Artemio López
05-05-2023
Las recientes experiencias de la periferia europea muestran que cuando se incumplen los contratos electorales, normalmente se parten las “coaliciones progresistas” (llamémoslas así a falta de mejores nominaciones), luego se refuerzan internamente las posiciones conservadoras y los sectores más dinámicos se van por fuera de la coalición, con poco éxito o, si permanecen, alcanzan sus mínimos históricos en la consideración ciudadana.
Finalmente, tras este proceso de desgranamiento, normalmente gana las elecciones generales la derecha, en ocasiones en alianza explícita o implícita con la ultraderecha. Grecia, Portugal y próximamente muy probablemente España, son ejemplos de lo que señalamos.
En otra perspectiva, pero igual dirección conceptual, la experiencia reciente de Brasil muestra que cuando una coalición “progresista” entrega la política económica al neoliberalismo, como hizo Dilma Vana Rousseff, los sectores conservadores internos avanzan (Temer incluso encabezó el golpe parlamentario) y finalmente se impone la derecha en alianza con la ultraderecha, tal el caso de Jair Bolsonaro.
La Argentina ha perdido especificidad desde el año 1976 a la fecha y ya no es una formación económico-social tan original como el “mito urbano” supone. Ya Nicolás Casullo advirtió que “El peronismo cuando va todo unido se pone conservador” y evitarlo a partir de la elección de octubre de 2023, aún abierta para las dos fuerzas mayoritarias, parece ser la acción política adecuada, según la evidencia que disponemos hasta hoy.
Así las cosas, es posible afirmar, aun con todos los reparos que implica una afirmación general, que sostener la unidad, no romper la coalición progresista sólo puede ser alternativa de gobierno popular-democrático si se aparta el rumbo económico del plan que fija el FMI (neoliberalismo económico y social).
Ese plan de ajuste ortodoxo tradicional, en rigor es un cajón de sastre que puede ser aplicado en Argentina o en Grecia, sin importar los costos sociales que implica.
La experiencia reciente de nuestro país es muy aleccionadora. En el año 1974 sin la tutela del FMI la pobreza ascendía al 6%. Tras el golpe militar y el desembarco neoliberal ya bajo control del FMI, la pobreza alcanzó el 20% a principio de los años ochenta y siguió trepando hasta alcanzar el 54% en el año 2003, cuando asume Néstor Kirchner, que nos libera del organismo en enero del año 2006 y la pobreza desciende hasta el 20% en 2015 tras los tres gobiernos peronistas-kirchneristas, valga la redundancia.
Restaurado el tutelaje socioeconómico del FMI en el año 2018, hoy ya tenemos 40% de pobreza y si no salimos del torniquete que impone el Fondo, crecerá. Más claro no se consigue.
Lamentablemente la reformulación del “acuerdo” con el FMI no está sucediendo. Por el contrario, se lo convalidó durante la gestión del exministro Guzmán y sin investigar el destino de los fondos de la tranza delictiva que acordaran Macri y el Fondo, a cargo entonces del hoy lobista económico, el Mr. Alejandro Werner.
En rigor, es hoy Sergio Massa el que está tratando de corregir el rumbo asumiendo la herencia de la gestión de Guzmán que, entre otras cosas, resultó un gran jugador de fútbol y tal vez por ello un tiempista poco habitual.
¿No me creen? Miren el gráfico de apertura. La flecha señala la salida de Guzmán, justo en el momento en que la cuenta corriente de divisas se hace negativa. ¡Just in time!
Como señala el profesor de la UBA, contador y periodista Hugo Presman: “La falta de controles o la complicidad de funcionarios llevó al despilfarro del superávit comercial de más de cuarenta mil millones de dólares, que hoy faltan desesperadamente, en medio de una inflación creciente y galopante, con una distribución regresiva de la participación de los trabajadores en el ingreso nacional, todo lo cual constituyó un menú explosivo que tuvo su primera exteriorización clara en las legislativas del 2021 donde el oficialismo perdió algo más de cuatro millones de votos.”
En fin, sin cabeza para controlar, espalda para aguantar.
*Director de Consultora Equis.
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