La
vida es un milagro y la muerte un misterio. Entre ambos extremos discurre la
existencia. El filósofo alemán Theodor Adorno se preguntó si era posible
escribir poesía después de Auschwitz. En otra dimensión pero en el mismo
terreno del horror, la pregunta es pertinente agregando la ESMA a Auschwitz. La respuesta es sí, se puede
seguir viviendo y escribiendo poesía. Porque aunque la muerte está tan segura
de su triunfo que da de ventaja la extensión de cada vida, la memoria derrota a
la inexorabilidad de la muerte. Un
episodio de la guerra civil española es muy ilustrativo: cuando las tropas de
Franco, comandadas por Millán de Astray, que era manco, entraron a la
Universidad de Salamanca al grito de ¡Viva la muerte!, ¡ Muera la inteligencia!
Su rector Miguel de Unamuno, que pocos
meses después moriría de tristeza, le contestó: “Todos
estáis pendientes de mis palabras y todos me conocéis y me sabéis incapaz de
callar… Callar significa a veces mentir, porque el silencio puede interpretarse
como aquiescencia. Yo no podría sobrevivir al divorcio entre mi conciencia y mi
palabra. Seré breve y la verdad es más verdad cuando se expone desnuda…… Acabo
de oír el grito necrófilo y carente de sentido de ¡Viva la Muerte! Me suena lo
mismo que ¡Muera la Vida! Y yo, que he pasado la vida creando paradojas, he de
deciros, como autoridad en la materia, que esa ridícula paradoja me repugna. El
general Millán de Astray es inválido. No es preciso decirlo en tono más bajo.
Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Desgraciadamente hay
demasiados inválidos en España. Y pronto habrá muchos más. Me aterra pensar que
el general Millán de Astray pueda dictar normas de psicología de masas. Un
inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era
simplemente un hombre, y no un superhombre, viril y completo a pesar de sus
mutilaciones, un inválido, como digo, que carezca de esa superioridad de
espíritu, suele sentirse aliviado viendo cómo se multiplica el número de
mutilados alrededor de él…. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza
bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para
persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece
inútil pediros que penséis en España ”
Jorge
Rafael Videla no tuvo la impudicia verbal de Millán de Astray, pero sí su
mediocridad y criminalidad; decidió ponerse al servicio de la muerte
instrumentada en la clandestinidad de las mazmorras, en los campos de
concentración, haciendo de la picana, el submarino y el ocultamiento de los
asesinados a través de la figura canallesca de la desaparición, algunos de los
signos emblemáticos de su gobierno. No puede decirse que sus intenciones
hubieran estado ocultas: afirmó en Montevideo el 17 de octubre de 1975, como
Comandante en Jefe del Ejército: “Si es preciso, en la Argentina deberán morir
todas las personas necesarias para lograr la seguridad del país.”
Videla
carecía de virtudes visibles, al punto que el diario La Opinión, que había
jugado claramente a favor del golpe, del cual su director Jacobo Timerman fue
una de sus víctimas, a pocos días de haber asumido como Presidente sólo pudo
decir que “Era un hombre que sabía escuchar”. Hasta de eso carecía, porque
resultó indiferente a los pedidos de los familiares de las víctimas que le
reclamaban por el paradero de sus familiares.
Enredado
en sus precariedades y asesinatos llegó a afirmar: “Un desaparecido es una
incógnita. No tiene entidad, no está ni muerto ni vivo. Está desaparecido.”
En
apenas cuatro meses y medio, el 2013 se ha llevado, mejorando el aire, a dos
figuras emblemáticas de la dictadura establishment- militar: en marzo Alfredo
Martínez de Hoz y ahora en mayo a Videla. Y resulta imprescindible dejar claro
lo ocurrido en pocas líneas: no fue Videla quien designó a Martínez de Hoz,
sino que fue Martínez de Hoz como símbolo del establishment quien instigó y
programó el golpe y luego Videla como ejecutor del plan criminal designó al
elegido por el poder económico para que desmantelara el modelo de sustitución
de importaciones, con el estado de bienestar destruido y sus remanentes al
servicio de los poderosos, la derogación de las
conquistas sociales y el arrasamiento del desarrollo industrial
consolidados durante el peronismo. Los dos golpes anteriores, el de 1955 y
1966, con su cuota de horror y crueldad,
fracasaron en lograr plenamente los objetivos propuestos, los que iban a
encontrar en la dictadura genocida el intento de solución final del
populismo a través de la apertura
indiscriminada de la economía, el desmantelamiento industrial sustituido por el
modelo de rentabilidad financiera, que implicaba atacar al monstruo que estaba
en sus entrañas que es la clase obrera. La metodología para lograrlo fue el
terrorismo de estado. El objetivo en buena parte fue logrado y culturalmente
anida en algunas franjas actuales de nuestra sociedad. Dejaron como campo
minado al retirarse, como soga al cuello de la democracia hasta el 2003,
calificada por el ensayista Alejandro Horowicz como “la democracia de la
derrota”, la gigantesca deuda externa.
Videla
muere llevándose muchos secretos a la tumba. Sin embargo, en sus últimas
declaraciones, pudieron confirmarse muchas de las verdades denunciadas y que no
habían sido reconocidas por los imputados. Así dijo: “Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser
llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas. El dilema era cómo hacerlo para
que a la sociedad le pasara desapercibido. La solución fue sutil: la
desaparición de personas, que creaba una situación ambigua en la gente; no
estaban, no se sabía qué había pasado con ellos, yo lo definí alguna vez como
una entelequia. Por eso, para no provocar protestas dentro y fuera del país,
sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera....Los empresarios colaboraron y cooperaron
con nosotros….la iglesia no nos molestaba, no nos hacía daño, era muy
comprensiva.”
También
manifestó su desencanto hacia los empresarios que luego le retacearon su apoyo,
cuando fue enviado a la cárcel luego de ser juzgado, como aquellos medios de
los que fue socio en Papel Prensa.
La
Iglesia le fue más fiel. Pese a las condenas por delitos de lesa humanidad,
nunca lo excomulgó.
El
autor de estas líneas es agnóstico y sólo cree en la justicia terrenal. Esa que
gracias a la lucha notable de los organismos de derechos humanos, de las Madres
y las Abuelas de Plaza de Mayo, del histórico Juicio a las Juntas bajo el
gobierno de Raúl Alfonsín, y la política de derechos humanos de Néstor Kirchner
y Cristina Fernández han impulsado, ha permitido llevar a los inspiradores y
ejecutores del terrorismo de estado al banquillo de los acusados.
Pero
Videla fue un fervoroso católico, que creía en la justicia de Dios que suponía
mucho más comprensiva y benévola que la de los hombres.
Por
un momento imaginemos su presencia ante Dios, construido a escala humana, que
en función del libre albedrío que le otorgó a su máxima creación, es un testigo
indiferente a las atrocidades que los seres humanos perpetran o que nunca se
dio una vuelta por Auschwitz- Birkenau o la ESMA o La Perla, ni siquiera por una sala de
oncología pediátrica.
Espero
que Dios y Videla eternamente escuchen los alaridos de los torturados, el
sufrimiento de las mujeres violadas, la escena inenarrable de una mujer que
tiene a su bebé engrillada a la cama, con sus ojos vendados y sabiendo que el
nacimiento de su hijo es su sentencia de muerte, el delito inenarrable de
sustituir la identidad de una criatura, apropiándola y convirtiéndola en botín de guerra. Que escuchen el ruido de un
ser vivo narcotizado arrojado desde un avión al Río de la Plata. Que mire el
rostro de los chicos de La noche de los Lápices, del negrito Avellaneda
empalado y asesinado a los quince años, de los miles y miles de jóvenes
desaparecidos, eternamente jóvenes, en sus fotografías en blanco y negro.
Murió
Videla en la cárcel de Marcos Paz, después de ser juzgado y condenado, a unos
pocos kilómetros de mi casa en La Ciudad del Árbol. Ahí donde desparecieron en
junio de 1977, el intendente Oscar Sánchez, democráticamente elegido, y los
militantes políticos Juan Takara (contador), Olga
Souza Pinto(profesora), Enrique Sous (docente, delegado gremial), Manuel Coria
(obrero) y su hermana María desaparecida cuando lo buscaba. Y también a los 16
militantes del grupo PROA, cuyo referente era el ex Secretario de Derechos
Humanos Eduardo Luís Duhalde, asesinados y desaparecidos en un operativo del
ejército en esta ciudad y en Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Pensando
en su recuerdo y por su memoria, he escrito ésta nota.
Porque
como decía al principio, la vida es un milagro y la muerte un misterio. Entre
ambos extremos discurre la existencia. A miles de argentinos se le impidió ese
camino siendo asesinados en la clandestinidad y sin posibilidad de un juicio. Y
uno de sus máximos responsables murió ayer, a pocos minutos de que un carcelero
lo observara por la mirilla de su celda cuando realizaba sus necesidades fisiológicas.
En esa escena está simbolizado lo efímero del poder de los que se creen eternos
y dueños de la vida enarbolando la bandera de “¡Viva la muerte!” se llamen
Millán de Astray o Jorge Rafael Videla. Porque los asesinos y los genocidas, verdad
de Perogrullo, también mueren.
18-05-2013
Todos los derechos reservados.
Hugo Presman. Para publicar citar
fuente.
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