De la primavera que empezó con Hugo Chávez,
siguió con Lula, se consolidó con Néstor Kirchner, se prolongó con Evo Morales,
Rafael Correa, Fernando Lugo, Pepe
Mujica y Cristina Fernández, el invierno de la reacción neoliberal dejó una
Venezuela herida y desangrada, una
Bolivia aislada en los últimos años , y un Uruguay haciendo equilibrio. En el
fondo, y como siempre con sus poderosos claroscuros, la solidaridad y apoyo de
Cuba.
El invierno marchitó la
primavera: el kirchnerismo derrotado por un macrismo feroz; Dilma desplazada
por motivos banales; Lula encarcelado por la “íntima convicción” de un juez del
poder; Rafael Correa traicionado; Fernando Lugo desplazado por una zancadilla.
Todo en el marco de un EE.UU con
Donald Trump volviendo su mirada y su poder sobre nuestro dolorido territorio,
apoyando y sosteniendo a una derecha que es la continuación de los intereses
norteamericanos donde están: Iván Duque
en Colombia, Martín Vizcarra en Perú , Lenín Moreno en Ecuador, Sebastian
Piñera en Chile, Mario Benítez en Paraguay y Jair Messias Bolsonaro en Brasil.
En un proceso en el que, como diría
el inconmensurable Leon Trotsky, es desigual y combinado. El mismo que cuando
el Méjico acogedor de Lázaro Cárdenas le brindó asilo en un planeta que le
negaba visado, le bastó unos pocos meses para deducir que América Latina no
tenía destino si no se unía, en la misma línea de todos los libertadores del
siglo XIX.
Legado que recogió el ensayista,
historiador y político Jorge Abelardo Ramos al afirmar: “América latina no
se encuentra dividida porque es ‘subdesarrollada’ sino que es ‘subdesarrollada’
porque está dividida”.
Hoy en el gélido invierno neoliberal,
Alberto Fernández nos vuelve a ilusionar con una primavera tan esperanzadora
como difícil; Lula sale de la injusta cárcel en un Brasil conducido al medioevo
por el brutal Bolsonaro; en Méjico Andrés Manuel López Obrador acerca un
horizonte un poco diferente. En Chile estalló el modelo presentado como óptimo:
un pueblo que soportó la matriz económica de la dictadura pinochetista que se
prolongó durante la democracia con casi todo privatizado durante treinta años,
decidió recoger el mensaje final del gigantesco Salvador “Chicho” Allende y
tomó las amplias alamedas, como lo
pronosticó el presidente mártir en su discurso postrero, en las que se volvió a
escuchar “El pueblo unido jamás será vencido” de los inolvidables Quilapayún.
El resultado como siempre es
incierto, pero lo que se puede asegurar es que Chile ya no será igual. Lo mismo
se puede decir de Ecuador, donde las
convulsiones populares hieren la legitimidad de un gobierno impiadoso.
Situaciones parecidas se viven en Haití y Honduras.
Un nuevo grupo, el de Puebla, que integran
referentes y no países, se reunió en Buenos Aires. Se volvió escuchar la música
de las palabras que acarician al corazón y fortalecen el espíritu de lucha. La
que intenta recuperar derechos y levantar la unidad latinoamericana. Aquella música que ejemplificó con la
precisión que lo caracterizaba el escritor uruguayo Eduardo Galeano: “Era un mago del arpa. En los llanos de Colombia, no había
fiesta sin él. Para que la fiesta fuera fiesta, Mesé Figueredo tenía que estar
allí, con sus dedos bailanderos que alegraban los aires y alborotaban las
piernas. Una noche, en algún sendero perdido, lo asaltaron los ladrones. Iba
Mesé Figueredo camino de una boda, a lomo de mula, en mula él, en la otra el
arpa, cuando unos ladrones se le echaron encima y lo molieron a golpes. Al día
siguiente, alguien lo encontró. Estaba tirado en el camino, un trapo sucio de
barro y sangre, más muerto que vivo. Y entonces aquella piltrafa dijo, con un
resto de voz:
-Se llevaron las
mulas. Y dijo:
-Y se llevaron el
arpa.
Y tomó aliento y se
rió:
-Pero no se llevaron
la música.
La música siempre está
en las profundidades de los pueblos. Enorme distancia entre gobiernos que
recogen aquella frase formidable de Evita que “donde hay una necesidad hay un
derecho” de los otros que ven en cada necesidad un negocio. Los mismos que
consideran los derechos del pueblo son privilegios y los privilegios de los
poderosos constituyen derechos.
Alberto Fernández, que
llega a la presidencia mediante una notable jugada estratégica de Cristina
Fernández que dio un parcial pase al costado y facilitó la unión del peronismo,
viene manifestando que la sociedad argentina fue diferente por el otorgamiento
de derechos y ahora nos vienen a decir que para progresar hay que amputarlos.
Pero debe
quedar claro que mientras resurge la música de una América Latina erguida y
soberana, y como es un proceso desigual
y combinado; o tal como decía Federico Engels “la historia avanza de
contradicción en contradicción”, viene
el contraataque en Bolivia de
un poder económico clasista y racista y con el mismo odio que levanta
ancestralmente la derecha bajo las falsas y huecas consignas del republicanismo,
la democracia en peligro, la libertad
amenazada, o la corrupción. Esto no significa obviar los reiterados errores y
limitaciones comunes de los gobiernos populares.
El
derrocamiento de Evo Morales en Bolivia es una puñalada en la espalda de la
incipiente y débil primavera. La
venganza y el odio andan sueltos en el altiplano y el posicionamiento de las
fuerzas armadas es un retroceso de décadas. En la reunión de presidentes en
Buenos Aires, en el 2007, Lula dijo: “Evo
es lo más extraordinario de lo que nos ha sucedido en Sudamérica. Nadie refleja
más que él, la cara de Bolivia”.
La conspiración surgida
como es habitual en la pretendida Bolivia blanca de Santa Cruz de la Sierra que
ya protagonizó un intento secesionista hace unos años, en el 2010, encabezado
por el hoy fugitivo Branko Marinkovic, en lo que se conoce como la media luna
que integran además Beni, Pando y Tarija.
De ahí surge un personaje
como Luis Fernando Camacho que compite con Bolsonaro en su magnitud de
troglodita, que ingresó a la Casa de Gobierno de La Paz, ante la ausencia de
Evo Morales donde colocó su escrito sobre una biblia y la bandera boliviana
arrodillándose en el piso. Es el que dio el ultimátum de 48 horas al presidente
para que abandonara el gobierno y forma parte de una de las varias logias de
Santa Cruz bajo la denominación de “Los Caballeros de Oriente”.
Escenas como la que
sufrió la alcaldesa de la ciudad de Vinto, Patricia Arce, vejada, arrastrada
por la calle, orinada y pintada de rojo, luego que los vándalos incendiaran el
edificio de la alcaldía, demuestra hasta qué punto pueden llegar los que hoy se
proclaman vencedores. Igual que a Lula, a Evo no le perdonan haber logrado
avances económicos y culturales notables que colocan a su presidencia como una
de las mejores, tal vez la mejor, de ese país con una historia muchas veces
heroica pero la mayoría de las veces trágica.
En Uruguay el Frente
Amplio posiblemente pierda las elecciones en el balotaje y se sume con menor
virulencia al eje dominante.
La lucha es desigual y
poblada como siempre de obstáculos. Las fuerzas armadas desprestigiadas y
prescindentes hasta ahora han sido reemplazadas por los medios y una justicia
que hoy más que nunca es la última trinchera del poder. Los empresarios que
protagonizaron en los países desarrollados las revoluciones burguesas en Europa
y EE.UU, en América Latina son dirigentes colonizados que apoyan políticas
neoliberales que terminan mayoritariamente debilitándolos o directamente
fundiéndolos. Constituyen una clase dominante pero no dirigente.
Lamentablemente cuentan con el apoyo de franjas de clases medias y aún de
sectores populares cooptados por el discurso neoliberal.
Una anécdota que Alberto
Fernández le cuenta a Rafael Correa en un reportaje que le realizó el ex presidente
ecuatoriano, ilustra esa situación: “Tuve hace un tiempo una reunión con un
empresario argentino, una de las empresas multinacionales que tiene Argentina,
o sea que comercia más allá de las fronteras argentinas. Entonces le pregunté
cómo le estaba yendo con el gobierno de Macri. Me contestó mal, muy mal, los
dos últimos balances fueron negativos. Entonces le pregunté cómo le había ido
con Cristina y me dijo: No, no, con Cristina no dejábamos de ganar plata.
Entonces le pregunté por quién había votado. Sonrojado me contestó por
Macri. Y ahora que va a hacer, insistí.
Me contestó: “No sé”. Le dije: Lo que te pasa es que te da vergüenza votar como
tus obreros. La verdad que a vos te va bien cuando hay gobernantes que quieren
que te vaya bien a vos y a tus obreros. Y a vos cierta pertenencia de clase no
te permite votar como tus obreros. Y se quedó callado”. Fernández no lo dice, pero el empresario a
que se refiere es Luis Pagani de Arcor.
Hace unos días el gerente
de la línea aérea low-cost Fly Bondi, Julián Cook declaró:
“Amo a la Argentina y espero que algún día salga del
peronismo, un cáncer que destruye el país poco a poco hace décadas. No puedo
creer que Cristina volvió”. No
sería tan graves las afirmaciones de este empresario
extranjero si no fuera que cuenta con el aval de importantes empresarios
nacionales. Así lo cuenta el periodista Alejandro Bercovich en el diario BAE:
“Le valió discretísimas felicitaciones de dueños de grandes compañías del
sector energético y de accionistas de dos bancos nacionales. Ninguno de ellos
se atrevería a reproducirlas en público, pero muchos todavía piensan así. Como
en los años 50.”
Hay profundos dilemas que
resolver que las experiencias populares no han podido superar como la
restricción externa. El actual consejero y amigo de Alberto Fernández, el ex
diputado chileno y tres veces candidato a la presidencia de su país, Marco
Antonio Enriquez Ominami, sostiene: “Chile demostró cómo el crecimiento sin
inclusión no se sostiene y Argentina mostró también cómo la inclusión sin
crecimiento (se refiere a los últimos años de Cristina) tampoco se
sostiene.”
A pesar de
todo, se ha roto la homogeneidad territorial neoliberal. No hay una puerta de salida sino una ventana abierta por lo que
entra un oxígeno reconfortante, por donde sale el sonido de la música de
políticas liberadoras. Por otra ventana,
los sucesos que se están desarrollando en Bolivia nos remite a un pasado
colonial. El gobierno en retirada de Mauricio Macri reconoce implícitamente a
los asaltantes como ya lo hizo claramente con el gobierno inexistente de Juan
Gerardo Guaidó en Venezuela. Es la línea de Brasil y EE.UU. Las venas abiertas
en carne viva.
Los dos principales
medios de la Argentina se niegan calificar un golpe cívico-militar-policial, un
golpe del establishment, con la denominación que le corresponde. La Nación
titula: “Vacío de poder en Bolivia: presionado por el Ejército, renunció Evo
Morales”. Clarín solo pone la calificación de golpe como dicho por el
presidente destituido: “Evo Morales renunció, denunció un golpe y que pidieron
su captura”. Esos son los medios que escrituraron el republicanismo a su favor.
Es un partido con resultado incierto el que se
juega en América Latina. Pero mientras que se lo juegue, la derrota no es un
destino ni la victoria una utopía.
11-11-2019
- PUBLICADO EN LA TECLA Ñ
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