En nuestro país hay una historia oficial escrita por los triunfadores de la guerra civil del siglo XIX. Miles y miles de estudiantes aprendieron esa versión en los libros de Alfredo Bartolomé Grosso, de Astolfi, de Ibañez, de Romero. Eran los divulgadores de la historia escrita por Bartolomé Mitre, que en su versión infantil la contaba e ilustraba la revista Billiken. Eran, usando un lenguaje actual, los dueños del relato. Los que convalidaban los argumentos y las razones de una Argentina agropecuaria inserta en el concierto mundial como proveedora primaria de la Inglaterra industrial que suministraba los productos terminados que necesitábamos. Era la historia escrita por los vencedores que se asumían como la civilización que había derrotado a la barbarie representada en los caudillos provinciales. Bajo esas denominaciones ostentosas y falsas se ocultaba lo esencial: los triunfadores eran los comerciantes importadores del puerto de Buenos Aires y los hacendados de la provincia. Mitre colocó de un mismo lado a adversarios irreconciliables como Rivadavia y San Martín. El fundador de “La Nación” representaba los mismos intereses portuarios que aquel al que calificó generosamente como “el más grande hombre civil en la tierra de los argentinos”. La visión de ambos era pequeña y estrecha. Era la de un país reducido y amputado, prolongación colonial de Europa. Despreciaban a las provincias y carecían de la idea continental de San Martín, Artigas, Monteagudo, Moreno, Felipe Varela o Bolívar. Mitre, en representación de los comerciantes del Puerto de Montevideo y Buenos Aires y en alianza con la nobleza portuguesa asentada en el Brasil, subordinada a Inglaterra, consumó uno de los genocidios más notables del siglo XIX, arrasando el Paraguay, el estado más desarrollado de entonces, que lo había logrado con un férreo proteccionismo alejado de las banderas librecambistas portuarias y mitristas.
A lo largo de los siglos XIX y XX surgieron visiones alternativas, como bien apunta Hernán Brienza en Tiempo Argentino del 29 de noviembre: “Hay varias líneas del revisionismo; desde el nacionalismo oligárquico y católico, como los hermanos Irazusta, por ejemplo, pero también desde el liberalismo como Adolfo Saldías; desde el republicanismo, como Ricardo Rojas; desde el radicalismo yrigoyenista, como Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz; desde el trotskismo, como Jorge Abelardo Ramos (¿y Milcíades Peña?); desde el marxismo, como Hernández Arregui”. Brienza omite a Juan Bautista Alberdi, el más notable analista de la segunda mitad del siglo XIX, cuya crítica al general que comandó las tropas en la guerra de la Triple Infamia, es una de las más certeras y lapidarias. El notable tucumano reflexionaba sobre historia, actualidad y política escribiendo: “Entre el pasado y el presente hay una filiación tan estrecha que juzgar el pasado no es otra cosa que ocuparse del presente. Si así no fuere, la historia no tendría interés ni objeto. Falsificad el sentido de la historia y pervertiréis por el hecho toda la política. La falsa historia es origen de la falsa política.”
LA CREACIÓN DEL INSTITUTO NACIONAL DEL REVISIONISMO
La creación de un “Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego” ha alborotado a los sostenedores y beneficiarios de la historia oficial. Los neomitristas académicos, Mirta Zaida Lobato, Hilda Sábato y Juan Suriano, que se cobijan bajo la figura de Tulio Halperín Donghi (que calificó al peronismo con la poca académica denominación de “mamarracho”), emitieron un comunicado en el que afirman: “El decreto pone al desnudo un absoluto desconocimiento y una desvalorización prejuiciosa de la amplia producción historiográfica que se realiza en el marco de las instituciones científicas del país – universidades y organismos dependientes del Conicet, entre otras- siguiendo las pautas que impone esa disciplina científica pero a su vez respondiendo a perspectivas teóricas y metodológicas diversas.”
Beatriz Sarlo, desde las páginas de La Nación, donde es columnista destacada, escribió bajo el título de “Puede ser arcaico, o puede ser peligroso”: “… El Instituto de Doctrina podría convertirse en un rincón arcaico y polvoriento. Pero también podría ser un centro que irradie su “historia” a la escuela. Allí se convertiría en algo más peligroso.” En cualquier nivel de enseñanza, se debe abrir el juego a todas las interpretaciones históricas. Es llamativo que a la republicana escritora no le resulte arcaico y peligroso que los alumnos sólo accedan a la versión oficial, esa que configuró el fundador del diario al que defiende en forma solapada. Luis Alberto Romero, el hijo de José Luis Romero, rector interventor de la Universidad de Buenos Aires de la Revolución Fusiladora, expresó: “ El Estado asume como doctrina oficial la versión revisionista del pasado. Descalifica a los historiadores formados en sus universidades y encomienda el esclarecimiento de “la verdad histórica” a un grupo de personas carentes de calificaciones. El Instituto debe inculcar esa “verdad” con métodos que recuerdan las prácticas totalitarias. Palabras, quizás, pero luego vienen los hechos.”
Fabián Bosoer desde Clarín, bajo el título “Sintonía fina en la historia” escribió: “La presidenta explicó días atrás, en su discurso en la UIA, la diferencia entre Argentina y los EE.UU: “Nosotros perdimos en Caseros; ellos ganaron la Guerra de Secesión, y por eso fueron la potencia industrial más fuerte del mundo”. Bosoer le contesta: “Acaso la diferencia principal no sea que allí ganaron los que aquí perdieron sino que allí la guerra civil terminó en el siglo XIX, mientras aquí continúo de distintas formas a lo largo de nuestra historia; hoy reactualizado bajo la forma de “batalla de los relatos.”
El periodista de Clarín parece ignorar que el modelo triunfante a partir de la batalla de Pavón (1861), combate inexistente que Mitre ganó porque Urquiza se retiró sin luchar, dio inicio a una cacería en las provincias norteñas por los coroneles del traductor de la Divina Comedia. Ese modelo de economía primaria exportadora manifestaría sus límites en las crisis del capitalismo mundial ( Primera Guerra Mundial, crisis de 1929) y por sus fracturas entraría la industria de sustitución de importaciones que acogería a los descendientes de los derrotados en la guerra civil del siglo XIX. Esos dos modelos en pugna, en un equilibrio inestable, tienen historias diferentes y referentes antagónicos. Cuando fue derrocado el peronismo en 1955, los triunfadores reivindicaron la línea Mayo-Caseros, identificando a Perón con Rosas y la denominaron “la segunda tiranía”. La misma línea levantaron en forma implícita los golpes de 1966 y 1976, todos ellos apoyados por el diario La Nación, el guardaespaldas que dejó Bartolomé Mitre y desde donde diferentes escribas e historiadores dan clases de republicanismo y de ética histórica.
EL INSTITUTO Y PACHO O’DONNELL
Mario O’Donnell es un meritorio divulgador histórico y un revisionista contradictorio. En una nota publicada en Tiempo Argentino el domingo 27 de noviembre, bajo el título “La soberanía cultural”, nos da pautas implícitas sobre el nuevo Instituto: “¿ Por dónde empezar la lucha por la soberanía cultural? Cabe a los intelectuales desarrollar lo que nos ayudará a la comprensión, pero valdrán sobre todo las pequeñas acciones; por ejemplo pensar si no se es víctima del deseo ajeno inoculado cuando estamos dispuestos a pagar una fortuna por ver a treinta metros de distancia a un envejecido rockero norteamericano; y en cambio convencernos de que el rock nacional, el tango, el folklore, también la cumbia, no son músicas devaluadas, “grasas” sino que expresan a sectores importantes de nuestra sociedad, sobre todo populares, y ello las valida por encima de todo juicio “contaminado” por el vasallaje cultural. También será resistencia hacer y hacerse preguntas incómodas: ¿por qué a Jauretche, a Scalabrini Ortiz, a Abelardo Ramos prácticamente no se estudia en las universidades nacionales? ¿Por qué personajes tan cuestionables, tan funcionales a la dominación imperial económica, política y cultural se los exalta hasta el procerato y a alguno hasta se le honra con la avenida más larga del mundo? ¿O será justamente por eso que se los exalta? Preguntarse también: ¿por qué se ha extirpado de nuestra historia oficial a los pueblos originarios, que resistieron a la conquista europea que nutrieron de heroísmo a los ejércitos de nuestra independencia? ¿Será porque constituyen hoy, su sangre mezclada, las fuerzas del trabajo nacional, “los cabecitas negras de Evita”? Convencernos que abjurar de nuestro nacionalismo o confundiéndolo con chauvinismo, fascismo, es hacerle el campo orégano a los nacionalismos codiciosos de los imperios…..Citando a mi amiga, la rectora de la Universidad de Lanús, Ana Jaramillo: “Si alguna vez fue necesaria la sustitución de productos importados, hoy es necesario la sustitución de ideas importadas”
O´Donnell tiene una trayectoria política sinuosa, es un revisionista contradictorio y a su vez autor de libros meritorios. Presidirá el Instituto revisionista y sostiene que el objetivo es “profundizar el conocimiento de la vida y obra de los mayores exponentes del ideario nacional, popular federalista e iberoamericano”.
Del radicalismo, en sus diversas variantes, pasó al justicialismo menemista. Dice que fue menemista porque todo el peronismo lo fue y que se alejó cuando buscó la re- reelección. Hacerse peronista con Menem no es precisamente un título de honor. Es entrar al movimiento nacional y popular a través de su claudicación. Su facilidad para el elogio infundado ya lo había demostrado en el prólogo de las memorias de Carlos Menem de 1998, llamadas “Universos de mi tiempo. Un testimonio personal”, en donde le llegó a dedicar frases como estas: “Desde el primer momento en que lo conocí quedé impresionado por su inteligencia….Menem ha sido, en muchos sentidos un visionario….Nunca hizo alarde de su elevada cultura que fue forjando en la lectura de libros y en la frecuentación de maestros… Fue El Gran Transformador….La vida y la obra de Menem son justicialistas por espíritu y metodología”.
Como la historia es según Arturo Jauretche, la política del pasado, como la política es la historia del presente, las debilidades o el oportunismo de Pacho se exteriorizan en su revisionismo mitrista. Reivindica correctamente a los caudillos federales y tiene una mirada condescendiente del instigador del asesinato de algunos de ellos. Es en términos actuales una posición duhaldista hacia el pasado aunque se proclama fervorosamente kirchnerista.
O´Donnell, como hábil equilibrista, es revisionista en muchos aspectos pero al mismo tiempo no quiere romper con el guardaespaldas que dejó Mitre en cuyas páginas llegó a defender la guerra de la triple infamia. Ser revisionista mitrista es como atacar en materia futbolística lo que sucede en la AFA y defender al mismo tiempo a Grondona. O criticar la dictadura establishment –militar y defender a Videla. Incluso ahora que desde La Nación critican a O´Donnell recordándole “que participa en la televisión de las campañas publicitarias del gobierno”, no tiene empacho en afirmar: “ La historia de Mitre no será cuestionada. Yo soy un revisionista que nunca ha hecho antimitrismo…..La historia oficial nace de ese personaje maravilloso que es Mitre”. LaNación, lunes 28 de noviembre de 2011.
Si Mitre colocó arbitrariamente en la misma trinchera a enemigos irreconciliables como San Martín y Rivadavia, O´Donnell con el mismo método manifiesta su admiración por los caudillos federales sobre los cuales ha escrito conmovedoras páginas y enaltece al enemigo y asesino de algunos de ellos como Bartolomé Mitre. Siguiendo el mismo criterio, algún divulgador histórico del siglo XXII, imitando a Mitre y O´Donnell podrá escribir páginas emotivas sobre las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y reivindicar a los terroristas de estado, colocando a todos en la misma trinchera histórica.
LA DISCUSIÓN HISTÓRICA ES SIEMPRE SOBRE EL PRESENTE
Es positiva la creación del Instituto, más allá de las debilidades políticas e históricas de su presidente. La reacción de los beneficiarios de la historia oficial es lógica y reafirma la posición habitual de esos sectores que sólo son democráticos en la medida que sólo ellos puedan expresarse. Ya lo decía Rodolfo Walsh: “La historia parece propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.”
No se está discutiendo sólo el pasado, sino fundamentalmente el presente. Ese que le produce escozor al republicano periodista Nelson Castro, o pone histérico al propagandista primariamente liberal, el periodista Marcelo Longobardi.
Lo confirma indirectamente el historiador académico Luis Alberto Romero que desde la tapa de La Nación (¿Dónde si no?) del 30 de noviembre escribió: “La retórica revisionista, sus lugares comunes y sus muletillas, encaja bien en el discurso oficial. Hasta ahora se lo habíamos escuchado a la Presidenta en las tribunas, denunciando conspiraciones y separando amigos de enemigos. Pero ahora es el Estado el que se pronuncia y convierte el discurso militante en doctrina nacional. El Estado afirma que la correcta visión de nuestro pasado -que es una y que él conoce- ha sido desnaturalizado por la “historia oficial”, liberal y extranjerizante, escrita por los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX”. Los historiadores profesionales quedamos convertidos en otra “corpo” que miente, en otra cara del eterno “enemigo del pueblo””. En una frase final, Romero defiende su quiosco y el medio que lo protege, involucrados en el neologismo corpo.
Es preciso tener siempre presente aquel proverbio africano: “Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacerías seguirán glorificando al cazador”
Hace muchos años, el escritor británico George Orwell, aquél de “Rebelión en la Granja” y “1984” describía lo que aquí se ha intentado de explicar en una frase de notable precisión: "Quien controla el pasado controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado"
3-12-2011
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