17 octubre 2022

PATEANDO MITOS Y CONSTRUYENDO NUEVOS

 


Hay una frase de John William Cooke que se ha repetido hasta la saturación: “El peronismo es el hecho maldito del país burgués”. Tal vez merezca una corrección: “El peronismo es el hecho maldito del país capitalista”. La diferencia estriba en que Argentina es un país capitalista pero sus clases dirigentes son capitalistas pero no burguesas, pues reinvierten poco y fugan mucho. En el último blanqueo muy exitoso realizado bajo la presidencia de Mauricio Macri, al inicio de su mandato, se declararon 116 mil millones de dólares fugados ilegalmente, obviamente no declarados hasta entonces, incluidos los de la familia del Presidente, pero distintas fuentes confiables estiman que aún permanecen en el exterior, en cuentas y propiedades no declaradas, en guaridas fiscales alrededor de 350.000 millones de dólares. Teniendo en cuenta que el PBI argentino oscila entre 450 y 500.000 mil millones de dólares, se puede apreciar claramente que contra la apreciación ligera y desaprensiva de políticos y periodistas sobre el robo de un PBI de parte del kirchnerismo, un disparate convertido en lugar común, aquí si hay más que indicios que los dueños de la argentina capitalista no pueden pegar el salto a burguesía. Es cierto que no sólo los dueños son los que fugan sino también segmentos de las clases medias, pero en el total no son éstos los que mueven el amperímetro.

En un escenario tan propicio como el Coloquio de IDEA, en su edición 47 del año 2011, el entonces titular de la empresa textil El Cardón, Gabo Nazar, aseguró que "los empresarios argentinos son una máquina de fugar dinero".

Es cierto que en nuestro país la imprevisibilidad es lo habitual y la permanencia de las disposiciones legales e impositivas la excepción. Las habituales crisis económicas argentinas es el argumento de los dueños de la Argentina para practicar la fuga de los excedentes y a su vez el drenaje contribuye en forma importante a las crisis periódicas. Un círculo suicida que recuerda a una reflexión del escritor norteamericano Michael Hopf: “Los tiempos difíciles forjan hombres fuertes, los hombres fuertes crean buenos tiempos, los buenos tiempos crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles.”

Los dueños de la Argentina constituyen una clase sin un proyecto de país. Al no tenerlo, persiguiendo sus intereses no pueden incorporar como aliados a otras clases sociales que pueden beneficiar. La burguesía francesa hizo su revolución, desplazó a la monarquía, y levantó las banderas de la libertad, la igualdad y la fraternidad que permitió asociar a otras clases sociales, aunque las mismas sólo podían enarbolarse hasta el límite de no afectar sus intereses.

En todo el mundo subdesarrollado, las burguesías nacionales son débiles, dependientes, que a veces se alían a las extranjeras preocupadas por el avance de los trabajadores y en otras se alían a los trabajadores para enfrentar el avance de las corporaciones. El peronismo intentó desarrollar la burguesía nacional y otras veces actuar en lugar de ella. Políticamente, la torpeza  de esa burguesía la ha llevado la mayor parte de las veces a oponerse al peronismo, porque el fortalecimiento de la clase obrera pone límite a su ejercicio irrestricto de la propiedad privada y le enerva la ampliación de derechos. La ceguera ideológica le impide apreciar que con los gobiernos nacionales y populares sus balances engordan y que la mejora de los trabajadores en la distribución del ingreso se traduce en un incremento de la demanda global que amplían los beneficios colectivos. 

 

Un reciente informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA) revela que las primeras 500 empresas del país tuvieron en el período 2012-2015, período decreciente del cristinismo, ingresos promedios de 258.767 millones de dólares y que ese ingreso promedio descendió durante el macrismo a 221.901 millones de dólares, una caída del 14% medido en la moneda norteamericana. Si pasamos a las utilidades en los mismos períodos durante el cristinismo promediaron la suma de 21.063 millones de dólares que en período posterior de Macri (2016/2019) descendió a 16.035 millones por año en promedio, un descenso del 24%. Otra prueba de consistencia: tomando el año final de ambos mandatos 2015 y 2019:

En el último año de Macri, en 2019, las 500 empresas más importantes acumularon utilidades por 13.941 millones de dólares mientras que en el último de Cristina, 2015, alcanzaron los 24.563 millones de dólares. La diferencia alcanza a un 45 %.

Jose Pablo Feinmann sostenía que el cristinismo es el hecho maldito del país neoliberal. Me permito afirmar que las clases medias son el hecho maldito de los gobiernos nacionales y populares. En general es un problema de clase que molesta que los sectores populares accedan a espacios que suponen que le pertenecen en exclusividad a los sectores medios. En nuestro país el peronismo y el kirchnerismo han afectado intereses económicos importantes. Segmentos importantes de las clases medias se han asociado a la defensa de esos sectores. En Argentina, la educación recibida desde la leche materna, del axioma sarmientino de civilización y barbarie condiciona toda la apreciación de la realidad. La civilización es el poder económico nacional y extranjero y la barbarie todo lo que huela a popular. Cuando estos irrumpen, es percibido como la aparición de la barbarie. El cabecita negra, los negros, los planeros, son la constatación de la barbarie, en buena parte representados hoy por el cristinismo. Son visto como un cáncer, cuya extirpación permitiría que la Argentina accediera a un destino de grandeza que ellos obstruyen. En los últimos años, el triunfo de la cultura neoliberal ha extendido estos prejuicios a sectores de clase media baja.

A su vez el poder económico que suele ser fuerte con los débiles y débiles con los fuertes, prepotea a los gobiernos populares cuando los ven anoréxicos y al Estado impotente. Es lo que ha declarado el Ministro de Desarrollo Social Juan Zabaleta, en la misma línea que en una situación de mayor fortaleza expresó Daniel Arroyo cuando era ministro. Desconociendo la existencia de la Ley de Abastecimiento afirmó que el gobierno no pudo incluir ni aceite ni azúcar, en la provisión para los sectores carenciados porque las empresas proveedoras habían optado por vender esos productos al exterior.   


Es interesante analizar lo que ha sucedido en Brasil con los dos gobiernos de Lula. Por circunstancias históricas especiales, sin tocar intereses económicos, el dos veces presidente logró incorporar a más de treinta millones de brasileños a una vida digna, sacándolos de la pobreza. Al respecto apunta bien el politólogo José Natanson en Le Monde Diplomatique: “Más que resolver las contradicciones, el lulismo procuró moderarlas, dando como resultado un equilibrio siempre inestable: reducir la pobreza sin confrontar con el capital, conservar el apoyo del Movimiento Sin Tierra empujando al agronegocio, mantener el voto de los sectores conservadores del nordeste avanzando en reformas progresistas.” A su vez Jorge Fontevecchia escribió en Perfil del 1 de octubre: “En Brasil los prejuicios de clase son mayores que Argentina donde el “cabecita negra” de Evita y Perón, aquí es directamente un descendiente de la esclavitud erradicada recién casi al comienzo del siglo XX. En la misma proporción, el imperativo aspiracional de la clase media es mucho mayor que en Argentina, porque aquí compartir espacio físico o simbólico con un afrodescendiente, los aterroriza”

También es preciso derribar un mito muy frecuentado en la Argentina sobre la fortaleza de la burguesía paulista y su proyecto de país. El sociólogo Artemio López escribió en Perfil del 8 de octubre: “La participación de la industria en el PBI del Brasil cayó del 35% en la década del 80 al 15% en el 2012 y no mejoró”. En ambos movimientos populares de Brasil y la Argentina hay un transvasamiento parcial de los apoyos del movimiento obrero hacia los sectores más empobrecidos e indigentes, que debe tomarse para no alejar los análisis de la realidad.   

No habrá triunfos duraderos si no se inclina la batalla cultural a favor de los movimientos populares.

El estratega chino Sun Tzu decía: “Cada batalla se gana antes de pelear”. Se deberán forjar políticas de seducción cultural para que las clases medias dejen de ser el hecho maldito de los movimientos nacionales y populares.

16-10-2022

Publicado en La Tecl@ Eñe, Diario Registrado, Portal de Radio Cooperativa

 

 

 

 

 



1 comentario:

  1. Sostengo la teoría de que la clase dominante son las oligarquías globales soportes de un Imperio, no de Estados Nacionales.

    Es por eso que las "burguesías nacionales" (locales) no pueden existir en forma autónoma sin el funcionamiento del Estado Nacional (soberanía).

    En condiciones de predominio de las oligarquías, las burguesías locales no pueden ser nunca la clase dominante. Solo podrán serlo junto a la clase popular cuando se logra la soberanía.

    Interesante post, saludos.

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