23 enero 2021

Se cumplen 100 años del nacimiento de Jorge Abelardo Ramos. Cuando se cumplieron 20 años de su muerte, escribí esta nota el 2 de octubre del 2014, que se transcribe a continuación

 DOS DÉCADAS DE AUSENCIA 

“Un hombre pelirrojo y pecoso, de nariz aguileña, cuyos ojos escrutaban a través de sus  anteojos. Tenía una sonrisa rápida y nerviosa. Toda su apariencia era inquietante y por momentos adquiría una tonalidad sarcástica.” 

Así describe Ernesto  Sábato a Jorge Abelardo Ramos en su novela “Sobre héroes y tumbas”.

Hace veinte años, el 2 de octubre de 1994, en el crepúsculo de un día lluvioso y destemplado moría en Buenos Aires un ensayista agudo, un escritor brillante, un político original, un historiador creativo, y  un orador notable.

Su hija, la escritora Laura Ramos escribió: “Su aspecto-y genealogía- era el de un huésped de Auschwitz; rulos colorados, pecas, complexión raquítica, nariz judaica, anteojos Ray-Ban, cuadrados y de marco negro. Sus singularidades, hasta de escribir con la mano izquierda, se convirtieron en destino. Con la rabia que exudaba su piel, hubiera podido tomar el Palacio de Invierno”

Marxista, de origen trotskista, Ramos como  el peruano José Carlos Mariátegui, usó el materialismo dialectico como un instrumento para analizar la realidad argentina y latinoamericana, mirada desde acá,  y a través de la política intentar transformarla.

El mismo se describía con la poderosa ironía que lo caracterizaba: “Si nací zurdo, judío, pelirrojo y usaba anteojos: ¿cómo no iba a ser trotskista?

Influyó sobre varias generaciones de jóvenes, a través de su interpretación del peronismo, siendo con sus compañeros el único grupo de izquierda que acompañó e interpretó correctamente su nacimiento en aquel memorable 17 de octubre de 1945.

El editor Arturo Peña Lillo en su libro “Memorias de papel” escribió: “Jauretche sostenía que era el único marxista con sentido del humor. Ramos suele observarme oblicuamente y un odio cordial hacia mí lo embarga cada vez que, admirado por las imágenes y metáforas que derrocha en sus charlas, me obligan a recordarle que erró su destino. El hubiera sido el novelista más brillante de Latinoamérica. García Márquez o Vargas Llosa serían admirados discípulos suyos. Su imaginación es pasmosa. Así lo reconoció Alberto Methol Ferré quien, ante un relato que yo le hiciese, expresó: "Ramos es un arqueólogo; con una simple vértebra reconstruye un cliptodonte".

Desde su primer libro “América Latina: un país” en 1948 cuando sólo tenía 28 años, levantó la bandera de los libertadores del siglo XIX,  la mayoría de los cuales pagaron con su vida o su exilio esa idea revolucionaria. Este libro fue reescrito muchos años después, al finalizar la década del sesenta con el significativo título de  “Historia de la Nación Latinoamericana”.

Polemista temible, cosechó una multitud de enemigos a derecha e izquierda, al punto que en el mencionado libro de Ernesto Sábato, Bruno, uno de los personajes de la novela afirma: “Es un individuo notable. Con la gente que lo odia, podría levantarse una sociedad de socorros mutuos más o menos del tamaño del Centro Gallego”

Su mirada aguda dio batalla en el campo de la literatura con “Crisis y resurrección de la literatura argentina” de 1954. Dos años después publicó su libro más conocido, “Revolución y contrarrevolución en la Argentina”, la interpretación de nuestra historia  desde la izquierda nacional. Alberto Methol Ferrer, el ensayista uruguayo  en el prologo a la biografía sobre Ramos de Cristina Noble, afirmó sobre el libro: “Las sucesivas reediciones configuran una revolución copernicana en relación de la historia a la interpretación de la historia argentina hasta entonces vigente, que presidían Sarmiento y Mitre. Ramos fue la contrafigura  más completa y orgánica” 



 

Formó con su compañero Jorge Enea Spilimbergo, un pensador profundo y original, un tándem político trascendente hasta que se produjo la ruptura, a fines de la década del setenta, por diferencias conceptuales profundas que marcarían los caminos diferenciados que recorrieron a posteriori 

El Partido Socialista de la Izquierda Nacional ( PSIN) y luego el Frente de Izquierda Nacional (FIP) fueron instrumentos de sus batallas políticas. El momento electoral más significativo fueron los 900.000 votos obtenidos en las elecciones del 23 de septiembre de 1973 con la consigna “Vote a Perón desde la izquierda”.

Su interpretación histórica del ejército, su reivindicación del roquismo, su vivisección del comportamiento de las clases medias, el carácter bonapartista del peronismo, su rotundo rechazo a la teoría foquista del Che Guevara y de Fidel Castro  y posteriormente la divisoria de aguas que le atribuyó a la recuperación de Malvinas, fueron posiciones que le granjearon simpatías fuertes y odios viscerales.    

Es interesante transcribir algunas de sus declaraciones del año 1972, a la revista Confirmado, que resume muchas de sus ideas-fuerza: “Desde mi punto de vista América Latina es una nación no constituida. Como somos una nación fragmentada, estamos dominados por las potencias antinacionales y, en particular, por Estados Unidos. El atraso histórico no se expresa solamente porque los recursos básicos estén en manos del extranjero. Se expresa también en la pérdida de la conciencia aguda del interés nacional, en la pérdida de la tradición histórica y en la debilidad con que los partidos marxistas, en América latina, han logrado constituirse. Ese es el reflejo del carácter semicolonial que ha permitido, que cuando algún gobierno de carácter nacionalista, militar o civil, burgués o pequeño-burgués, como en el caso del régimen de Torres, se apresta a enfrentar al capital extranjero, como lo hizo Ovando, aparezca siempre un manifiesto, guiado por la mano del imperialismo, con frases izquierdistas que crean una crisis en la oficialidad nacionalista, lo que facilita al sector no-nacionalista del Ejército el derrocamiento del gobierno. La repetición de la misma maniobra indica la insistencia táctica del enemigo en aprovechar una debilidad estratégica de las fuerzas nacionales. Esa debilidad estratégica está marcada por las dificultades para constituir un partido obrero y socialista en América Latina, capaz de impedir esas maniobras, de contribuir a la victoria de los gobiernos nacionalistas y, en caso de vacilación de esos gobiernos, de encabezar los procesos. Eso lo realizó, como estrategia militar y política, el partido revolucionario de la nación más importante de Asia: Mao luchaba junto Chiang Kai-Shek en una alianza de clases, patriótica; pero cuando Chiang defeccionó, Mao enarboló la bandera patriótica y encabezó la revolución china.

Los vestigios de vitalidad radical no son de extrañar porque se trata de un partido montado desde hace 80 años, que siempre tuvo todas sus estructuras políticas intactas, a pesar de Onganía, y mantuvo comités -aún sin locales- y vinculaciones, a diferencia del peronismo, que estuvo sin estructura política 17 años. Toda esa tradición de expertos en la materia recobra lo que tiene de vigente en los períodos preelectorales.”

A la habitual pregunta si Perón era un revolucionario la respuesta de Ramos es contundente y en la misma está la progresividad y los límites históricos de Perón: “Es un revolucionario burgués. Enfrentó a la vieja estructura política de los terratenientes sin tocar su base social. Estableció la legislación obrera más avanzada en América latina, para su tiempo, y eso determinó la perdurabilidad política del peronismo. Lo que podríamos decir es que Perón, en los comienzos de su carrera política, entendió que debía intentar ganar, para la comprensión del sentido nacional de su política, a los sectores tradicionalmente respetables de la vida económica nacional: están los discursos en la Bolsa de Comercio, el discurso a los ganaderos, etc. Se trataba de convencerlos que las convulsiones de la posguerra debían encontrar una Argentina debidamente organizada donde hubiera algo de justicia social para evitar las revoluciones que asomaban desde el Este.

(Algunos discursos o escritos de Perón pueden hacer creer)  que es socialista y sobre la base de esa convicción errónea son peronistas. Pero si descubrieran que Perón es, en realidad, un nacionalista popular burgués que se propuso desarrollar el capitalismo argentino... Yo y mis compañeros, en 1945, no apoyamos a Perón porque Perón era socialista. Lo apoyamos porque era burgués y en eso consistía su carácter progresista. Era burgués frente a la oligarquía terrateniente aliada al embajador Braden, que quería un país de vacas gordas y peones flacos. Hay gente de Filosofía y Letras proveniente de la carrera de Sociología, creada bajo el sociologismo comtiano importado de Estados Unidos, que supone a Germani como un hombre de ciencia y a Jauretche como un charlatán: pero Jauretche, un peronista, desempeñó el papel que los enciclopedistas franceses desempeñaron frente a la vieja nobleza. Puso en ridículo a la mitología literaria de la Argentina agraria, en nombre de una concepción burguesa.”

Sus opiniones sobre la izquierda tradicional a la que denominaba sin eufemismo como izquierda cipaya queda reflejada en este párrafo:  “La izquierda argentina expresó clásicamente la influencia política y monetaria de la burocracia soviética a través del Partido Comunista, mientras la influencia del imperialismo inglés se presentó a través del partido del doctor Justo. En la medida en que el Partido Comunista estuvo siempre contra los movimientos populares, quedó reducido a un grupo bien organizado pero cuya peligrosidad se limita a la venta de rifas. Sueña con una sociedad vegetariana que mantenga relaciones fructuosas con la Unión Soviética. En ese sentido, el Partido Comunista condena la lucha armada. Por eso es tan amigo de los demócratas progresistas y de la Marina de Guerra. En cuanto al Partido Socialista, está amenazado de extinción por cuanto desapareció el sector que lo sustentaba: la aristocracia obrera de carácter privilegiado. Después del ’45 aparece nuestra corriente, de izquierda nacional, que plantea las cosas con un enfoque marxista entroncado con la realidad argentina y la latinoamericana.”  

Sobre la lucha armada escribió: Están los partidarios de la acción armada. Allí podemos distinguir dos sectores: los que hablan y los que hacen. Los que hablan son mucho más numerosos que los que hacen y están instalados generalmente en los barrios residenciales del interior y de la Capital, y en la Facultad de Filosofía y Letras. A ésos no les tengo el menor respeto, ni político ni intelectual. Respeto, sí, a los que practican la acción armada, aunque descreo de ella. Yo creo que cuando se toman las armas las debe tomar el pueblo argentino, como en mayo de 1810 y en mayo de 1969. La acción colectiva, pacífica o militarmente, redime de una sociedad mal constituida. Pero nunca una minoría. El revolucionario español Joaquín Maurín cuenta una visita a Rusia de una delegación sindical, en 1921. Los revolucionarios preguntaron a Trotski si podrían los soviets enviar armas a España para hacer la revolución. Trotski contestó: "Para hacer una revolución es necesario haber ganado las simpatías de la mayoría de la población. Y entonces se cuenta naturalmente con los soldados, que son quienes tienen las armas. Las armas necesarias para la revolución española están en España: ganen la voluntad de los que las tienen”. Los grupos ultraizquierdistas, en este país, no representan absolutamente a nadie más que a núcleos muy reducidos de estudiantes de algunas facultades privilegiadas. Pero quiero aclarar que yo no estoy contra la lucha armada, sino contra la lucha armada que realizan las minorías. Creo que no hay en la historia universal nada que no se haya hecho con las armas. Los más ilustres generales del Ejército Argentino, como San Martín, Paz, Quiroga, Roca, Mosconi, hasta llegar a Perón, encarnaron siempre la voluntad popular de luchar por la emancipación argentina. Yrigoyen recurrió en 1890, 1891, 1903, 1905, a la lucha armada; los conservadores recurrieron a la lucha armada; Onganía contra los mandos colorados, etc. Nadie se asustó aquí, desde la izquierda a la derecha, por la lucha armada. Pero un medio, como son las armas, no puede transformarse en un fin. El fin es la conquista del poder por el pueblo: los medios pueden ser combinados, sucesivos o simultáneos. Pero hay una ley básica: no se puede hacer una revolución si no se cuenta con la mayoría del pueblo. Y la revolución, llegado el momento, se hace por una vía o por otra, según sea el grado de resistencia de la vieja sociedad.  Yo opino que no se puede hacer una revolución, en este país ni en país alguno, sin contar al menos con una parte del ejército. Así lo demuestran la historia de la revolución china y la historia de la revolución rusa: en ambos casos, sectores importantes de las fuerzas armadas se pasaron al lado del pueblo. Parte del aparato de coacción de la sociedad arcaica se transformó entonces en su antítesis, cuando esa sociedad agotó sus posibilidades. Un marxista no está contra la lucha armada sino cuando ésta es manejada por minorías, que jamás logran llevar a ese campo a la mayoría del pueblo. El proceso de Cuba presenta el caso de un grupo de jóvenes universitarios liberales, que luchan contra un sátrapa puesto por el imperialismo en la isla, que obtienen el apoyo de grandes sectores del propio imperialismo para deshacerse de ese sátrapa y que recién después inician, algunos de ellos -que vencen en una lucha interna- el otro proceso.”

ALGUNAS HIPÓTESIS SOBRE SU DECLINACIÓN

La muerte de Perón dejó a las grandes mayorías populares sin su conducción histórica de tres décadas y a la izquierda nacional desfasada en sus predicciones. La idea de ser la superación del peronismo caminando separados y golpeando juntos se demostró incumplible porque en ese momento de crisis del movimiento popular mayoritario, Ramos y sus seguidores carecían de una relación de fuerzas favorable para transformarse en cabeza del gigante herido.

El agudo GPS del Colorado se desorientó y encontró en la recuperación de Malvinas un eje de reagrupamiento perdido en 1974. Las críticas a la dictadura establishment- militar no tuvieron la profundidad que la situación ameritaba y el advenimiento del proceso democrático caracterizado por el ensayista Alejandro Horowicz, alguien que pasó por la izquierda nacional, como la democracia de la derrota, lo vio recorrer los canales de televisión desconociendo la posibilidad del triunfo alfonsinista. Su antialfonsinismo visceral, lo llevó a posiciones difíciles de digerir, como el apoyo a una iglesia cómplice del terrorismo de estado y dispuesta a meterse en la vida y en la cama de cada argentino, llegando Ramos a oponerse a la ley de divorcio.

Superada las siete décadas y caído el Muro de Berlín, Ramos posiblemente entendió que su ciclo vital se extinguía junto con el eclipse de la revolución. Primero decidió apoyar al menemismo, decisión irreprochable en función de las alternativas en 1989, pero injustificable cuando Carlos Menem sustituyó las promesas electorales de raíz peronistas por sus políticas neoliberales aplaudidas por los enemigos históricos del peronismo. Fue su embajador en Méjico y poco antes de morir decidió disolver su último instrumento político, el Movimiento Patriótico de Liberación (MPL) e ingresar a un peronismo que había mutado en una sombra de su progresividad histórica. Murió  antes de firmar su ficha de afiliación al Justicialismo, que lo hubiera concretado el 17 de octubre. Escribió Enzo Alberto Regali en su biografía de Abelardo: “El 6 de septiembre en su estilo respondía al diario Ámbito Financiero: “Me voy con Menem para que puedan gobernar los criollos”. La cercanía del final del ciclo biológico está expresado en uno de los documentos escritos para justificar su decisión final: “Todo ha cambiado y todo debe ser repensado y replanteado. Tampoco nosotros estamos como una lechuguita fresca. El tiempo galopa para todos”. En el libro de Regali hay una última afirmación en el mismo sentido: "Su última esposa nos decía que un psicoanalista le preguntó de qué había muerto Jorge y ella le contestó: “de ilusiones perdidas ¿ Se murió del corazón? Sí. Murió porque todo lo que él había pensado, ideado, planificado y soñado, no existía más, no había posibilidad que existiera. Y ya era muy grande para pensar otras cosas.”       

Una verdadera paradoja: el ensayista que con su aguda mirada había ayudado a sectores importantes de las clases medias a nacionalizarse abandonando su destino social y cultural de no entender al peronismo, ingresaba en él en el momento cumbre de su claudicación, después de haber desechado esa posibilidad en reiteradas ocasiones más propicias a su trayectoria.

Como otra ironía, el nombre bajo el cual Sábato describió a Ramos en la novela citada es Méndez, nombre con el cual los supersticiosos evitaban mencionar a Menem, bajo la deleznable suposición que atraía a la mala suerte.  

DOS DÉCADAS DE AUSENCIA

Más allá de la trayectoria de los últimos años, la figura de Jorge Abelardo Ramos es la de un personaje excepcional. Su influencia en Argentina y América Latina es notable. Hugo Chávez en su permanente prédica bolivariana puede considerárselo un discípulo. En una oportunidad apareció en televisión con “Historia de la Nación Latinoamericana” que se lo había hecho llegar un antiguo militante del PSIN y del FIP, Eduardo Fosatti. El "Pepe" Mujica suele repetir una frase típica del Colorado: “Somos un país porque no pudimos integrar una nación, y fuimos argentinos, mexicanos, bolivianos, venezolanos, cubanos o paraguayos porque fracasamos en ser latinoamericanos. Aquí se cierra todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá”.

Todos los acercamientos de las últimas dos décadas a la unidad latinoamericana, se constituyen en un homenaje implícito a su memoria y trayectoria.

Esa semilla que Ramos sembró y que parecía tener el destino de la amarga desesperanza de Bolívar: “He arado en el mar”, ha recobrado fuerza y con matices diferenciados cristaliza en este territorio tan prodigioso como desigual, algunos de los sueños de Jorge Abelardo Ramos.

02-10-2014

 

 

 

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