12 mayo 2024

DE BARRIO NORTE A LA VILLA 31*

 

Fue nublado y lluvioso aquel sábado 11 de mayo de 1974. Carlos Mugica no sabía que empezaba a transitar su último día de vida. El país ignoraba que un mes después Perón pronunciaría su postrero discurso desde el célebre balcón. Aquél histórico de la más maravillosa música.
 
Aquél 11 de mayo, Mugica, Perón y el país no se imaginaban que el 1 de julio el diario Noticias de los Montoneros, con la pluma de Rodolfo Walsh escribiría: “DOLOR El general Perón, figura central de la política argentina en los últimos 30 años, murió ayer a las 13.15. En la conciencia de millones de hombres y mujeres la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha política que lo envolvió, la Argentina llora a un Líder excepcional”
 
Aquel sábado 11 de mayo, Carlos Mugica empezaba a recorrer las horas finales de su vida.
 
De esa vida nacida en un hogar rico. Su padre fue ingeniero civil y abogado. Un político conservador que fue concejal, diputado y más tarde Canciller en el gobierno de Arturo Frondizi. Su madre era hija de poderosos hacendados y siempre deseó tener un hijo sacerdote.  De chico le gustó el fútbol e incluso se probó para jugar en las divisiones inferiores de All Boys. Jugaba de 10 y era hincha obsesivo de Racing. Fue un alumno secundario mediocre y transitó por el Colegio Nacional Buenos Aires y por su bajo desempeño pasó luego al ILSE (Instituto Libre de Segunda Enseñanza). Luego transitó, casi por inercia familiar por las aulas de la Facultad de Derecho. Hasta que se dio cuenta que eso no era lo suyo e ingresó al seminario de Villa Devoto en marzo de 1952.
 
Celebró la caída de Perón. Al finalizar el año 1959 se ordenó sacerdote y al comenzar 1960 el arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Antonio Caggiano le propuso desempeñarse como uno de los secretarios en la curia, hecho que se concretó a comienzos de 1961. La parroquia de Nuestra Señora del Socorro, en pleno Barrio Norte fue su primera experiencia. Simultáneamente fue asesor de Acción Católica en el Colegio Nacional Buenos Aires y en las Facultades de Ciencias Económicas y Medicina de la UBA.
 
Nada hacía presagiar por entonces que ese cura sería venerado en la Villa 31.
 
Las inquietudes sociales de la década, la nacionalización de sectores de clase media a partir del golpe de Onganía, lo llevaron a desarrollar su labor pastoral en Retiro.
 
EL Concilio Vaticano II, el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, el cura colombiano Camilo Torres que murió con una ametralladora en las manos, la Revolución Cubana, su aproximación cada vez más intensa con el peronismo fueron transformando a Carlos Mugica.
 
En diciembre de 1971, su compromiso había adquirido una gran intensidad. Cuenta su biógrafo Martín De Biase en “Entre dos fuegos”: “Sintiéndose muy unido a Dios, el dolor por las carencias de sus fieles, se hizo más patente que nunca, sobre todo cuando comparaba la situación de sus fieles con la suya propia. Proviniendo de una familia acomodada, sentía que el estilo de vida sencillo que llevaba era una elección de la que podía desprenderse periódicamente para volver a gozar algunos bienes; sus “hermanos villeros”, en cambio no podían hacerlo.”
 
En ese año, una bomba en la entrada del edificio de la calle Gelly y Obes, donde vivía con sus padres, destruyó el hall. Fue la primera advertencia que su actividad pastoral entre los pobres empezaba a molestar. En ese clima de contradicciones y esperanzas escribió su oración.   
 
 
 ORACIÓN DEL PADRE MUGICA 
 
"Señor Perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener ocho años y tengan trece
 
Señor perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no.
 
Señor perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de las que puedo no sufrir, ellos no
 
Señor perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo
 
Señor: Yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propio hambre.
 
Señor: perdóname por decirles ‘no sólo de pan vive el hombre' y no luchar con todo para que rescaten su pan
 
Señor: quiero quererlos por ellos y no por mí.
 
Señor: quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos.
 
Señor: quiero estar con ellos a la hora de la luz."
 
 UNA NOVELA TRÁGICA
“Cuando una mujer te hace picar la espalda, mejor rajemos” sostenía pícaramente Carlos. El cura tenía una fuerte atracción en la feligresía femenina. Se podría afirmar con poco margen para el error, que algún porcentaje de las mujeres que concurrían a sus misas, lo hacía por su buena presencia, más que por sus convicciones religiosas. Una de sus colaboradoras fue Lucía Cullen, quién se afirma se enamoró del cura el que no era indiferente a ese sentimiento. Huyendo de sus humanas pasiones, en 1967 se dirigió a Bolivia donde había sido asesinado el Che, para reclamar la entrega de sus restos, para lo cual llevaba una carta de Monseñor Podestá y simultáneamente solicitar la liberación del teórico de la guerrilla, el intelectual francés Regis Debray. Fue recibido por el Jefe del Estado Mayor del ejército boliviano Juan José Torres sin resultados positivo. Luego se dirigió a Glasgow para presenciar el partido de su equipo Racing, que jugaba el primer partido de la final Intercontinental con el Celtic. En el estadio se encontró con John William Cooke, delegado de Perón quién lo invitó a visitar Cuba, cosa que haría unos cuantos meses más tarde. Luego se radicó temporariamente en París, donde para su sorpresa, apareció Lucía Cullen, su enamorada colaboradora en la Villa. Ahí trató de hacerle comprender a Lucía, que había optado por el celibato y la tarea pastoril. Tal vez Carlos podría haber suscripto, la canción que años más tarde escribió Joan Manuel Serrat, con ese nombre y por otros motivos: “Vuela esta canción/ para ti, Lucia/ la más bella historia de amor/ que tuve y tendré/ Es una carta de amor/ que se lleva el viento/ pintado en mi voz/ a ninguna parte/ a ningún buzón. / No hay nada más bello/ que lo que nunca he tenido/ Nada más amado/ que lo que perdí/ Perdóname si/ hoy busco en la arena/ una luna llena/ que arañaba el mar.”
 
En marzo de 1968 se encontró con Perón en Puerta de Hierro, donde la charla se extendió por cerca de media hora. Escribe Martín de Biase: “Carlos Mugica quedó fascinado con la personalidad de su anfitrión, quién lo sedujo con su retórica tan parecida a la suya, en la que se mezclaban sin pausa palabras cultas y vulgares” 
 
Pocos días más tarde pudo caminar entre las barricadas del Mayo Francés. Cuando volvió a Buenos Aires ya había surgido el MSTM. (El Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo).
 
Continúo con su actividad pastoral en la Villa 31 y se acercó fuertemente al peronismo.
 
Es el cura que casa a Lucía Cullen con José Luis Nell, aquel militante de Tacuara que participó en el asalto al Policlínico Bancario. La vida siguió su curso. Nell, cuenta el periodista Luis Bruschtein estuvo en la fundación de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y viajó a China y a Cuba. A su regreso, en Montevideo, tomó contacto con los Tupamaros y compartió la instrucción militar. Allí cayó preso y volvió a fugarse del penal de Punta Carretas, con más de cien tupamaros. Fue herido en la espalda en lo que se conoció como la Masacre de Ezeiza, en el segundo regreso de Perón. Quedó cuadripléjico y entró en una profunda depresión. Les pidió a sus amigos que lo ayudaran a morir, situación que se concretó en una estación ferroviaria. Lucía Cullen, posiblemente embarazada, fue secuestrada el 22 de junio de 1976 y llevada a la ESMA, donde se pierde su rastro. Otra versión sostiene que fue secuestrada, torturada y asesinada por un grupo de tareas que dependía directamente del ministro del Interior de la dictadura criminal, Albano Harguindeguy, según relato con abundancia de detalles del ex oficial de la Policía Federal, Rodolfo Peregrino Fernández a la CADHU en Ámsterdam y Madrid. Hoy se encuentra desaparecida. Tenía apenas treinta años.
 
MUGICA Y EL PERONISMO
 
Con su amigo, el cura Jorge Vernazza formó parte del chárter que volvió con Perón el 17 de noviembre de 1972. Su militancia peronista produjo una fractura en el MSTM. Con relación a la posición de la Iglesia, que se sumó a la oligarquía y al imperialismo para derrocar a Perón en septiembre de 1955, escribió: “Sí históricamente hubo algún desentendimiento entre la Iglesia y el peronismo, desentendimiento que en realidad abarcó solamente a sectores de ambos lados, éste se debió, más allá de los errores fruto de actitudes personales, a incomprensión por parte de hombres de la iglesia del sentido profundamente liberador del movimiento popular. Se debió a que algunos de nosotros en lugar de analizar la realidad desde el pueblo, desde los pobres como lo manda Jesús en el evangelio, infectados por una mentalidad elitista lo veíamos todo desde una óptica oligárquica. Y claro que para la oligarquía el peronismo era el desastre, la hora de los «negros».
 
Pero para mis queridos cabecitas el peronismo fue, es y será, si continúa fiel a sus esencias y desarrolla su entraña revolucionaria, el movimiento de redención social más formidable que ha conocido nuestra Patria.
 
Cristo nos enseña en el evangelio que el modo no ilusorio, no engañoso de estar cerca de Él, es estar junto a los hombres. Amar a Cristo es amar a los hombres.”

Tuvo un acercamiento con Montoneros a través de sus principales dirigentes a los que conoció en el desempeño de su función y luego participó algunos meses, cuando el peronismo llegó al gobierno como asesor ad honorem en el Ministerio de Bienestar Social. Sus disidencias con el titular, el siniestro Ministro José López Rega, lo llevaron a presentar la renuncia a los pocos meses. Pero como dice Martín De Biase había quedado entre dos fuegos. Para los Montoneros había colaborado con López Rega. Para López Rega era Montonero. Para los sectores recalcitrantes del catolicismo que crucificarían nuevamente a Jesús si resucitara, como las revistas Cabildo o El Caudillo, era un infiltrado, un subversivo. Su asesinato parecía inexorable.           
 
 
ALGUNOS FRAGMENTOS DE MISA PARA EL TERCER MUNDO
 
Escrita por Mugica, en algunos párrafos dice: “Señor ten piedad de nosotros/Señor ten piedad de nosotros/ Tu qué has nacido pobre/ Y has vivido siempre/junto a los pobres/ Para traer a todos los pobres/ la liberación……./ Te alabamos/ Porque luchamos para que nuestros niños/ hambrientos coman/ Te glorificamos/  Porque queremos destruir ya/ los instrumentos de tortura/ Te damos gracias/ Porque hay hombres que dan su vida/ en la revolución/ Te damos gracias, Señor/ Porque no sos un Dios espectador/ Sino un Dios hecho hombre/ Que padece el padecimiento de los hombres./ Te damos gracias, Señor………./ Señor Dios, Cordero de Dios/ Que sigues desangrándote/ en los hacheros del Norte/ Desangrándote/ En las favelas del morro/ Desangrándote/ En el frío de los pobres, Desangrándote/ en la carne del torturado/ Desangrándote……./ La humilde María, lo parió en un establo/ Padeció mucho bajo Poncio Pilatos/ porque su causa era la de los pobres/ Lo clavaron en una cruz/ y murió con la muerte de los bandidos/ y bajó a lo hondo del hombre./ Resucitó, volvió a la vida/ y se puso la piel del Hombre Nuevo/ Resucitó/ subió a la vida/ y está junto al padre que todo lo puede/ porque es amor.”
 
 HACE 50 AÑOS
 
Fue nublado y lluvioso aquel sábado 11 de mayo de 1974. Carlos Mugica no sabía que empezaba a transitar su último día de vida.
 
Su hermano Alejandro Mugica, afirma actualmente que su hermano le había informado que recibía amenazas y que lo iban a asesinar los esbirros de López Rega.
 
Relata Martín De Biase: “En aquella jornada del 11 de mayo de 1974, Mugica permaneció en su domicilio de Gelly y Obes hasta después del almuerzo. Alrededor de las 14,30, se despidió de los suyos para dirigirse a la villa de Retiro, donde debía integrar el equipo “La Bomba” en el campeonato interno de fútbol. Luego del partido, en el cual demostró como de costumbre su habilidad deportiva y sus ansias de triunfar a toda costa, se dirigió en su Renault 4L azul,......a la parroquia San Francisco Solano. Allí debía coordinar una reunión de parejas que se preparaban para el matrimonio, pero como de costumbre, llegó tarde. Al escuchar que algunos novios ya se encontraban conversando, se atrevió a preguntar: - ¿De qué hablaban? 
 
-  De la muerte –respondió uno de ellos.
 
- ¿De la muerte- preguntó Mugica sorprendido- La muerte no existe; sólo existe la vida? Ahora estamos viviendo la vida intrauterina, luego viene el parto, que es a lo que usualmente llamamos muerte natural, y finalmente pasamos a la plenitud de la vida, que es algo magnífico que resulta imposible de imaginar para nosotros.
 
Al finalizar la charla, el sacerdote caminó los pocos pasos que lo separaban del templo para presidir la misa de las 19. Durante la celebración, una feligresa llamada María Ester Tubio de Tozzi divisó una presencia extraña: en el último banco se encontraba un hombre robusto, de bigotes “achinados” y cabello negro, vestido con campera y pantalón oscuros, que permanecía ajeno a las alternativas de la ceremonia. En su posterior testimonio ante la justicia, la señora de Tozzi declaró que, debido al aspecto y a la actitud del hombre, supuso que no se trataba de alguien que concurriera habitualmente a la Iglesia, sino que se hallaba allí con otro propósito. Apenas concluido el culto, Mugica se encontró con Carmen Artero de Jurkiewicz y Ricardo Capelli, dos de sus colaboradores en la villa de Retiro. Ambos deseaban interceder a favor de Nicolás Margoumet, un desocupado que pernoctaba en la capilla “Cristo Obrero” pero que, luego de una discusión mantenida con el sacerdote dos días atrás, se había retirado del barrio sin previo aviso. Margoumet, ahora arrepentido de su actitud, deseaba reconciliarse con el sacerdote y había solicitado ayuda a sus amigos. Artero, Capelli y Mugica conversaron por alrededor de 25 minutos y, concluido el diálogo, salieron del despacho para buscar al desocupado, quién permanecía dentro del automóvil que lo había trasladado hasta el templo, junto con sus intercesores. Al pasar por la sacristía observaron allí al padre Jorge Vernazza, párroco de San Francisco Solano, y a un joven ecuatoriano llamado Alfonso Dávila, también colaborador del barrio “Comunicaciones”. Luego de saludarlos, continuaron caminando unos pasos en dirección a la calle. Segundos después, sonó el teléfono de la parroquia. Al atender Dávila, un hombre le gritó desesperado: ¡Que no salga Carlos! ¡Por favor, que no salga! Pero Carlos ya había salido. Cuando se aprestaba a ir al encuentro de Margoumet, el hombre de bigotes “achinados” que había sido visto dentro de la Iglesia, quién sería el subcomisario Rodolfo Eduardo Almirón Sena, uno de los jefes operativos de la Triple A, lo llamó:
 
-  ¡Padre Carlos!
 
-  Si- respondió él- girando hacia su derecha, y enseguida el hombre le disparó, con una ametralladora 9 mm, una ráfaga de proyectiles de los cuales cuatro de ellos (según la autopsia judicial, aunque otras pericias difieren) impactaron en su cuerpo. Luego, el asesino caminó a paso rápido hasta un Chevrolet Rally Sport, de color verde claro, que había sido robado días atrás.
 
Aún perforado a balazos, Mugica cayó tendido en el piso vivo y consciente. Cerca de él también yacía Capelli, alcanzado en el hombro izquierdo por un proyectil. Eran las ocho y cuarto, y el “parto” se acercaba. Al ver a su compañero tendido, Vernazza entró rápidamente al templo, tomó los santos óleos y le administró la unción de los enfermos. Sin perder tiempo, los presentes cargaron a los dos heridos en un automóvil Citroën y los trasladaron al hospital Salaverry. Mientras se dirigían hacia allí, Mugica, pese a sus fuertes dolores, sonrió a Vernazza y le guiñó el ojo. Esto hizo renacer en el grupo vanas esperanzas. Apenas arribado al hospital, todo comenzó a prepararse para operar a Mugica de urgencia. En el interín, con voz apenas audible, el sacerdote alcanzó a murmurar a una enfermera: “¡Ahora más que nunca debemos estar junto al pueblo!”.
 
La intervención quirúrgica duró poco más de una hora, pero cuando los relojes marcaban exactamente las diez de la noche, el corazón del padre Carlos se detuvo para siempre. Había pasado a la “plenitud de la vida.....El cadáver de Mugica fue llevado hasta la capilla de Cristo Obrero, donde doblaron las campanas en señal de duelo durante toda la noche. El templo quedó totalmente colmado, y quienes se acercaban a brindar su último adiós al padre Carlos debían realizar una cola de cien metros en las calles embarradas.”
 
Dice Magdalena Ruiz Guiñazú: “No olvidaré nunca (y se me caen las lágrimas al recordarlo) a esos dos ancianos abrazados, esperando en la Recoleta, en esa mañana nublada y gris, que el larguísimo cortejo que traía a su hijo subiera desde la villa de Retiro por la Avenida del Libertador”  
 
Carlos Mugica tenía 43 años, diez más de la edad que se le atribuye a Jesús en el momento de su muerte. Había nacido un 7 de octubre de 1930.
 
En su cortejo desde la Capilla de Cristo Obrero hacia el Cementerio de la Recoleta, los dos mundos en los que había vivido conformaban una especie moderna de coro griego.
 
Pero no sería definitivo. Un cuarto de siglo después, en 1999, los restos del cura villero volverían hacer el recorrido en sentido contrario
 
 A LA VILLA 31
 
Había nacido en Barrio Norte, pero su vida alcanzó su verdadero sentido con sus hermanos villeros, en la villa de Retiro. Ahí donde su recuerdo ha vencido largamente a la muerte. Ahí donde parece resonar el poema de Antonio Machado “La Saeta”: “Dijo una voz popular:/ Quién me presta una escalera/ para subir al madero/para quitarle los clavos/ a Jesús el Nazareno? /Oh, la saeta, el cantar/ al Cristo de los gitanos/ siempre con sangre en las manos/ siempre por desenclavar. / Cantar del pueblo andaluz/ que todas las primaveras/ anda pidiendo escaleras/ para subir a la cruz. Cantar de la tierra mía/ que echa flores/ al Jesús de la agonía/y es la fe de mis mayores/! Oh, no eres tú mi cantar/no puedo cantar, ni quiero/a este Jesús del madero/sino al que anduvo en la mar. 
 
Ésta es la crónica firmada por Alejandra Rey del diario La Nación, un medio no precisamente favorable al cura, cuando sus restos volvieron a la villa en 1999. Bajo el título “Bergoglio rezó por los “silencios cómplices” y con el subtítulo Procesión decía: “El féretro fue llevado a pulso desde la Iglesia del Pilar hasta la parroquia Cristo Obrero; de allí salió hace 25 años. La bandera se veía desde lejos y flameaba con furia. Decía” Villa 31” La sostenía con dificultad un chico de 12 años que no conoció a Carlos Mugica, pero que sabe casi todo de él: vive en Retiro, cerca de la Capilla Cristo Obrero, donde el sacerdote cumplió su apostolado hasta que lo acribillaron a balazos en 1974. La bandera estaba escrita con letras rojas y salió ayer, muy temprano de la Villa 31; su abanderado la puso bien alto, frente a la Iglesia del Pilar, en la recoleta, de donde partieron en procesión los restos del sacerdote. Desde ayer, un nicho grande, construido en la entrada de Cristo Obrero, es la nueva sepultura de Mugica, “el cura villero” como dijeron ayer; “ el sacerdote que se desveló por la suerte de los pobres” como recordó el cura Héctor Botan, durante la misa celebrada en la villa........Extraño ver a la policía cuidando a esas cuatro cuadras de villeros que marcharon con las imágenes de las vírgenes de Copacabana y de Caacupé, con banderas de Paraguay y de Bolivia y con las consignas que, seguramente, dijeron hace 25 años pero a contramano: pan, techo, trabajo. También había familiares de Mugica, como su hermana Carmen, amigos de la familia y una treintena de sacerdotes de todas las diócesis de la Capital y de la provincia, como Eduardo de la Serna, que vino de Quilmes para honrar la memoria de Mugica.......En la villa, mezclado entre quienes le dieron la bienvenida, estaba el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Bergoglio, que caminó por las callecitas de la villa hasta llegar a Cristo Obrero, donde se celebró una misa.
 
“Oremos por los asesinos materiales, por los ideólogos del crimen del padre Carlos y por los silencios cómplices de gran parte de la sociedad y de la Iglesia” dijo Bergoglio a los fieles”            
 
Cuando todo había concluido, muchos creyeron ver la figura de Carlos, corriendo por la cancha con su número 10 en la espalda, puteando como lo hacía cuando jugaba al fútbol, y metiendo un golazo para el equipo de la lucha y la memoria. La red se sacudió y tal vez por efecto del viento, muchos creyeron volver a escuchar su voz que decía: “¡Ahora más que nunca debemos estar junto al pueblo!”.  

*Esta nota fue publicada en distintos medios de la Pcia de Buenos Aires el 13-05-2007. Se mantiene con su versión original. Sólo se modifica que hace 50 años fue asesinado Carlos Mugica

 

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