(para La Tecl@ Eñe)
En un clima de aumento del desempleo, deterioro del salario, del consumo y de la previsión social, el malestar y la protesta se hacen realidad. La reacción del poder se limita a proyectar una pretendida imagen de “autoridad” a través de los medios monopólicos que instalan el “show del orden” mientras el gobierno implementa la represión de las protestas sociales. En la escalada represiva siempre queda como saldo alguna muerte. Esa es la consecuencia irreparable de recurrir a viejas recetas y técnicas que portan una historia de daño social.
Es común la sensación de que los momentos que se viven son los peores de
la historia, pero se trata de un error de perspectiva: por lo general son
diferentes (no peores), porque la historia no se repite, sino que se
continúa.
Todo programa económico que se basa en reducción del gasto público, se
traduce en reducción del consumo, de producción, de recaudación, más recesión y
al final se cierra el orificio del embudo. Esto pasó con Martínez de Hoz y con
Cavallo, y terminó en los dos casos en forma
desastrosa.
De todas formas, estos programas conllevan negocios inmensos que
benefician a unos pocos. Es la corrupción sistémica. No se trata de corrupción
de coimas, sino de miles de millones. Alguna diferencia en el presente caso
existe: en los anteriores había un director de orquesta, en este parece que la
orquesta se quedó sin director, pues cada sector implicado hace sus propios
negociados.
Es sabido desde siempre –y no hay criminólogo que no lo sepa- que estas
“crisis” provocan un aumento de los delitos contra la propiedad. No inciden
directamente en los homicidios y menos en las violaciones, pueden tener
incidencia indirecta, pero no muestran curvas coincidentes o paralelas.
Por otra parte, la reducción del consumo, el desempleo, el deterioro del
salario y de la previsión social, son todos hechos que provocan protestas. Si a
esto se agrega que, como resultado de la falta del director de orquesta, el
poder no deja de abrir frentes, las protestas se multiplican y la sensación de
caos aumenta, por mucho que los medios monopólicos traten de
disimularla.
En estas condiciones no puede pensarse en ninguna política de control
social más o menos racional, porque desde el propio poder se está promoviendo
toda la conflictividad social, incluso la que parece lejana a la fuente
principal.
La reacción del poder se limita a proyectar una pretendida imagen de
“autoridad” a través de los medios monopólicos, para tranquilizar a los
sectores medios en que el programa suicida aún no impacta de pleno, se trata de
que crean que la causa de su incipiente pero creciente deterioro son los
estratos más humildes de la sociedad. En definitiva, se busca un enfrentamiento
de los sectores medios con las capas más humildes, lo que resulta insólito,
porque parece una táctica de lucha de clases al
revés.
Los sectores medios se confunden y algunos humildes también, porque todo
se tiñe mediáticamente de “antipolítica”, el
envoltorio es “todos son corruptos”, el paquete se cierra con el moño reiterado
de “la política no sirve, quienes nos agreden son políticos” y, por ende,
“corruptos”. Se lanzan infamias, difamaciones, procesos inventados, denuncias,
imputaciones groseras, hay mercenarios que trabajan todo el día en
eso.
El gobierno “serio” de los “no corruptos” que habilitan la corrupción
sistémica más escandalosa (que en pocos meses endeudó a la Nación en más de la
mitad del monto de la deuda que nos llevó al 2001), muestra su “autoridad” con
represión: quieren exhibirse como de “orden”, cuando en realidad son los
artífices del caos.
En el “show del orden” resucitan viejas técnicas y, entre ellas, la
represión de las protestas, para que “la gente” pueda circular libremente por
las calles, sin “desorden”. Para eso usan policías a los que también maltratan
negándoles condición de trabajadores y, por ende, su legítimo derecho de
sindicalización, como tienen todas las policías europeas y algunas de nuestra región.
Esto es indispensable para evitar hasta donde sea posible que los
trabajadores policiales desarrollen su conciencia profesional. De este modo se
les facilita asignarles el rol de “enemigos” frente a los sectores más
humildes. Del juego de “policía-ladrón” se pasa al de
“policía-manifestante”.
Al mismo tiempo se agravan penas y se criminaliza a la adolescencia
pobre para prevenir “el delito”, en abstracto, como si un cheque sin fondos
fuese igual a un homicidio o un hurto igual a una violación, porque lo que
quieren es mostrarse “duros” frente a la indisciplina: la Nación es una especie
de gran escuela donde sus ciudadanos somos los párvulos a los que castigar para
que “aprendamos”.
Si bien cuando se les critica esta insensatez responden que esa crítica
proviene de Foucault, lo cierto es que sería más útil que leyesen a Napoleón,
que hace 200 años distinguía cuerdamente entre crímenes, delitos y
contravenciones, para no “gastar pólvora en chimangos”, si es que en serio se
quieren prevenir cosas graves. Pero, obviamente eso no interesa, no se quiere
prevenir, sino sólo montar el “show del
orden”.
Por cierto, todo esto ha de pasar, como pasaron otros episodios muy
desafortunados en nuestra historia. Un día el orificio del embudo se cierra del
todo, como otras veces. El pueblo, los sectores humildes y los medios y todos,
se darán cuenta de la parodia, de la estafa, de que nos hemos caído en un pozo
y hay que salir. Al final, el sentimiento de Nación no nos es ajeno a los
argentinos, porque en esos momentos volvemos a cubrirnos por una bandera y un
destino común que nos condena a alguna solidaridad.
La evidencia que no puede ocultar cualquier monopolio mediático muestra
que la represión no pudo contener la protesta de todos, que “el delito” no
baja, que las leyes sólo fueron parte del “show”. Cuando llega ese día hay
“bronca”, la misma reacción agresiva que produce saberse estafado, defraudado,
burlado.
Es inevitable: esto siempre ha sucedido y seguirá sucediendo cuando la
mentira, el “show” del orden, se acaba y todos ven el verdadero rostro de
quienes se ríen de la ingenuidad, se burlan de la buena fe de quienes “no saben
de política”, de quienes dejaron que “la política” se la haga otro, como decía
Perón.
Lo más lamentable en estos casos es que siempre en la escalada represiva
quedan algunos cadáveres, y esos no los podemos recuperar, son vidas que se
pierden, sin que importe si son muchas o pocas. Vidas que se pierden por no
hacer una prevención racional, otras por efecto directo de la represión, porque
el “loquito” hizo lo que no debía hacer, le dio un balazo en la cabeza a un
maestro como pasó en Neuquén, y todos nos lamentamos o se mata a dos
manifestantes en un puente. Renuncia un ministro, se remueve a un gobernador,
hasta puede irse un presidente, pero nadie resucita a un muerto.
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