Su figura ha desatado un huracán en la sociedad norteamericana y una conmoción mundial. Sus primeras decisiones se alinean con sus promesas electorales y reconfiguran el escenario norteamericano y el tablero internacional. Un escalofrío recorre a la columna vertebral de la derecha porque el proteccionismo extremo del presidente norteamericano la escandaliza, sin que la promesa de eliminación del 75% de las regulaciones, la idea de bajar la presión fiscal a los ricos y la flexibilización de la más que flexible legislación laboral estadounidense logren compensar satisfactoriamente esa contradicción ideológica contemporánea. Hasta los propios usufructuarios han olvidado que los países alcanzan el nivel de desarrollados aplicando en sus primeras etapas un fortísimo proteccionismo hasta alcanzar niveles que les lleva a abrir sus mercados en sus rubros muy competitivos. Es el sendero recorrido de Inglaterrra, EE.UU, o Alemania. Las características grotescas y reaccionarias de Donald Trump, que van desde la discriminación a las mujeres, latinos, negros y musulmanes; su oposición a la despenalización del aborto, conformar sus ministerios con los CEOS del poder económico; obtener el apoyo de sectas emergidas del pasado como el Ku-Klux-Klan; su desprecio a toda protección ambiental y descreer del calentamiento global ; su reivindicación de la tortura, la destrucción de lo poco que se avanzó con Obama en materia de salud, pesan mucho más que su proteccionismo, la prédica antiglobalización y la pulverización de los tratados como el NAFTA y el Trans Pacífico.
Todo esto se traduce en nuestro país en la unanimidad crítica contra Trump que coloca en la misma vereda a Página 12 y La Nación, a Marcelo Longobardi y a Gustavo Sylvestre
Todo ello no permite visualizar un hecho de enorme trascendencia al interior del establishment norteamericano que es el intento de desplazar parcialmente al sector financiero por el sector productivo que encarna o intenta representar Donald Trump.
El discurso de asunción estuvo en línea con la campaña electoral. Algunas de sus frases más impactantes: “De ahora en más, será EE,UU primero. Cada decisión será para beneficiar a los trabajadores y las familias del país”; “Hemos enriquecido a otros países mientras la riqueza, la fuerza y la confianza de nuestro país se disipa sobre el horizonte”; “Es la hora de la acción”; “Comprar estadounidense, contratar estadounidenses”; “El 20 de enero de 2017 será recordado como el día que el pueblo de EE.UU volvió a ser el gobernante de esta nación”.
La crítica a todos los ex presidentes vivos presentes, en especial a Barack Obama y a la derrotada Hillary Clinton fue tan duro que se reflejó en la incomodidad y la cara de los criticados.
El profesor norteamericano Michael Klare lo sintetiza con precisión Le Monde Diplomatique: “Primero Estados Unidos y todos los demás países serán valorados en función de un único criterio: ¿representa una ventaja o un obstáculo para la realización de los objetivos estadounidenses fundamentales”
ENTENDER EN LUGAR DE ENOJARSE
Inmediatamente conocido el resultado de las elecciones norteamericanas, publiqué una nota con el título “Entre Baruj Spinoza y Sherlock Holmes” en donde en un capítulo se decía: “El resultado de las elecciones es una profunda crítica al sistema económico norteamericano, que encontró en Trump sólo un instrumento para expresarlo. Ya en la interna del partido demócrata se había dado una señal significativa cuando un candidato, Bernie Sanders, ingresado en la contienda a último momento, con un discurso de izquierda para los EE.UU, acumuló más de trece millones de votos, contra lo acumulado por Hillary Clinton que sumó casi 16 millones ochocientos mil votos, estableciendo una relación de 43% a 55%. Es decir: un sector importante del partido en el gobierno expresaba a través de un candidato accidental su enorme malestar por un país que se desindustrializó, al punto tal que el empleo industrial cayó 30% en los últimos quince años, situación que fue interpretada con precisión por el candidato republicano. Trump interpeló al EE.UU profundo y rural; a los pueblos que vegetan luego de que sus industrias levantaron campamentos; a los trabajadores que recuperaron su trabajo pero de mucho menor jerarquía e ingresos; a los millones que viven del seguro social; a esos que sobreviven con changas ocasionales después de haber perdido un trabajo estable, todos los cuales han perdido la confianza en el sueño americano de la movilidad social ascendente. Esos son quienes le dieron el triunfo al candidato republicano. Incluso estados tradicionalmente demócratas como los que ahora se denominan Rust Belt (Michigan, Wisconsin, Iowa, Indiana, Tennessee, Ohio) se volcaron hacia el candidato republicano; aún con situaciones como la de Ohio (con un gobernador republicano contrario a su candidato presidencial), donde estuvieron radicados proveedores de autopartes para una industria automotriz que se ha fugado, le dio un claro triunfo a Trump.
La primera advertencia fue la muy buena elección de Sanders. Luego Trump fue el instrumento utilizado por las víctimas de la desindustrialización, de las mineras cerradas, de la tecnificación y de la globalización a quienes les habló y prometió reinsertar.
Enarboló el regreso a un proteccionismo intenso, un nacionalismo que levante la autoestima nacional y recuperar la hegemonía mundial afectada por el intenso crecimiento chino de las últimas décadas.
La paradoja es que un multimillonario triunfador dentro del sistema termine siendo el instrumento que increíblemente represente a los desplazados o ninguneados, un candidato que fue presentado como el antisistema. Aquella añeja afirmación que la historia escribe derecho sobre renglones torcidos, es lo que llevó a que una figura en muchos aspectos repelente termine siendo un representante de un EE.UU que intenta reconstruir su industria contra una candidata que representaba a la quintaesencia del capitalismo más depredador que es precisamente el financiero. El sector productivo herido queda encarnado por un candidato discriminatorio, soez, chabacano, misógino, que impulsa la campaña anti inmigratoria, que llegó a afirmar que los mejicanos son violadores o narcotraficantes, que prometió prohibir el ingreso de musulmanes y que admitió en un video que manosea mujeres por encima del consentimiento de las mismas. Todo lo políticamente incorrecto formó parte del discurso del candidato ganador. Pero por coincidencia ideológica o por bronca hacia lo existente, una parte significativa del electorado norteamericano coincidió con Trump.
En su discurso económico hay incoherencias significativas como proponer bajarles los impuestos a los ricos para incentivar a que los mismos inviertan. Una versión de la teoría del derrame profundamente equivocada.
Sin olvidar que es un país con una legislación laboral precaria, sin indemnización por despido, sin vacaciones pagas ni aguinaldo, sin licencias por enfermedad, con cuarenta y siete millones de pobres y otro tanto excluidos de los servicios de salud.
Dejando de lado emociones y prejuicios, el rechazo que produce un personaje que cuestiona derechos que a la civilización le ha costado luchas y muertes, su recorrido electoral ha sido una epopeya. Se impuso a 16 candidatos republicanos que lo ridiculizaron y menospreciaron, a buena parte de su mismo partido, a los principales medios del país, a los sectores económicos poderosos, a Wall Street, a la inmensa mayoría de la opinión pública mundial, incinerando todo lo escrito sobre cómo debe actuar un candidato para ganar las elecciones. Reitero la paradoja: un ganador del sistema se presenta como candidato antisistema.
Otra paradoja es que si esta larga etapa del neoliberalismo iniciada por Reagan en EE.UU y Thatcher en Gran Bretaña con sus consecuencias devastadoras, han encontrado respuestas políticas y económicas expresadas en una reacción ante el libre cambio y una vuelta al proteccionismo como el alejamiento del mercado común europeo en el primer caso, conocido como Brexit, y el imprevisto triunfo de Trump en el segundo.
La tercera paradoja es que minorías afectadas por la prédica del candidato finalmente ganador, como los latinos y afroamericanos, votaron en porcentajes llamativos como en Florida, a favor del que los discrimina. Tal vez la explicación ahí está en la figura del colectivo lleno. Los que ya están adentro se vuelven en contra de los de su mismo origen que quieren subir, para seguir viajando cómodamente.
TRUMP
Estamos en presencia de una situación expectante e imprevisible. Las primeras medidas de Trump en relación a México afectan seriamente a los inmigrantes, a las exportaciones de ese país a EE.UU y al posible levantamiento de inversiones estadounidense en su territorio. Nuevamente cobra rigurosa actualidad aquella aseveración “Pobrecitos los mexicanos, tan cerca de los EE.UU y tan lejos de Dios”. Primero, en el siglo XIX, le robaron una buena parte de su territorio, en el siglo XX, lo saquearon con el NAFTA, y ahora le van a sacar posiblemente sus maquiladoras y las correspondientes exportaciones. Todo ello con la indignidad de la extensión de un muro enorme. Paradoja enorme: el tratado lo convirtió en importador de la base de su alimentación que es el maíz y que hasta su vigencia tenía autoabastecimiento.
La magnitud del conflicto merece algunas consideraciones: el intercambio comercial entre los dos países equivale al PBI argentino. El 80% de las exportaciones de México tiene como destino a los EE.UU y para los norteamericanos el país azteca es el tercer destino de sus exportaciones.
Los pesos pesados establecen un nuevo sistema de alianzas. EE.UU se acerca a Rusia y se enfrenta a China. Argentina apostaba a los tratados de libre comercio propulsados por EE.UU y se encuentra que estaba orientado a un escenario que ya no existe. Israel redobla su política de ocupación en territorio palestino con el respaldo potenciado de Trump.
El vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera declaró que la asunción de Donald Trump deja sin proyecto de mundo a la oposición boliviana (podría agregarse al oficialismo en la Argentina) “La globalización neoliberal acaba de morir de muerte súbita. Trump firmó el acta de defunción del proyecto político de la globalización neoliberal. El presidente de la nación más poderosa y rica del mundo ha anunciado su guerra a muerte a los tratados de libre comercio. Ha anunciado que la economía proteccionista es la única vía para llevar prosperidad y fortaleza a su nación”.
Es muy interesante puntualizar que la globalización ha perjudicado no sólo a los países dependientes sino también a las principales potencias siendo las únicas beneficiadas las grandes corporaciones.
Una última consideración para no comprar espejitos de colores con el progresismo de los presidentes demócratas: con Obama hubo siete intervenciones militares norteamericanas, se mantuvo el campo de concentración de Guantánamo, hubo millones de deportaciones en ocho años, el muro con México alcanzó a 1100 kilómetros, y tuvo una posición crítica con los gobiernos populistas de América Latina.
Representantes o subordinados básicamente de los sectores financieros, demuestran, eso sí, mucho más preocupación por los derechos de las minorías como haber aprobado el matrimonio igualitario.
En la nota mencionada se pronosticaba: “Puede predecirse que cuando se conozca el gabinete de Trump, sus similares de Argentina y Brasil parecerán integrados por militantes de la Cuarta Internacional.” Eso se cumplió y superó los peores pronósticos.
Me sumo a las prudentes consideraciones del Papa Francisco: “Hay que ver lo que pasa. Pero asustarme o alegrarme por lo que pueda suceder, en eso creo que podemos caer en una gran imprudencia. En ser profetas o de calamidades o de bienestares que no se van a dar, ni una ni otra. Se verá. Veremos lo que hace y ahí se evalúa. Siempre lo concreto. El cristianismo, o es concreto o no es cristianismo”.
Si se alienta cierto optimismo se puede encontrar apoyo en la frase de Antonio Gramsci: “El pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”. Si ya se da por cerrado apocalipticamente el nuevo escenario, la frase del escritor francés Gustavo Flaubert cobra actualidad: “El futuro es lo peor que tiene el presente”
Es el mismo presente donde las ocho personas más ricas del mundo, todos hombres, acumulan en sus carteras más riqueza que la mitad de la población del mundo más pobre, unos 3.600 millones de personas.