El modelo de rentabilidad financiera estalla. El gobierno de Menem en forma activa y el de la Alianza en forma pasiva han consumado lo que la dictadura establishment- militar no alcanzó o no pudo consumar. Y con apoyo popular. Apenas dejan vestigios de lo nacido aquella primavera de 1945, cuando los trabajadores decidieron ser protagonistas activos de la historia. En este tórrido verano del 2001, la clase media desilusionada y expropiada junto a trabajadores y excluidos se encuentran en las calles.
La fuga de capitales realizada por los grandes ganadores de la década, financiada por los organismos internacionales, había dejado al país en cesación de pagos, luego de ser devastado por la apertura irracional de la economía, la destrucción del Estado, el remate del patrimonio social a través de leoninas privatizaciones. .
Endeudamiento y vaciamiento, una receta explosiva.
El corralito intento retener las monedas. La plata grande se había fugado
Los bancos, las catedrales del Dios mercado, se mostraron insolventes.
El hambre atravesaba los barrios pobres del conurbano, de la Capital Federal, del gran Rosario, de buena parte de la geografía nacional.
Los fieles que dejaron sus ahorros en las catedrales del modelo se sintieron defraudados en la religión económica en que habían confiado y se enfurecieron.
Hambre y desocupación abajo, ahorros congelados en los sectores medios, desmoronamiento en las creencias compradas, horizonte desvanecido, seguridad evaporada, incertidumbre generalizada, futuro hipotecado, caída vertiginosa en la escalera social.
Fragmentación política, implosión de las representaciones, descreimiento profundo en la política.
El terreno estaba preparado. Sólo faltaba el fósforo que incendiara la pradera. Los saqueos en la Provincia de Buenos Aires, el discurso del Presidente De la Rúa anunciando el estado de sitio, actuaron de detonantes.
La historia, que siempre la encarna el pueblo, dejó las veredas y empezó a caminar por las calles y avenidas.
Como convocados por un llamado implícito, miles y miles de compatriotas ocuparon el espacio público y se dirigieron a Plaza de Mayo.
La ciudad fue tomada.
Las ollas fueron la música para los pies.
Un profundo desprecio hacia la política y los políticos se mezclaba con el humo de los neumáticos incendiados.
Sólo una consigna unificaba a la multitud: “ Que se vayan todos”
La renuncia de Cavallo fue el momento culminante de la jornada.
La clase media protagonizaba esa noche del 19 de diciembre su 17 de octubre.
Al día siguiente, la plaza cambió su composición social. Sectores plebeyos y franjas militantes confrontaron con una bestial represión ordenada por el gobierno para desalojar la Plaza de Mayo. Sólo el vacío, el espacio desierto, garantizaba para el presidente, la gobernabilidad. Había hecho del aislamiento un ejercicio. El vacío y soledad lo acompañarían en su fuga en helicóptero. En su conciencia quedarán 39 muertos. La justicia no lo alcanzará. Ante la jueza afirmó: “No vi televisión en todo el día ni tampoco me asomé al ventanal de la Casa de Gobierno, estaba absorbido por la crisis institucional. La Cámara confirmó la falta de mérito que dictó la jueza Servini de Cubría, bajo el argumento de “que no está probado que De la Rúa estuviera al tanto de lo que pasaba en las calles”.
Un razonamiento surrealista.
Tarde, muy tarde fueron los intentos finales de negociar con el peronismo, de que Eduardo Duhalde fuera jefe de gabinete, cuando su aspiración era la presidencia o que Julio María Sanguinetti, el ex presidente uruguayo y Felipe González, ex jefe del gobierno español fueran los garantes de una tregua política y social. Esto explica la insólita presencia del dirigente español en la Casa de Gobierno en la que se encontró con De la Rúa, como último acto político, luego de irse en helicóptero el día anterior, saliendo por los techos de la Casa Rosada.
Luego vinieron tres presidentes y dos encargados del Poder Ejecutivo en una semana. Rodríguez Saá proclamó la cesación de pagos en el Congreso, aplaudido por muchos de los mismos que consintieron parte del endeudamiento.
Eduardo Duhalde, el derrotado en las elecciones de 1999, senador desde diciembre del 2001, asumió la presidencia.
La devaluación fue la llave y la estrategia. Se produjo una gigantesca distribución de ingresos. Muchos triunfadores volvieron a ganar. Los cartoneros y familias revolviendo los tachos de basura fueron postales del estallido de la crisis más profunda de la historia argentina
Empezó una etapa hacía la salida, acelerada por el asesinato de dos militantes sociales, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. La economía empezó a crecer, se volvieron abrir algunas fábricas, las economías regionales que vegetaban se recuperaron. Pero como decía Chesterton, eso, eso es otra historia.
FOTOS AMARILLAS
En un rapto de lucidez, que abandonará cuando escape a sus incertidumbres, los sectores medios unen su destino a los de abajo y no como es tradicional con los de arriba. Ahí nace una consigna que tuvo vuelo corto: “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
Asambleas barriales, cartoneros, piqueteros y clase media intercambiando experiencias bajo la consigna “la lucha es una sola”. Ahorristas destrozando bancos. El trueque como alternativa económica. Comedores en la calle. Vecinos intentando en democracia directa resolver problemas. Dos millones de planes jefes y jefas de hogar. Fábricas recuperadas por sus obreros, ante la huida de sus antiguos dueños. La restricción a la circulación monetaria sustituida por catorce bonos que hacían la función de papel moneda.
De todo el mundo se arrimaban cineastas, sociólogos, analistas para observar el inmenso taller de forja de un país descendido al séptimo círculo del infierno.
Miserias competitivas, jóvenes militantes que confundieron las Asambleas con los Soviet, vecinos bien intencionados que empiezan a sentir la fatiga de la compasión. La recuperación económica, el reintegro de los ahorros, merman, erosionan la alianza plebeya forjada en las calles.
Los pies volvieron a transitar por las veredas.
Las ollas regresaron a las cocinas.
Los piquetes se separaron de las cacerolas.
El 19 y 20 de diciembre se eclipsó, pero su gigantesca energía atravesó el país, se propaga por América Latina y una década después buena parte de Europa y EE.UU, con los indignados, miran como un ejemplo a la Argentina.
LOS DÍAS QUE CAMBIARON A LA ARGENTINA
Carente de estructura, con un profundo rasgo antipolítico, el 19 y 20 de diciembre es un hito como límite y advertencia.
Careció del sesgo fundamentalmente político como el 17 de octubre y el Cordobazo, un beneficiario político directo como el primero o las sólidas organizaciones sindicales, políticas y universitarias como el cordobazo. Este último no se realizó como el primero en nombre de Perón, pero las energías sociales desatadas confluyeron para concretar lo que por entonces era un imposible: el regreso del líder exiliado.
Los idus de diciembre no podían lograr una victoria, pero si oxigenar y cambiar el clima y el lenguaje político. Establecer un nuevo punto de partida. Fue el rugido de un país, según la psicoanalista Silvia Bleichmar.
Es preciso señalar que las facetas contradictorias y dialécticas del 19 y 20 de diciembre se proyectó a las elecciones del 27 de abril del 2003, donde en primera vuelta el 41% votó por los emblemas de la debacle como Menem y López Murphy. El viento transformador de aquellas jornadas se iba a cristalizar en el ballotage abortado, donde el repudio a la larga noche infame se estimaba alcanzaría a un 80%.
Si se quiere analizar un hecho de esta magnitud, desmenuzando sólo y aisladamente los móviles mezquinos que confluyeron, los ahorristas timados, algunos saqueos inducidos, se omite que todo fresco histórico tiene una suma de ingredientes en que los ideales y los intereses económicos se entrelazan promiscuamente. En ese caso se incurre en la humorada de Borges mirando un partido de fútbol. Sólo se aprecian 22 jugadores corriendo tras una pelota.
El 19 y 20 de diciembre fue un NO estruendoso. Una oxigenación del aire viciado por la extensa década de menemismo y delarruismo. Un clivaje sin el cual el kirchnerismo no puede explicarse.
“El temor a la presencia latente de la movilización y las protestas populares, según el politólogo Edgardo Mocca, han jugado y juegan un enorme papel en nuestra vida política”
En definitiva, se produjo un viraje en que conviven la continuidad y la ruptura de la década del noventa. El kirchnerismo es el que mejor interpretó el mensaje de la calle y asumíó que la política era el instrumento fundamental para que la sociedad volviera a creer en sí misma y en sus representantes. Néstor Kirchner sintonizó con el discurso implícito en los pies movilizados y desde una gigantesca derrota nacional y un esmirriado 22% inició una presidencia histórica.
Como el 19 y 20 de diciembre se materializó desde la antipolítica, en sus rasgos más retardatarios se continuó en una parte de la sociedad que le otorgó un hándicap social a aquellos que venían de “afuera” como el falso ingeniero Blumberg o los empresarios Mauricio Macri y Francisco de Narváez.
Sólo la creciente participación popular, puede acentuar la ruptura sobre la continuidad. En esa difícil convivencia están exteriorizados los matices, los claros oscuros de los días en que la historia ocupó la calle.
Pasó hace una década. Cuando la única salida parecía Ezeiza. Cuando había colas para revolver los tachos de basura de los restaurantes. Cuando las embajadas no daban abasto. Cuando la mitad de la población estaba bajo la línea de pobreza y el 35% de los trabajadores desocupados o subocupados. Cuando se hablaba de una intervención de técnicos extranjeros para gobernar el país. Cuando se pensaba en la dolarización y la banca off – shore. Cuando algunos se llevaban las sillas de la playa para “veranear” en los bancos.
Pasó hace una década. Cuando los sueños acunados en los setenta se contrastaban con las ruinas de un país que parecía que había sido bombardeado. Cuando los sectores medios y altos que habían encontrado en la convertibilidad y su adhesión a las políticas neoliberales un viaje sin escalas al primer mundo, se encontraban que las catedrales del mercado que eran los bancos le hacían pito catalán.
Es bueno recordarlo y pensar que diez años después, ese escenario es en buena medida un borroso y doloroso recuerdo.
19-12-2011
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