Las murallas del Kremlin son uno de los límites
de la mítica Plaza Roja. Frente al Mausoleo que conserva el cadáver momificado
de Lenín se encuentran los almacenes Gum, un shopping de una suntuosidad
notable. Nada queda de aquella revolución de octubre que auguraba una primavera
para el mundo. Mientras Lenín es una momia que atrae a una reducida cantidad de
nostálgicos y curiosos, los almacenes convocan una multitud de turistas que se
sienten partícipes del triunfo del capitalismo.
En San Petersburgo, fundada por
Pedro el grande en 1703, cuna de la Revolución Bolchevique, la legendaria
avenida Alejandro Nevsky nace en el
Palacio de Invierno y concluye en la Plaza de la Insurrección que recuerda el
levantamiento del soviet en 1905, encabezado por un cura reaccionario que la
historia recogió como Georgi Gapón, pero detrás del cual estaba el accionar y
el talento de León Trotsky. En esa histórica avenida, el capitalismo ha irrumpido
con su despliegue fastuoso, un parque automotor poblado de Mercedes y BMW y
todas las marcas que le ponen nombre al modelo triunfante afectado
paradojalmente por una crisis profunda, pero que aquí no se percibe porque
Rusia es petróleo y gas dependiente y esos commodities siguen en permanente
aumento. Si el Palacio de Invierno, cuya ocupación representó durante muchas
décadas el símbolo de la toma del poder, es un palacio representativo de la
fastuosidad zarista con sus más de 1100 habitaciones, pero sólo en dos se
recuerda la capitulación del gobierno y el ascenso bolchevique, dejando el
resto a un mix de museo convencional como es el Hermitage y muestrario de la
opulencia de los zares. A cierta distancia de ahí se encuentra el crucero
Aurora, cuyo simbólico cañonazo fue el punto de partida de la histórica jornada
del 25 de octubre de 1917. Si uno se aleja varios kilómetros de ahí, encuentra
la estación de ferrocarril Finlandia inaugurada en 1870 por la que arribó Lenín proveniente del país
escandinavo en abril de 1917. Delante de la estación queda un parque con una
estatua del líder bolchevique. A cierta distancia está el monumento majestuoso
a la defensa del sitio de Leningrado, nombre con que San Petersburgo pasó a
denominarse a la muerte del autor de ¿ Qué Hacer?, luego de ser denominada
Petrogrado entre 1914 y 1924.
Pedro concibió San Petersburgo como una mezcla de Venecia y Amsterdam. Necesitaba
una salida al Báltico y ese fue el origen de su fundación en una zona
pantanosa. Arrebatado el territorio a los suecos, construyó la fortaleza de
Pedro y Pablo, para defender la ciudad ante la posibilidad de una reacción
militar de sus antiguos poseedores. Luego
fue prisión de muchos revolucionarios como relata León Trotsky en su monumental
“Historia de la Revolución Rusa”.
El circuito turístico está poblado de iglesias, museos y palacios que remiten a
los siglos XVIII y XIX, pero prácticamente nada a los siglos XIX y XX.
La Plaza Roja, las Murallas del Kremlín y la
Plaza del Picadero que le antecede, son los puntos de referencia turísticos en
Moscú. Los almacenes Gum, frente al Mausoleo, fueron construidos según Hinde
Pomeraniec en su buen libro “Postales de la era Putín”, “a fines del siglo XIX
por el arquitecto Alexander Pomerantsev,
y su nombre fue puesto luego de la Revolución de 1917, cuando la megatienda fue
nacionalizada. Más adelante el régimen utilizó el edificio para oficinas
públicas y fue allí donde en 1932 exhibieron el cadáver de Nazhenda Alliluyeva,
la segunda esposa de Stalin y madre de dos de sus hijos. Oficialmente, la joven
murió de apendicitis; extraoficialmente se voló los sesos en la cama
matrimonial luego de una discusión pública con su marido en una fiesta. En
secreto, aún hoy muchos creen que Stalin la asesinó. La GUM reabrió como
galería en 1953 y dicen que cuando los alimentos escaseaban y el lujo era el
vicio de villanos occidentales, los alimentos en este lugar llegaban hasta la
misma plaza. Pese a las que eran las dificultades cotidianas, sin embargo no
son pocos los que extrañan la vida soviética…..y creo entender que es por el
margen de seguridad y previsibilidad, por la paridad en la salud y la educación
y porque los viejos no pasaban hambre y la pensión alcanzaba para comprarle
pequeños regalos a los nietos.”
En estas dos principales ciudades rusas todo
es monumental. Los zares, apócope ruso de Cesar, y el stalinismo
posteriormente, consumaron edificios de una manzana o más. A pesar del
despliegue capitalista brutal, frente al teatro Bolshoi se conserva una hermosa
estatua de Carlos Marx, en actitud combativa.
Un día voy con un guía que considera al
período comunista el más nefasto de la historia de su país, a Serguei Posad, a 70 kilómetros de Moscú, un
complejo de monasterios e iglesias de la ortodoxia rusa adonde suele ir el
patriarca después de ser elegido. Observo a mujeres vestidas íntegramente de
negro que rezan y besan ante cada uno de los murales. Al día siguiente camino
hacia el Mausoleo de Lenín. Antes de entrar en el mismo se pasa frente a distintas
estatuas, pegadas a las murallas del Kremlin,
debajo de las cuales se supone que están los restos, entre otros, de
Stalin, Brezhnev, Andropov, Gagarín entre otros. Esto lo deduzco porque hay que
recordar que el ruso es un idioma en un principio oral cuyo alfabeto cirílico
fue inventado por un misionero del imperio Bizantino en el siglo X, para
transmitir el mensaje bíblico y que resulta inaccesible incluso para leer los nombres de figuras
históricas. Ya dentro del mausoleo se desciende unos cuantos metros en
absoluta penumbra, hasta que aparece iluminado el cadáver momificado de
Vladimir Ilich Ulianov. Se lo ve pequeño y como si fuera una estatua de cera.
El contraste entre la luz que ilumina a Lenín y la oscuridad que lo circunda me
lleva a tropezarme con un grupo de chinos que me preceden. Y entonces percibo
una escena singular: los orientales saludan con una genuflexión y luego hacen
la venia. No puedo dejar de relacionar esta escena con la del día anterior de
las mujeres que rezan y besan los murales en la Iglesia Ortodoxa.
Dos formas antagónicas de religión,
atravesadas por similitudes sorprendentes. Tal vez, sólo tal vez, el haber
convertido al marxismo en una religión laica, sea uno de los factores que Lenín
esté embalsamado, semi olvidado y en
penumbras y las tiendas Gum enfrente,
fuertemente iluminadas y repleta de turistas y curiosos. Es difícil imaginarse
qué diría el revolucionario al ver la belleza y potencia capitalista desde la
perspectiva Nevsky en San Petersburgo o la Avenida Tverskaya
en Moscú. Lo que sí se puede percibir es que los jóvenes están mayoritariamente
conformes con la Rusia capitalista, mientras que los viejos añoran seguridades
que le brindaba el comunismo.
Esta situación fue definida con precisión por
Vladimir Putín, el hombre que ha tratado de reconstruir el poder del estado
después de su desarticulación durante los gobiernos de Gorbachov y Yeltsin,
poniéndole límites a las tropelías del mercado y a lo que se conoce como
oligarquía, surgida de una combinación de mafias y desguace de las empresas
estatales. Dijo en febrero del 2000: “Quien no lamenta la desaparición de la
Unión Soviética no tiene corazón, y quien quiere recrearla como era, no tiene
cabeza.”
10-09-2012
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