La crónica escrita
por Ana Cacopardo, luego de visitar a los estudiantes de la carrera de Trabajo
Social en el penal de Sierra Chica, propone una reflexión sobre la mirada
social-institucional que reproduce el discurso que condena a los sectores
vulnerables a ser poblaciones sobrantes y muertes que no importan.
(especial para
La Tecl@ Eñe)
Leo las cartas que me dieron los
muchachos del penal de Sierra Chica. Estuve allí recientemente con estudiantes
de la carrera de Trabajo Social que puede cursarse en contexto de encierro.
Como cada vez que voy a la cárcel y escucho las voces de los hombres y mujeres
privados de libertad, me conmueven las formas de la resistencia en el encierro.
Me refiero a esos gestos o prácticas, a veces mínimos o poco evidentes, que los
afirman como personas. Como sujetos. Aún, en condiciones de asimetría,
violencia y subordinación agobiantes. Cuando concluyó nuestro encuentro en
Sierra Chica, Patricio, uno de los estudiantes, me regaló un auto que
confeccionó con su infinita paciencia de artesano de la madera. La palanca de
cambios está hecha con un perdigón de bala de goma. Los junta en el patio del
penal y los recicla. Como se recicló él mismo estudiando Trabajo Social y
comprendiendo que la educación “era un derecho, no una dádiva”.
Patricio está casi terminando la
carrera a pesar de los pesares. A pesar de los manguerazos
de agua helada y las noches sin fondo en buzones oscuros. Pienso en Pedro, y en
sus palabras emocionadas: “siempre creí que esto era lo que me había tocado en
la vida, pero fui entendiendo que no, que no era un destino, que no era natural
lo que me había pasado”. Y Mariano que sumó su historia, cuando reflexionábamos
en torno a los medios de comunicación y las formas de estigmatizar a las
personas privadas de libertad. De animalizarlas. “Vinieron los de Cárceles de Telefé, nos propusieron grabarnos y cuando encienden la
cámara nos dicen que contemos historias de motines... los echamos de la celda”.
Pequeños gestos y afirmaciones que restituyen humanidad. En el corazón del
penal de Sierra Chica, uno de los más antiguos de la provincia, panóptico
perfecto para la mirada que vigila y castiga y se prolonga en las cámaras que
nos graban. La que está a nuestras espaldas, en el zoom convertido en aula.
Allí, sin embargo, impera otra mirada, la que instalaron docentes como Bernardo
y Luis. Ellos mismos interpelados y transformados por esos Otros, muy Otros.
Ellos habilitando el abrazo de esos cuerpos a la defensiva, contraídos y
desconfiados que entonces se aflojan y
traen la memoria de la ternura. No somos inocentes. No podemos serlo.
Mientras conversamos entran por la ventana los gritos de los pibes que están en
buzones: celdas de aislamiento, escenarios de la peor crueldad del sistema
carcelario. Concreción y afirmación sobre los cuerpos de ese deseo oscuro de
las sociedades del miedo: que se pudran en la cárcel.
Estamos perfectamente situados. En ese
zoom de Sierra Chica hay apenas 60 o 70 estudiantes sobre los más de mil que se
amontonan en la unidad. Pero ese
puñado de personas detenidas se animan a nombrarse estudiantes. No justifican sus historias, pero empiezan
a comprenderlas. El ministro de Justicia bonaerense, Gustavo Ferrari, dijo hace
unos días que “la cárcel es un intervalo entre dos delitos”, y habló del
fracaso de un sistema penal que no logra reinsertar. Los estudiantes de Sierra Chica
entendieron revisando sus propias biografías, que no se puede reinsertar lo que
jamás estuvo inserto. Y por eso comenzaron a buscar las razones de ese fracaso
en otro fracaso mayor: el de un modelo de país más justo y solidario. Las
palabras del ministro Ferrari omiten lo fundamental que es pensar el afuera. “El afuera que te deja afuera”, como dicen las chicas del penal de Ezeiza en su formidable revista Yo soy. El afuera que lxs
dejó afuera mucho antes de caer presxs. En la
revista, cuentan una historia. La de Yamila abrazándose a la reja y
repitiéndole a su defensor que no quería salir. “Soy una NN, ni en el Patronato
ni en ninguna parte tienen alojamiento para mí y para mi hija, ni trabajo ni
nada. Si salgo vuelvo a entrar porque al menos acá trabajo y no estamos en la
calle”. Parábola cruel la de la cárcel ofreciendo malamente algún horizonte de
inclusión. Cuánto nos dice este testimonio de Yamila no ya sobre el
encierro, sino sobre inéditos y crecientes niveles de exclusión. Sobre la única
grieta que importa.
"Los estudiantes
de Sierra Chica entendieron revisando sus propias biografías, que no se puede
reinsertar lo que jamás estuvo inserto. Y por eso comenzaron a buscar las
razones de ese fracaso en otro fracaso mayor: el de un modelo de país más justo
y solidario."
Vuelvo a esa tarde primaveral en Sierra
Chica. Pienso en esos rostros de piel oscura. Porque como nos recuerda Rita Segato, la
cárcel tiene color. Cada uno de estos pibes –hombres ya muchos de ellos- libra
una doble batalla. La íntima, la propia, la que sólo cada uno de ellos puede
nombrar. La de atreverse a imaginar otro horizonte posible. La de convivir con
la incertidumbre de la libertad sin amparo ni políticas post-penitenciarias.
Pero la peor de las contiendas, es otra. Es la de enfrentar los discursos que
los condenan a seguir siendo lo mismo: pibes chorros, poblaciones sobrantes,
muertes que no importan, eslabón menor y descartable de redes delictivas
impunes, objetos del voyeurismo morboso de los realitys
televisivos, estadísticas sin nombre ni voz propia. Pero sin embargo,
ahí están dispuestos a dar esa batalla incierta y desigual. Ahí están,
Alejandro, Patricio, Mario, Pedro, Mariano, haciendo pie en un concepto que
aprendieron con sus profesores: resiliencia, esa capacidad de sacar recursos dónde
parece no haberlos y comenzar a recuperar autoestima y proyecto. El perdigón de
bala en el auto de juguete, como metáfora de esa resiliencia. Me voy acompañada
por sus voces que resuenan mientras escribo estas líneas, como haciendo una
petición de reconocimiento. Y mientras se cierran las rejas, pienso en el
espacio que propician lxs jóvenes docentes que me
acompañan hasta la salida. En la pedagogía liberadora de esa mirada que
restituye humanidad. Esta columna es también un homenaje a ellos.
La Plata, 2 de noviembre de 2016
*Periodista, productora y directora de
cine documental.
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