Gustavo González
23-02-2025 Perfil
Misión. Lo votaron para derrotar al peronismo y
bajar la inflación. Por eso siguen tolerando sus escándalos. En algún momento
le pedirán pasar del nivel ajuste al nivel progreso. Si lo logra, el apoyo
continuará. De lo contrario, lo empezarán a dejar solo. | AFP21
Se cansó de insultar y deshumanizar a los críticos
asociándolos con animales (ratas, cucarachas, reptiles) y enfermedades (cáncer,
virus), pero con el tiempo se lo empezó a naturalizar. Un día emprendió el duro
ajuste sobre los jubilados y las universidades, pero la conmoción no fue tan
grande. En la CPAC de Buenos Aires, se declaró en contra del diálogo e instó
públicamente a la formación de milicias armadas al estilo de la antigua Grecia,
y el auditorio aplaudió. Otro día anunció la salida de la Argentina de la OMS,
pero las preocupantes advertencias de los especialistas no inmutaron a la
opinión pública. En Davos, asoció a los homosexuales con la pedofilia y a los
inmigrantes con hordas de delincuentes, y durante unos días se produjeron
algunas manifestaciones “antifascistas”. Aseguró que “la paz hizo débil a
Occidente” y que iría “a buscar a los zurdos hijos de puta hasta el último
rincón del planeta”, pero esos días los mercados apuntaban hacia arriba y no
hubo demasiado espacio para otras noticias. Casi sin llamar la atención, asoció
a la democracia con una “dictadura de las mayorías” y sugirió la idea de un
voto calificado. Después, lo de siempre: unas semanas se enfureció con los
artistas populares; otras con los economistas y, entre unos y otros, atacó a
los medios y periodistas más críticos. Que tampoco son tantos.
Desde que asumió, Javier Milei realiza un ejercicio
explosivo y autoritario de la presidencia. Difícil que pasen días sin que
genere un evento de esos que, en cualquier otro pasaje de la historia, hubieran
conmocionado a la opinión pública y paralizado al país.
Sin embargo, cada uno de esos episodios que
prometía un escándalo sin retorno se terminó convirtiendo en un hecho sin mayor
impacto en su imagen personal o de gestión. Es lo que señalaban las encuestas:
mitad de la población lo apoyaba; mitad, no.
Por eso, la pregunta que durante estos meses venía
sobrevolando al círculo rojo era: ¿por qué no le entran las balas? ¿Milei es de
teflón?
De mal en peor. Hasta que el viernes 14 de febrero,
por la noche, en su cuenta de X, el Presidente promocionó una criptomoneda
desconocida llamada $Libra. En minutos, su cotización pasó de cero a casi cinco
dólares para volver, pocas horas después y ya estallado el escándalo, a valer
casi cero.
En el medio, hubo miles de inversores que se
quedaron sin nada.
Ese fin de semana y en los días siguientes, algunos
empezaron a responder a aquellas preguntas suponiendo que, esta vez sí, a Milei
le había entrado la bala del escarnio. A la escandalosa promoción de un negocio
que él mismo luego calificaría de “casino” le siguió la sospecha de corrupción.
Con el paso de las horas, todo empeoraría.
Se recordaron otras oportunidades en las que Milei,
antes de ser presidente, había promocionado estafas estilo “ponzi”,
reconociendo haber cobrado por ello; y testimonios que sostenían que la hermana
cotizaba los pedidos de reuniones con su hermano.
El lunes 17, Milei salió a aclarar en una
entrevista con Jonatan Viale y oscureció más: confesó que este emprendimiento
cripto era como un casino en el que la gente debía saber a lo que se arriesga,
pero también dijo que lo promocionó para “fondear a pequeñas empresas y
emprendimientos argentinos”. Al final, argumentó que no había tuiteado como
presidente, sino como ciudadano.
Y empeoró un poco más cuando se difundió la
entrevista completa, sin editar. Allí se vio cómo Milei comenzó a trastabillar
(justo cuando estaba intentando justificar que actuó como ciudadano común)
diciendo que quien llevaría su defensa era el ministro de Justicia, y Santiago
Caputo irrumpió para cortar la nota y asesorarlo. Mientras que Viale miraba
sorprendido y aceptaba volver a filmar la escena. Haciendo de cuenta de que lo
que el Presidente le había dicho, en realidad, no había existido.
Nada podía ser peor. Comenzaron las demandas aquí y
en los Estados Unidos; pedidos de juicio político o, cuanto menos, la formación
de una comisión investigadora; y periodistas y medios oficialistas que
repentinamente se comenzaban a despegar del Gobierno bajo la sospecha de que,
ahora sí, le había entrado una primera y dañina bala.
¿Habrá sido así?
El apoyo a Milei. La pregunta es por qué debería
herirlo este escándalo, si hasta ahora no le había hecho mella la suma de los
escándalos anteriores.
Es cierto que la decena de encuestas realizadas
post-criptogate mostraron un generalizado rechazo a lo que hizo y al rol de su
hermana, junto con la creencia mayoritaria de que hubo algún tipo de
corrupción. Incluso, en las redes sociales en las que la militancia libertaria
es más intensa, el rechazo alcanzó el 70%.
Pero en cuanto a la imagen presidencial, si bien se
marca una caída, aún se acercaría al 50%.
Una primera explicación es que el desgaste que
puede sufrir la gestión y la imagen de un mandatario es acumulativo. Un nuevo
escándalo se suma al anterior y el siguiente a este, y es la acumulación de
errores y horrores la que lo afectará. Hasta que, si los errores y horrores
continúan, la imagen presidencial terminará horadada y perderá fuerza
electoral.
Es cierto, pero no creo que la secuencia sea esa.
Creo que la razón de fondo por la cual Milei
conserva, pese a todo, el apoyo de una buena parte de la sociedad es que es esa
parte a la que aún no le entran las balas del desgaste.
Son sectores que conforman el 56% que lo votó (el
30% núcleo duro más el 26% del balotaje) y que aún cree, o necesita creer, que
votó bien. Que Milei está a tiempo de ser un presidente que mejorará la vida de
los argentinos. O, al menos, la vida de aquellos que lo votaron.
Entonces, la pregunta correcta no sería por qué no
les entran las balas a Milei ni a los opositores que esta semana lo siguieron
sosteniendo en el Congreso. La pregunta es por qué no les entran las balas a
los sectores a los que todos ellos representan.
Una hipótesis es que esos sectores eligieron a
Milei para que los representara en dos objetivos fundamentales: para que no
ganara el peronismo y para que disminuyera la inflación a cualquier costo. Hoy,
el peronismo está en la oposición y la inflación ronda el 2% mensual.
Es probable que muchos de los que lo votaron sufran
las consecuencias de un ajuste tan duro, puedan dudar de la estabilidad
emocional del jefe de Estado, les disgusten sus formas antidemocráticas o,
desde ahora, sospechen de la honestidad de los hermanos. Pero, por el momento,
eligen privilegiar los dos primeros objetivos: mantener al peronismo lejos del
poder y controlar la inflación.
¿Hasta cuándo será suficiente para esos sectores el
cumplimiento de solo estos dos objetivos? ¿Cuándo empezarán a exigir, además,
una mejora real en su calidad de vida?
Pulgares arriba o abajo. Mi tesis es que lo que hoy
les alcanza a esos sectores para ignorar cualquier escándalo público mañana no
alcanzará si el Gobierno no puede pasar del nivel ajuste al nivel progreso.
Si Milei consigue dar ese paso, lo que para una
porción de la población seguirá siendo revulsivo, para la mayoría de los
votantes oficialistas seguirá siendo tolerable.
Por el contrario, si no lo logra y el país sigue en
crisis, podrá haber deflación (como ocurrió por dos años con De la Rúa), pero
cualquier mínimo desliz presidencial servirá de excusa para bajarle el pulgar.
Porque son los sectores sociales los que impulsan a
los políticos y les transmiten su fortaleza. Los políticos creen que son ellos
los que mueven la historia, pero es al revés. Los buenos políticos son los que
están preparados y en el lugar adecuado para que, cuando la historia pase
frente a ellos, puedan subirse a su estribo.
Las alianzas sociales, circunstancialmente
mayoritarias, suelen ser tan arrolladoras que hasta son capaces de elegir al
personaje más extravagante para que las espeje.
Por eso lo importante nunca fue Milei. Lo
importante son las necesidades y angustias que llevaron a elegir a alguien como
él.