19 noviembre 2023

Un estado de cosas

 

Martín Kohan
10-11-2023 PERFIL   11-11-2023

A mí Luis Majul me ha interesado desde siempre, porque me interesa la relación singular que mantiene con el lenguaje. No lo usa, más bien le sucede. Diría incluso que le acaece, que se precipita en él como un alud, como un chubasco. Hay algo que no está a su alcance hacer, y es escuchar; cuando le hablan, él habla también, no le parece que haya que dejar de hacerlo.

Su idea de periodista punzante se asemeja a la marcación a la que Luis Reyna sometió a Maradona en un recordado Argentina-Perú. Y si Reyna se propuso no solo no dejar jugar a Maradona, sino además no dejarlo mover, lo que intenta hacer Majul con sus entrevistados no es solo no dejarlos hablar, sino además no dejarlos pensar. Pone a prueba, a través de sucesivos cobayos, los límites de la capacidad humana para no caer en la desesperación (cualquiera de sus entrevistados puede en cualquier momento convertirse en Quico con el Chavo del Ocho).

Majul no es tan bueno cuando tiene que hablar solo, en eso que da en llamarse “editorial”. Los monólogos le salen mejor cuando los hace mientras otro le habla, y no con un fondo de silencio que claramente lo perturba (es evidente que algo le falta, y ese algo es una voz ajena a la que desoír y tapar). Y es que hasta las chicharras, que carecen de lenguaje articulado, alternan sus emisiones; y si acaso se superponen (como puede cualquiera encimarse cuando está conversando con otro), lo hacen para entrelazarse o para sumarse, y no para anularse mutuamente.

No ha de haber esfuerzo mayor para Majul que el de callarse y escuchar, aunque sea un poquitito. No es lo suyo, no le sale. Pero hay algunas ocasiones en las que se ve obligado a intentarlo (se lo indican, se lo exigen), y eso es cuando entrevista a Milei. En tales casos, es presa de un ataque de asentimientos eléctricos. No son los asentimientos del que escucha (porque ahí tampoco escucha), sino los de aquel que se está conteniendo de hablar y teme no poder lograrlo por mucho tiempo. 

Pasa igual que en ciertas escenas mal actuadas de un cine de otra época, en las que el personaje al que le hablan no presta atención a lo que le dicen, porque está repasando mentalmente la letra de lo que le tocará decir a continuación en un diálogo falso, guionado. No es en sentido estricto un oyente, sino apenas un hablador contenido. O un interruptor compulsivo, contenido.

A Milei tiene que dejarlo hablar, y no solo por eventuales exigencias de contrato, sino porque para Milei resulta del todo imposible hablar a menos que el otro se calle por completo. De manera que lo que tenemos es a dos impedidos para la conversación, que no obstante cada tanto se juntan: uno que no va a poder hablar a menos que el otro no hable (¡y es candidato a presidente de la Nación!) y otro al que le es imposible escuchar y entonces habla mientras le hablan (¡y trabaja de hacer entrevistas!). ¿No podría decirse que son, en cierta forma un tanto paradójica, el uno para el otro? Reunidos, combinados, van destrozando una por una las seis funciones que según el lingüista Roman Jakobson hacen posible la comunicación entre las personas.

Milei no puede, y acaso no quiere, hablar él y que el otro hable también. Si habla el otro, él no puede: no puede y se desespera (incluso cuando el otro calla, cuando se limita a mirarlo y dejarlo seguir, puede ocurrir que escuche voces y que igual se desespere. Porque Milei, como es sabido, escucha voces. Es la clave del vínculo que mantiene con sus perros, especialmente con el que se murió hace años). Cuando dirige una pregunta, no espera una verdadera respuesta (si pregunta: “¿A vos te parece bien el robo?”, la respuesta está decidida de antemano, la está poniendo él mismo). Y cuando le dirigen una pregunta, la admite solamente si se limita a darle el pie para el monólogo que él tiene previamente establecido. Y si no, arrasa con ella, se pone muy agresivo, visiblemente se desencaja.

Algunos de sus votantes de última hora, para poder votarlo sin sentir que dejan de ser lo que en verdad nunca fueron, republicanos, precisan no escuchar las cosas que dice. Una dirigente política llegó incluso a pedirlo expresamente: que se callen los de LLA, para poder así votarlos. ¿Y si no le obedecen? ¿Y si no se callan? Puede hacer lo que hace Majul, aunque justo con Milei no lo haga: ¡hablarles encima!

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