Jóvenes
con las espaldas inclinadas. En medio de un subte donde no hay espacio para
darse vuelta, alguien recibe una llamada telefónica o la realiza, y su
conversación tiene la intimidad de compartirla con todos los pasajeros
compactados, al punto que las sardinas en latas parecen un canto a la libertad.
Sin poder mover un brazo, otro se da maña para usar su pulgar y enviar un
mensaje de texto con velocidad sorprendente. Otros permanecen ajenos a lo que
ocurre a su alrededor, ensimismados en un jueguito. Una joven cerca
de la puerta está teóricamente en el lugar donde puede ser observada, pero su
cabeza se despega del cuerpo junto con la música distribuida desde su celular a
través de los auriculares. Inútil será preguntarle si bajará en la próxima
estación. Habrá que tocarla para que la
cabeza vuelva al cuerpo y una respuesta sea obtenida.
El celular es el propietario de
aquellos que creen que les pertenece. Si
Hegel viviera podría observar la precisión de su dialéctica del amo y del
esclavo. El medio diseñado
para la comunicación a distancia se convierte en un obstáculo para la relación
cara a cara. El que llama tiene
prioridad sobre el interlocutor personal
cercano. La modernidad se introduce en esos vagones que tienen muchas
décadas, tantas como para hacer desistir al empresario Mauricio Macri de
hacerse cargo de su gerenciamiento, salvo que se lo entreguen en las
condiciones del subte de Nueva York.
La
tecnología debe mejorar y mejora la vida cotidiana. Pero muchos de sus usuarios
la malversan y terminan esclavos de ella. Necesitan considerarse imprescindibles al punto tal de
pensar que el planeta puede chocar contra un asteroide si alguien quiere
comunicarse y no lo consigue porque tienen el telefonito apagado. Sacan
músculos al pulgar con afiebrados mensajes de textos, en general, de una
insustancialidad proverbial. A punto tal
que debido a ello y a la falta de
inversión de las compañías prestatarias, los aparatitos de funciones múltiples
(radios, cámaras fotográficas, internet, agenda, hora, despertador, etc, etc)
para lo que menos sirven es para hablar por teléfono. Se escucha mal, se interrumpen sistemáticamente las comunicaciones,
cuesta concretar las llamadas. La modernidad tiene contratiempos. La rutina
lleva a que hoy nadie pregunte, cuando necesitan agendar un teléfono, por los tradicionales de línea de audición
precisa. La pregunta siempre deriva hacia un celular. Ese que origina una
generación de espaldas inclinadas y de pulgares musculosos.
EL PULGAR DEL PANDA
Como dice Leopoldo Marechal en una de
sus novelas, el día que el ser humano se puso en posición vertical la humanidad
realizó un salto impresionante. Ese
ignoto homínido, un Neil Armstrong del plioceno bien podría haber dicho la
conocida frase del astronauta al pisar la luna: “Es un pequeño
paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”. Hace
aproximadamente 5.332.000 años nuestro antepasado se irguió sobre sus pies, se
puso en posición vertical y liberó sus manos, es decir que incrementó
significativamente su capacidad productiva. Esas manos tienen además una
particularidad que nos diferencia del resto de los animales: podemos hacer
tocar el pulgar con el meñique.
El eminente paleontólogo y divulgador de la ciencia
Sthephen Jay Gould, en su conocido libro “El pulgar del Panda”, nos cuenta que
los osos son carnívoros, menos el panda que es vegetariano ya que se alimenta
de bambú. Escribe Gould: “Viven en densos bosques de estas plantas a grandes
alturas en las montañas de China Occidental. Allí se sientan, prácticamente
inmunes a los depredadores, masticando bambú entre diez y doce horas
diarias…….Me quedé estupefacto ante su destreza y me pregunté cómo era posible
que el descendiente de una raza adaptada para la carrera pudiera utilizar sus
garras tan hábilmente. Sujetaban los tallos de bambú entre sus garras y las
despojaban de sus hojas, pasándolos entre un pulgar aparentemente flexible y el
resto de los dedos. Esto me desconcertó. Yo
había aprendido que la posesión de un pulgar oponible y diestro se encontraba entre
las causas fundamentales del éxito humano. Nosotros habíamos conservado,
incluso exagerado, esta importante flexibilidad de nuestros antepasados
primates, mientras que la mayor parte de los mamíferos lo habían sacrificado al
especializar sus dedos. ….De modo que conté los demás dedos del panda y me
llevé una sorpresa aún mayor: había cinco no cuatro…..El “pulgar” del panda no
es, anatómicamente, un dedo. Está constituido por un hueso llamado
sesamoide radial, que habitualmente es
un pequeño componente de la muñeca. En los pandas, el sesamoide radial está
enormemente agrandado y alargado hasta ser casi igual de largo que los huesos
metapodiales de los verdaderos dedos. ….El pulgar del panda está dotado no sólo
de un hueso para darle rigidez, sino también de músculos para proporcionarle su
agilidad. Estos músculos, al igual que el propio hueso sesamoide…….son partes
anatómicas familiares remodeladas para una nueva función.” Difícil prever si dentro de cinco millones de años el pulgar musculoso
y diferente, sea conocido por futuros Stephen Jay Gould como “El pulgar del
celular”.
ELOGIO A LA TECNOLOGÍA
Los
que conocimos el teléfono a manivela a través del cual había que llamar a una central y darle a
la operadora el número del teléfono con el cual queríamos comunicarnos, no
podemos dejar de maravillarnos como algo cercano a lo mágico, que desde una
aparato no mayor a una caja de cigarrillos se pueda hablar con alguien en
cualquier lugar del planeta. Los que crecimos y padecimos las llamadas a larga
distancia con las insufribles e imprecisas
horas de demora, con las conocidas “líneas condicionales”, la conexión
inmediata nos suena a cuento de hadas. A Gabriel García Márquez, que dicen está
perdiendo la memoria, justamente a él que la cultivó con esmero, se le atribuye
la frase: “Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidarse es difícil
para quien tiene corazón.”
Que
los viejos teléfonos fijos y enormes hoy sean una pequeña computadora de
funciones múltiples, es algo que suena a increíble.
De manera
que bienvenida la tecnología que nos permite en un uso racional una
potenciación enorme de la comunicación y del aprovechamiento del tiempo. Todo
eso en el plano teórico. El problema surge cuando el usuario, el destinatario
del aparatito mágico, termina siendo dependiente del medio que vino para
hacerle más confortable la vida.
EL PULGAR DE LA MODERNIDAD
En
la era de las comunicaciones, se da la paradoja que las comunicaciones a
distancia se interponen en los encuentros cara a cara. La ventaja para estas
últimas, es que las llamadas inevitablemente se cortan o se interrumpen por
deficiencias de las empresas prestatarias. Los que se encuentran para conversar
en un bar o compartir un almuerzo, aprovechan esos intervalos para cumplir con
los motivos del encuentro. Hasta que exóticos ringtones vuelven a concretar un
replay del escenario anterior.
Es
notable la cantidad de personas” importantes” que circulan por las veredas con
el adminículo en la oreja. El sociólogo polaco residente en Inglaterra Zygmunt Bauman, ha escrito:
“El teléfono celular
entrena a los ojos a mirar sin ver”.
Ni
hablar de aquellos que obstaculizan la circulación en las veredas, porque
depositan su humanidad en el medio del tránsito peatonal para realizar una
llamada “urgente e imprescindible”. O aquellos que no se detienen y con la
cabeza baja, la espalda levemente inclinada intentan realizar una comunicación,
obligando a los que vienen enfrente a apartarse para evitar un choque. Ni hablar de aquellos poseedores de un
teléfono con micrófono que parecen haber perdido el equilibrio hablando solos.
Por eso hoy Antonio Machado no hubiera podido escribir su poema “Retrato”: “Converso con el hombre que siempre va conmigo/ quien habla
solo espera hablar a Dios un día…”
O
aquellos conductores que manejan desaprensivamente con el celular en la oreja,
porque temen que no lo encuentren y resulte inevitable una tercera y última guerra mundial. Seguramente en esas
circunstancias tienen en cuenta aquella frase apocalíptica de Albert Einstein y
se abrazan al adminículo para que la realidad no los sorprenda: "No sé cómo será la tercera guerra mundial, sólo sé que la cuarta será
con piedras y lanzas."
En
la evolución de la especie estamos en la etapa que puede definirse como “El
pulgar de la modernidad”. Que despierta tanta curiosidad como “El pulgar del
panda”. Lamentablemente no podremos leer cuando los émulos de Sthephen
Jay Gould, dentro de cientos de
milenios, caractericen a este período de la comunicación incomunicada, y
calculen que los cambios profundos, estructurales, fisonómicos, en las espaldas
y los pulgares del humano, tienen su origen en un primitivo aparatito
incorporado en las últimas décadas del siglo XX, llamado celular o cariñosamente telefonito.
20-07-2012
Todos los derechos reservados. Hugo Presman. Para publicar citar fuente.
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