21 septiembre 2023

DESPEDIDA MARIO WAINFELD

Bajo el enorme impacto que me produce la muerte de un gran tipo y notable periodista como Mario Wainfeld, me aprestaba a escribir unas líneas, cuando recibí estas dos notas de dos periodistas que aprecio y valoro. Ellos dicen lo que me hubiera gustado decir. Sólo agrego que era una delicia las conversaciones telefónicas con Mario, las veces que se subió a El tren, y además la misma banda roja en la que nos reconocíamos. Junto a la dureza de la realidad y la incertidumbre por el futuro de nuestra Patria, la muerte está activa y sumamente injusta. A fines de agosto se lo llevó a un gran fiscal como Federico Delgado y ahora nos castiga con esta ausencia enorme de un periodista inmenso  
 
 EDUARDO ALIVERTI DESPIDE A MARIO WAINFELD
 

POR LA EXCELENCIA, MARIO

 
La muerte de Mario es un golpe terrible para este diario. Terrible. Pero también lo es para el mejor periodismo y para la etapa dificilísima de Argentina. Todas obviedades que nadie debe guardarse desde el lugar que fuere.
 
Lectores. Compañeros de trabajo. Consumidores de una muy buena información que siempre quedó a salvo de retractaciones. Apreciadores de una fina prosa, en la que sutilezas y entrelíneas brillan también para siempre. Colegas, militantes, intelectuales, dirigencia política, de todas las ideologías y posicionamientos que quieran buscarse, estiman a Mario en forma virtualmente unánime.
 
En este ambiente, al menos respecto de figuras con renombre, es bastante jodido encontrar gente querida, respetada y admirada. No sé cuánta bola le daba Mario a lo casi inusual de alcanzar esas tres condiciones. Nos considerábamos amigos pero de eso nunca hablamos, tal vez porque no hacía falta. Lo único importante era, es, que simplemente hacía lo necesario para que juntar esos sentimientos saliera espontáneo.
 
Aun en los momentos más complicados de nuestra vida política, esquivó con enorme lucidez las trampas ideologistas y de compromisos forzados. Conocía al peronismo bien de adentro y, a la par de ratificar su pertenencia a ese espacio, jamás se vio impedido para señalarle sus deméritos. Otra rara avis en esta profesión, plagada de chantas que nunca se cansan de jugar al periodismo independiente.
 
Su formación como profesional de la vieja guardia era gráfica, desde ya. Pero sería muy injusto no reparar en que sus intervenciones en radio y tevé fueron también una delicia.
 
En la tele, cada vez que lo convocaron como invitado, tenía una capacidad de síntesis fenomenal.
 
Y en la radio, a la que amaba, supo construir una química entrañable. Sus aperturas editoriales en Nacional, diariamente hasta la semana pasada, eran un ejemplo supremo de cómo expresarse en la sintaxis oral con la misma excelencia que en la escrita. Todo estudiante de periodismo, y todo amante de la belleza narrativa, tendría que aprender y gozar con esa propiedad exquisita de saber hablar como se escribe y escribir como debe hablarse. Uno toma los editoriales radiofónicos de Wainfeld, que estaban “improvisados”, sin papel a la vista, y tiene la certeza absoluta de que puede desgrabarlos sin correcciones de estilo. Se transcriben así, como vienen. No hay muletillas, ni cacofonía, ni reiteraciones terminológicas, ni frases largas que no terminan de redondear el concepto, ni ausencia de impacto en el comienzo, ni sensación de vacío en el cierre. Chapeau, Mario. Te merecés muy largamente que te lo diga un hombre de radio: también estás entre los mejores columnistas que haya tenido el medio, a la altura o, te juro, por encima de los más renombrados.
 
Voy a personalizar una melancolía que ya me asalta, en segura o presumida representación de la gente que vale la pena, la significativa, la que comparte el gusto por la honestidad y el destaque expositivo.
 
Ya mismo estoy extrañando que este domingo, en Página, no habrá su nota quirúrgica sobre el debate vicepresidencial, ni sus perlas acerca de coyunturas y estructuras de internas y externas, ni su “esta historia continuará”, ni aguardar la madrugada para ver qué dice de las elecciones en Mendoza.
 
Nos llevará tiempo -creo que mucho tiempo- acostumbrarnos a esta ausencia.
 
Pero tengamos la plena convicción de que esta clase de gente sobrevive en forma concreta.
 
Wainfeld es una vara a la que convendrá recurrir, cada vez que en este oficio se requiera un ejemplo por la positiva intachable.
 
Página/12, jueves 21 de septiembre.  

 

Escriba, maestro

Sebastián Lacunza

 

Mario Wainfeld (1948-2023)

Actualizado el 21/09/2023

Años atrás, me escribió en un mail. “Tengo un Mr Hyde adentro, que sale a pasear cada lustro o algo así, en situaciones extremas”.
 
La frase concluía un relato sobre su reacción ante una mala pasada que le habían jugado en un trabajo, en el marco de una profesión en la que las malas pasadas no son la excepción.
 
Mario Wainfeld cuidaba su Jekyll. Lo trabajaba, contenía a Hyde. Tengo la sensación, porque en cierta medida lo dejaba saber, de que nunca se perdonaba del todo esas apariciones “cada lustro o algo así”, aunque escuchadas parecieran comprensibles.
 
Esa pelea interior, tan humana, tan propia de un tipo que no anda liviano por la vida, de algún modo definía a este peronista de izquierda, compañero de Cecilia, padre, abuelo, abogado laboralista, porteñazo, fana de River. Tremendo periodista.
 
Al perfil de Mario lo dibujaban sus columnas escritas con sensibilidad, con preocupación de orfebre por el buen decir, convicciones en alto, miradas y lecturas laterales. Tómense el trabajo. Gugleen y descubran un error de escritura en sus textos. ¿Y el clickbait?
 
¿Mario era periodista profesional o militante? ¿La militancia lo llevó a malversar hechos y aplicar una indigna doble vara? ¿El profesionalismo fue un camuflaje para ocultar intenciones espurias?
 
Nada de las preocupaciones por las formas y de su vocación por mantener abierto el diálogo conducía al legendario columnista de Página 12 a un lugar acomodaticio, de equidistancia impostada, tan redituable a veces como la polarización.
 
El autor de Kirchner, el tipo que supo (Siglo XXI Editores, 2016) resolvía en su práctica una dicotomía que está en boga hace dos décadas en Argentina, entre las concepciones de periodismo profesional y militante.
 
Mario había militado en el peronismo durante décadas, primero en la juventud universitaria y luego en el Partido Justicialista. Conocía a muchos en ese movimiento y tenía un mapa trazado de memoria sobre el lugar que había ocupado cada dirigente durante la dictadura y los primeros años de la democracia.
 
En los ochenta acompañó el derrotero de Carlos “Chacho” Álvarez. La revista Unidos, que contó con las firmas de Horacio González, Vicente Palermo, Alcira Argumedo, José Pablo Feinmann y Oscar Landi, fue el territorio en el que Mario comenzó a transitar algo parecido al periodismo, aunque seguía siendo, ante todo, un abogado peronista. Wainfeld y menemismo eran la antítesis. “Mario de Palermo” pasaría por el Frente Grande y llegaría a la edición periodística en Página 12 recién a fines de la década de 1990, con una vida hecha. 
 
El periodista
 
Y allí fue, cuentan quienes trabajaron con él, que se transformó en un jefe ejemplar de la sección política. Desarrolló fuentes —con muchas de las cuales se había vinculado como compañero o adversario—, armó agenda, modeló títulos, constató hechos con las normas propias de la profesión, midió a la competencia, formó cronistas. Condujo una sección esencial de un Página 12 ya definidamente post-Lanata, en un período en el que la realidad interpeló al diario, primero por el ascenso de la Alianza, y luego, por el de los Kirchner.
 
Tanto la coalición entre la UCR y el Frente Grande como el periódico se inscribían en el antimenemismo, pero los caminos se bifurcarían más temprano que tarde. Desde otra galaxia, tras la crisis de 2001, llegaría el kirchnersimo, cuya relación con el diario daría para más de un libro.
 
Wainfeld plasmó su lectura sobre Néstor Kirchner en El tipo que supo. El libro se transformó en un bestseller. Asomó la ironía propia del autor en el brindis de fin de año de una editorial a la que quería mucho: “Esto lo pagan con la mía”, dijo mientras se servía una copa vino.
 
¿Mario era periodista profesional o militante? ¿La militancia lo llevó a malversar hechos y aplicar una indigna doble vara? ¿El profesionalismo fue un camuflaje para ocultar intenciones espurias? Preguntas que se desvanecen ante los textos de este —hay que insistir, porque le interesaba que se supiera— hincha de River.
 
Lo que no desvanecería nunca sería aquel encuentro de 1997 entre Mario Wainfeld y el periodismo de redacción. Sus columnas en Página y su programa “Gente de a pie” en Radio Nacional acercaron su voz hasta pocos días atrás. Hace tiempo se había transformado en un conductor radial también excepcional.
 
¡Colega!
 
Conocí personalmente a Mario hace unos veinte años. Yo participaba de una ONG de periodistas con pretensión de pluralidad y trataba de acercar al columnista para poner a prueba esa presunta paleta de colores. Mario desconfiaba, se resistía. Polemizaba, argumentaba, se calentaba. Nunca hostil, siempre con argumentos expuestos con tiempo, razonados, desafiantes. Para él, la disidencia no era un ornamento ni un paredón. En tiempos de gritos y neofascismo, se habla de diálogo. ¿Dialogaron con Mario?
 
Su desconfianza se probó justificada. Cuando poco después la ONG quedó expuesta como un mascarón de proa de intereses oscuros, allí cesó el polemista y entró a jugar el tipo con experiencia, el que comprende e invita a mirar hacia adelante.
 
A partir de allí, estuvimos en contacto con frecuencia, no tanto en plan de debatir sino de comentarnos cosas, pedirnos datos y aportar miradas. Nunca sería aburrido, porque la condescendencia no parecía habitarlo.
 
Así fue cómo conocí a un periodista al que que admiraba desde que yo era estudiante y atendía llamados en call centers. Ocurrió algo no tan habitual. El admirado y el real eran la misma persona.
 
El año pasado trabajamos juntos un cuatrimestre en el programa “Desiguales”, de la TV Pública. Nos acercamos, supe más de su vida. De buenas a primeras, los dos escribíamos columnas dominicales, y el tipo al que leía entre llamado y llamado en el fatídico call center me transmitía comentarios generosos.
 
Mario Wainfeld escribía con gracia, pero difícilmente podría ser calificado como un optimista. Su preocupación por lo que puede venir se leía en sus textos y en su rostro. Cuánto extrañaremos a Mario en los próximos años.
 
Gracias por Jekyll y también por el Hyde que muchos no conocimos, pero intuimos.
 
Escriba desde el cielo, Maestro.

 

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