El
sábado 8 de junio en su columna en el diario Clarín -que como es habitual lo
anuncia en su primera página- Jorge Lanata descendió algunos escalones más en el chiquero en que se revuelca,
presumiendo que ejercita un periodismo a secas oponiéndolo al periodismo
militante, que sólo es tal en su interpretación pueril cuando se lo hace a
favor del gobierno. La nota además está
plagada de inexactitudes y de la superficialidad que es un sello en el mejor
empleado de Clarín.
Tiene como
título “Preguntar separa al periodista del militante.” Cualquiera que escuche
su programa diario de Radio Mitre, con reportajes a distintos integrantes de la
oposición, carentes de repreguntas y en un clima de afinidad propia de una
conversación posterior a los postres de un asado, con lo cual se puede deducir que contra lo que el título
intenta insinuar falazmente, su comportamiento se inscribe superlativamente en
su caracterización como militante
Comienza
atribuyéndole a Cristina Fernández una interpretación de la historia en la
formulación de Billiken. La Presidenta es la primera mandataria, que desde la
Casa Rosada, reivindicó el revisionismo
histórico llegando a denostar tanto a la Guerra de la Triple Alianza como al
que comandó los ejércitos aliados; y que fue precisamente el que escribió la
primera versión oficial de la historia y
fundó el diario La Nación, creado éste como tribuna militante de los
comerciantes del puerto de Buenos Aires y de los propietarios de la pampa húmeda. Lanata, como divulgador histórico, parece en
algunos casos no haber leído los libros que presuntamente escribió y algunas de
cuyas páginas plagió; y quizás ocupado en filmar documentales omitió registrar
cuando la Presidenta honró la Vuelta de Obligado, esa gesta que la historia
oficial primero soslayó y luego minimizó. Así dice: “Hace tiempo que sostengo que Cristina se ha creído su
propia mentira: cree que está haciendo una Revolución, y actúa en consecuencia.
No hace falta más que mirar los datos objetivos para advertir que no hay
ninguna Revolución en marcha.”
El
kirchnerismo, como el peronismo en otro
envase, es la continuación de éste, y sus tres gobiernos son los mejores desde
los que tuvo a Perón como figura
fundamental. Y eso a pesar que el kirchnerismo tiene cierto entripado con el
caudillo popular fundador del movimiento y
sólo recurre a invocarlo en circunstancias complicadas.
Ni el peronismo
ni el kirchnerismo fueron revoluciones en el sentido original asignado a la
bolchevique o a la cubana: fueron y son procesos de profundas transformaciones;
de intentos de desarrollo capitalista con impulso estatal, ante una débil
burguesía nacional (la misma que en su ceguera muchas veces se pasó a la vereda
de enfrente, atentando contra sus propios intereses), con distribución del
ingreso hacia los sectores populares y dignificando a los trabajadores;
promoviendo el dictado de leyes a favor de los mismos; con promoción de la
industria; estatizando resortes económicos fundamentales; imprimiendo una política
exterior soberana con una visión latinoamericana. En el caso del primer
peronismo, lo realizado en salud hace 60 años bajo la inspiración de Ramón
Carrillo, nada tiene que envidiarle a la actual promocionada política de salud
cubana; el deterioro posterior es el resultado, en buena parte, del odio de los
gorilas y de las políticas neoliberales practicada por la dictadura y algunos
gobiernos elegidos democráticamente. Dichos procesos de transformación fueron
tan importantes, que Lanata podría verificarlo con la reacción que produjo en
algunos de los sectores del poder económico que llegaron a bombardear Plaza de
Mayo, fusilar clandestinamente, o brindar por la muerte de Evita y ahora de
Néstor Kirchner. Perón fue proscripto durante 18 años, precisamente por todo lo
positivo que hizo y no por sus errores que fueron invocados para derrotarlo.
Casi una remake de la situación actual, con descalificaciones soeces e
injuriosas, similares a las que hoy son aplicadas sin filtro alguno a Cristina
Fernández.
Sigue diciendo
el asalariado mejor remunerado de Clarín: “En ese imaginario, el gobierno
ha cimentado la grieta social en el aparato de propaganda más grande que se ha
creado en la Argentina desde los años cincuenta. Los trabajos de Pablo Sirvén
(“Perón y los medios de comunicación”) y Silvia Mercado (“El inventor del
peronismo”) son indispensables si se quiere analizar aquella época y compararla
con ésta.” El primero toma los intereses del diario La Nación como
propios, posiblemente porque su sangre pertenezca al mismo grupo y factor que
el de la patronal. De ahí que denuesta desde esa “tribuna militante”, la misma
que alentó todos los golpes militares, la que se opuso visceralmente a todos
los gobiernos populares; la que fue socia del terrorismo de estado al que
alentó con entusiasmo; esa cuyas páginas si se las estruja, no derramarán tinta
sino sangre. Por su parte, el libro de Silvia Mercado es un canto a la
irracionalidad: sostiene que el peronismo es solamente un relato creado por
Raúl Apold, Secretario de Prensa y Difusión de Perón. Para ella el pueblo es
una gigantesca manada que compró un relato que encubría un vacío de
realizaciones. Sólo antiperonistas alienados que terminaron en la comisión de
homenaje de la “Revolución Libertadora”, tuvieron una interpretación tan
demencial. La biología los fue llevando al lado del Dios en que creían, ese al
que adulteraron y desvirtuaron cuando en los aviones criminales inscribieron en
sus alas la leyenda “Cristo vence”.
Esas son las
fuentes elogiadas por el converso fundador de Página 12, el que en 1994 se alejó como director sosteniendo que lo hacía
porque Clarín lo había comprado y asegurando que nunca trabajaría en esa
empresa.
El Borocotó
periodístico continúa: “El problema de inventarse un pasado es qué hacer
con el que queda abajo: muchos de quienes están hoy al otro lado de la grieta
descubrieron –tarde, por lo que se ve– que el Grupo Clarín era su enemigo y el
enemigo de la democracia. En el emblemático programa de propaganda “Seis,
siete, rocho” hay varios: Carlos Barragán (libretista de Radio Mitre), Jorge
Dorio (periodista de Badía y Compañía en Canal 13 y columnista de Convicción,
el diario de Massera), Orlando Barone (colaborador de Clarín en los comienzos
de la dictadura y entre 1978 y 1981, y luego diez años en La Nación), Sandra
Russo (ex co conductora en Radio Mitre en 2006), Cynthia García (productora de
María Laura Santillán en Causa Común), Edgardo Mocca (columnista de este diario
entre 2003 y 2007).”
Lo dice el que
fue un denunciador precoz de la empresa a la que hoy sirve con denuedo, lo que
revela que su impudicia compite y se complementa con su superficialidad.
Cualquiera de los periodistas mencionados se desempeñó como trabajador, sin
puestos jerárquicos en Clarín. Acusarlos, es como imputar a un obrero que trabajó en las empresas de
Mauricio Macri de corresponsable del delito que lo llevó a su procesamiento por
contrabando y luego absuelto por la Suprema Corte menemista, período que el
actual Jefe de Gobierno añora y admira. Es cierto, también, que desde programas
periodísticos militantes del gobierno,
en varias ocasiones se cometió un error similar.
La forma
sesgada en que actúa Lanata, muy alejado de la más elemental honestidad
periodística, lo lleva a omitir que su fuente Pablo Sirvén, trabajó en el
diario “Convicción” de Massera y escribió columnas que le darían pudor desde su
actual posición “republicana”, lo que demuestra que sus convicciones más
profundas lo llevan ser un buen militante del que lo contrata.
Nuevamente la
caradurez de Lanata lo impulsa a criticar en otros lo que él practica desde que
accedió a la televisión. Escribe siguiendo con sus diatribas: “Luciano Galende
(se vestía de payaso en Mañanas Informales por Canal Trece entre 2007 y 2008),
Nora Veiras y Hernán Brienza (colaboradores de la revista Ñ)….” Es obvio que
las responsabilidades e involucramiento con la línea editorial de Clarín, está
corporizada en las columnas de Lanata y está muy lejos de ello, aquellos que
fueron colaboradores de la revista cultural Ñ del grupo. Acusar a Galende
porque se vestía de payaso, cuando el se disfraza de jugador de fútbol o se
acostaba en un sofá a dormir,
caracterizando el accionar del Presidente Fernando de la Rúa, es
claramente la demostración de la impudicia de su distinta vara.
Agrega luego a
la lista a los periodistas Carlos Ulanovsky, Pedro Brieger, Néstor Restivo,
Thelma Luzzani por haber trabajado en algunos de los medios del gigante
económico, a los cuales les cabe las mismas apreciaciones ya formuladas en
cuanto a su ubicación no relevante.
Más adelante se
pregunta: “¿Lo harán sólo por dinero y ejercicio del cinismo? ¿Se
creerán, como Cristina, su propia mentira?” Lanata ha escriturado a su
nombre el trabajo exclusivo por convicción, aunque, obviamente como todo
trabajo, es remunerado. Pareciera que todos los demás sólo lo hacen por plata.
Los demás son mercenarios que se venden por el vil metal. Pero es Lanata el que
cambió, obsesionado por el dinero que ganan otros periodistas y rematando su
mejor pasado a cambio del sueldo seguramente
más alto de la profesión, recibiendo las mieles de pertenecer al grupo mediático más poderoso y el de estar
en el canal de mayor audiencia. Arropado en el calor de los elogios que le
brinda justificadamente el establishment, el antiguo joven transgresor se ha
convertido en lo que su admirado Juan José Sebreli escribió en 1964, cuando
todavía no había cambiado de vereda, y era un intelectual promisorio: en
“Buenos Aires, vida cotidiana y alienación”, dijo: “Siempre habrá quien
no pudiendo cambiar la sociedad de clase, decide entonces cambiar de clase”.
La mención es aplicable al periodista, en la segunda parte, porque siempre fue
un tenue progresista en una época propicia como el menemismo y nunca se propuso
cambiar la sociedad de clases.
Es lógico que Lanata admire a Sebreli, porque ambos han recorrido un camino
similar, pero con la diferencia que Lanata lo ha hecho por dinero y por el
prestigio que dispensa el poder económico, mientras Sebreli sólo por el
reconocimiento académico que generosamente distribuyen los medios dominantes a
quienes defienden claramente sus intereses.
El hombre que pasó por el Maipo como intérprete de monólogos lamentables,
lógicamente puede cambiar de opinión y eso no es lo reprochable. Lo reprobable
es que lo niegue, que opere como militante y espada del medio más poderoso, y
que enmascare su accionar bajo la figura del periodismo “profesional e
independiente” y cubra de improperios a los que le señalan su falsedad.
Aunque parezca mentira, un
provocador profesional, ejercitado cada vez con más frecuencia en la
difamación, ha acaparado la atención de
buena parte de la sociedad desde el mes de abril. Salir del chiquero que
propone, es una buena alternativa para oxigenarse.
9-06-2013
Todos
los derechos reservados. Hugo Presman. Para
publicar citar fuente.
BIEN POR LA CRÍTICA A LANATA: SÓLIDA. DE TODOS MODOS, NO ESTOY DE ACUERDO CON "EN EL CHIQUERO EN QUE SE REVUELCA" ESTAS FORMAS DEL ODIO ME LASTIMAN. QUIERO UN PERIODISMO MÁS HUMANO. CRÍTICO PERO HUMANO.
ResponderEliminarTardiamente leo tu nota Hugo, impresionante, comparto desde la primera letra hasta el ultimo punto.La metamorfosis de Lanata que se transmuta de mariposa a gusano es asqueante,
ResponderEliminarda verguenza ajena.Una basura de tipo, perdio el alma y cuando se m ira al espejo solo
ve el humo de su cigarro y dos ojos vacios que ya no estan alli.El programa del trece los
domingos me lastima no por sus presuntas revelaciones sino por la manipulacion mas rampante
y evidente disfrazada de periodismo. Que no fue, ausente con aviso. Hugo, gracias por tus
articulos son una luz en la oscuridad diaria.