Por Fabián Restivo
19 de diciembre de 2022 - Página 12
Cuando
Ernesto salió de su casa en la calle 33 Orientales número 281 en Ituzaingó,
apenas bajaba el calor de un septiembre húmedo. Su futuro inmediato era dos
horas y media de viaje hasta Lomas de Zamora. Pablo, su amigo, lo había
invitado a una reunión informativa.
-“¿Y
yo que te puedo decir? Nos odian, lo sabemos. Pero no nos importa. Otros lo
hicieron mucho antes. Yo lo hice. Otros lo van a hacer”.
Hijo
de padre “laburante, electricista, fotógrafo algunas veces” iba viajando en el
colectivo empujado por la insistente noria que ejercía la abuela Beatriz
taladrándole el cerebro “vos tenés que recibirte, sos el mayor y es importante
que seas el primero de la familia con un título universitario, porque además
tenés que ser ejemplo para tu hermana y para el resto”.
Ernesto
había intentado el CBC pero una oportunidad de trabajo lo sacó de ahí porque
“yo quería tener mi plata, mi viejo ayudaba, mi abuela bancaba todo y no estaba
bien eso. Así que allá fui, vivía en Itunzaingó y laburaba en Libertador y
Juramento. Una masacre de catorce horas por día que no me dejaba tiempo para
nada” hasta que las explicaciones y rodeos convencedores de la abuela Beatriz
llegaron al final y sanseacabó: allá fue él esa tarde de septiembre, en el
colectivo 441, línea 216, rumbo a la Universidad de Lomas de Zamora. Entendió
que sería duro aunque eso no le era ajeno. Ya había trabajado en la feria de
Merlo mientras hacía la secundaria en medio de una larga mudanza de casa de su
papá, a lo de una tía y de ahí a lo de la abuela, y su carcajada llega justo
con “¡imaginate! si algo no me asustaba eran los trenes y los colectivos.”
Después
de la reunión informativa se llevó los cuadernillos con los planes de estudio
“estaba interesado en la carrera de comunicación, claro. ¡Pero además la
Universidad de Lomas de Zamora es muy linda! Daban ganas de ir.”
La
abuela Beatriz nunca dejó de hacer el café con leche y las tostadas del
desayuno, así como jamás dejó de prepararle la cena a ese estudiante que
saliendo a las diez de la noche de la universidad, tomando dos colectivos,
llegaba a la casa pasadas las doce, muchas veces “cansado, muerto, mojado y
cagado de frio. Porque en invierno te la regalo esperar de noche y con lluvia
veinte minutos cada colectivo en mayo, junio o julio”.
Así
seguirán estas historias mientras la oposición, que se mantiene en la línea de
“sabemos que los pobres no llegan a la universidad”, siga apostando a que el
desgano influya en los jóvenes que desean estudiar, y que a aquellos que aun
porfíen, les cueste mas que a cualquier asistente a las universidades privadas.
Hay cabezas donde la educación aún debe ser propiedad de las elites, y
cualquiera que pretenda acercarse será bloqueado por gente que no es parte de
esa clase social, pero que fueron puestos ahí para defender a sus contratantes.
Finalmente,
a estos diputados y senadores que no pertenecen a la clase alta pero la
defienden, no les importa que tan alta sea esa clase, lo que les molesta que el
pobrerío se les empate. Hacen gala de una conciencia de clase a la que no
pertenecen, pero que a veces les presta un falso espejo donde mirarse y hacer
de cuenta que sí, que de ahí son. Por eso frenaron cinco proyectos de ley por
los cuales se proponía la creación de las universidades de la Cuenca del
Salado, en Cañuelas (Buenos Aires); de Ezeiza (Buenos Aires); de Rio Tercero
(Córdoba); Juan Ortíz (Paraná-Entre Ríos); y de las Madres de Plaza de Mayo, en
la Ciudad de Buenos Aires.
Esto
no solo les restringe el acceso a quienes allí viven, también hace que quienes
quieran formarse deban pasar por un vía crucis larguísimo, como si tuvieran que
pagar una culpa por querer ser profesionales o técnicos o tan solo ciudadanos
formados. Ahí reside la perversión con que ejercen violenta y cruelmente el
poder que tienen, en favor de una clase económica que para sobrevivir necesita
extensas poblaciones de ignorantes.
Les
arruina el brunch el recuerdo de esas épocas en que se podía ser dueño de
personas.
La
traducción real de la famosa frase es, entonces: “Siempre impediremos que los
pobres lleguen a la universidad”.
Cada
uno hace lo que puede y va hasta donde lo dejen. Pero claro que no todos. La
vida seguirá repitiendo en muchos casos, la rutina de Ernesto. Basta pasar por
las Universidades publicas de la provincia de Buenos Aires para ver el tamaño
de las mochilas de las y los estudiantes y adivinar qué tan lejos viven, o
mirarles las zapatillas, o pararse a observar cuando sacan lo que trajeron para
comer y aguantar un día más, o verlas rebuscar en los bolsillos dos billetes
más de diez pesos para comprar ese café que los va a ayudar a llegar al final
de la clase porque es difícil trabajar y viajar dos horas y prestar atención y
rendir exámenes y volver reventado a la cama que consuela un rato porque en
cinco horas comienza todo de nuevo durante años hasta llegar al diploma,
anteponiendo hasta la sangre, para contrarrestar la orden de no votar a favor
de la educación publica y así y todo creer, parar un ratito, dormir y a la
mañana salir de la casa modestísima y blanca, cruzar el jardincito hasta el
portón verde, mitad chapa y mitad reja, acompañado por Lola, una cuzca
negrimarrón “ inteligentísima, mezcla de perro con razas”, dar la vuelta
manzana y esperar un colectivo que ya venía lleno, todos los días para meter la
carrera en cinco años.
A la
entrega del título fue toda la familia y de ahí a comer y brindar. Cuando
estaban saliendo, Ernesto le dijo a Beatriz: “tomá abuela, esto es tuyo” y le
dio el tubo azul con el diploma. “Lo tiene en una mesita de adornar, adentro
del tubo para que no se arruine”.
Ernesto
Gaidolfi no puede evitar enojarse mucho con lo que pasó en el Congreso hace un
par de semanas cuando la oposición evitó la creación de cinco nuevas universidades
públicas. “¿Cómo no voy a putear, viejo? ¿Sabes las que pasé por tener mi
universidad en la otra punta del mundo? Les jode que podamos, que lo hagamos,
que las universidades públicas sean lindas, que las tengamos cerca. Nos odian
por eso. Su pretensión es que nunca salgamos del pozo, que nos arrincone el
desgano, para poder despreciarnos con soltura. No les alcanza con tenernos
pobres, nos quieren ignorantes. Lo que hicieron estos, desde lo republicano es
muy grave, porque rompen el funcionamiento de las instituciones, y desde lo
social, eso que te dije: nos odian, y no nos importa, otros lo hicieron y
nosotros y los que vengan, también. Vamos a seguir. Como se pueda”.
Con
el ultimo mate va hasta el estante y trae la foto enmarcada “¿ves? Ese es mi
papá, mi hermana y esta que está a mi lado es mi abuela. Toda la familia. Ese
es nuestro logro”.
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