El 28 de septiembre de
1966 fue miércoles. El pronóstico meteorológico anunciaba un día de sol en
Buenos Aires y nublado en las Islas Malvinas, que los usurpadores británicos
denominan Falklands.
La principal preocupación
del presidente Juan Carlos Onganía era el partido de polo que debía jugar con
el Duque de Edimburgo, el esposo de la Reina de Inglaterra.
El golpe del 28 de junio
había contado con un importante consenso implícito y fue fuertemente fogoneado
desde las revistas Primera Plana y Confirmado, que destilaban un fuerte olor a
petróleo.
En Aeroparque, en el
Douglas DC4, el comandante Ernesto Fernández García,
probaba las turbinas, mientras los 35 pasajeros esperaban entre impacientes y
nerviosos el despegue del vuelo 648 a Río Gallegos. Eran los primeros minutos
del 28 de septiembre, más precisamente la 0: 28.
En Malvinas, las 554
mujeres y los 520 hombres dormían o estaban a punto de hacerlo. En esas islas
olvidadas por el Imperio las diversiones eran precarias y reducidas. En las
cinco cantinas se escuchaba música o se jugaba a los dados. Los kelpers
ocupaban sus tiempos ociosos practicando equitación, jugando al rugby,
dedicándose a la pesca deportiva, o ejercitándose en el tiro al blanco.
Los pubs, donde el consumo
de cerveza y el whisky batían récord, cumplían un horario estricto: de 8 a 12
horas y de 17 a 22 horas. Fuera de horario y contraviniendo las prédicas
puritanas, la infidelidad era el deporte preferido.
La única radio, a las 10
de la noche, emitía el Himno Real. El silencio invadía a las islas, mientras el
frío y el viento transitaban la soledad.
A pesar de algunos hechos
pocos auspiciosos, el gobierno de Onganía seguía despertando expectativas. El
29 de julio, las universidades fueron intervenidas en medio de una feroz
golpiza, iniciando un éxodo de científicos a partir de esa noche que la
historia recogió como la de los bastones largos.
Los sindicalistas que
habían asistido al juramento presidencial, ostentando inusuales corbatas,
cultivaban las esperanzas. Perón desde Madrid, había impartido la instrucción
de “Desensillar hasta que aclare” Pronto, muy pronto, las cartas quedarían
reveladas y la llamada Revolución Argentina mostraría que los llamados tiempos
económicos, sociales y políticos, no eran más que una nueva etapa de
desmantelamiento del modelo de sustitución de importaciones iniciado con el
golpe del 16 de septiembre de 1955. El plazo previsto de 20 años de gobierno
era una mera especulación para que, en dicho período, la muerte acabara con el
líder exiliado en Madrid.
Pronto vendrían el cierre
de los ingenios en Tucumán, y la sustitución en el Ministerio de Economía de Néstor Salimei, directivo y socio de
Sasetru por Adalbert Krieger Vasena, testaferro de las multinacionales. El
golpe iniciaba el tortuoso camino que terminaría con su salida de la Casa de
Gobierno al grito de “Se van, se van, y nunca volverán”
Onganía pasaría a la
historia como “La Morsa”, denominación surgida de una humorada de Juan Carlos
Colombres (Landrú) pero su adjetivo más preciso fue “Caño” porque era liso por
fuera y hueco por dentro. El núcleo fuerte del ejército, los generales de
caballería, pasaron a denominarse de ganadería según la ácida ironía del
ensayista Rogelio García Lupo, por los intereses que representaban.
Pero en esa primavera de
1966, cuando se cumplían 133 años de ocupación inglesa de las Malvinas, Ernesto
Sábato declaraba al periodista José Eliaschev de la revista Gente del 28 de
julio de ese año: “Creo que es el fin de una era. Llegó el momento de barrer
con prejuicios y valores apócrifos que no responden a la realidad. Debemos
tener el coraje para comprender (y ver) que han acabado las instituciones en
las que nadie cree seriamente ¿ Vos
crees en la Cámara de Diputados? ¿Conocés mucha gente que crea en esa clase de
farsa? Por eso la gente común de la calle ha sentido un profundo sentimiento de
liberación (ante el derrocamiento de Illia)……Se trata de que estamos hartos de
mistificaciones, hartos de politiquerías, de comités, de combinaciones astutas
para ganar tal o cual elección”
Con relación a Malvinas,
el 16 de diciembre de 1965, la Asamblea General de las Naciones Unidas sancionó
la resolución 2065 en donde encuadraba el caso en la resolución 1514, es decir
que lo consideraba como un acto de colonización, reconociendo la disputa sobre
la soberanía de las islas, abogando por la resolución pacífica y recomendando
que la solución contemplara los intereses de los pobladores.
CÓNDORES EN EL AIRE
Dardo Cabo, el jefe del
operativo Cóndor que se propone realizar un acto de soberanía en Malvinas, mira
por la ventanilla y sólo ve la oscuridad. Están sobrevolando territorio
continental. Hace unas horas que vuelan y se acerca el momento de iniciar el
operativo. Mira a sus 17 compañeros y en sus rostros observa la tensión y la
ansiedad. Por un momento, sus 25 años pasan aceleradamente en múltiples
imágenes. Recuerda su infancia en Tres Arroyos, donde nació. Su padre, el
dirigente metalúrgico Armando Cabo, que fue colaborador de Eva Perón y que
inició su militancia gremial en la fábrica Istilart. Cuando sus padres se
separaron, se radicó en Buenos Aires, viviendo con su madre María Campano.
Estudió, como alumno
pupilo, en el Colegio San José de Calasanz del Barrio de Once.
Militó, como varios
compañeros de la Operación Cóndor en Tacuara, que en la década del sesenta fue
una escuela de cuadros en donde se mezclaba el nacionalismo económico, el
revisionismo histórico, el clericalismo, lecturas de Primo de Rivera y Julio
Meinvielle, simpatías hacia el fascismo y el odio antijudío. Esa mezcla
heterogénea llevo a que al implosionar, sus antiguos cuadros se dispersaron
integrando muchos de ellos los grupos guerrilleros de izquierda como Montoneros
y Far e incluso Joe Baxter fue dirigente del ERP. Otros quedaron en la extrema
derecha peronista y algunos posiblemente integraron la Triple A.
En esos pantallazos de su
pasado, Dardo recuerda cuando a principios de los sesenta rompe con Tacuara y
crea el Movimiento Nueva Argentina. Una sonrisa le recorre la cara cuando
rememora que siendo apenas un adolescente es detenido bajo los gobiernos de
Aramburu y Frondizi. Más adelante comandó el cuerpo de custodia de Isabel
Perón, cuando el General movió la dama para derrotar al candidato de Augusto Vandor
en las elecciones de Mendoza.
Le hace señas a su
segundo, Alejandro Giovenco para que se cambien las ropas. El operativo va a
empezar en unos pocos minutos. Le sonríe y acaricia a su mujer María Cristina
Verrier, la única mujer del grupo que conocía Malvinas y ayudó en la logística.
Recorre velozmente los últimos días. La financiación del empresario Cao
Saravia, la invitación al periodista, director y propietario de Crónica Héctor
Ricardo García para que tenga la exclusividad de la noticia, los tres días en
que el grupo estuvo encerrado en el camping de la UTA en Ituzaingó, con dos
días de retiro espiritual, donde dos compañeros desertaron. Todos los cóndores
son peronistas murmura Dardo y de nuevo una sonrisa surca su rostro.
Cuando quedan pocos
minutos para quemar las naves, recuerda las declaraciones de Miguel Fitzgerald, que fue el primer argentino en volar a las islas y
plantar la bandera nacional. Lo hizo el día de su cumpleaños, el 8 de
septiembre de 1964, piloteando un Cessna.
Dejó una proclama y regresó.
Recuerda palabra por
palabra de su relato: “Salgo de Gallegos, vuelo mar
adentro, a las tres horas y quince minutos veo el archipiélago. Desde arriba se
ve un rectángulo como de cien islas e islotes. Voy diciendo ‘operación normal’,
y en Gallegos hay gente que entiende lo que digo. Cuando sobrevuelo el
archipiélago, una capa muy densa de nubes me impide ver. No puedo zambullirme
entre las nubes, porque en alguna parte de ese rectángulo hay un cerro de
seiscientos metros de altura. Espero un claro. Lo veo. Y me lanzó hacia debajo
de la capa de nubes, identifico Puerto Stanley, busco la pista de cuadreras, y
aterrizo. Me bajo del avión, saco la bandera y la cuelgo del enrejado de la
cancha. Viene un hombre de los que se habían juntado a ver el aterrizaje. Me
pregunta si necesito combustible. No se le ocurre que soy argentino. Le doy la
proclama y le digo: ‘Tome, entréguele esto a su gobernador’. Me subo al avión y
vuelvo a Gallegos. Habré estado en Malvinas unos quince minutos." (1)
AMOR EN EL AIRE
María Cristina Verrier es
la única mujer y la tercera en la sucesión de mando del operativo, que está a
punto de protagonizar el primer secuestro de un avión en la Argentina.
Proviene de una familia
rica. Su padre era el Dr. Cesar Verrier, ex integrante de la Suprema Corte de
Justicia. Su tío Roberto Verrier fue ministro de la autodenominada Revolución
Libertadora.
El ensayista Luis Beraza,
autor de "Nacionalistas.
La trayectoria política de un grupo polémico", en una nota inédita titulada “A cuarenta años
de una hazaña olvidada” describe de esta manera el encuentro: “Para realizar el
operativo Cóndor, Dardo Cabo debía buscar recursos materiales y humanos, además
de realizar una inteligencia previa que permitiera concretarla. De todas ellas,
la última parecía la más difícil. ¿Como organizar una toma simbólica de las
Malvinas sin conocer perfectamente el plano de la ciudad a tomar? ¿Como
aprovechar el factor sorpresa para instalar una bandera argentina, concretar la
toma de la casa del Gobernador, neutralizar a los infantes ingleses y difundir
la proclama?
Pero antes o después de
comenzar esta tarea, Dardo tuvo un encuentro inesperado que le cambiaría la
vida. A través de Emilio Berra Alemán – por entonces Jefe de lo que quedaba de
la vieja Tacuara – le presentaron a una periodista que estaba interesada en
hacer una nota para la revista “Panorama” sobre los grupos nacionalistas. La
misma era María Cristina Verrier, por entonces de 27 años, rubia, linda,
talentosa. …….Además de sus actividades periodísticas ya había realizado desde
1960 siete obras teatrales. Una de ellas, “Los viajeros del tren de la luna”
había sido premiada. Además de su
actividad autoral había alcanzado renombre como promotora de Teatro de
Vanguardia en el llamado “Teatro del Altillo”, en la calle Florida de
Buenos Aires. En el momento del
encuentro vivía en la mansión de su familia en el coqueto barrio de Belgrano en
la Capital Federal.
La nota salió en el número
de Panorama correspondiente al mes de febrero de 1966. Por supuesto en la
misma, Dardo Cabo aclaraba – por si hacía falta – su fe peronista y no mucho
más. Existe otra versión que indica que en primer encuentro entre ambos tuvo
lugar cuando María Cristina investigaba para “Panorama” el destino del cadáver
de Evita. Sea por una u otra nota lo cierto es que por este motivo se
conocieron. Aunque en una lectura superficial parecían María Cristina y Dardo
el aceite y el agua, ambos compartían la pasión por las cosas de la Patria y
por supuesto el amor. Justamente el romance que surgió entre ellos terminó
uniéndolos también en el operativo Cóndor”
OPERATIVO CÓNDOR
A las seis de la mañana
Dardo Cabo, Alejandro Giovenco y Andrés Castillo entraron a la cabina del comandante
Ernesto García y su copiloto Silvio Sosa
Laprida. Este es el relato recogido por Luis Beraza en su trabajo inédito:
“Estaban sobrevolando Puerto Deseado en la Provincia de Santa Cruz. Andrés
Castillo redujo al radio operador. A las azafatas se les pidió que siguieran el
servicio normal del pasaje. Una de ellas al ver gente de uniforme armada en el
avión preguntó que pasaba. Al contestarle que iban a Malvinas asombrada
respondió: “ ¡ Que suerte!”
En principio Dardo Cabo (que
llevaba una chaqueta “tipo garibaldino”, marrón tierra) con una pistola “Lugar”
( Alejandro Giovenco tenía una cuarenta y cinco) amenazó al comandante para que
obedeciera la orden de cambiar el rumbo por el 1-0-5. Seguramente el piloto
pensó que era una broma de mal gusto. Sin embargo, al colocarle nuevamente el
arma de fuego en la cabeza comprendió que no era así.
La situación no era
sencilla. El Aeropuerto de Río Gallegos estaba cerrando por la niebla y la
misma estaba progresivamente cubriendo al avión. En medio de la charla entre
pilotos y visitantes, el DC4 de Aerolíneas estaba empezando a cubrirse con una
sábana de nubes. Sobrevolaban San Julián. La radio llamaba al avión pidiendo la
posición y por orden de Dardo Cabo nadie contestaba.
Comandante y copiloto le
explicaron a Cabo que no era sólo tener el rumbo sino que había que saber cómo
llegar hacia allí. Como último intento ambos le dijeron: “Porque no vamos hasta
Punta Arenas en Chile y se asilan allí. Ese Aeropuerto está funcionando
normalmente”
Dardo Cabo les contestó “Acá estamos decididos a morir, hay que
llegar a Malvinas.” Los pilotos le pidieron más información, además del
rumbo. Cabo le mostró un plano de la ciudad
de Puerto Stanley. “ No, esto no sirve, contestaron ambos”
Como el avión seguía
avanzando y los pilotos no cambiaban el rumbo, Dardo Cabo volvió a amenazarlos
para que obedecieran………entonces encararon desde Puerto Deseado el rumbo 1-0-5
hacia Malvinas”
Mientras tanto, Carlos
Rodríguez y Pedro Cursi se acercaron al gobernador de
facto de Tierra del Fuego “e Islas del Atlántico Sur”, contralmirante Guzmán,
que se encontraban entre los pasajeros y le dijeron: “Contralmirante, el avión
ha sido tomado. Vamos rumbo a Malvinas. El militar pensó primero en una broma,
pero luego se levantó e intentó sacar su pistola. Un oportuno golpe, calmó
rápidamente a Guzmán.
El periodista Roberto
Bardini, que también pasó por Tacuara, relata así el arribo: “Sir Cosmo Dugal
Patrick Thomas Haskard era el gobernador de la isla, pero ese 28 de septiembre
de 1966 no se encontraba en el archipiélago. Lo suplantaba el vicegobernador.
Puerto Stanley carecía de
pista de aterrizaje. Aquel día, el radioaficionado Anthony Hardy fue el primero
en divulgar una noticia que conmovió a millones de argentinos: un avión Douglas
DC-4 había descendido a las 8:42 en la embarrada pista de carreras cuadreras,
de 800 metros.
Su emisión se captó en
Trelew, Punta Arenas y Río Gallegos. Y de esas ciudades se retransmitió a
Buenos Aires. Habían transcurrido 133 años desde la última presencia oficial
argentina en las Islas Malvinas.
Los muchachos descendieron
del avión y desplegaron siete banderas argentinas.”
Dardo Cabo afirmó:
“Ponemos hoy nuestros pies en las Islas Malvinas argentinas para reafirmar con
nuestra presencia la soberanía nacional y quedar como celosos custodios de la
azul y blanca….O concretamos nuestro
futuro o moriremos con el pasado”
Continuando con el relato,
Roberto Bardini escribe: “El Operativo Cóndor tenía previsto tomar la
residencia del gobernador británico y ocupar el arsenal de la isla, mientras se
divulgaba una proclama radial que debería ser escuchada en Argentina.
El objetivo no se pudo
cumplir porque el avión, de 35 mil kilos, se enterró en la pista de carreras y
quedó muy alejado de la casa de sir Cosmo Haskard.
La nave, además, fue
rodeada por varias camionetas y más de cien isleños, entre soldados, milicianos
de la Fuerza de Defensa y nativos armados. Bajo la persistente lluvia y
encandilados por potentes reflectores, los
comandos bautizaron el lugar como Aeropuerto Antonio Rivero.
El sacerdote católico de
la isla, Rodolfo Roel, intermedió para que los restantes pasajeros -entre los
que se encontraba Héctor Ricardo García, director del diario Crónica y de la
revista Así- se alojaran en casas de kelpers, mientras los «cóndores»
permanecían en el avión.
Al anochecer, Dardo Cabo
le solicitó al padre Roel que celebrara una misa en la nave y después los 18
jóvenes cantaron el Himno Nacional.
Al día siguiente, luego de
formarse frente a un mástil con una bandera argentina y entonar nuevamente el
himno, el grupo entregó las armas al
comandante Fernández García, única autoridad
que reconocieron. Los muchachos fueron detenidos bajo una fuerte custodia
inglesa durante 48 horas en la parroquia católica.
El sábado a mediodía, el buque argentino Bahía
Buen Suceso embarcó a los 18 comandos, la tripulación del avión y los pasajeros
rumbo al sur argentino, adonde llegaron el lunes de madrugada.
Los jóvenes peronistas
fueron detenidos en las jefaturas de la Policía Federal de Ushuaia y Río
Grande, en el territorio nacional de Tierra del Fuego.
Interrogados por un juez,
se limitaron a responder: «Fui a
Malvinas a reafirmar nuestra soberanía».
Quince de ellos fueron
dejados en libertad luego de nueve meses de prisión. Dardo Cabo, Alejandro Giovenco
y Juan Carlos Rodríguez permanecieron tres años en prisión debido a sus
antecedentes político-policiales como militantes de la Juventud Peronista.
María Cristina Verrier, la
hija de un juez, y Dardo Cabo, hijo de un famoso dirigente gremial, se casaron
en la cárcel. Tuvieron una hija a la que pusieron el nombre de María, en honor
de la madre de Cabo.
El 22 de noviembre de 1966, los integrantes
del comando fueron enjuiciados en Bahía Blanca. Como el secuestro de aviones
aún no estaba penalizado en Argentina, los cargos de la fiscalía fueron
«privación de la libertad», «tenencia de armas de guerra», «delitos que
comprometen la paz y la dignidad de la Nación», «asociación ilícita»,
«intimidación pública», «robo calificado en despoblado» y «piratería».
Así trató la dictadura
militar del general Onganía al grupo de jóvenes patriotas, a quienes definió
como «facciosos».
Más de cinco décadas
después, ningún libro de historia o manual escolar recuerda la gesta. La
Academia liberal, mitrista y sarmientina, continúa en la jefatura de la
«policía del pensamiento». (2)
En la quinta
edición de la tarde de aquel 28 de septiembre Crónica tituló a ocho columnas: “Secuestran un avión en vuelo y ocupan las
islas Malvinas.” Y abajo se lee: “Reeditando la hazaña del gaucho Rivero
(...) un puñado de jóvenes argentinos, tras una audaz operación de comando (la
denominaron Cóndor) cumplida a bordo de un DC-4 de Aerolíneas Argentinas en
viaje a Río Gallegos, hicieron desviar la máquina hacia Puerto Stanley (desde
ahora Puerto Rivero), ocuparon la isla, emitieron un comunicado y dieron a
conocer una proclama. La noticia causó sensación en todo el ámbito nacional y a
nivel mundial.
Dos de los participantes,
Norberto Karaslewicz y Pedro Bernardino, en declaraciones a Pagina 12, del
27-09-2006, sostienen que el operativo era más ambicioso: “ La esperanza era
otra, un segundo objetivo aún más lírico: que militares nacionalistas
desembarcaran en la isla y la tomaran. Ese objetivo logístico no se cumplió
porque el Capitán de la nave Bahía Buen Suceso, que debía entrar en Puerto
Rivero, tuvo miedo y llegó hasta la milla de distancia que permiten las normas
internacionales; fue una falla de Onganía, interpreta Pedro. Es que cuando
conoció el operativo, el dictador advirtió a sus camaradas que se juzgaría a
quién se vinculara con el operativo”
LOS CÓNDORES
Además de Dardo Cabo, Alejandro Giovenco, y María
Cristina Verrier, integraron la operación: Ricardo Ahe, de 20 años de edad, empleado; Norberto Karasiewicz, 20 años, metalúrgico; Andres Castillo, 23 años, bancario, Aldo Omar Ramírez, 18 años, estudiante; Juan Carlos Bovo, 21 años, metalúrgico; Pedro Tursi, 29 años, empleado; Ramón Sánchez, 20 años, obrero; Juan Carlos Rodríguez, 31 años, empleado; Luis Caprara, 20 años, estudiante; Edelmiro Jesús Ramón Navarro, 27 años, empleado; Fernando José Aguirre, 20 años,
empleado; Fernando Lisardo, 20 años,
empleado; Pedro Bernardini, 28 años,
metalúrgico; Edgardo Salcedo, 24
años, estudiante; y Víctor Chazarreta,
32 años, metalúrgico.
LA HISTORIA POSTERIOR
La “Revolución
Argentina” consiguió exactamente lo contrario de lo que se propuso.
El Cordobazo
la hirió de muerte, mientras se iniciaba un proceso de grandes convulsiones y
avances populares, surcados por la violencia, que culminarían con el regreso de
Perón. Luego de su muerte, el curso de la historia cambiaría y el país se
precipitaría hacia la noche del terrorismo de estado.
Incluso, el
terrorismo estatal del Cono Sur degradó la denominación de Cóndor designando el
accionar criminal, al margen de las fronteras, como Plan Cóndor.
La historia posterior de los Cóndores, reflejan
las contradicciones y desgarramientos de la época, cruzada por la disputa entre
la “patria socialista” y la “patria peronista”
Dardo Cabo fue
militante montonero, el primer director de la revista partidaria “La causa
Peronista” y fue asesinado por la
dictadura criminal estando detenido, el
5 de enero de 1977, cuando acababa de cumplir 36 años y sufría su cuarto
período en prisión. Fue en un "traslado" desde la penitenciaría Nº 9
de la ciudad de La Plata. Oficialmente se informó que había resultado abatido
en un intento de fuga.
María Cristina
Verrier se sumió en un profundo silencio, desde entonces hasta el día de
hoy cuando tiene 80 años. Alejandro
Giovenco, según algunas informaciones formó parte de la Triple A y murió cuando
estalló una bomba que llevaba en un portafolio. Fue
en la calle Sarmiento casi Uruguay, Buenos Aires. La explosión le arrancó un
brazo. Giovenco corrió gritando desesperadamente. Se metió en la sede central
de la UOM. Murió desangrado.
Pedro Cursi y Edgardo Jesús Salcedo están
desaparecidos. Juan Carlos Rodríguez fue
asesinado. Aldo Omar Ramírez y Ramón Adolfo Sánchez fallecieron por causas
naturales.
Once son los
sobrevivientes. De ellos el de mayor trascendencia posterior es el sindicalista
Andrés Omar Castillo que fue el último en sumarse al Operativo y el primero que
descendió en las islas. Cuenta Roberto Bardini: “A comienzos de la década del
70, el ex militante del MNA fue uno de los fundadores de la Juventud
Trabajadora Peronista (JTP), vinculada a Montoneros. Fue dirigente bancario y
luego del golpe militar del 24 de marzo de 1976 permaneció desaparecido en la
Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). A las cuatro de la tarde del 19 de
mayo de 1977, Castillo fue secuestrado por un grupo de hombres vestidos de
civil e introducido a golpes en una ambulancia. En el vehículo le colocaron una
capucha en la cabeza y le ataron los brazos y las piernas con grilletes de
acero. Lo llevaron a la ESMA, donde fue torturado durante cinco días, en
sesiones que duraban entre diez y doce horas. Uno de sus interrogadores fue el
capitán de corbeta Jorge Eduardo Acosta, alias “El tigre”. Posteriormente vivió
exiliado en Venezuela y España.
Miguel Bonasso
en su notable relato “ Recuerdos de la muerte” hace algunas menciones a Andrés
Castillo: “Mientras hacía ostentación de su amistad con Quica ( Sara Solarz de
Osatinsky) y Chiche (Ana María Martí) el pelado (Jaime Dri) eludía no menos
ostensiblemente al gordo Castillo y a la Vicky Daleo a quienes el Tigre ( Acosta) no podía ver ni pintados, y
escondía prolijamente sus lazos, cada vez más estrechos con Mateo ( Alberto Girondo) y la Cabra ( Ana
Milia de Pirles)” Planeta página 338
“Los últimos
de trasponer los portones de la ESMA fueron Andrés Castillo y Graciela Daleo.
Castillo estuvo a un tris de ser ejecutado por el delito de hablarle a una
chupada nueva” Página 440
A cincuenta y dos años del descenso de los
Cóndores en Malvinas, es hora que los hechos narrados ingresen a la historia
argentina del siglo XXI.
·
Nota publicada
el 28-09-2006, cuando se cumplieron 40 años. Se adaptó sólo la cantidad de años
ahora que se cumplen 52 años
(1)
Muchos años más tarde, el aviador le confesaría a
la periodista Sandra Russo: “Cuando llego a Río Gallegos, Héctor Ricardo
García, el director de Crónica, empezó a jugar su papel. Crónica tenía la
primicia. El título en letra catástrofe fue: "Malvinas: hoy fueron
ocupadas". Ese día, 8 de septiembre de l964, no se habló de otra cosa. La
Razón registró uno de los días de más bajas ventas de su historia. Su
competidor llamó la atención e inauguró un estilo periodístico. Cuenta la
leyenda que hasta ese día los diarios no aceptaban devoluciones, pero los
canillitas presionaron tanto a La Razón para devolverle sus ejemplares que ese
antecedente después modificó el negocio y la relación entre los dueños de los
diarios y los repartidores”
(2)
“En el
Museo Marítimo de Ushuaia (Tierra del Fuego) se exhiben nueve armas cortas y
largas. Hay tres revólveres: un Colt 45, un Tanque 38 y un Smith & Wesson
38. También se muestran tres pistolas: una Destroyer 7.65 y dos Mauser con
culatín de madera desmontable. Completan la colección un rifle Winchester 44 y
una carabina Pietro Beretta calibre 9 mm. Esas piezas -y algunas otras que no
figuran en la exhibición- fueron parte del heterogéneo armamento utilizado en
las Malvinas hace 37 años por un grupo comando de 18 jóvenes argentinos, entre
los que había una mujer. Las armas permanecieron tres días en el territorio
usurpado por Gran Bretaña en 1833. Una pistola Lüger se quedó de recuerdo en
Puerto Stanley. Ninguna de ellas causó víctimas, porque no fueron disparadas.”
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