Una de las medidas que concitó un consenso prácticamente unánime fue la conformación de la Suprema Corte de Justicia propuesta por Néstor Kirchner. El gobierno lo incorporó a su activo y lo difundió como uno de sus muchos aciertos. Cuando la Corte se expidió en contra de las leyes que el gobierno englobó bajo la denominación de “democratización de la justicia”, Cristina Fernández excluyó a la cúspide del Poder Judicial del activo de la gestión del kirchnerismo y lo pasó al pasivo. La bronca no es un buen metro para medir una situación. Este tribunal sigue siendo con todos sus deméritos, una de las medidas que el kirchnerismo debe seguir reivindicando.
Si
se procede en forma diferente, como se ha hecho, se producen fisuras en el
relato que resulta funcional y acomodaticio.
La
explicación y la coherencia del relato es mucho más sencillo y directo.
La
justicia es la última trinchera del poder económico, de lo cual no escapa aún
el mejor tribunal.
El
filósofo griego Protágoras, cuatrocientos años antes de Cristo, afirmaba que
“la justicia es lo que el hombre rico dice que es”. Un dicho popular certero
afirma que “la justicia es como las víboras: sólo pica a los descalzos.” O lo
explicado en nuestro poema popular Martín Fierro: “La ley es tela de araña, y
en mi ignorancia lo explico,/no la tema el hombre rico, no la tema el que
mande,/pues la rompe el bicho grande y sólo enrieda a los chicos./ Es la ley
como la lluvia, nunca puede ser pareja,/el que la aguanta se queja, mas el
asunto es sencillo,/la ley es como el cuchillo,/ no ofiende a quien lo maneja.”
La
Corte mantuvo un relativo equilibrio
hasta que se vieron afectados sus intereses y canonjías propias. Cuando eso
sucedió, actuó como proceden todas las corporaciones, en una sociedad muy
corporativa como la argentina. Hugo Moyano llegó a sacar un comunicado a favor
de Pedraza cuando fue imputado por el crimen de Mariano Ferreyra, en una clara
posición corporativa. Los periodistas, hasta la Ley de Medios, no se criticaban
porque decían que eso era hacer periodismo de periodistas. Desde el programa radial El TREN, que inició
su recorrido el 7 de julio del 2003, decidimos desde el primer día que cuando
lo consideráramos necesario no
tendríamos impedimento para la crítica a colegas.
Los empresarios, los escribanos, las fuerzas
armadas, los abogados, los profesionales en el ejercicio de lo que se conocen
como profesiones liberales, los dirigentes de fútbol; en fin, cualquier
estamento en nuestra sociedad tiene reflejos corporativos.
La
Suprema Corte que se designó fue la mejor dentro de lo posible, pero eso no
implica que renunciara a sus reflejos corporativos. Y eso es insuperable. Que proceda de esa forma, siendo en
última instancia, en situaciones límites, es como descubrir que las
trabajadoras de un prostíbulo no son vírgenes. El presidente de la Suprema
Corte, Horacio Lorenzetti, apuesta a una carrera política y sabe que los
gobiernos pasan y Clarín queda. Y eso puede poner en duda su forma de actuar al
expedirse sobre la evidente constitucionalidad de la Ley de Medios. Si Sergio
Massa es el Capriles que busca el establishment, Ricardo Lorenzetti está en las
gateras como la posible carta oculta.
Circula
con cierto fundamento la posibilidad que la Suprema Corte al pronunciarse sobre
la ley de servicios de comunicación audiovisual intente mediar con lo justo y
declararla constitucional pero dejando a Clarín manteniendo todos sus canales
de cable, considerando ese espacio libre de la regulación del estado en cuanto
al número de licencias.
No
es cuestión, entonces, de tirar el chico con el agua sucia de la bañera. Hay
que ganar la batalla cultural que deje
en claro cómo funciona la justicia, incluso cuando el máximo tribunal que se ha
designado rompe el proceso de democratización y se refugia en sus prerrogativas
que van desde la exención de pagar ganancias, a ser la cabeza de una
corporación que suele incluir a muchos miembros vinculados por lazos de sangre;
que puede violar el artículo 114 de la Constitución, aduciendo que es
fundamental para la gobernabilidad, para
quedarse con el manejo de los recursos económicos arrebatando funciones y
derechos que son propios del Consejo de la Magistratura.
Los
constitucionalistas, que siempre actúan como viudas de la Constitución cuando
creen o simulan creer que está amenazada la propiedad privada, omiten todo
comentario sobre esta irregularidad.
El
mismo silencio mantienen sobre la violación sistemática de la mayor parte de lo
enunciado en el artículo 14 bis, tal vez porque no han tenido tiempo de
analizar el mismo, vigente desde hace apenas cincuenta y cinco años.
El
gobierno viene muy retrasado en relación a un cambio en el Poder Judicial,
cambio que debería implicar terminar tanto con estamentos atravesados
claramente por el poder económico como la Cámara en lo Civil y Comercial
Federal, así como con los jueces oficialistas, funcionales a los intereses de
todos los gobiernos como Norberto Oyarbide.
Si
desde el gobierno que la designó, se apostrofa a la Corte y desde el poder
económico se la protege, algo se está haciendo políticamente mal. Desde el
diario La Nación, símbolo mediático del establishment, todos sus columnistas se dedican a acariciar
a los Supremos. Sólo tomando a Joaquín Morales Solá en las últimas semanas, sus
notas al respecto tienen los siguientes títulos: 16-06-2013 “ Un combate
innecesario, una derrota inútil”; 19-06-2013 “Cristina sale a cazar jueces al
voleo”; 23-06-2013 “La Corte y el Gobierno en su peor momento”; 30-06-2013
“Política de tierra arrasada”; 2-07-2013 “Ya no hay límites para la extorsión
de Cristina”
La
coherencia del relato implica seguir reivindicando lo hecho, una Suprema Corte
con alto grado de independencia, y que las fisuras no están en las
explicaciones sino en el papel que inexorablemente cumple el Poder Judicial en
la lógica de un sistema capitalista.
9-07-2013
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