Por Fabián Restivo
5 de agosto de 2025 Página 12
Imagen: Fabián Restivo
Las mañanas se ponen cada vez más difíciles. Ya no es que el primer café del día salió lavado, o si la tan anunciada ola polar no llega y andas transpirando debajo de la campera que el servicio meteorológico aconsejó que te pongas antes de salir. El tema son las noticias. Y tampoco las que se encargan de joderte el día y la vida con el claro propósito de bajonearte, sino las de verdad informativas de los hechos.
El alerta cotidiano de abrir para mirar las noticias se suaviza un poco haciendo tiempo en silencio. Alguna vez, muy de vez en cuando pongo música, y hoy fue una de esas veces, entonces, Serrat, café y noticias.
En las noticias veo que el gobierno nacional decidió el cierre del hogar Eva Perón, de Burzaco. Allí viven veintisiete abuelos y abuelas. Varios tienen más de noventa años y hay casos en los que viven ahí hace más de veinte años. Son gentes que padecen enfermedades que necesitan cuidados especiales. Ya les avisaron que quedan en la calle, y mientras leo, el disco pasó al tema siguiente y Serrat ahora canta:
Si se llevasen el miedo
Y nos dejasen lo bailado
Para enfrentar el presente
Si se llegase entrenado
Y con ánimos suficientes
Los datos cuentan que el hogar fue fundado por Eva Perón en el año 1948, y que el invento de capital humano dice ahora que no es apto. Después de no pagarle la luz, el gas, el agua, durante casi un año, dicen que no es apto. Los trabajadores no solo dicen que es mentira, sino que cuentan que los servicios básicos se pagaron haciendo una vaca con sus jubilaciones y pensiones, en una muestra valiente de defensa de su hogar. El único. Y también el ultimo. Quizá el espacio final donde se sienten seguros. Y Serrat, para la infinita amargura, va por la tercera estrofa:
Quizá, llegar a viejo
Sería más llevadero
Más confortable
Más duradero.
Y una cosa son los datos, las fotos, las noticias. Otra cosa es mirarles los ojos, las manos, la dificultad en caminar o levantarse. Observarles la boca que sin hablar aprietan la incredulidad ante el desamparo cruel que no admite razones ni explicaciones ni pedidos, no ya de comprensión o de humanidad, sino de sentido común ante la debilidad más absoluta que viene cargada de miedos diurnos, insomnios con imágenes de terrores nocturnos para los que no ya no hay aquella mano de consuelo, que adivino mientras leo y Joan Manuel sigue cantando que:
Ay, si la veteranía fuese un grado
Si no se llegase huérfano a ese trago.
Podríamos hacernos preguntas pero sabemos que no hay respuestas. Así que toca hacer otro café y cambiar de página. Pero la cabeza hace lo suyo y ahora anda por los miércoles frente al Congreso, donde los débiles son apaleados sin pena. Los esbirros se calzan los guantes, el casco, la pechera, las armas, los gases, y salen listos a golpear jubilados con una extraña e inhumana crueldad deportiva.
Pero la realidad insiste. Tres páginas después leo que el gobierno nacional decidió que el hogar de ancianas Bartolomé Obligado y Casimira López, de Bella Vista, también dejará de funcionar, que les avisaron a los trabajadores de allí que ya no más, que no importa que sea una casa que alberga desde hace ochenta años a mujeres mayores y vulnerables, que es un lugar único, útil, fundamental y además, querido por todos. Mujeres viejitas y vulnerables. Y nadie les dice que será de su suerte. Solo les prometen la oscuridad absoluta. Como una amenaza. No es difícil saber que solo tiemblan ante un futuro corto y ahora trágico en la inminencia de la falta de techo, desayuno, cama, cuidados y cariño, en un momento de la vida en que nada es más importante que eso.
Si fuesen poniendo luces
En el camino, a medida
Que el corazón se acobarda
Y los ángeles de la guarda
Diesen señales de vida
El tercer café no me arregla. Nada nos arregla de esto. Pareciera que no hay donde escapar de este desierto lleno de cadáveres tristes que se aproxima, como un desfile eterno de la desgracia que supimos conseguir. Yo apenas estaba escuchando a Serrat con
Si se viviese entre amigos
Que, al menos, de vez en cuando
Pasasen una pelota
Si el cansancio y la derrota
No supiesen tan amargo
Hasta que en un gesto de absoluta vejez, me acerqué al equipo para apagarlo diciendo “ya Serrat, dejá de cantar”.
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