Debajo del portón verde de Heredia
1232, en Villa Progreso, partido de San Martín, se acumulan las boletas de luz
y gas de una fábrica que ya no existe. Allí funcionaba hasta julio del año
pasado la empresa Envamap, dedicada a la producción
de bolsas de nylon. Su cierre definitivo dejó en la calle a siete trabajadores.
En la vereda de enfrente, en Heredia 1265, está la planta de Rigarplast, dedicada a la inyección de plástico para
artículos de bazar, ferretería, anteojos y productos de peluquería como peines.
En noviembre debió desprenderse de los tres operarios que trabajaban allí desde
el inicio de actividades de la firma, hace 16 años. Ahora alcanza con padre e
hijo para confeccionar los artículos que demandan los clientes. Nicolás, que no
llega a 30 años, relata que hasta 2015 pasaban camiones dos veces por día para
retirar pedidos, a las 5.30 de la mañana y a la tarde, mientras que ahora es
suficiente con una vez cada tres días. “Vacaciones no hubo, pero lo importante
es que la seguimos peleando”, se consuela, con tiempo para charlar. “En esta
cuadra se agarraban a trompadas por un lugar para estacionar. Paraban de las
dos manos. Era un desfile constante. Camiones, fletes, gente comprando, mirá lo que es ahora. Mi mujer y yo abríamos la panadería a
las seis de la mañana y no podíamos movernos del local hasta las 9 de la noche.
Como en la esquina está Kopelco, la fábrica de los
preservativos Tulipán, que trabajaba las 24 horas, había siempre gente
comprando. Desde diciembre levantaron el turno noche y por eso cerramos más
temprano. Abrimos 8.30, cortamos al mediodía y volvemos a abrir 16.30, hasta
las 20.30”, explica Rafael, ojos azules, aro al tono en la oreja y escudo de Chacarita en un estante de la panadería La Rosa, un negocio
que hasta fines de 2015 quedaba chico para atender a los trabajadores que
pasaban a comprar comida. “Tuvimos que sacar la heladera con sándwiches y
minutas porque no tenía sentido pagar más de luz con lo que bajaron las ventas.
Perdimos una facturación de 2 mil pesos por día”, protesta Rafael. Peor le fue
al quiosco y rotisería Parada del Sol, a una cuadra de allí, en Heredia y Arcadini, que tuvo que cerrar el mes pasado. En la otra
esquina, en Heredia y Julio Godoy, otra rotisería que desbordaba de clientes
también cambió bullicio por silencio.
Villa Progreso es un barrio
donde hay más galpones y fábricas que viviendas. Está pegado a Villa Lynch, con
la avenida Iturraspe (ex ruta 8) en el medio, aunque
la fisonomía es la misma de un lado y del otro. El 17 de diciembre de 2014 el Congreso
declaró a esa zona Capital Nacional de la Pequeña y Mediana Empresa Industrial.
El honor recayó en el Partido de San Martín, que engloba a ambas localidades,
ubicadas a unas diez cuadras de General Paz y Avenida San Martín, en el
conurbano bonaerense. Lo que se ve allí en este momento deja en ridículo a
funcionarios, economistas y publicistas del oficialismo en la prensa que
sostienen que lo peor ya pasó, que la crisis va quedando atrás, que de a poco
se multiplican los brotes verdes. Villa Progreso, Villa Lynch y el partido de
San Martín en general permanecen en estado de conmoción, con una caída de la
actividad que no logra encontrar piso y que va dejando un tendal de depósitos
abandonados, persianas bajas y destrucción de riqueza como no se había visto
nunca. “Así como ahora no había pasado nunca. Es un desplome peor que en los
‘90, porque es mucho más acelerado. Acá se juntó todo: en 2016 la demanda nos
cayó 30 por ciento en toneladas respecto a 2015, y seguimos así en enero y
febrero, la luz y el gas aumentaron de 35 mil y 25 mil pesos a 92 mil y 123
mil, respectivamente, se multiplicaron las importaciones, el costo del aluminio
subió 45 por ciento, empezaron a aparecer los cheques rechazados de los
clientes, nosotros no podemos casi tocar los precios porque no venderíamos
nada, tuvimos que cortar las dos horas extras que hacíamos por día
durante más de diez años y dejamos de trabajar los sábados a la mañana. Yo
tengo dos hijas y un hijo que es la fábrica, y al hijo me lo están matando. Me llevan
contra las cuerdas. Me están empujando a cerrar y convertirme en importador.
Voy a trabajar hasta las 3 de la tarde y me voy a llenar de plata, pero con
treinta trabajadores menos”, se desespera Norberto Fedele, 47 años, miembro de
la Unión Industrial de San Martín, socio de Laminación Paulista Argentina, una
empresa dedicada a la fundición y laminación de aluminio con 14 años en el
mercado.
En la calle República de Israel
cerró ayer la textil Camax-x: 17 operarios quedaron
en la calle. Se dedicaba a la confección de camperas y bermudas de jean y
pantalones cargo. El aumento de las importaciones la sacó de la cancha. A pocas
cuadras, en Arcadini 4563, dejará de operar el 1° de
marzo una fábrica de cartón prensado con 10 trabajadores, que esta semana ya
clausuró su depósito. En Iturraspe 1101 cerró en
enero Hidrotub, una firma con 30 años de antigüedad
que producía caños de plástico, a la que le quedaban 4 empleados. A pocos
metros, en Iturraspe 1095, cayó una fábrica de
campanas y discos de freno. En noviembre se fue la panificadora Panini, que elaboraba pan inglés (de miga) con 14
trabajadores, todos jóvenes, sobre la calle Buenos Aires. En Iturraspe y Julio Godoy solo quedan serenos para cuidar el
enorme depósito donde acumulaban stocks Banghó y BGH,
industrias de electrónicos y electrodomésticos que también cayeron en
desgracia. Un poco mejor es la situación de la cooperativa autopartista Bosch,
recuperada por sus trabajadores, que sigue dando pelea una cuadra más allá. En
Nuestra Señora del Rosario 970 cerró una fábrica de casi una manzana que
producía muebles de madera y hierro. El enojo de los 130 trabajadores
despedidos todavía se ve en las paredes, con pintadas que exigen pagos
atrasados a los dueños. En Heredia 1072 cerró hace diez días Metal-Rep, una empresa que armaba puertas y piezas para heladeras
y cocinas, con 12 operarios cesanteados. Cruzando la calle, en Heredia 1059,
pagó el plato de tanto desastre productivo la ferretería industrial más
importante de la zona, con un local de 70 metros de fondo que funcionaba hacía
décadas, y que ahora se mudará a un lugar más chico. Uno de sus clientes era la
imprenta industrial que se encontraba en Heredia 1156, cuyos dueños hicieron
una inversión importante los últimos cuatro años para levantar una planta de
tres pisos que quedó abandonada a fines de 2016. Del otro lado de la ex ruta 8
canceló sus actividades la textil Nylplush, con una
planta de una manzana en Guido Spano 3754, donde se
desempeñaban 56 trabajadores.
“Fijate
en Mercado Libre la cantidad de inyectoras de plástico usadas que aparecen en
venta. Antes había dos o tres avisos de máquinas muy viejas, siempre las
mismas, que estaban para rematar. Ahora son más de cien”, describe Miguel,
dueño de una matricería que elabora componentes para
juguetes de plástico. Efectivamente, las publicidades por Internet de ese
equipamiento que dejaron de usar empresas en crisis suman más de cinco páginas
en el portal, con precios que van de 20 mil a 1,5 millón de pesos. “No sé si
voy a poder absorber el nuevo aumento de la luz. El año pasado me aumentó de 2
mil pesos a 10 mil. Con el poco trabajo que hay no sé si aguanto si me quieren
cobrar 20 mil”, reconoce con más enojo que angustia. Alejandro Coronel,
secretario de la Unión Industrial de San Martín, coincide con su compañero
Fedele en que la intensidad de la caída no registra antecedentes. “Crisis
tuvimos muchas, pero el problema es que ahora se armó un combo muy peligroso de
falta de demanda, suba de costos por todos lados, apertura importadora,
excesiva presión tributaria, encarecimiento del crédito. No vemos la salida. La
foto de enero no fue distinta a las del año pasado. Hay mucha preocupación”,
advierte el dirigente fabril. Diego Fazzino, dueño de
Evaplas, una fábrica que produce planchas de goma eva para la industria del calzado, sostiene que los tarifazos sucesivos de luz y gas generan una fuerte
inestabilidad. “Nosotros pasamos de 60 mil a 220 mil pesos en la factura
eléctrica. No quiero ni pensar lo que puede venir ahora. El año pasado
lamentablemente tuvimos que ajustar el plantel con ocho despidos. Quedamos 30
personas. Todavía tenemos trabajo, pero cada vez es más difícil”, admite.
José trabaja como fletero en la
firma Microcorr, de envases corrugados. Junto a su
esposa, su hija y la señora Hilda, que se suman a la charla, explica que la
empresa bajó el nivel de trabajo a su mínima expresión. “Hasta hace dos años
salía con el flete todos los días, de la mañana a la noche. Ahora me dan viajes
dos o tres veces por semana. Ayer llevé una carga a una empresa grande de
zapatillas que siempre le dejábamos mercadería dos veces por mes, pero ahora me
dijeron que hasta abril no va a hacer falta que vuelva”, describe. “La agencia
de fletes de acá está igual, tienen las unidades paradas”, compara. Otro dato que
marcan los empresarios de Villa Progreso es el giro de 180 grados que se
produjo en el mercado de galpones y espacios para alquilar, ya que hasta 2015
era difícil y caro conseguir un lugar y ahora abunda la oferta, a partir de
tantos cierres de plantas.
“La diferencia con los ‘90 es el
silencio. Acá antes tenías toda la avenida tapada de panfletos y gente
protestando. Hoy hay como resignación”, advierte Rafael en la recorrida por
Villa Progreso. El Gobierno, a su vez, sigue encontrando comerciantes e industriales
en el barrio que le tienen paciencia, que no se mueven del discurso de la
pesada herencia y el que se robaron todo. Pese a ello, reconocen que la
economía va de mal en peor y que en el inicio de 2017, la tendencia negativa no
ha cambiado.
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Página 12 11-02-2017
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