Murió Silvia Bleichmar. Se fue luchando a brazo partido con ese cáncer que la atacó hace
varios años y que últimamente había hecho metástasis. A esa locura desordenada
de las células que entraba en conflicto con la racionalidad de su pensamiento.
Los que fuimos sus amigos sabíamos de la gravedad de su salud. Que
ella minimizaba con una sonrisa. Nadie podía advertir que esta mujer
extraordinaria jugaba una partida de ajedrez con la muerte. Sostenía que había que morir, viviendo.
Que nunca había que buscar la compasión. Que en última instancia había que
sorber hasta la última gota de la existencia. Y eso hizo. Jugaba una carrera
primero para ganarle a la vida y luego para postergar el triunfo de la parca.
Trabajó intensamente en su profesión de Psicoanalista,
en las cátedras universitarias, en sus charlas, en los Congresos, mientras
dedicaba los fines de semana a escribir
los libros y sus columnas periodísticas.
Surgieron así textos de su especialidad como “La subjetividad en riesgo”, “ La
Fundación del inconsciente”
“Paradojas de la sexualidad masculina”. Pero fueron aquellos libros
escritos desde una mirada sociológica la que la instalaron en los medios, en la
consideración pública y en un respeto intelectual generalizado. Así aparecieron
“Dolor- País” y “ No me hubiera gustado morir en los noventa”
Murió Silvia Bleichmar. La que nació en Bahía Blanca hace 62 años. La que conocí en la
presentación de “ Dolor- País”. Y a partir de entonces tuvimos un diálogo
permanente. Los encuentros en la radio. Las llamadas telefónicas nocturnas. Y
ese ejercicio intelectual de escuchar a alguien que exponía con una fluidez
notable un pensamiento claro y preciso. Con su voz grave y diáfana. Allá por el
2003, mi mujer y yo la invitamos a comer un asado
en nuestra casa de Marcos Paz. El día amaneció lluvioso y Silvia
raramente hacía sociales los fines de semanas, salvo con sus hijos y nietos,
pues los ocupaba en escribir. Pero había prometido venir y ahí estuvo con su
esposo, también psicoanalista, Carlos Schenquerman. También llegaron el periodista Orlando Barone
y su compañera Beatriz Trento. Y ese mediodía fue una fiesta donde la comida
fue un pretexto de una charla deslumbrante que abarcó toda la tarde.
Murió Silvia Bleichmar. Y los recuerdos se acumulan. El 13 de septiembre del 2004 cumplió
sesenta años. Pero lo celebró un mes antes en un salón de San Telmo llamado El
Garaje Argentino”. Fue una fiesta deslumbrante, con comidas de diferentes
países, entre la que estaba la mejicana
y un numeroso contingente de
amigos de ese país, donde había pasado su exilio. Alejandra Boero recitó,
Graciela Duffau interpretó un monólogo y Marikena Monti cantó con su habitual
solvencia. Una parte del mundo intelectual y del ámbito psicoanalítico estuvo
presente.
La cantante me recordó en la sala de velatorio, que Silvia con una
sonrisa cómplice expresó, cuando agradeció las presencias que “ ya podía
morirse sin ser muy joven”.
Murió Silvia Bleichmar. Y muchos extrañaremos las discusiones apasionadamente civilizadas.
En donde exponía con la misma intensidad con que escuchaba. La que escribía con
claridad y belleza. Como en “ Dolor País”, buceando en la esperanza de las
transformaciones sociales: “ Quienes se jactan de no sufrir el dolor de la
pérdida de esperanza por un mundo distinto “ porque nunca creyeron” dan cuenta
de un razonamiento tan lamentable como
el de quién fuera al velatorio de la mujer de su amigo diciendo: “ que suerte
que nunca me enamoré, para no tener que sufrir lo perdido........Estaremos
muertos antes de dar batalla si renunciamos a la esperanza.....Hemos devenido
“razonables”, pagamos demasiado caro el salto de la esperanza a la ilusión; se
fracturó en muchos momentos la pata que nos sostenía en el principio de
realidad. Los que sobrevivimos tenemos
una deuda con la vida......Nos han habituado en los últimos tiempos a la
propuesta de pensar en un reduccionismo
financiero a partir del cual
parecería que todo lo que es del orden de la aspiración social, de los
sueños y deseos colectivos por un futuro mejor, es pura imaginería carente del principio de realidad”
Allá por enero del 2005, el psicólogo Yago Franco me invitó a participar en el Congreso Mundial sobre el filósofo Cornelius Castoriadis. Y en
la mesa de inauguración compartí el
estrado con la psicóloga Ana María Fernández y como no podía ser de otra manera
con Silvia. Aún recuerdo las palabras de aliento porque por esas cosas del azar
o de la audacia de Yago me tocó exponer
en primer término.
Murió Silvia Bleichmar. Y lo repito porque me suena
a cuento. Allá por junio del 2005 me
detectaron un cáncer. En esos días de desorientación y angustia inenarrable
escribí una carta íntima a un número reducido de amigos. Entre ellos estaba
Silvia. Y fue recién ahí, en una larga conversación, que me enteré que hacía
unos años había sido operada de ese enemigo rastrero, ladino y silencioso.
Desde entonces, cada vez que la llamaba me saludaba con un cálido “¿Qué tal
colega?, una ironía de sello borgeano.
En estos años, los correos electrónicos regaban de afecto la
relación amistosa.
Murió Silvia Bleichmar. La intelectual comprometida con su país y su tiempo. La que podía
afirmar: “Los argentinos somos como Diego Maradona, una extraña mezcla de
talento brillantez y derrota”. La crítica aguda de la dictadura criminal que la
llevó al exilio. La que escribía sobre ese período: “Si el remanente ideológico
del nazismo fue la pérdida de la capacidad de los hombres frente a la muerte y
el desdibujamiento de los límites entre el bien y el mal, parecería que este es
el intento que, con las mismas características, sometió durante algunos años a
la sociedad argentina ante los efectos del terrorismo de Estado”.
( País Dolor)
Sobre ese período y su continuación menemista, la década del
noventa, esa en la que no le hubiera gustado morir, escribía “El golpe del 76
no derrotó una generación: la masacró, la expulsó de la Patria, la encarceló y
torturó, y brutalmente pretendió arrancarle no solo sus proyectos políticos
sino sus sueños e ideales: tornarla cínica, despojada de carácter, acomodaticia
con las circunstancias, reducida a lo posible. Se le propuso a cada argentino
llevar hasta el extremo el individualismo de salvarse solo, el terror de ser
dañado no por los represores sino por los amigos que estaban en riesgo, ya que
su propio destino podía alcanzar, como onda expansiva, a quienes los rodeaban…..
Se les ofreció un bono para canjear justicia por chatarra comprada con el uno a
uno: un ser humano por una videocasetera, la educación por el shopping, un torturado por un viaje a Disney, la vista
gorda por unas vacaciones en el Caribe.” Optimista pertinaz, confiaba en las
reservas populares. “Las derrotas no se pueden medir por las batallas perdidas
sino por la propuesta para las generaciones siguientes…….Los derrotados se
arrepienten no solo de sus propias acciones sino incluso de aquello que motivó
realizarlas. En esto consiste la derrota, porque se puede revisar el camino
recorrido y los abismos a los cuales uno se asomó sin por ello renunciar a seguir caminando”
Murió Silvia Bleichmar. La que realizó estudios de Sociología y Psicología en la
Universidad de Buenos Aires y obtuvo el Doctorado en Psicoanálisis en la
Universidad de París VII, bajo la dirección de Jean Laplanche. La que obtuvo,
en el 2006, el Premio Konex de Platino en Psicología.
Practicaba aquella certera frase de Rodolfo Walsh: “El campo del intelectual es por definición
la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su
país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa tendrá un
lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”. Por
eso dirigió para la UNICEF el programa de asistencia psicológica a los niños
afectados por el terremoto en Méjico en 1985 y en 1994 el de las víctimas del
atentado a la AMIA. Asesoró al Ministerio de Educación de la Nación y la
Secretaría de Educación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para la
prevención de la violencia escolar y la elaboración de los efectos sobre los
familiares y sobrevivientes de Cromañón.
Murió Silvia Bleichmar. La anfitriona cálida, la que cuando ingresaba en la cocina,
transformaba las materias primas en manjares. La que escribía ante la
irritación que en la clase media producían piquetes y cartoneros: “….luego de
haber arrojado a los pobres a la calle,
algunos políticos, en su campaña, les anuncien que su derecho termina donde
comienza el de los que trabajan, - como si hubieran elegidos ser desocupados-;
que les adviertan que solo se les permitirá
“ operar dentro de la ley” y que hasta se podría convocar a las fuerzas
armadas para ponerlos en su sitio, porque no pueden literalizar
la metáfora de “estar en la calle” y
deben subirse a las veredas y plazas. …..la aplicación de leyes represivas para
los desesperados, su condena a la miseria y al hambre, a la muerte de sus hijos
y a la destrucción de toda esperanza es atentatoria contra la condición humana
misma.” ( No me hubiera gustado morir en los 90) O su mirada hacia los viejos:
“ La categoría familiar “abuelo”, con la que se intenta el reemplazo de la socioeconómica
“jubilado”, marca el pasaje de la deuda contraída por la sociedad con sus trabajadores al intento engañoso de hacerla entrar en el registro de la
compasión y la beneficencia” ( Dolor País)
Murió Silvia Bleichmar. Se va a sentir su ausencia. De aquella que en su adolescencia pasó
por la militancia de izquierda divorciada de los movimientos nacionales, pero
que con su inteligencia y racionalidad comprendió que no hay práctica
transformadora alejada del calor popular. La que observaba con alegría los
cambios de estos últimos años en América Latina, surcada por un discurso
diferente y muchos hechos diferenciadores de la década en la que no estaba
dispuesta a morir.
En febrero estuvo internada en situación límite. Y tal vez, como un
regalo a su grandeza, dentro de la injusticia de sus padecimientos que
minimizaba, la vida le dio tres meses adicionales. Como un milagro volvió al
trabajo, a la cátedra, y febrilmente a terminar sus escritos.
La periodista María Seoane, una de sus grandes amigas, promovió un
petitorio para solicitar que se la designara Ciudadana Ilustre de Buenos Aires.
La legislatura porteña lo votó por unanimidad. La ceremonia de entrega de la
distinción fue el 30 de mayo de este año, en el Salón Dorado del antiguo
Concejo Deliberante.
Y ahí estuvimos. Expresando el reconocimiento a la amiga que
sabíamos se le escurrían los días. Fuerte como siempre, pero no pudiendo
totalmente disimular la virulencia de los tratamientos. Su amigo, el director teatral y psicoanalista Hugo
Urquijo, pronunció un emotivo discurso.
A la noche la llamé a su casa y comentamos las alternativas de la
jornada. Estaba contenta. Interrumpió varias veces la comunicación para
convenir la programación del día siguiente con sus nietos. Nos despedimos. Fue la última vez.
Después la nota de Clarín. “ Fuerte pero apenada, así paso sus
últimos días la psicoanalista Silvia Bleichmar. Falleció ayer en la tarde ( 15
de agosto) en su casa…..Allí se despidió de su familia…….marido, tres hijos y
siete nietos. Su hija Marina dice que por momentos se entristecía porque sabía
que iba a perder aquello que disfrutaba. Sin embargo estuvo trabajando hasta
los últimos días…” Como siempre dijo y practicó: “Hay que morir, viviendo”
Tal vez, como un mensaje macro para estas circunstancias, escribió
en Dolor País: “Debemos reciclar el ideal de progreso, porque indudablemente si
esto fue el fin de una historia, no puede ello ser confundido con “El fin de la
Historia”, ya que esta historia recién recomienza en el punto en que fue
aniquilada”
Viene muy gélido este invierno. Y no es sólo por el frío. Hace menos
de un mes se fue el Negro Fontanarrosa. También con apenas 62 años. Y vuelven
algunas humoradas del rosarino que se pueden aplicar a esta muerte prematura.
Aquella reflexión del Mendieta que dice: La
muerte nivela a güenos y malos, don Inodoro. Lo malo es que nivela pa' bajo.” Y
estoy seguro que igual que hace menos de un mes el Mendieta ha dicho al conocer
la noticia “Que lo parió”
En mi caso extrañaré muchas cosas, entre otras aquél saludo cómplice
borgeano ¿Qué tal colega? La muerte como
siempre ha ganado, pero no puede extender su poder hasta la memoria y el
recuerdo. Porque como dice Moti Hammer en “ Un solo tejido humano”: "Cuando muera, algo de mí morirá en
ti. Cuando mueras, algo de ti en mí, morirá contigo. Porque todos - sí, todos -
todos juntos formamos un único y vivo tejido humano; y cuando alguien nuestro
se va, algo en nosotros muere, y algo queda con él..."
17-08-2007
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