DOS DÉCADAS DE AUSENCIA
“Un hombre pelirrojo y pecoso, de nariz
aguileña, cuyos ojos escrutaban a través de sus
anteojos. Tenía una sonrisa rápida y nerviosa. Toda su apariencia era
inquietante y por momentos adquiría una tonalidad sarcástica.”
Así
describe Ernesto Sábato a Jorge Abelardo
Ramos en su novela “Sobre héroes y tumbas”.
Hace
veinte años, el 2 de octubre de 1994, en el crepúsculo de un día lluvioso y
destemplado moría en Buenos Aires un ensayista agudo, un escritor brillante, un
político original, un historiador creativo, y
un orador notable.
Su
hija, la escritora Laura Ramos escribió: “Su aspecto-y genealogía- era el de un
huésped de Auschwitz; rulos colorados, pecas, complexión raquítica, nariz
judaica, anteojos Ray-Ban, cuadrados y de marco negro. Sus singularidades,
hasta de escribir con la mano izquierda, se convirtieron en destino. Con la
rabia que exudaba su piel, hubiera podido tomar el Palacio de Invierno”
Marxista,
de origen trotskista, Ramos como el
peruano José Carlos Mariátegui, usó el materialismo dialectico como un
instrumento para analizar la realidad argentina y latinoamericana, mirada desde acá, y a través de la política intentar
transformarla.
El
mismo se describía con la poderosa ironía que lo caracterizaba: “Si nací zurdo,
judío, pelirrojo y usaba anteojos: ¿cómo no iba a ser trotskista?
Influyó
sobre varias generaciones de jóvenes, a través de su interpretación del
peronismo, siendo con sus compañeros el único grupo de izquierda que acompañó e
interpretó correctamente su nacimiento en aquel memorable 17 de octubre de
1945.
El
editor Arturo Peña Lillo en su libro “Memorias de papel” escribió: “Jauretche sostenía que era el único marxista con sentido
del humor. Ramos suele observarme oblicuamente y un odio cordial hacia mí lo
embarga cada vez que, admirado por las imágenes y metáforas que derrocha en sus
charlas, me obligan a recordarle que erró su destino. El hubiera sido el
novelista más brillante de Latinoamérica. García Márquez o Vargas Llosa serían
admirados discípulos suyos. Su imaginación es pasmosa. Así lo reconoció Alberto
Methol Ferré quien, ante un relato que yo le hiciese, expresó: "Ramos es un arqueólogo; con una
simple vértebra reconstruye un cliptodonte".
Desde
su primer libro “América Latina: un país” en 1948 cuando sólo tenía 28 años,
levantó la bandera de los libertadores del siglo XIX, la mayoría de los cuales pagaron con su vida
o su exilio esa idea revolucionaria. Este libro fue reescrito muchos años
después, al finalizar la década del sesenta con el significativo título de “Historia de la Nación Latinoamericana”.
Polemista
temible, cosechó una multitud de enemigos a derecha e izquierda, al punto que
en el mencionado libro de Ernesto Sábato, Bruno, uno de los personajes de la
novela afirma: “Es un individuo notable.
Con la gente que lo odia, podría levantarse una sociedad de socorros mutuos más
o menos del tamaño del Centro Gallego”
Su
mirada aguda dio batalla en el campo de la literatura con “Crisis y
resurrección de la literatura argentina” de 1954. Dos años después publicó su
libro más conocido, “Revolución y contrarrevolución en la Argentina”, la
interpretación de nuestra historia desde
la izquierda nacional. Alberto Methol Ferrer, el ensayista uruguayo en el prologo a la biografía sobre Ramos de
Cristina Noble, afirmó sobre el libro: “Las sucesivas reediciones configuran
una revolución copernicana en relación de la historia a la interpretación de la
historia argentina hasta entonces vigente, que presidían Sarmiento y Mitre. Ramos fue la contrafigura más completa y orgánica”
Formó con su compañero Jorge Enea Spilimbergo,
un pensador profundo y original, un tándem político trascendente hasta que se
produjo la ruptura, a fines de la década del setenta, por diferencias
conceptuales profundas que marcarían los caminos diferenciados que recorrieron
a posteriori
El
Partido Socialista de la Izquierda Nacional ( PSIN) y luego el Frente de
Izquierda Nacional (FIP) fueron instrumentos de sus batallas políticas. El
momento electoral más significativo fueron los 900.000 votos obtenidos en las
elecciones del 23 de septiembre de 1973 con la consigna “Vote a Perón desde la
izquierda”.
Su
interpretación histórica del ejército, su reivindicación del roquismo, su
vivisección del comportamiento de las clases medias, el carácter bonapartista
del peronismo, su rotundo rechazo a la teoría foquista del Che Guevara y de
Fidel Castro y posteriormente la
divisoria de aguas que le atribuyó a la recuperación de Malvinas, fueron
posiciones que le granjearon simpatías fuertes y odios viscerales.
Es
interesante transcribir algunas de sus declaraciones del año 1972, a la revista
Confirmado, que resume muchas de sus ideas-fuerza: “Desde mi punto de vista América Latina es una nación no
constituida. Como somos una nación fragmentada, estamos dominados por las
potencias antinacionales y, en particular, por Estados Unidos. El atraso histórico no se
expresa solamente porque los recursos básicos estén en manos del extranjero. Se
expresa también en la pérdida de la conciencia aguda del interés nacional, en
la pérdida de la tradición histórica y en la debilidad con que los partidos
marxistas, en América latina, han logrado constituirse. Ese es el reflejo
del carácter semicolonial que ha permitido, que cuando algún gobierno
de carácter nacionalista, militar o civil, burgués o pequeño-burgués, como en el caso del régimen de Torres, se
apresta a enfrentar al capital extranjero, como lo hizo Ovando, aparezca
siempre un manifiesto, guiado por la mano del imperialismo, con frases
izquierdistas que crean una crisis en la oficialidad nacionalista, lo que
facilita al sector no-nacionalista del Ejército el derrocamiento del gobierno.
La repetición de la misma maniobra indica la insistencia táctica del enemigo en
aprovechar una debilidad estratégica de las fuerzas nacionales. Esa debilidad
estratégica está marcada por las dificultades para constituir un partido obrero
y socialista en América Latina, capaz de impedir esas maniobras, de contribuir
a la victoria de los gobiernos nacionalistas y, en caso de vacilación de esos
gobiernos, de encabezar los procesos. Eso lo realizó, como estrategia militar y
política, el partido revolucionario de la nación más importante de Asia: Mao
luchaba junto Chiang Kai-Shek en una alianza de clases, patriótica; pero cuando
Chiang defeccionó, Mao enarboló la bandera patriótica y encabezó la revolución
china.
Los vestigios de vitalidad radical no son de extrañar porque se
trata de un partido montado desde hace 80 años, que siempre tuvo todas sus
estructuras políticas intactas, a pesar de Onganía, y mantuvo comités -aún sin
locales- y vinculaciones, a diferencia del peronismo, que estuvo sin estructura
política 17 años. Toda esa tradición de expertos en la materia recobra lo que
tiene de vigente en los períodos preelectorales.”
A la habitual pregunta si Perón era un revolucionario la
respuesta de Ramos es contundente y en la misma está la progresividad y los
límites históricos de Perón: “Es un revolucionario burgués.
Enfrentó a la vieja estructura política de los terratenientes sin tocar su base
social. Estableció la legislación obrera más avanzada en América latina, para
su tiempo, y eso determinó la perdurabilidad política del peronismo. Lo que podríamos decir es que Perón, en los comienzos de su
carrera política, entendió que debía intentar ganar, para la comprensión del
sentido nacional de su política, a los sectores tradicionalmente respetables de
la vida económica nacional: están los discursos en la Bolsa de Comercio, el
discurso a los ganaderos, etc. Se trataba de convencerlos que las convulsiones
de la posguerra debían encontrar una Argentina debidamente organizada donde
hubiera algo de justicia social para evitar las revoluciones que asomaban desde
el Este.
(Algunos discursos o escritos de Perón pueden hacer creer) que es socialista y sobre la base de
esa convicción errónea son peronistas. Pero si descubrieran que Perón
es, en realidad, un nacionalista popular burgués que se propuso desarrollar el
capitalismo argentino... Yo y mis compañeros, en 1945, no apoyamos a Perón porque
Perón era socialista. Lo apoyamos porque era burgués y en eso consistía su
carácter progresista. Era burgués frente a la oligarquía terrateniente
aliada al embajador Braden, que quería un país de vacas gordas y peones flacos. Hay gente de Filosofía y Letras proveniente de la carrera de
Sociología, creada bajo el sociologismo comtiano importado de Estados Unidos, que
supone a Germani como un hombre de ciencia y a Jauretche como un charlatán:
pero Jauretche, un peronista, desempeñó el papel que los enciclopedistas
franceses desempeñaron frente a la vieja nobleza. Puso en ridículo a la
mitología literaria de la Argentina agraria, en nombre de una concepción
burguesa.”
Sus opiniones sobre la izquierda tradicional a la que denominaba
sin eufemismo como izquierda cipaya queda reflejada en este párrafo: “La izquierda argentina expresó
clásicamente la influencia política y monetaria de la burocracia soviética a
través del Partido Comunista, mientras la influencia del imperialismo inglés se
presentó a través del partido del doctor Justo. En la medida en que el
Partido Comunista estuvo siempre contra los movimientos populares, quedó
reducido a un grupo bien organizado pero cuya peligrosidad se limita a la venta
de rifas. Sueña con una sociedad vegetariana que mantenga relaciones
fructuosas con la Unión Soviética. En ese sentido, el Partido Comunista
condena la lucha armada. Por eso es tan amigo de los demócratas progresistas y
de la Marina de Guerra. En cuanto al Partido Socialista, está amenazado de
extinción por cuanto desapareció el sector que lo sustentaba: la aristocracia
obrera de carácter privilegiado. Después del ’45 aparece nuestra corriente, de
izquierda nacional, que plantea las cosas con un enfoque marxista entroncado
con la realidad argentina y la latinoamericana.”
Sobre la lucha armada escribió: Están los
partidarios de la acción armada. Allí podemos distinguir dos sectores: los que
hablan y los que hacen. Los que hablan son mucho más numerosos que los que
hacen y están instalados generalmente en los barrios residenciales del interior
y de la Capital, y en la Facultad de Filosofía y Letras. A ésos no les tengo el
menor respeto, ni político ni intelectual. Respeto, sí, a los que practican la
acción armada, aunque descreo de ella. Yo
creo que cuando se toman las armas las debe tomar el pueblo argentino,
como en mayo de 1810 y en mayo de 1969. La acción colectiva, pacífica o
militarmente, redime de una sociedad mal constituida. Pero nunca una minoría.
El revolucionario español Joaquín Maurín cuenta una visita a Rusia de una
delegación sindical, en 1921. Los revolucionarios preguntaron a Trotski si
podrían los soviets enviar armas a España para hacer la revolución. Trotski
contestó: "Para hacer una revolución es necesario haber ganado las
simpatías de la mayoría de la población. Y entonces se cuenta naturalmente con
los soldados, que son quienes tienen las armas. Las armas necesarias para
la revolución española están en España: ganen la voluntad de los que las
tienen”. Los grupos
ultraizquierdistas, en este país, no representan absolutamente a nadie más que
a núcleos muy reducidos de estudiantes de algunas facultades privilegiadas. Pero
quiero aclarar que yo no estoy contra la lucha armada, sino contra la lucha
armada que realizan las minorías. Creo que no hay en la historia
universal nada que no se haya hecho con las armas. Los más ilustres
generales del Ejército Argentino, como San Martín, Paz, Quiroga, Roca, Mosconi,
hasta llegar a Perón, encarnaron siempre la voluntad popular de luchar por la
emancipación argentina. Yrigoyen recurrió en 1890, 1891, 1903, 1905, a
la lucha armada; los conservadores recurrieron a la lucha armada; Onganía
contra los mandos colorados, etc. Nadie se asustó aquí, desde la izquierda a la
derecha, por la lucha armada. Pero un medio, como son las armas, no puede
transformarse en un fin. El fin es la conquista del poder por el pueblo:
los medios pueden ser combinados, sucesivos o simultáneos. Pero hay una ley
básica: no se puede hacer una revolución si no se cuenta con la mayoría del
pueblo. Y la revolución, llegado el momento, se hace por una vía o por otra,
según sea el grado de resistencia de la vieja sociedad. Yo opino que no se puede hacer una revolución, en este país ni
en país alguno, sin contar al menos con una parte del ejército. Así lo
demuestran la historia de la revolución china y la historia de la revolución
rusa: en ambos casos, sectores importantes de las fuerzas armadas se pasaron al
lado del pueblo. Parte del aparato de coacción de la sociedad arcaica se
transformó entonces en su antítesis, cuando esa sociedad agotó sus
posibilidades. Un marxista no está contra la lucha armada sino cuando ésta es manejada
por minorías, que jamás logran llevar a ese campo a la mayoría del pueblo. El proceso de Cuba
presenta el caso de un grupo de jóvenes universitarios liberales, que luchan
contra un sátrapa puesto por el imperialismo en la isla, que obtienen el apoyo de
grandes sectores del propio imperialismo para deshacerse de ese sátrapa y que
recién después inician, algunos de ellos -que vencen en una lucha interna- el
otro proceso.”
ALGUNAS HIPÓTESIS SOBRE SU DECLINACIÓN
La muerte de Perón dejó a las grandes mayorías populares sin su
conducción histórica de tres décadas y a la izquierda nacional desfasada en sus
predicciones. La idea de ser la superación del peronismo caminando separados y
golpeando juntos se demostró incumplible porque en ese momento de crisis del
movimiento popular mayoritario, Ramos y sus seguidores carecían de una relación
de fuerzas favorable para transformarse en cabeza del gigante herido.
El agudo GPS del Colorado se desorientó y encontró en la
recuperación de Malvinas un eje de reagrupamiento perdido en 1974. Las críticas
a la dictadura establishment- militar no tuvieron la profundidad que la
situación ameritaba y el advenimiento del proceso democrático caracterizado por
el ensayista Alejandro Horowicz, alguien que pasó por la izquierda nacional,
como la democracia de la derrota, lo vio recorrer los canales de televisión
desconociendo la posibilidad del triunfo alfonsinista. Su antialfonsinismo
visceral, lo llevó a posiciones difíciles de digerir, como el apoyo a una
iglesia cómplice del terrorismo de estado y dispuesta a meterse en la vida y en
la cama de cada argentino, llegando Ramos a oponerse a la ley de divorcio.
Superada las siete décadas y caído el Muro de Berlín, Ramos
posiblemente entendió que su ciclo vital se extinguía junto con el eclipse de
la revolución. Primero decidió apoyar al menemismo, decisión irreprochable en
función de las alternativas en 1989, pero injustificable cuando Carlos Menem
sustituyó las promesas electorales de raíz peronistas por sus políticas neoliberales
aplaudidas por los enemigos históricos del peronismo. Fue su embajador en
Méjico y poco antes de morir decidió disolver su último instrumento político,
el Movimiento Patriótico de Liberación (MPL) e ingresar a un peronismo que
había mutado en una sombra de su progresividad histórica. Murió antes de firmar su ficha de afiliación al
Justicialismo, que lo hubiera concretado el 17 de octubre. Escribió Enzo
Alberto Regali en su biografía de Abelardo: “El 6 de septiembre en su estilo
respondía al diario Ámbito Financiero: “Me voy con Menem para que puedan
gobernar los criollos”. La cercanía del final del ciclo biológico está
expresado en uno de los documentos escritos para justificar su decisión final:
“Todo ha cambiado y todo debe ser repensado y replanteado. Tampoco nosotros
estamos como una lechuguita fresca. El tiempo galopa para todos”. En
el libro de Regali hay una última afirmación en el mismo sentido: "Su
última esposa nos decía que un psicoanalista le preguntó de qué había muerto
Jorge y ella le contestó: “de ilusiones perdidas ¿ Se murió del corazón? Sí. Murió
porque todo lo que él había pensado, ideado, planificado y soñado, no existía
más, no había posibilidad que existiera. Y ya era muy grande para pensar otras
cosas.”
Una verdadera paradoja: el ensayista que con su aguda mirada
había ayudado a sectores importantes de las clases medias a nacionalizarse
abandonando su destino social y cultural de no entender al peronismo, ingresaba
en él en el momento cumbre de su claudicación, después de haber desechado esa
posibilidad en reiteradas ocasiones más propicias a su trayectoria.
Como otra ironía, el nombre bajo el cual Sábato describió a
Ramos en la novela citada es Méndez, nombre con el cual los supersticiosos
evitaban mencionar a Menem, bajo la deleznable suposición que atraía a la mala
suerte.
DOS
DÉCADAS DE AUSENCIA
Más
allá de la trayectoria de los últimos años, la figura de Jorge Abelardo Ramos
es la de un personaje excepcional. Su influencia en Argentina y América Latina
es notable. Hugo Chávez en su permanente prédica bolivariana puede
considerárselo un discípulo. En una oportunidad apareció en televisión con
“Historia de la Nación Latinoamericana” que se lo había hecho llegar un antiguo
militante del PSIN y del FIP, Eduardo Fosatti. El "Pepe" Mujica suele
repetir una frase típica del Colorado: “Somos un país porque no pudimos
integrar una nación, y fuimos argentinos, mexicanos, bolivianos, venezolanos,
cubanos o paraguayos porque fracasamos en ser latinoamericanos. Aquí se cierra
todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá”.
Todos
los acercamientos de las últimas dos décadas a la unidad latinoamericana, se
constituyen en un homenaje implícito a su memoria y trayectoria.
Esa
semilla que Ramos sembró y que parecía tener el destino de la amarga
desesperanza de Bolívar: “He arado en el mar”, ha recobrado fuerza y con
matices diferenciados cristaliza en este territorio tan prodigioso como
desigual, algunos de los sueños de Jorge Abelardo Ramos.
02-10-2014
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