La democracia de
los copos de azúcar
Si el atacante a
Cristina Kirchner es un "loco suelto", o si fue el brazo ejecutor de
una conspiración criminal, se dirimirá a través de la investigación judicial,
en el mejor de los casos. Lo que casi nunca se discute es la responsabilidad
del sistema. El neoliberalismo en su etapa actual es una máquina generadora de
supuestos "lobos solitarios".
Por Fernando D'Addario
9 de septiembre de
2022 - Página 12
El pibe -no tan
pibe ya- avanzaba con su moto y su caja de Rappi pero se topó de pronto con un
doble obstáculo: por Diagonal Sur venía una nutrida columna sindical; las
calles laterales estaban cortadas con vallas. Después de preguntar con buena
onda: "¿Sabés por dónde se puede agarrar?" ("vas a tener que ir
hasta Tacuarí, creo...", fue la respuesta de este cronista) el pibe le
añadió un marco político a su dificultad práctica para salir de ahí: "yo
sabía que había vagos en la Argentina, ¡pero no pensé que fueran tantos!"
Los
"vagos" que marchaban por Cristina, por la democracia, en esa columna
que se dirigía a la Plaza de Mayo eran, en su mayoría, trabajadores
registrados, sindicalizados y organizados. Los avalaba, los cobijaba, los
empujaba a la acción un sistema de protección social en retirada, pero aún
vigente.
El viernes fue
feriado nacional. El pibe de Rappi tenía que trabajar igual, porque de otro
modo no cobraba ni comisiones ni propinas, el equivalente 2.0 de lo que en
otros períodos de la explotación capitalista se conoció como
"jornal".
Como miles de
estudiantes, profesionales, militantes de organizaciones sociales e
intelectuales, esa columna obrera se movilizaba por Cristina y -también- en
defensa propia; para el pibe de Rappi la marcha era un obstáculo. Así debe
percibir a "la política" en términos generales. Así se lo enseñaron
durante años.
Si Sabag Montiel
es un "loco suelto", si fue el brazo ejecutor de una conspiración
criminal, se dirimirá a través de la investigación judicial, en el mejor de los
casos. Lo que casi nunca se discute es la responsabilidad del sistema. El
neoliberalismo en su etapa actual es una máquina generadora de supuestos
"lobos solitarios", que en rigor no son producto de una
excepcionalidad patológica sino un desgarramiento lógico del tejido social.
Seres arrojados a la intemperie con la esperanza inducida de una salvación
individual que casi nunca llega.
La inmensa
mayoría, por supuesto, no sale a matar. Algunos tramitan en soledad las
frustraciones de una pelea desigual que no se termina de identificar como tal,
porque se corre permanentemente el eje del conflicto. Otros se caen y se
vuelven a levantar, arengados por una ilusión cada vez más difusa, sostenida
por historias del tipo "dejó su empleo en blanco, se puso a cocinar
empanadas gourmet y ahora triunfa en Amsterdam con un restaurant propio y 20
empleados". Muchos se resignan a la incertidumbre y viven un poco mejor o
un poco peor en sintonía con variables macroeconómicas y de inclusión social que
se disputan la hegemonía dentro del sistema.
Una ínfima minoría
tramita mal la derrota que no se termina de reconocer. Una derrota
algorítmicamente inevitable, pero inconcebible para quienes fueron empoderados
como futuros -siempre futuros- triunfadores. La ideología de la salvación
individual genera la sensación de que el éxito no es una utopía; de que está al
alcance de la mano. Si la zanahoria se acerca o se aleja no depende de la
volatilidad intrínseca del sistema sino de la injerencia perniciosa de
elementos extraños. Ese elemento extraño que se interpone entre Uno y el Exito
es, siempre, La Política, en sus múltiples formas.
Al mismo tiempo
que el neoliberalismo impone un sueño, inocula el veneno para defenderse de
quien -supuestamente- lo obstruye.
En tiempos de
hiperconectividad, cuando el trabajo se convierte en performance --el filósofo
y semiólogo italiano Paolo Virno ha reflexionado sobre eso-- y los resultados
no son satisfactorios, el resentimiento deja de ser una autointoxicación que
supura en soledad. Contagia y es contagiado. Se articula una extraña sinergia
entre la gente que ya perdió pero no lo acepta, porque le habían hecho creer
que la pelea era pareja, uno contra uno, con el mercado como testigo neutral.
La búsqueda de los culpables de esa postergación indefinida funciona como guía
de acción.
Los que ganan de
verdad, los que siempre ganaron y ni siquiera necesitaron competir, jamás están
en esa lista de los culpables porque son ellos quienes arman la lista.
Hace unos meses,
en el furgón de un tren de la línea Mitre, un muchacho comentaba con otro
hombre cómo veía el país: "acá los políticos destruyeron a la clase media.
Te matan a impuestos". Entre las estaciones Ballester y Bancalari también
le contó que vivía de hacer changas de jardinería. Que cada tanto lo llamaban
para hacer algún trabajo en Pacheco o en Escobar. Antes vendía café en las
estaciones de tren de la zona norte y había querido ofrecer ese servicio con
delivery en los countries, pero no funcionó. "Te ponen trabas", agregó,
sin mayores especificaciones. En la jerga criolla tradicional el muchacho sería
caracterizado como un "busca". Para otros sería un
"cuentapropista". La izquierda lo catalogaría como un
"trabajador de la economía popular" y la derecha como un "emprendedor".
Pero es el mismo tipo.
Con los pocos
elementos de que disponemos (una charla en el furgón de un tren escuchada al
pasar) es probable que sea esta última etiqueta la que se ajuste mejor a su
autopercepción. Asumirse como "trabajador de la economía popular" le
implicaría, quizás, aceptar su fragilidad, la necesidad de estrechar vínculos
con otros vulnerables, un emparejamiento (manejado por la política) que le
impediría asomar la cabeza. Constituirse como "emprendedor", en
cambio, le permitiría inscribirse desde abajo en una carrera prácticamente
empresarial.
Si algo falla, no
saldrá a matar, pero tendrá bien identificados a los culpables. Cuando esté
agotada la lista de chivos expiatorios, el sistema le dirá, finalmente:
"no te esforzaste lo suficiente".
Es un signo de
época. La democracia de los copos de azúcar (con la derecha instigadora y
ejecutora, con gobiernos populares impotentes) ni es justa ni es libre.
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