no había previsto. Esos momentos históricos en que los libros, que pueden ser
habitualmente magníficos orientadores en cuanto brindan elementos para el
análisis y la interpretación, se convierten en obstáculos para alcanzar a ver
lo que se mira. Como diría Cesare Pavese: “Hay momentos en la historia que los
que tienen algo que decir no saben escribir, y los que saben escribir no tienen
nada que decir” O como afirmó, ironizando, George Bernard Shaw: “ Mi educación
fue perfecta hasta los seis años, en que la abandoné para ir a la escuela” No
entender lo básico, llevó a un gorilismo que atravesó todo el arco político.
Los sectores del poder porque las masas los asustan. Se pierde “la seguridad
jurídica” y en los casos más radicalizados se pone en tela de juicio el derecho
de propiedad. Lo mismo le sucedió a la izquierda de entonces, el Partido
Socialista y el Comunista, incapaces de comprender la cuestión nacional a través
de textos marxistas mal leídos y peor digeridos. Así el órgano oficial del
Partido Socialista, La Vanguardia decía el 23/10/1945: “ En los bajos
entresijos de la sociedad hay acumulada miseria, dolor, ignorancia, indigencia
más mental que física, infelicidad, resentimiento…..Cuando un cataclismo social
o un estímulo a la policía movilizan las fuerzas latentes del resentimiento,
cortan todas las contenciones morales, dan liberta a las potencias
incontroladas, la parte del pueblo que vive del resentimiento y acaso para su
resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta
diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes y
responsables de su elevación y dignificación….”. A su vez el periódico Orientación,
medio oficial del Partido Comunista escribía el 21/10/1945: “ ….pero también se
ha visto otro espectáculo, el de las hordas de desclasados haciendo la
vanguardia del presunto orden peronista. Los pequeños clanes con aspecto de
murga que recorrieron la ciudad, no representan a ninguna clase de la sociedad
argentina. Era el malevaje reclutado por la policía y los funcionarios de la
Secretaría de Trabajo y Previsión para amedrentar a la población”.
Perfectamente podía transcribirse ambos textos, entonces y ahora, como
editoriales de La Nación
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